Opinión

El genio ha salido de la botella

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Éste es un relato sacado de Las Mil y Una Noches. El genio se ha escapado de la botella y no hay poder en la tierra que pueda volver a meterlo allí.

Cuando sucedió en Túnez, se podría haber dicho: Muy bien, un país árabe, pero uno de poca importancia. Siempre fue un poco más progresista que los demás. Es sólo un incidente aislado.

Y entonces sucedió en Egipto. Un país de referencia fundamental. El corazón del mundo árabe. El centro espiritual del islam suní. Pero se podría haber dicho: Egipto es un caso especial. La tierra de los faraones. Miles de años de historia antes  de que los árabes llegaran siquiera allí.

Tengo la sensación de que estamos una vez más ante una encrucijada histórica

Pero ahora se ha extendido a todo el mundo árabe. A Argelia, Bahrein, a Yemen. A Jordania, a Libia, incluso a Marruecos. Y a los no-árabes, al Irán no suní también.

El genio de la revolución, de la renovación, del rejuvenecimiento, ronda ahora a todos los regímenes de la región. Los habitantes de la ‘Villa de la Selva’ se pueden despertar una mañana y descubrir que la selva no está, que el paisaje que nos rodea es nuevo.

Cuando nuestros padres sionistas decidieron establecer un refugio seguro en Palestina, tuvieron la posibilidad de elegir entre dos opciones:

Podrían aparecer en Asia Occidental como los conquistadores europeos que se ven como cabeza de puente del hombre «blanco» y como dueños de los «nativos», al igual que los conquistadores españoles y los colonialistas anglosajones en América. Eso es lo que los cruzados hicieron en su tiempo.

La otra opción era verse como un pueblo asiático regresando a su patria, herederos de las tradiciones políticas y culturales del mundo semítico, dispuesto a participar, junto con los demás pueblos de la región, en la guerra por liberarse de la explotación europea.

Escribí estas palabras hace 64 años, en un folleto que apareció apenas dos meses antes del estallido de la guerra de 1948.

Hoy, me reafirmo en estas palabras.

Estos días cada vez me da más la sensación de que estamos una vez más ante una encrucijada histórica. La dirección que elijamos en los próximos días determinará el destino del Estado de Israel en los próximos años, tal vez irreversiblemente. Si elegimos el camino equivocado, vamos a tener «llantos durante generaciones», como dice el refrán hebreo.

Y tal vez el mayor peligro es que no hacemos elección alguna, que ni siquiera somos conscientes de lo necesario que es tomar una decisión, que simplemente seguimos el camino que nos ha traído adonde estamos hoy. Que estamos tan ocupados con trivialidades ―la batalla entre el ministro de Defensa y el casi ex jefe del Estado Mayor, la lucha entre Netanyahu y Lieberman sobre el nombramiento de un embajador, la falta de espectáculos tipo «Gran Hermano» y sandeces televisivas similares─ que no nos damos cuenta de que la historia está pasando, nos está dejando atrás.

Cuando nuestros políticos y expertos encontraron tiempo suficiente, entre todas las distracciones diarias, para hacer frente a los acontecimientos que nos rodeaban, fue a la vieja (y tristemente familiar) usanza.

La conclusión era que las elecciones democráticas llevarían a una victoria de los «islamistas»

Incluso en los pocos programas de tertulia inteligentes se tomaban a broma la idea de que «los árabes» pudieran establecer democracias. Profesores eruditos y comentaristas de los medios «demostraron» que tal cosa no podía suceder; que el islam es «por naturaleza» anti-democrático y echando la vista atrás, las sociedades árabes carecieron siempre de la ética protestante cristiana necesaria para la democracia, de las bases del capitalismo para crear una clase media sólida, etc. A lo sumo, se reemplazaría una especie de despotismo por otro.

La conclusión más común era que las elecciones democráticas llevarían inevitablemente a una victoria de los fanáticos «islamistas», que establecerían brutales teocracias a lo talibán, o algo peor.

Esto en parte es, por supuesto, propaganda deliberada, diseñada para convencer a los ingenuos estadounidenses y a los europeos de que deben apoyar a los Mubarak de la región o a los correspondientes caudillos militares. Pero la mayor parte era sincera: la mayoría de los israelíes creen realmente que los árabes, abandonados a sus propios recursos, crearían regímenes «islamistas» asesinos cuyo objetivo principal sería el de borrar a Israel del mapa.

