Entrevista

Salwa Neimi

«La libertad sexual forma parte de la cultura árabe»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 9 minutos
Salwa Neimi (Sevilla, 2010) |  ©   Alejandro Luque / M'Sur
Salwa Neimi (Sevilla, 2010) | © Alejandro Luque / M’Sur

Salwa Neimi (Damasco, 1950) es siria, pero como ella misma reconoce, podría pasar perfectamente por española o italiana. Llega a la Fundación Tres Culturas, donde mantendrá un encuentro con los lectores, vestida con chaqueta roja y pantalones negros, el cabello negro suelto hasta los hombros y una sonrisa con un brillo de ironía que se desborda en risa varias veces durante la entrevista.

Salwa estudió Lengua y literatura árabe en la Universidad de su ciudad natal, para después trasladarse a París. En la capital francesa completó su formación con estudios de filosofía islámica, cine y teatro en la Sorbona, para finalmente establecer allí su residencia. Ha trabajado como periodista cultural en diversos periódicos y revistas, como el diario al-Qods al-Arabi o la revista Carmel.

Actualmente es responsable de prensa del Departamento de Comunicación en el Instituto del Mundo Árabe, aunque dedica gran parte de su tiempo a la creación literaria.

Ha publicado una colección de relatos cortos (Le livre des secrets), una serie de entrevistas literarias bajo el título J’ai participé à la supercherie y varios libros de poesía como Parallèles (París, 1980), La tentation de ma mort (El Cairo, 1996), Ceux que j´aime sont tous partis (El Cairo, 1999) y Mes ancêtres les assassins (París, 2002), una antología de su obra poética traducida por ella al francés en la que mezcla temas como la muerte, la libertad y el amor.

Su primera novela, El sabor de la miel, fue publicada en Beirut en 2007; un año después apareció la versión francesa, que arrasó en las listas de ventas, y posteriormente salieron a la venta las ediciones española, italiana, portuguesa y alemana.

Usted habla de un “lenguaje de la sexualidad” que ya no existe. ¿Cuándo se perdió?
En mi libro, en efecto, cito a autores desde el siglo IX hasta el XIV, un tiempo en el que hablar de sexo era una cosa muy normal en la cultura árabe. Lo que sucede es que esos tratados eran de religiosos, de jueces y, a menudo, de jueces de jueces: la gente que estaba en el corazón del poder, y no podían ser castigados por ello. Y eran precisamente los poderosos los que demandaban estos libros, porque el sexo estaba en el centro de la cultura árabo-musulmana, como lo está el cuerpo.

¿En qué sentido?
La higiene, hacer deporte, hacer el amor, son cosas muy naturales y la religión se interesaba por todas ellas. No había separación entre cuerpo y alma, que es algo muy occidental, que viene de la filosofía griega y entronca con el cristianismo. En la cultura árabe, el alma es el cuerpo viviente, por eso la narradora de mi libro empieza diciendo: “No tengo alma”. ¿Por qué? Porque su alma es su cuerpo. ¿En qué momento se perdió todo esto? Nada se corta de un solo golpe, es una tarea de muchos años… He encontrado un tratado erótico egipcio del siglo XIX, no muy conocido, que me hace pensar hasta qué punto la sociedad árabe ha sufrido una transformación lenta pero firme, una suerte de esclerosis que impide pensar y expresarse, que impide reaccionar, y el resultado es lo que vivimos: la separación entre nuestra cultura árabo-musulmana y la cultura dominante…

¿Qué nombre le pondría a esa cultura dominante?
No me apetece mucho entrar en política. Lo que vivimos es una deformación de nuestra propia cultura árabo-musulmana. No hablo con nostalgia, no hace ninguna falta que volvamos atrás. Lo que quiero decir es que todos los clichés de represión, de austeridad, de desconocimiento del placer, de desconocimiento del propio cuerpo, no tienen nada que ver con la herencia cultural de nuestros antepasados. Y hablo de herencia como cultura, no sólo como religión o como dogma.

¿De qué modo se explica esa deformación?
Vivimos una amputación de nuestra cultura y también de nuestra lengua, sobre todo a la hora de hablar de sexo. Cuando queremos hablar de ello, intentamos echar mano de otra lengua, es como si nos avergonzáramos de hacerlo de la nuestra. Mi frase estrella es: “El árabe es la lengua del sexo”.Y no quiero decir que sea imprescindible hablarlo para acostarse con nadie [risas].

