Opinión

El lado equivocado

Uri Avnery
Uri Avnery
· 12 minutos

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De todas las frases
 memorables que Barack Obama ha pronunciado en los últimos dos años, la que más se me ha quedado grabada en la mente apareció en su discurso histórico en El Cairo al principio de su mandato. Advirtió a las naciones de que no se colocasen “en el lado equivocado de la Historia”.

Parece que las naciones árabes hicieron caso a este consejo, y más de lo que hubiera esperado. En las últimas semanas han saltado del lado equivocado al lado correcto de la Historia. ¡Y qué manera de saltar!

Nuestro Gobierno, no obstante, se mueve en la dirección opuesta. Está decidido, aparentemente, a alejarse todo lo posible del lado correcto.

Estamos en un callejón sin salida. Y está en la naturaleza de los callejones sin salida que cuanto más se mete uno en ellos, más hay que retroceder para salir cuando sea el momento.

Esta semana tuvo lugar una fascinante conversación telefónica. En un lado del hilo estaba Binyamin Netanyahu, en el otro la canciller alemana.

En otras épocas, los líderes del mundo no solían hablar directamente entre ellos. Bismarck no cogía el teléfono para hablar con Napoleón III. Enviaba a veteranos diplomáticos que sabían cómo limar las aristas y entregar un ultimátum con voz suave.

En las últimas semanas, las naciones árabes han pasado al lado correcto de la Historia

Netanyahu llamó para echarle una reprimenda a Angela Merkel por el voto de Alemania a favor de la resolución de Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que condenaba los asentamientos. Una resolución bloqueada por el escandaloso veto de Estados Unidos. No sé si nuestro primer ministro mencionaba el holocausto, pero con certeza expresaba su irritación por que Alemania se atreviera a votar en contra del “Estado judío”.

La respuesta le chocó. En lugar de una Frau Merkel contrita arrastrándose para pedir disculpas, tuvo que escuchar a una maestra de colegio que le regañaba sin medias tintas. Le dijo que había roto todas sus promesas y que ningún líder mundial le creía ya una sola palabra. Le exigió que hiciera la paz con los palestinos.

Si alguien como Netanyahu pudiera quedarse sin habla, le habría ocurrido en ese momento. Afortunadamente para Netanyahu, a él no le puede pasar.

Esta conversación es un síntoma de un proceso que continúa: el lento pero inexorable deterioro de la posición internacional de Israel.

En Israel, eso se llama ‘delegitimatsia’. Se concibe como una siniestra conspiración a nivel mundial, más o menos en la línea de los Protocolos de los Sabios de Sión. Obviamente no tiene ninguna relación con nada de lo que hagamos, dado que todos nuestros hechos son puros como el oro. La conclusión obvia: los enemigos de Israel en todas partes ―incluyendo su quinta columna en la propia Israel― está conspirando para destruir Israel mediante todo tipo de acciones de boicot.

La conversación entre Merkel y Netanyahu es un síntoma del deterioro de la posición de Israel

Nuestros líderes saben cómo obstruir esta conspiración: aprobando leyes. Cualquiera que entrega a los enemigos de Israel una lista de las empresas ubicadas en los asentamientos será castigado. Cualquiera que pida un boicot a Israel o a los asentamientos ―a juicio de los legisladores, es la misma cosa― tendrá que pagar multas astronómicas e indemnizaciones de millones de dólares.

Y si todo eso no sirve, los enemigos del régimen irán a la cárcel, como ya le ocurrió a Jonathan Pollak, manifestante en serie por la paz.

Pero parece que nuestros líderes no se apoyan únicamente en estas medidas. Por eso, nuestro viceministro de Exteriores, Danny Ayalon (¿lo recuerdan? ¿el genio que intentó humillar al embajador de Turquía sentándolo en un taburete bajo?) decidió aplicar remedios aún más radicales: todos los embajadores israelíes serán enviados ahora a la Cueva Machpela en Hebrón para un encuentro histórico con nuestro ancestro Abraham que está enterrado allí según la creencia judía (los arqueólogos creen que es un jeque musulmán que descansa allí en una paz turbada).

En serio, nuestros líderes se parecen ahora al chico de la leyenda que metió su dedo en el dique para retener el agua, aunque en nuestro caso todo el dique se está viniendo abajo.

Sí, la posición de Israel en el mundo está, de hecho, hundiéndose de forma continua, pero no por una conspiración mundial que uniese a ‘antisemitas’ y ‘judíos avergonzados de serlo’.

