Opinión

La voz del taxista es la voz de Dios

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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El sábado por la noche, hace dos semanas, volvimos en taxi desde el acto de homenaje anual a Isaac Rabin y, como de costumbre, mantuvimos una conversación con nuestro taxista.

En general, estas conversaciones fluyen con soltura, con muchas risas. A Rachel le encantan, porque nos enfrentan con gente que normalmente no conocemos. Las conversaciones son cortas necesariamente, la gente expresa sus opiniones de forma concisa, sin elegir las palabras. Las hay de muchos tipos y de fondo, por lo general, se oyen las noticias de la radio, tertulias o la música que elija el taxista. Por supuesto, se menciona al hijo  soldado y a la hija estudiante.

Donde haya musulmanes habrá terrorismo, donde haya terrorismo habrá musulmanes

Pero, esta vez, las cosas se desarrollaron con menos soltura. Tal vez fuimos más provocativos que de costumbre, aún deprimidos por el acto de homenaje, carente de contenido político, carente de emoción, carente de esperanza. El taxista estaba cada vez más molesto, igual que Rachel. Nos pareció que, si no fuéramos clientes de pago, podríamos haber acabado en pelea.

Las opiniones de nuestro taxista se pueden resumir de la siguiente manera:

Nunca habrá paz entre nosotros y los árabes, porque los árabes no quieren.

Los árabes quieren masacrarnos, siempre lo han querido y siempre querrán.

Todos los árabes aprenden desde su más tierna infancia que hay que matar a los judíos.

El Corán predica el asesinato.

Es un hecho: allí donde haya musulmanes, habrá terrorismo. Allí donde haya terrorismo, hay musulmanes.

No debemos dar a los árabes ni un solo centímetro cuadrado del país.

¿Qué obtuvimos cuando les devolvimos Gaza? ¡Cohetes Qassam!

No hay nada que hacer al respecto. Nada más que pegarles en la cabeza y enviarlos de vuelta a sus países de procedencia.

De acuerdo con el mandato del Talmud: Si vienen a matarte, levántate y mátalos primero.

Este taxista expresó en un lenguaje sencillo y sin adornos las convicciones estándar de la gran mayoría de los judíos del país.

No es algo que puede identificarse con una parte de la sociedad. Es común a todos los sectores. El propietario de un puesto en el mercado lo expresará con crudeza, un profesor lo dejará escrito en un erudito tratado con notas al pie. A un alto oficial del ejército le parecerá evidente por sí mismo, un político basará su campaña electoral en ello.

¿Cómo hablar con personas que creen que una discusión está divorciada de la realidad?

Éste es el verdadero obstáculo que enfrenta el bando pacifista de Israel hoy en día. Érase una vez, había una discusión sobre si existía siquiera un pueblo palestino. Eso ya nos queda muy lejos. Después de eso vinieron las discusiones «Gran Israel» y «El territorio liberado no será devuelto». Ganamos. Luego vino la discusión sobre si devolver los «territorios» al rey Hussein o a un Estado palestino que se estableciera al lado de Israel. Ganamos. Después de ésa, la de si negociar con la OLP, que se define como una organización terrorista, y con el architerrorista, Yasser Arafat. Ganamos. Todos los líderes de la nación hicieron cola después para estrecharle la mano. Luego vino la disputa sobre el «precio»; ¿volver a la Línea Verde? ¿Intercambiar territorios? ¿Un acuerdo en Jerusalén? ¿Evacuar los asentamientos? Eso también nos queda lejos en gran medida.

Todos estos debates eran, más o menos, racionales. Por supuesto, había de por medio emociones profundas, pero también había lógica.

Pero, ¿cómo hablar con personas que creen de todo corazón que la discusión en sí es irrelevante y está divorciada de la realidad?

A los ojos de nuestros interlocutores, las preguntas sobre si vale la pena hacer la paz o no, si la paz es buena o mala para los judíos, no tienen sentido, por no decir que son estúpidas. Son preguntas que no tienen sentido porque sólo estamos debatiendo con nosotros mismos.

Nunca habrá paz porque los árabes no quieren la paz. Fin de la discusión.

¿Quién tiene la culpa de esta actitud? Si hay una persona más culpable que nadie es Ehud Barak.

Si existiera un tribunal internacional para los crímenes contra la paz, como el tribunal internacional de crímenes de guerra, tendríamos que enviarle allí.

Cuando Barak consiguió su aplastante victoria contra Binyamin Netanyahu en 1999, no tenía ni idea del problema palestino. Habló como si nunca hubiera tenido una conversación seria con un palestino. Pero se comprometió a lograr la paz en cuestión de meses, y más de cien mil personas lo aclamaron jubilosos en la noche del día de las elecciones en la plaza donde Rabin fue asesinado.

Barak estaba seguro  de que sabía exactamente qué hacer: convocar a Arafat a una reunión y ofrecerle un Estado palestino. Arafat se lo agradecería con lágrimas en los ojos y renunciaría a todo lo demás.

Si hubiera un tribunal internacional para los crímenes contra la paz, habría que enviar a Barak

Pero cuando se convocó la conferencia de Camp David, vio que, para su sorpresa, los palestinos, malvados como ellos solos, tenían algunas demandas propias. La conferencia terminó siendo un fracaso.