En Siria, la comunidad musulmana y la cristiana, ¿tratan el sexo indistintamente como tabú, o una es más liberal que la otra?
En Siria la minoría cristiana también pertenece a la cultura árabo-musulmana. Tienen casi las mismas tradiciones, las diferencias son mínimas. Desde mi punto de vista, sí puede haber más una diferencia relativa a la nueva cultura económica que sobre la religión. Por ejemplo, yo pertenezco a una familia mixta, mi madre es cristiana y mi padre musulmán ismaelita. Y mi padre era más abierto de espíritu que mi madre. ¡Ese es el diálogo de culturas! [risas]

Escribir en primera persona, ¿es un acto de autoafirmación, una toma de posiciones?
Escribo siempre en primera persona, mis poemas, novelas, e incluso los artículos. No sé escribir de otra manera. Puede que sea una limitación mía, no sé. Y al mismo tiempo, es como un juego. Cuando publiqué El sabor de la miel, todo el mundo habló de mi libro como una confesión. Pero todo es ficción, de modo que el juego está conseguido.

Claro: cuando haga de verdad sus confesiones, serán en tercera persona…
No lo sé, creo que escribiré mis confesiones a los 80 años, ¡no antes! [risas] Soy valiente, pero no tanto…

Su libro, ¿está prohibido en todo el mundo árabe, o hay países donde puede encontrarse?
Está prohibido en todos excepto en el Magreb: Marruecos, Túnez, Argelia. Y en el Líbano está permitido para mayores de 18 años. También estuvo en el Salón del Libro de Abu Dabi, uno de los pocos salones donde no hay prohibiciones. Pero en el mundo árabe la censura es muy corriente y no necesita dar explicaciones. Y muy estúpida, sobre todo desde que existe internet.

¿Puede encontrarse su libro en la red?
Se puede descargar en varios sitios por unos pocos dólares, y hay al menos seis o siete páginas donde es gratuito. De modo que todos los interesados ya lo han leído.En Siria y Jordania se venden en el mercado negro, como si fuera algo revolucionario [risas]. Hasta en las librerías, lo pides en voz baja y lo tienen ahí, escondido. Pero no creo, como opinan muchos, que la prohibición haga el éxito de un libro. O el hecho de que hable de sexo. Creo que hay que buscar las razones en otra parte.

Sabiendo que en Siria gobierna un clan alauí, que no acata los dogmas de teología musulmana, ¿podríamos decir que es un país más liberal que Egipto o Jordania?
No quiero entrar en eso, porque para mí el nivel social y económico es a veces más determinante que las cuestiones políticas o religiosas.

¿Es usted un caso aislado, o podemos hablar de una generación de escritoras árabes dispuestas a hablar sin tapujos del cuerpo?
Es posible, en todo caso no es un fenómeno nuevo. Ahí está el caso de Leila Baalbaki, quien publicó un libro titulado Yo vivo a finales de los años 50 y estuvo en los tribunales porque hablaba libremente de sexo y otras cosas.En la literatura árabe moderna, también en la de los hombres, se habla de sexo. Lo que pasa en mi caso es que el sexo es el tema de la novela. Es la primera vez que se dice tan a las claras, con orgullo, que la libertad sexual forma parte de nuestra cultura. Un crítico llegó a decir que la salida del libro era una fecha histórica. Cuando lo leí, pensé que exageraba, pero puede que tenga razón. Ahora se habla de sexo, pero de una manera muy ruda, con palabras que antes sólo se usaban para insultar. Yo quise defender un lenguaje de la humanidad y la belleza.

¿Como periodista ha tenido que enfrentarse a alguna otra forma de censura?
El periodismo que yo hacía era cultural, y en ese campo nunca hay mucha censura. No escribía sobre política, y fue mi elección. Sí que existe una fuerte autocensura, pero no sólo en el periodismo. De hecho, lo que diferencia a un escritor de otro es el espacio de autocensura al que se ciñe. La censura oficial todo el mundo la conoce, sabe dónde están los límites y se mueve en ellos. Pero la autocensura es más grave, deforma nuestra individualidad y hace imposible encontrar una voz personal. Asfixias tu propia voz. La autocensura que he ejercitado, y que continúo ejercitando [risas] está esperando tal vez a mis 80 años para la liberación total.

¿Hemos ido a mejor en las dos últimas décadas? ¿Y en los dos últimos siglos?
[Silba] No sabría responder a ciencia cierta, pero pienso que en el sexo, incluso en las sociedades más abiertas, no hay nada más que casos particulares. De todos modos, creo que en la vida siempre hay que ir hacia delante, y nunca hacia atrás. Hoy no tiene sentido hablar, por ejemplo, de colonialismo, es algo que está fuera de la Historia. Espero que pronto digamos lo mismo de las discriminaciones sexuales.