Entrevista

Manuel Vicent

«El mar está lleno de poetas derrotados»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos
Manuel Vicent (Sevilla, 2011) | © F. J. Jiménez
Manuel Vicent (Sevilla, 2011) | © F. J. Jiménez

Cuenta Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) que descubrió el Mediterráneo en el madrileño Café Gijón, un buen día en que le dio por preguntarse qué había perdido mudándose a la capital.

Desde entonces, el viejo Mare Nostrum se ha convertido en una constante casi obsesiva para él: está presente en su obra periodística, en sus novelas —Pascua y naranjas, Tranvía a la Malvarrosa, Son de mar, León de ojos verdes—o en libros como Ulises, tierra adentro o Del café Gijón a Ítaca.

Su última entrega hasta la fecha es Aguirre, el magnífico (Alfaguara), una aproximación a Jesús Aguirre, el sacerdote que llegó a ser Duque de Alba, y que nos sirve como pretexto para hablar de la reciente historia de España y de su pasión de navegante.

El Mediterráneo ya se ha convertido casi en un estigma para usted. ¿No se cansa de escribir, de hablar sobre él?

La verdad es que siempre digo lo mismo, que el Mediterráneo no existe. Es un mar interior, símbolo de la felicidad y la armonía, y al mismo tiempo está desde el principio de los tiempos lleno de sangre. Ésa es su paradoja. Allí donde confluyan las tres grandes religiones monoteístas, cada una luchando por el territorio de la mente de sus fieles, me temo que la guerra no acabará nunca…

Sin embargo, recuerdo haberle oído que en la Península Ibérica, el monoteísmo era lo propio de tierra adentro, de la meseta, mientras que la orilla mediterránea era patrimonio de los dioses golfos…

El escritor debe tratar al mar con humildad, como los marineros, como la gente que trabaja en él

En el Mediterráneo se ha luchado mucho contra los dioses, pero nunca ha sido posible derrotarlos. En efecto, en nuestra orilla mediterránea están los golfos, mientras que en la Castilla dura y metafísica está el dios único, aquel contra el cual se blasfema. Sobre el Mediterráneo se han vertido sangres de todas las razas, pero tiene ese lado de contacto con la Naturaleza, esa filosofía del estar a gusto… Es el caos y el cosmos en uno.

¿Usted distinguiría a un escritor de tierra a dentro de otro mediterráneo, sólo leyéndolo?
No sé si llegaría a tanto. Lo seguro es que el mar está lleno de poetas derrotados. Medirse ante él es la prueba máxima de un escritor: puede ser una bestia increíblemente potente, y a la vez un espacio de dulzura indescriptible. Ahora bien, ante el mar, la mayoría de los escritores ha hecho el ridículo. Hay que tratarlo con humildad y prudencia, como los marineros, como la gente que trabaja en él.

Es curioso que relacione a menudo la cultura mediterránea con la comida. ¿El aceite y el vino pueden unir más que Homero?

La famosa cocina mediterránea, más que nada, es la sobremesa: comer sin prisa, charlar, la alegría de compartir alimentos naturales, y la amistad. Ésa es la verdadera dieta mediterránea. Y que la comida sea visible, que no esté tapada. Esos restaurantes de moda a media luz, en los que te sirven un plato cubierto de salsa… Hay que tener mucho valor para meterte en el estómago algo que no ves bien qué es. Es una de las audacias de este tiempo, sólo comparable a ir a una barbería de un país extraño, y quedarte dormido mientras un señor que no conoces de nada pasa la cuchilla por tu cuello…

Tengo un amigo que, allí donde va, se afeita como una especie de souvenir…

Antes la gente iba a las barberías a charlar. En el Ampurdán, conocía un lugar en el que cuando te sentabas en el sillonazo te preguntaban: “¿Con conversación o sin conversación?”. Y si pedías conversación, te decían: “¿Con polémica, o sin ella?”.

¿Cuál es para usted el mejor puerto del Mediterráneo?

El mejor de todos es el mes de julio, cuando hay una bajamar espectacular. La otra bajamar del Mediterráneo es la del mes de enero, que es profundísima si el anticiclón coincide con una luna menguante. Pero todos los marineros coinciden en que no hay puerto como el de Mahón, en julio. Claro que también tiene golpes, resacas fuertes, en las que se puede ir todo a tomar por saco.

¿En qué otras ciudades mediterráneas le gusta atracar?

Me encantan los puertecitos de la cornisa de Asia Menor: Efeso, Pérgamo, son maravillosos. En Creta hay dos, que también me gustan mucho. En España, como he dicho, el de Mahón. Y el de La Habana, al que podría considerar el último puerto del Mediterraneo… Ahora me estoy acordando también de Cabrera, una isla muy preservada, donde dejaban entrar sólo dos o tres barcos al día. De noche oía el balar de los corderos, y recuerdo que pensé: “Aquí puede estar Ulises”.

¿Qué se pierden quienes creen que navegar es ponerse ante una pantalla moviendo el ratón?

Pues ignoran que de esa forma no se llega tan lejos como se cree. Buscan en Nueva Zelanda el amor que tal vez le esté esperando al otro lado de la escalera. Y se pierden el mar, que cuando quiere es maravilloso. Lo que ocurre es que la estética del mar es ser precavido. Cuando te sorprende un temporal, te exige dar la talla, pero por lo general se trata de eso, de ser precavido.

Jesus Aguirre formaba parte de la madrileña tertulia de El Parsifal, frecuentada por Juan Benet, Javier Pradera, García Hortelano, Gil de Biedma y Jaime Salinas. ¿Cómo cambió al convertirse en Duque de Alba?

Aguirre no tuvo con el dinero ni buena ni mala relación: no tuvo ninguna, ni cuando llegó a Duque

Aquella tertulia era conocida por su ironía, su sarcasmo, su mordacidad. Todo en ella tenía que ser divertido. Aguirre se casó con la Duquesa de Alba como una boutade más. Era otra forma de sorprender a los amigos, de salir por una puerta inesperada. Muchos creían que la tertulia seguiría a la sombra de los goyas y los tizianos, pero cuando fue Duque hizo un corte absoluto. Al único que permitía ir al Palacio de Liria era a Hortelano, que tenía la gracia de dar siempre la razón.

Llama la atención en su libro la relación del Duque con el dinero. ¿Queda demostrado que los pudientes no se caracterizan por ir gastando alegremente por ahí, sino por atar muy bien sus capitales?

Aguirre no tuvo con el dinero ni buena ni mala relación: no tuvo ninguna, ni de joven, ni cuando llegó a Duque. No creo que le interesara nunca demasiado. A lo sumo, cuando fue director de la editorial Taurus… En cuanto a que un riquísimo gaste dinero… No, no entra en su forma de ser. Por lo general, suelen tener poca liquidez, y mucho patrimonio. Tienen demasiados criados, fincas, aparceros, pero no son especuladores. Los aristócratas españoles que intentaron especular en los 80 se han arruinado todos, mientras que los otros, los que se han quedado donde estaban, están mejor que nunca.

¿Sería posible imaginar en estos tiempos a un personaje como Aguirre?   

Hoy no podría darse nada igual, porque, aunque ahora la Historia va a una velocidad increíble, lo hace sólo en una dirección: no hay un cambio de naturaleza. En aquellos años sí hubo un  cambio en España, en la forma de ser, de hablar, de estar en el mundo… Además, hoy epatar no se lleva. ¿Qué nos puede sorprender? Entonces sí podías llevarte sorpresas: el cura Aguirre podía llegar a Duque de Alba y Solana a director de la OTAN.