Opinión

El escándalo de Al Jazeera

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Siempre he pensado que éste un rasgo específicamente israelí: cada vez que estalla un escándalo de proporciones nacionales, dejamos de lado las cuestiones fundamentales y centramos nuestra atención en algún detalle secundario. Esto nos ahorra tener que enfrentarnos a problemas reales y tomar decisiones dolorosas.

Hay infinidad de ejemplos. El clásico, centrado en la pregunta: «¿Quién dio la orden?» Cuando se supo que en 1954 una red de espionaje israelí había recibido la orden de colocar bombas en las instituciones estadounidenses y británicas de Egipto, con el fin de sabotear los esfuerzos para mejorar las relaciones entre Occidente y Gamal Abdel Nasser, una enorme crisis sacudió a Israel. Casi nadie se preguntó si la idea en sí había sido sabia o estúpida. Casi nadie se preguntó si desafiando al nuevo y vigoroso líder egipcio, que se estaba convirtiendo rápidamente en el ídolo de todo el mundo árabe (y que ya había indicado en secreto que podía hacer la paz con Israel) se actuaba realmente en el mejor interés de Israel.

No, la cuestión era solamente: ¿quién dio la orden? ¿El ministro de Defensa, Pinhas Lavon, o el jefe de la inteligencia militar, Benjamin Gibli? Esta pregunta sacudió al país, derrocó al gobierno e indujo a David Ben-Gurion a abandonar el Partido Laborista.

Incluso con los egipcios enfrentándose a Mubarak las filtraciones de Al Jazeera fueron polémicas

Recientemente, el escándalo de la flotilla turca giró en torno a la pregunta: ¿fue una buena idea que los comandos bajaran al buque mediante cuerdas o habría sido preferible otra forma de ataque? Casi nadie preguntó: ¿se debería siquiera haber impuesto el bloqueo a Gaza? ¿No era más inteligente empezar hablando con Hamás? ¿Fue una buena idea atacar a un barco turco en alta mar?

Parece que esta forma particular de Israel de lidiar con los problemas es contagiosa. En este sentido (también), nuestros vecinos están empezando a parecerse a nosotros.

La cadena de televisión Al Jazeera seguía esta semana el ejemplo de Wikileaks con la publicación de una pila de documentos secretos palestinos. Esbozan una imagen detallada de las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, especialmente durante la época del primer ministro israelí Ehud Olmert cuando la diferencia entre los partidos era mucho más pequeña.

En el mundo árabe, esto causó un gran revuelo. Incluso con la «revolución de los jazmines» en Túnez aún en pleno apogeo y las masas de gente en Egipto enfrentándose al régimen de Mubarak, las filtraciones de Al Jazeera despertaron una intensa polémica.

¿Pero de qué iba el conflicto? No se trataba de la postura de los negociadores palestinos, ni de la estrategia de Mahmud Abbas y sus colegas, sus supuestos básicos, sus pros y sus contras.

No; al más puro estilo israelí, la cuestión principal era: ¿quién filtró los documentos? ¿quién se oculta en la sombra tras los chivatos? ¿la CIA? ¿el Mossad? ¿cuáles eran sus siniestros motivos?

En Al Jazeera, los dirigentes palestinos fueron acusados de traición a la patria

En Al Jazeera, los dirigentes palestinos fueron acusados de traición a la patria y cosas peores. En Ramalá, multitudes a favor de Abbas atacaron las oficinas de Al Jazeera. Saeb Erekat, principal negociador palestino, declaró que Al Jazeera pedía en realidad su asesinato. Él y otros negaron que hubieran hecho alguna vez las concesiones que se indicaban en los documentos. Parecían estar diciendo en público que tales concesiones equivaldrían a una traición, a pesar de que estaban de acuerdo en secreto.

Todo esto es una tontería. Ahora que las posturas de negociación palestinas e israelíes se han hecho públicas y que nadie niega seriamente su autenticidad, el verdadero debate debería ser sobre su contenido.

Para cualquiera que estuviera implicado de algún modo en las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, no hubo nada realmente sorprendente en estas revelaciones.

Por el contrario, demostraron que los negociadores palestinos se adhieren estrictamente a las directrices establecidas por Yasser Arafat.

Yo sé esto de primera mano porque tuve la oportunidad de discutirlas con el propio Arafat. Eso fue en 1992, después de que Yitzhak Rabin ganara las elecciones. Rachel y yo fuimos a Túnez para ver a «Abu Amar», como le gustaba que le llamaran. El punto culminante de la visita fue una reunión en la que participaron, además de Arafat, varios líderes palestinos, entre ellos Mahmoud Abbas y Yasser Abed Rabbo.

