Opinión

El Estado del bla-bla-bla

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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¿Promulgará Alemania una ley que exija que todos los turcos que aspiren a la ciudadanía juren lealtad a la «República Federal Alemana”, el “Estado-Nación del pueblo alemán»? Suena a ridiculez.

¿Aprobará el Senado de los Estados Unidos una ley que obligue a todos los candidatos a la ciudadanía a jurar lealtad a «Los Estados Unidos de América, el Estado Nación de…» ¿de quién? ¿Del «pueblo americano»? ¿del “pueblo anglosajón»? ¿Del “pueblo cristiano»? Una idea absurda.

Pero la Knesset está a punto de promulgar una ley que exige a todos los no judíos que quieran acceder a la ciudadanía israelí un juramento de lealtad al “Estado de Israel, el Estado-Nación del pueblo judío». Parece que nuestros ignorantes legisladores no ven nada cuestionable en ello.

Y ya ronda en el aire un proyecto de ley que exige que todos los ciudadanos israelíes, o tal vez sólo los no judíos, juren lealtad a este Estado-Nación del pueblo judío, o de lo contrario…

¿Cuál es el origen de la obsesión por declarar que Israel es el «Estado-Nación del pueblo judío»?

Binyamin Netanyahu ha propuesto ampliar la congelación de la construcción en los asentamientos durante dos o tres meses, si el liderazgo palestino reconoce el Estado de Israel como el Estado-Nación, etc, etc.

Y uno bien podría preguntarse: ¿cuál es el origen de esta obsesión, esta reivindicación de que forasteros y no forasteros, de cerca y de lejos, declaren que Israel es el «Estado-Nación del pueblo judío»?

El Estado de Israel existe desde hace 62 años y medio. Es una potencia militar regional, un estado con capacidad nuclear, con una economía que despierta la envidia de un mundo sumido en crisis, tiene una dinámica vida cultural, científica y social. Entonces ¿por qué esta necesidad obsesiva de confirmar su existencia y su definición ideológica?

¿Por qué las fanfarrias que acompañan a los anuncios de todos los artistas de segunda que acceden a aparecer en Israel?

¿Qué tenemos aquí? ¿Cuál es la razón de esta falta enorme de autoconfianza, de esta obsesiva necesidad de confirmación y de obtener el respeto del mundo entero? Una perturbación mental colectiva? ¿Es material para los psicólogos políticos o tal vez para los psiquiatras políticos?

No puedo abstenerme de comparar esta patética necesidad a nuestro estado de ánimo cuando yo era joven.

En la mitad de la década de 1940, la Yishuv (comunidad) hebrea contaba con unas seiscientas mil almas. Pero nuestra autoconfianza era suficiente para una nación de sesenta millones.

En 1940, la comunidad hebrea tenía 600.000 almas, pero nuestra autoconfianza era suficiente para 60 millones

No teníamos Estado. Todavía estábamos luchando contra la dominación extranjera. Pero un gran número de grupos ideológicos incubaban planes grandiosos. Los «cananeos» hablaban del «país hebreo», desde el Mar Mediterráneo hasta el Éufrates. Los grupos de derechas defendían el «Reino de Israel» desde el Nilo hasta el Éufrates. El grupo (al que yo pertenecía) «Bema’avak» («En la Lucha») hablaba de una «Región Semítica» unida que incluiría Palestina, todos los países árabes y tal vez también Turquía, Irán y Etiopía. Un experto en aguas locales publicó un plan para la división racional de las aguas de todos los ríos de la región ―el Tigris y el Éufrates, el Orontes, y el Litani, el Jordán y quizá también el Nilo─ por el bien de todos los pueblos de la región. Nadie pensó que estos planes eran una expresión de megalomanía.

Y aquí estamos ahora, 12 veces mayores. Tenemos un Estado que la mayoría de los pueblos del mundo sólo pueden envidiar. Y se nos empieza a reconocer. Exigimos que el pueblo palestino, que aún no tiene Estado, reconozca nuestra autodefinición.

