Opinión

Weimar en Jerusalén

Uri Avnery
Uri Avnery
· 12 minutos

En Berlín acaba de abrir una exposición titulada «Hitler y los alemanes». Examina los factores que causaron que el pueblo alemán llevara a Adolf Hitler al poder y lo siguiera hasta el final.

Estoy demasiado ocupado con los problemas de la democracia israelí como para volar a Berlín. Lástima. Porque desde mi infancia, justo esta pregunta me ha estado preocupando. ¿Cómo es posible que una nación civilizada, que se autodenominaba «pueblo de poetas y pensadores», siguiera a este hombre como siguieron los niños de Hamelín al flautista hasta la perdición.

Esto me preocupa, no sólo como un fenómeno histórico, sino como una advertencia para el futuro. Si esto le sucedió a los alemanes, puede sucederle a cualquier pueblo? ¿Puede pasar aquí?

A los 9 años, fui testigo de la caída de la democracia alemana y el ascenso de los nazis

Cuando yo era un niño de 9 años, fui testigo ocular de la caída de la democracia alemana y el ascenso de los nazis al poder. Tengo las imágenes grabadas en la memoria; una campaña electoral tras otra, los hombres de uniforme en la calle, los debates en torno a la mesa, el profesor saludándonos por primera vez con el «Heil Hitler». Yo resucité esos recuerdos en un libro que escribí (en hebreo) durante el juicio de Eichmann, que terminaba con un capítulo titulado: «¿Puede pasar aquí?» Se me vienen otra vez a la cabeza estos días, mientras escribo mis memorias.

No sé si la exposición de Berlín intenta responder a estas preguntas. Tal vez no. Incluso ahora, 77 años después, no hay una respuesta definitiva a la pregunta: ¿Por qué se vino abajo la república alemana?

Esta es una pregunta de suma importancia, porque ahora la gente de Israel pregunta con una creciente preocupación: ¿Se está viniendo abajo la república de Israel?

Por primera vez, esta pregunta se está haciendo con total seriedad. A lo largo de los años, se han cuidado mucho de no mencionar la palabra fascismo en el discurso público. Trae recuerdos demasiado monstruosos. Ahora se ha roto este tabú.

Yitzhak Herzog, el ministro de Bienestar Social del gobierno de Netanyahu, miembro del Partido Laborista, nieto de rabino e hijo de presidente, dijo hace unos días que «el fascismo está rozando los márgenes de nuestra sociedad». Estaba equivocado: el fascismo no sólo está rozando los márgenes, está rozando el gobierno para el que trabaja, y la Knesset, de la que es miembro.

El fascismo no sólo está rozando los márgenes, está rozando el gobierno y la Knesset

No hay día ─literalmente─ que pase sin que un grupo de miembros de la Knesset presente un nuevo proyecto de ley racista. El país sigue dividido por la enmienda a la ley de la ciudadanía, que obligará a los solicitantes a jurar fidelidad a «Israel como Estado judío y democrático». Ahora los ministros están discutiendo si esto se exigirá sólo a los no-judíos (que no suena bonito) o a los judíos también, como si eso fuera a cambiar en algo el contenido racista.

Esta semana, se presentó un nuevo proyecto de ley. Se prohibiría a los no ciudadanos hacer de guías turísticos en Jerusalén Este. No ciudadanos en este caso significa árabes. Porque, cuando Jerusalén se anexionó por la fuerza a Israel después de la guerra de 1967, a sus habitantes árabes no se les concedió la ciudadanía. Se les concedió solamente la condición de «residentes permanentes», como si fueran recién llegados y no descendientes de familias que han vivido en la ciudad durante siglos.

El proyecto de ley tiene como objeto privar a los habitantes árabes de Jerusalén del derecho a hacer de guías turísticos en los lugares santos de su ciudad, ya que tienden a desviarse de la línea de propaganda oficial. ¿Sorprendente? ¿Increíble? No a los ojos de los proponentes, que incluyen miembros del partido Kadima. Un miembro de la Knesset del partido Meretz también firmó, pero se retractó diciendo que estaba confuso.