Nos estamos hundiendo porque estamos en el lado equivocado de la Historia.

Israel ha mantenido durante décadas un régimen de ocupación. Continúa controlando y humillando a otro pueblo. Ideológicamente y en la práctica vive con una mentalidad del siglo XIX, mientras que el resto del mundo empieza a vivir en el siglo XXI. Israel es simplemente anacrónica.

Ideológicamente y en la práctica, Israel vive con una mentalidad del siglo XIX

El siglo XXI verá el panorama de naciones que se juntan. Verá el inicio de un nuevo orden mundial y no tengo dudas de que esta idea se llevará a la práctica.

Ésta no es una visión de idealistas ilusos. Es una necesidad esencial para la raza humana y todos sus pueblos y naciones. El mundo se enfrenta a problemas que ningún Estado o grupo de Estados puede resolver por su cuenta. El calentamiento global, que amenaza la supervivencia de la propia especie humana, es un problema mundial por definición. La reciente crisis económica ha mostrado que el colapso de la economía de un país puede extenderse cual reguero de pólvora por todo el planeta. Internet ha establecido una comunidad de alcance mundial, en la que las ideas se difunden fácilmente de un país a otro, tal y como vemos ahora en el mundo árabe.

Las instituciones internacionales, que en un tiempo sólo suscitaron desprecio, están adquiriendo lentamente una verdadera jurisdicción. El Tribunal Internacional ha desarrollado dientes. La ley internacional, que en el pasado era poco más que una idea abstracta, se convierte lentamente en una ley del mundo real. Países importantes y fuertes como Alemania y Francia están cediendo voluntariamente grandes partes de su soberanía a favor de la Unión Europea. La cooperación regional y mundial entre las naciones se está convirtiendo en una necesidad política.

Conceptos como democracia, libertad, justicia y derechos humanos no son sólo valores morales: en el mundo de hoy se han convertido en necesidades esenciales, en una base para el nuevo orden mundial.

Todos estos procesos avanzan a un paso de una lentitud exasperante, casi geológica. Pero el rumbo es inequívoco y no puede ser invertido. Sea lo que sea lo que haga Barack Obama ―o lo que no haga―, su intuición respecto al rumbo es fiable.

Las naciones árabes han despertado de un sueño de siglos

Éste es “el lado correcto de la Historia”. Pero nuestro país cierra los ojos ante ello. Es cierto, destaca en la industria más internacional, la de la alta tecnología, y trabaja con éxito para extender sus lazos económicos hacia lejanos rincones del planeta. Pero desprecia la opinión pública internacional, las Naciones Unidas y la ley internacional. Se agarra a una forma de nacionalismo que era “moderna” en épocas de la Revolución Francesa, cuando el más alto ideal era el “Estado-nación”. Desde luego, el nacionalismo no ha muerto y sigue ocupando incluso hoy un lugar importante en la conciencia de los pueblos. Pero es una forma de nacionalismo completamente nueva, la del siglo XXI, que no contradice el internacionalismo sino que, por el contrario, constituye un ladrillo en el edificio de la estructura internacional.

Las naciones árabes han despertado de pronto de un sueño de siglos y ahora están luchando para ponerse a la altura de las demás naciones. Ya no existen las tiranías anacrónicas que las mantenían aplastadas, malgastaban sus capacidades y les imponían estructuras de épocas pasadas.

Es difícil saber adónde llevarán estas revueltas, que están envolviendo la región desde Marruecos a Omán y desde Siria a Yemen. Es difícil predecir algo, sobre todo el futuro.

2011 puede ser para el mundo árabe lo que fue 1848 para Europa. Entonces, cuando se levantó el pueblo francés, las oleadas de la revolución se extendieron por gran parte del continente. Parece que no soy el único al que ahora le viene a la mente este ejemplo. Se puede aprender mucho de él, y no todo es favorable. En Francia, la revuelta derribó un régimen corrupto pero allanó el camino para el ascenso de Napoleón III, el primero de los dictadores europeos modernos. En Alemania, entonces fragmentada en docenas de reinos y principados, los dirigentes se asustaron y prometieron reformas democráticas. Pero mientras seguían y seguían los debates de los abogados y políticos de Frankfurt sobre la futura constitución, los reyes juntaron sus ejércitos, aplastaron a los demócratas e iniciaron una nueva era de opresión. (El fracaso de la asamblea de Frankfurt se expresó en el inmortal verso alemán “Dreimal hundert Professoren / Vaterland du bist verloren!”: Trescientos profesores / Patria, estás perdida).