Ahora en serio, dirán los cínicos, ¿por qué os tomáis esto en serio? Después de todo, es sólo uno de los trucos de Binyamin Netanyahu y/o Avigdor Lieberman para lograr beneficios personales.

Eso es cierto, por supuesto.

Netanyahu utiliza este truco para sabotear las negociaciones de paz que aún no han comenzado. Quiere evitar la negociación que puede, Dios no lo quiera, dirigirnos hacia la paz; una paz que nos obligue a evacuar los asentamientos y devolver Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este a los palestinos.

Las negociaciones de paz son el enemigo. Es mejor matar a un enemigo mientras es todavía pequeño, preferiblemente incluso antes de que vea la luz del día. La exigencia de reconocer al Estado del Bla-Bla-Bla es un instrumento de aborto.

Tener que reconocer al Estado del Bla-Bla-Bla es un medio para abortar las negociaciones de paz

Si Netanyahu creyera que ese objetivo podría lograrse exigiendo que los palestinos reconocieran a Israel como un Estado vegetariano, eso propondría.

¿Entonces por qué lidiar con ello en serio y discutirlo?

Avigdor Lieberman habla a sus votantes potenciales, encabezados por un millón doscientos cincuenta mil inmigrantes de la Unión Soviética que aún no han echado raíces en Israel. Se criaron en una secta totalitaria de poder, el terror interno y la arrogancia de superpotencia de su antigua patria, antes de su colapso. Las ideas políticas de Lieberman ─un juramento de fidelidad ideológica, la transferencia de los pueblos y territorios y, en el futuro, también los gulags de los enemigos del régimen─ se han tomado del mundo disparatado de Stalin.

Para Lieberman, toda esta charla sobre un juramento de lealtad a los judíos soviéticos no es sino un medio para obtener el liderazgo de la derecha israelí, y de ahí al liderazgo de todo Israel. Para ello está dispuesto a declararle la guerra al 20 por ciento de los ciudadanos de Israel ─uno de cada cinco israelíes─, algo sin precedentes en un país democrático.

Eso es obvio. Entonces ¿por qué tomárselo en serio?

Por una sencilla razón: tanto Netanyahu como Lieberman están convencidos de que esta exigencia aumentará su popularidad entre los judíos israelíes a pasos agigantados. ¿Por qué?

¿Está esta opinión pública en las garras de una profunda ansiedad interna? ¿Necesita una dosis diaria de tranquilizantes en forma de reconocimiento de su Estado, el Estado del Bla-Bla-Bla?

Si me pidieran que jurara lealtad a la «Nación-Estado del pueblo judío», tendría que negarme respetuosamente. Tal vez para entonces habrá entrado en vigor una ley que cancelará la ciudadanía a los israelíes que no accedan a esta demanda, y me degradarán a la condición de residente permanente privado de derechos civiles.

Tendría que negarme para no mentir.

No sé lo que es el «pueblo judío», al que el Estado de Israel pertenece. ¿Quién está incluido?

En primer lugar, no sé lo que es el «pueblo judío», al que el Estado de Israel supuestamente pertenece. ¿Quién está incluido? ¿Un judío de Brooklyn, ciudadano de la Nación-Estado del pueblo americano, que sirvió en los Marines y vota a la presidencia de Estados Unidos? ¿Richard Goldstone, que está denunciado por los líderes de Israel como un mentiroso y un traidor autodestructivo? ¿Bernard Kouchner, el ministro francés de Asuntos Exteriores, al que Lieberman le dijo esta semana que  resolviera el problema del burka en Francia en vez de meter las narices (judías) en nuestros asuntos?

¿Y cómo se expresa la propiedad de Israel de estos judíos? ¿Podrán votar al gobierno israelí (después de arrebatarle este derecho a un millón y medio de ciudadanos árabes)? ¿Determinarán la política de nuestro gobierno; incluyendo los multimillonarios judíos, propietarios de casinos y burdeles, que son dueños de los periódicos israelíes y de los canales de televisión y compran a nuestros políticos al por mayor o al por menor?