Esta propuesta llega después de decenas de proyectos de ley de este tipo que se han presentado recientemente, y antes que decenas de otros que ya están en camino. Los miembros de la Knesset actúan como tiburones peleando por comida. Hay una competencia salvaje entre ellos para ver quién puede elaborar el proyecto de ley más racista.

Vale la pena. Después de cada uno de estos proyectos de ley, se invita a los promotores a los estudios de televisión para «explicar» su propósito. Sus fotos aparecen en los periódicos. Para algunos diputados poco conocidos, cuyos nombres nunca han salido a la luz, esto representa una tentación irresistible. Los medios de comunicación están colaborando.

Éste no es un fenómeno típicamente israelí. En toda Europa y América, los fascistas declarados están alzando la cabeza. Los proveedores del odio, que hasta ahora han ido extendiendo su veneno por los márgenes del sistema político, están llegando al centro.

Hay una competencia salvaje en el Parlamento para hacer el proyecto de ley más racista

En casi todos los países hay demagogos que construyen su carrera sobre la incitación a los débiles y los indefensos, y abogan por la expulsión de los «extranjeros» y la persecución de las minorías. En el pasado era fácil vencerlos, como a Hitler al comienzo de su carrera. Ahora hay que tomárselos en serio.

Hace sólo unos años, el mundo entero se sorprendió cuando se permitió al partido de Jörg Haider entrar en la coalición del gobierno austriaco. Haider elogió los logros de Hitler. El gobierno israelí, furioso, retiró a su embajador en Viena. Ahora, el nuevo gobierno holandés depende del apoyo de un racista declarado y los partidos fascistas logran triunfos electorales impresionantes en muchos países. El movimiento del «Tea Party», que está floreciendo en Estados Unidos, tiene algunos aspectos claramente fascistas. A uno de sus candidatos le gusta andar por ahí con el uniforme de los asesinos nazis de las Waffen-SS.

Así que estamos en buena compañía. No somos peores que los demás. Si ellos pueden hacerlo, ¿por qué no nosotros?

Pero hay una gran diferencia: Israel no está en la misma situación que Holanda o Suecia. A diferencia de estos países, la existencia misma de Israel se ve amenazada por el fascismo. Esto puede conducir a la destrucción de nuestro Estado.

Hace años, yo creía que se habían obrado dos milagros en Israel: el renacimiento de la lengua hebrea y la democracia israelí.

La resurrección de un lenguaje «muerto» nunca ha tenido éxito en otro sitio. Theodor Herzl, el fundador del sionismo, preguntó una vez desdeñosamente: «¿Va a pedir la gente un billete de tren en hebreo?» (Él quería que habláramos alemán.) Hoy en día, a la lengua hebrea le va mejor que al ferrocarril israelí.

A diferencia de Holanda o Suecia, la existencia de Israel se ve amenazada por el fascismo

Pero la democracia israelí es un milagro aún mayor. No creció desde abajo, como en Europa. El pueblo judío nunca ha tenido democracia. La religión judía, como casi todas las religiones, es totalitaria. Los inmigrantes que llegaban al país nunca habían experimentado antes la democracia. Venían de la Rusia zarista o bolchevique, de la autoritaria Polonia de Josef Pilsudski, de los tiránicos Marruecos e Iraq. Sólo una ínfima parte provenía de países democráticos. Y, sin embargo, desde sus comienzos, el movimiento sionista fomentó una democracia ejemplar en sus filas, y el Estado de Israel continuó esta tradición (con una limitación: una democracia plena para los judíos, una democracia limitada para los ciudadanos árabes)

A mí siempre me preocupó que esta democracia pendiera de un finísimo hilo, que debíamos estar en guardia a todas horas, a cada minuto. Ahora se enfrenta a una prueba sin precedentes.

La república alemana llevó el nombre de Weimar, la ciudad donde la Asamblea Constituyente aprobó su constitución después de la Primera Guerra Mundial. El Weimar de Goethe y Bach fue una de las cunas de la cultura alemana.