Los israelíes de a pie no saben nada del islam y del mundo árabe. Como un general (de izquierdas) de Israel respondió hace 65 años cuando se le preguntó cómo veía el mundo árabe: «A través de la mirilla de mi fusil.» Todo se reduce a la «seguridad», y la inseguridad impide, por supuesto, cualquier reflexión seria.

Esta actitud se remonta a los inicios del movimiento sionista.

Su fundador, Theodor Herzl, escribió en su famoso tratado histórico que el Estado judío futuro constituye «una parte del muro de la civilización» contra la barbarie asiática (es decir, árabe). Herzl admiraba a Cecil Rhodes, el abanderado del imperialismo británico. Él y sus seguidores compartían la actitud cultural común entonces en Europa, a la que Edward Said etiquetó más tarde como «Orientalismo».

Visto en retrospectiva, eso era tal vez lo natural, teniendo en cuenta que el movimiento sionista nació en Europa a finales de la era imperialista y que tenía la intención de crear una patria judía en un país en el que habitaba otro pueblo, un pueblo árabe.

La tragedia es que esta actitud no ha cambiado en 120 años, y que es más fuerte hoy que nunca. Los que proponen un camino diferente ─y siempre ha habido algunos─ siguen siendo voces en el desierto.

Esto se ve claro estos días en la actitud de Israel hacia los acontecimientos que agitan el mundo árabe y más allá. Entre los israelíes de a pie, se despertaron espontáneamente bastantes simpatías hacia los egipcios que se enfrentaban a sus verdugos en la Plaza Tahrir, pero todo se ve desde fuera, desde lejos, como si estuviera sucediendo en la Luna.

La única cuestión práctica planteada fue: ¿se sostendrá el tratado de paz con Egipto?

La única cuestión práctica que se planteó fue: ¿se sostendrá el tratado de paz entre Israel y Egipto? ¿O tenemos que ir preparando nuevas divisiones del ejército para una posible guerra con Egipto? Cuando casi todos los «expertos en seguridad» nos aseguraron que el tratado era seguro, la gente perdió interés en el asunto.

Pero el tratado, en realidad un armisticio entre regímenes y ejércitos, sólo debería ser una preocupación secundaria para nosotros. La pregunta más importante es: ¿cómo será el nuevo mundo árabe? ¿Será la transición a la democracia relativamente suave y pacífica o no? ¿Ocurrirá siquiera y significará la aparición de una región islámica más radical, que es otra posibilidad? ¿Podemos tener alguna influencia en el curso de los acontecimientos?

Por supuesto, ninguno de los movimientos árabes actuales se muere por recibir un abrazo de Israel. Sería un abrazo de oso. Casi todos los árabes ven a Israel como un Estado colonialista y anti-árabe que oprime a los palestinos y está deeando desposeer a tantos árabes como le sea posible, aunque también hay, creo yo, mucha admiración secreta hacia los logros tecnológicos y otros logros de Israel.

Pero cuando pueblos enteros se levantan y la revolución trastorna todas las actitudes arraigadas, hay una posibilidad de cambiar las viejas ideas. Si los líderes políticos e intelectuales israelíes se levantaran hoy y declararan abiertamente su solidaridad con los pueblos árabes en su lucha por la libertad, la justicia y la dignidad, podrían plantar una semilla que daría sus frutos en años venideros.

Por supuesto, estas declaraciones deben salir de verdad del corazón. Como táctica política superficial, serían despreciadas y con razón. Deben ir acompañadas de un cambio profundo en nuestra actitud hacia el pueblo palestino. Por eso ahora la paz inmediata con los palestinos es una necesidad vital para Israel.

Nuestro futuro no está con Europa o América. Nuestro futuro está en esta región, a la que pertenece nuestro Estado, para bien o para mal. No se trata sólo de que nuestras políticas deben cambiar, sino también nuestra perspectiva básica, la orientación geográfica. Tenemos que entender que no somos una cabeza de puente de algún lugar lejano, sino parte de una región que por fin se está uniendo a la marcha humana hacia la libertad.

El despertar árabe podría ser una lucha prolongada, pero el genio no volverá a la botella

El despertar árabe no es una cuestión de meses o de unos pocos años. Bien podría ser una lucha prolongada, con muchos fracasos y derrotas, pero el genio no volverá a la botella. Las imágenes de los 18 días de la plaza Tahrir se mantendrán vivas en los corazones de toda una nueva generación desde Marrakech a Mosul, y ninguna nueva dictadura que surja aquí o allá será capaz de borrarlas.

Ni en mis mejores sueños podría imaginar una postura más sabia y atractiva para nosotros los israelíes que unirnos a esta marcha en cuerpo y alma.