Ninguna ley israelí ha definido lo que es el «pueblo judío». ¿Una comunidad religiosa? ¿Un grupo étnico? ¿Una raza? ¿Todo eso junto? ¿Incluye a todos aquéllos que profesan la religión judía? ¿A todo el que tenga una madre judía? ¿Incluye a un no judío casado con la nieta de un judío, que hoy cuenta con el derecho automático a venir a Israel y convertirse en ciudadana? Si cien mil árabes fueron a convertirse al judaísmo mañana, el Estado les pertenecería, también?

¿Y qué pasa con la confusión entre «nación» y «pueblo»? ¿El Estado-Nación pertenece a la «nación» o al «pueblo»? ¿Según qué definición científica o jurídica? ¿El «Estado-Nación» alemán pertenece al “pueblo” alemán que, según algunos, también incluye a los austríacos y los suizos germanoparlantes?

Tenemos aquí un nudo de conceptos, términos y confusiones semánticas, un nudo que no se puede desenredar.

El ex ministro de Justicia, el difunto Yaakov Shimshon Shapira, un sionista de cabo a rabo, me dijo una vez que, como asesor legal del gobierno, había aconsejado a David Ben-Gurión que no promulgara la Ley del Retorno, porque nunca iba a encontrar una respuesta a la pregunta “¿quién es judío?». Es aún más difícil responder a la pregunta «¿qué es un Estado judío?»

Y, en efecto, ¿qué significa? ¿Un Estado en el que hay una mayoría judía; algo que podría cambiar con el tiempo? ¿Un Estado cuya lengua es el hebreo y cuyos días festivos oficiales son judíos? ¿Un Estado que pertenece a los judíos de todo el mundo? ¿Un Estado en el que todos los ciudadanos son judíos y nada más que judíos? ¿Un estado de transferencia y limpieza étnica? ¿Y cómo se juntan las palabras «judío» y «democrático»?

Por todas las preguntas sobre qué significa ser un ‘Estado judío’, Israel no tiene Constitución

Por todas estas preguntas, Israel no tiene Constitución. A falta de ella, toda la confusión aterrizará en el regazo del Tribunal Supremo (después de echar al juez árabe, claro.)

Esta semana participé en la manifestación de los escritores, artistas e intelectuales en el bulevar Rothschild de Tel Aviv, enfrente del edificio donde Ben-Gurión anunció el 14 de mayo de 1948 la fundación de «un Estado judío en Eretz Israel que se conocería como el Estado de Israel.»

¿Por qué «un Estado judío»? Para Ben-Gurión, esto no era una definición ideológica. Simplemente citó la resolución de la Asamblea General de la ONU, que dividía el país entre un «Estado árabe» y un «Estado judío». Los autores de la resolución no tenían carácter ideológico alguno en mente. Se limitaron a tomar nota del hecho de que había dos poblaciones rivales en el país ─la judía y la árabe─ y decidió pragmáticamente dividir el país entre ellos.

La manifestación llegó a su punto culminante cuando la reina de la escena israelí, Meron Hanna, que perdió una pierna en 1970 en un ataque iniciado por Issam Sartawi (antes de convertirse en activista por la paz y amigo íntimo mío) leyó en alto la Declaración de la Independencia israelí. Nos recordó que la declaración incluye el compromiso de que el Estado de Israel «fomentará el desarrollo del país en beneficio de todos sus habitantes, estará basado en la libertad, la justicia y la paz conforme a lo previsto por los profetas de Israel; garantizará lacompleta igualdad de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará la libertad de credo, conciencia, idioma, educación y cultura y será fiel a los principios de la Carta de las Naciones Unidas”.

Fue una manifestación realmente triste.

Publicado en Gush Shalom • 16 Oct 2010 • Traducción del inglés: Gloria Martínez Alcalá