De vuelta a casa, Barak no declaró: «Lo siento, he sido un ignorante. Intentaré hacerlo mejor. » No hay muchos líderes en el mundo que reconozcan su estupidez.

Un político normal habría dicho: «Esta conferencia no ha dado sus frutos pero ha habido algunos progresos. Habrá más reuniones y vamos a tratar de salvar las diferencias.»

Pero Barak creó un mantra que todos los israelíes han escuchado una y mil veces desde entonces: «He apartado cada piedra del camino hacia la paz / he ofrecido a los palestinos generosas ofertas sin precedentes /Los palestinos lo han rechazado todo / Nos quieren echar al mar / ¡No tenemos un socio para la paz!»

Si Netanyahu hubiera dicho algo así, a nadie le habría impresionado. Pero Barak se había autodesignado líder de la izquierda, cabeza del bando pacifista.

El resultado fue desastroso: la izquierda se derrumbó, el bando pacifista casi desapareció. El mismo Barak perdió las elecciones estrepitosamente y con razón: si no hay posibilidades de paz, ¿quién le necesita? ¿Por qué votarle? Después de todo, Ariel Sharon, su adversario en las elecciones, estaba mucho más cualificado para la guerra.

El resultado: el israelí de a pie se convenció al final de que no hay posibilidades para la paz. Incluso Barak dijo que no había socio. Así que eso es todo.

Ni una sola persona, ni siquiera un genio como Barak, habría sido capaz de lograr semejante desastre si las condiciones no hubieran estado ahí.

El conflicto entre los israelíes y los palestinos comenzó hace 130 años. Una quinta y una sexta generación han nacido en su transcurso. Una guerra intensifica mitos y prejuicios, odio y desconfianzas, una demonización del enemigo y una convicción ciega en su propia justicia. Ésa es la naturaleza de la guerra. A ambos lados se da forma a un mundo cerrado y fanático en el que no pueden penetrar puntos de vista alternativos.

En consecuencia, si un árabe declara voluntad de hacer la paz, esto sólo confirma que todos los árabes son unos mentirosos. (Y a la inversa: Si un israelí ofrece una solución de compromiso, esto sólo refuerza la creencia de los palestinos de que no hay límite para los trucos del enemigo sionista que está conspirando para llevarlos a cabo)

Barak perdió las elecciones con razón: si no hay posibilidades de paz, ¿quién le necesita?

Y lo que es más importante, la creencia de que «no tenemos ningún socio para la paz» es  extremadamente conveniente.

Si no hay posibilidades de paz, no hay necesidad de calentarse la cabeza con ello y, mucho menos, hacer nada al respecto.

No es necesario gastar  saliva con esa tontería. De hecho, la palabra «paz» ha pasado de moda. Ya no se menciona como gesto de cortesía en la sociedad política. En la mayoría de los casos, se habla de «el fin de la ocupación» o «el acuerdo sobre el estatuto final»; presentandolos ambos, por supuesto, como casi imposibles.

Si no hay posibilidades de paz, todo el asunto se puede olvidar. Pensar en los palestinos y lo que les está sucediendo en los «territorios” es desagradable. Así que vamos a dedicar toda nuestra atención (que, de todos modos, no es precisamente ilimitada) a las cuestiones realmente importantes como la disputa entre Barak y Ashkenazi, como los asuntos económicos de Olmert, los accidentes de tráfico mortales y el estado crítico del lago de Tiberíades.

Y mientras estamos en ello, si no hay posibilidades de paz, ¿por qué no construir asentamientos? ¿Por qué no judaizar Jerusalén Este? ¿Por qué no olvidarse completamente de los palestinos?

 La «paz» ha pasado de moda; ahora se habla de «el fin de la ocupación»

Si no hay posibilidades de paz, ¿por qué nos sermonean por todo el mundo todos esos defensores de las causas perdidas? ¿Por qué nos molesta Obama? ¿Por qué nos aburre la ONU? Si los árabes nos quieren masacrar, está claro que tenemos que defendernos y todo el que quiera hacer la paz con ellos no es más que un antisemita o un judío autodestructivo.

El dicho hebreo «La voz de las masas es como la voz de Dios» se deriva del latín «vox populi, vox dei» («la voz del pueblo es la voz de Dios»). La utilizó por primera vez un sacerdote anglosajón hace unos 1200 años en una carta al emperador Carlomagno y de una manera negativa: no hay que escuchar a los que dicen esto, ya que «los sentimientos de las masas siempre rayan en la locura».

No estoy dispuesto a suscribir una declaración tan antidemocrática. Pero si queremos avanzar hacia la paz, sin duda tenemos que eliminar esta enorme roca que bloquea el camino. Debemos infundir al público otra creencia: la creencia de que la paz es posible, que es esencial para el futuro de Israel, que depende principalmente de nosotros.

Nunca conseguiremos inspirar esa creencia a través de las discusiones de costumbre. Anwar Sadat nos enseñó que se puede hacer pero sólo a través de acciones espectaculares que sacudan los cimientos de nuestro mundo espiritual.

A la atención de Mr. Obama.