Las revoluciones de 1848 dejaron un legado de decepción y desesperación. Pero no fueron en vano. Las nobles ideas nacidas en estos meses embriagadores no murieron, las generaciones futuras lucharon para llevarlas a la práctica en todos los países del continente. La bandera actual de Alemania nació en aquellos días.

Las revoluciones de 1848 dejaron un legado de decepción pero las ideas no murieron

Las revoluciones árabes también pueden acabar en fracaso y decepción. Pueden dar lugar a nuevas dictaduras. Aquí y allá pueden surgir regímenes religiosos anacrónicos. Cada país árabe es diferente de los demás y en cada uno las cosas se desarrollarán acorde a las condiciones locales. Pero lo que sucedió ayer en Túnez y Egipto, lo que ocurre hoy en Libia y Yemen, lo que pasará mañana en Arabia Saudí y Siria formará la cara de las naciones árabes durante mucho tiempo. Jugarán un papel totalmente nuevo en el escenario mundial.

Israel está dominado por los colonos cuyo espíritu recuerda a los cruzados del siglo XII. Los partidos religiosos fundamentalistas, no muy diferentes de sus equivalentes en Irán, juegan un gran papel en nuestro Estado. La élite política y económica está sumida en la corrupción. Nuestra democracia, de la que tan orgullosos estábamos, está en peligro mortal.

Algunos argumentan que todo eso ocurre porque “Netanyahu no tiene política”. Tonterías. Tiene una política clara: mantener Israel como Estado-cuartel, ampliar los asentamientos, impedir la fundación de un Estado palestino auténtico y continuar sin paz, en una situación de conflicto eterno.

Acaba de filtrarse que Netanyahu pronunciará muy pronto un discurso histórico ―otro más―. No en la Knesset, cuya importancia se acerca a cero, sino en el foro realmente importante: en el AIPAC, el lobby judío de Washington.

Allí desplegará su Plan de Paz, cuyos detalles también se han filtrado. Un plan maravilloso, que tiene sólo un pequeño defecto: no tiene nada que ver con la paz.

El Plan de Paz de Netanyahu tiene sólo un defecto: no tiene relación con la paz

Propone establecer un Estado palestino con “fronteras provisionales” (entre nosotros no hay nada más permanente que lo “provisional”). Abarcará aproximadamente la mitad de Cisjordania (la otra mitad, incluyendo Jerusalén Este, acabará probablemente cubierta de asentamientos). Habrá una agenda para discutir los puntos esenciales: fronteras, Jerusalén, refugiados etc. (En Oslo se fijó una agenda de cinco años que venció en 1999, cuando las negociaciones ni siquiera habían comenzado). Las negociaciones no arrancarán hasta que los palestinos reconozcan Israel como el Estado del Pueblo Judío y acepten sus “exigencias de seguridad” (lo que significa: nunca).

Si los palestinos aceptan un plan de este tipo es que necesitan “hacérselo mirar” (según la expresión del ministro de Defensa estadounidense en otro contexto). Pero desde luego, Netanyahu no se dirige en absoluto a los palestinos. Su plan es un primitivo intento de marketing (al fin y al cabo, en su día fue un agente vendedor de muebles). La finalidad es parar la campaña internacional de ‘delegitimatsia’.

Ehud Barak también tiene algo que decir esta semana. En una larga entrevista televisiva, que casi por completo consistía en sandeces políticas, hizo una observación importante: la revuelta árabe ofrece a Israel nuevas oportunidades. ¿Qué oportunidades? Lo han adivinado: las de conseguir mayores cantidades de armas americanas. Armas y América ‘über alles’ (por encima de todo en el mundo).

Efectivamente, el único factor que permite que esta política sea aún posible es la incomparable relación entre Israel y Estados Unidos. Pero el Despertar Árabe cambiará, a medio y largo plazo, el balance de poder israelí-árabe: psicológica, política, económica y al final también militarmente. Al mismo tiempo, el balance de poder mundial también cambia. Surgen nuevas potencias, las antiguas pierden gradualmente su peso. No será un suceso único, dramático, sino un proceso lento y continuo.

Así es como se mueve la Historia. Cualquiera que se sitúe en el lado equivocado lo pagará caro.

 

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