A todos les provocaba muchísima curiosidad la personalidad de Rabin, a quien yo conocía bien, y me preguntaron muchos detalles sobre él. Mi respuesta, que «Rabin es todo lo honesto que puede ser un político», fue recibida entre risas, sobre todo por parte de Arafat.

Pero el grueso de la reunión se dedicó a la revisión de los problemas principales de la paz entre israelíes y palestinos. Las fronteras, Jerusalén, la seguridad, los refugiados etc., lo que ahora se conoce generalmente como los «temas centrales».

Arafat y los demás lo discutían desde el punto de vista palestino. Yo traté de transmitir las cosas en las que, en mi opinión, Rabin podría estar de acuerdo. Lo que surgió fue lo que parecía el esqueleto de un acuerdo de paz.

De vuelta en Israel, me reuní con Rabin en su casa privada, en ‘shabat’, en presencia de su ayudante Eitan Haber, y traté de decirle lo que había ocurrido. Rabin eludió toda discusión seria, lo que me sorprendió bastante. Ya estaba pensando en Oslo.

Unos años más tarde, Gush Shalom publicó un proyecto de acuerdo de paz detallado. Se basaba en el conocimiento de la posición palestina, tal y como se había revelado en Túnez. Como cualquiera puede ver en nuestra página web, es muy similar a las recientes propuestas de la parte palestina descritas en los documentos de Al Jazeera.

Son a grandes rasgos las siguientes:

Las fronteras se basarán en las líneas de 1967, con algunos intercambios mínimos de territorio, lo que permitiría unir a Israel los grandes asentamientos adyacentes a la Línea Verde. Estos no incluyen los asentamientos grandes que se adentran profundamente en Cisjordania, cortando el territorio en pedazos, como Maale Adumim y Ariel.

Todos los asentamientos en la parte que se convertirá en el Estado de Palestina tendrán que ser evacuados. Según los documentos, uno de los palestinos propuso otra opción: que los colonos permanecieran donde están y se convirtieran en ciudadanos palestinos. Tzipi Livni ―entonces ministra de Exteriores― se opuso de inmediato, diciendo rotundamente que todos ellos serían asesinados. Estoy de acuerdo en que no sería una buena idea: causaría  fricciones sin fin, ya que los colonos ocupan terrenos que son o bien de propiedad privada palestina o bien reservas de tierra de los pueblos y aldeas.

Respecto a Jerusalén, la solución sería acorde a lo expresado por el presidente Bill Clinton: Lo qué es árabe será parte de Palestina, lo que es judío se unirá a Israel. Esta es una enorme concesión palestino, pero es sabia. Me alegré de que no acordaran aplicar esta regla a Har Homa, el asentamiento monstruoso construido sobre lo que fue una hermosa colina con árboles y donde pasé muchos días y noches (y casi perdí mi vida) en las protestas contra su construcción.

El plan de paz palestino no ha cambiado desde que Arafat aceptó la solución de los dos estados

Respecto a los refugiados, está claro para cualquier persona razonable que no habrá un retorno masivo de millones, lo que convertiría a Israel en otra cosa. Esta es una píldora muy amarga (e injusto) para los palestinos, pero cualquier palestino que realmente desea una solución de dos Estados deberá tragársela. La pregunta es: ¿a cuántos refugiados se les permitirá regresar a Israel como un gesto de reconciliación? Los palestinos propusieron 100.000. Olmert propuso 5.000. Esa es una gran diferencia, pero una vez que empezamos a regatear los números, se podrá encontrar una solución.

Los palestinos quieren que una fuerza internacional se despliegue en Cisjordania para proteger tanto su propia seguridad como la de Israel. No recuerdo si Arafat me mencionó esto, pero estoy seguro de que él habría estado de acuerdo.

Esto es, pues, el plan de paz palestino. No ha cambiado desde que Arafat llegó, a finales de 1973, a la conclusión de que la solución de dos estados era la única viable. El hecho de que Olmert y Cía no se apresurasen a aceptar estos términos, y en cambio optaron por lanzar la mortal operación Plomo Fundido, habla por sí mismo.

Las revelaciones de Al Jazeera son inoportunas. Es mejor llevar a cabo estas delicadas negociaciones en secreto. La idea de que «el pueblo debe ser parte de las negociaciones» es ingenua. El pueblo sin duda se debe consultar, pero no antes de que sobre la mesa haya un proyecto de acuerdo y los votantes puedan decidir si les gusta todo el conjunto o no. Antes de eso, las filtraciones sólo azuzarán una cacofonía demagógico de acusaciones de traición a la patria (en ambos lados), precisamente como  está sucediendo ahora.

Para el campo de paz israelí, la filtración es una bendición. Demuestra, como Gush Shalom puso ayer en su declaración semanal, que «tenemos un socio para la paz. Los palestinos no tienen socio para la paz».