Fue una constitución brillantemente democrática. Bajo su ala, Alemania presenció un florecimiento intelectual y artístico sin precedentes. Así que ¿por qué el colapso de la república?

En general, se identifican dos causas: la humillación y el desempleo. Cuando la república se encontraba todavía en su infancia, se vio obligada a firmar el tratado de paz de Versalles con los vencedores de la Primera Guerra Mundial, un tratado que no era más que un humillante acto de rendición. Cuando la república incurrió en mora en el pago de las enormes indemnizaciones que le habían sido impuestas, el ejército francés invadió el corazón industrial de Alemania en 1923, provocando que se precipitara una inflación galopante; trauma del que Alemania no se ha recuperado hoy en día.

Cuando estalló en 1929 la crisis económica mundial, la economía alemana se derrumbó. Millones de desempleados desesperados se hundieron en una abyecta pobreza y suplicaron a gritos por su salvación. Hitler prometió eliminar tanto la humillación de la derrota como el desempleo, y cumplió las dos promesas: dio trabajo a los desempleados en la industria del nuevo armamento y en obras públicas como las de las nuevas autopistas, preparándose para la guerra.

Y había una tercera razón para el colapso de la república: la creciente apatía de la opinión pública democrática. El sistema político de la república sencillamente se volvió repugnante. Mientras el pueblo se hundía en la miseria, los políticos siguieron con sus juegos. La opinión pública estaba deseando un líder fuerte que impusiera orden. Los nazis no derrocaron la república. La república implosionó; los nazis simplemente llenaron el vacío.

En Israel no hay crisis económica. Al contrario: la economía está floreciendo. Israel no ha firmado ningún acuerdo humillante, como el Tratado de Versalles. Al contrario: ha ganado todas sus batallas. Es cierto que nuestros fascistas hablan de los «criminales de Oslo», igual que Hitler despotricaba contra los «criminales de noviembre», pero el acuerdo de Oslo fue lo opuesto al Tratado de Versalles, firmado en noviembre de 1919.

Si esto es así, ¿de dónde deriva la profunda crisis de la sociedad israelí? ¿Qué causa que millones de ciudadanos contemplen con absoluta apatía las acciones de sus dirigentes, contentándose con sacudir la cabeza frente al televisor? ¿Qué hace que hagan caso omiso de lo que está sucediendo en los territorios ocupados, a media hora en coche de sus casas? ¿Por qué tantos declaran que ya no oyen las noticias ni leen los periódicos? ¿Cuál es el origen de la depresión y la desesperanza, que dejan abierto el camino hacia el fascismo?

El Estado ha llegado a una encrucijada: la paz o la guerra eterna. La paz significa la fundación del Estado palestino y la evacuación de los asentamientos. Pero el código genético del movimiento sionista está empujando a la anexión de la totalidad del país hasta el río Jordán, y ─directa o indirectamente─ a la transferencia de la población árabe. La mayoría de la gente elude la decisión alegando que, de todos modos, «no tenemos ningún compañero para hacer la paz». Estamos condenados a la guerra eterna.

Puede que por segunda vez tenga que presenciar el colapso de una república

La democracia está sufriendo una creciente parálisis porque los diferentes sectores de la población viven en mundos diferentes. Los laicos, los nacionalistas religiosos y los ortodoxos reciben una educación totalmente diferente. El terreno común entre ellos se está reduciendo. Están surgiendo otras divisiones entre la antigua comunidad asquenazí, los judíos orientales, los inmigrantes de la antigua Unión Soviética y de Etiopía y los ciudadanos árabes, cuya separación del resto aumenta continuamente.

Puede que por segunda vez en mi vida tenga que presenciar el colapso de una república. Pero eso no está predestinado. Israel no es la Alemania del paso del ganso de aquellos días, 2010 no es 1933. La sociedad israelí aún puede recuperar a tiempo la sobriedad y movilizar a las fuerzas democráticas en su interior.

Pero para que eso suceda debe despertarse del coma, entender lo que está pasando y adónde se está dirigiendo, protestar y luchar por todos los medios disponibles (mientras todavía sea posible) para detener la ola fascista que amenaza con engullirnos..