Opinión

¿Por qué Libia?

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 5 minutos

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La intervención militar en Libia nos ha dejado a casi todos bastante desconcertados. Primero, por la acertada pregunta de: ¿Por qué en Libia y no en Yemen, Arabia Saudí, Sudán (o, yendo más allá del mundo árabe, en Congo, Irán o Kirguizistán), donde también se están produciendo matanzas de civiles? La respuesta es que en Libia, obviamente, no se interviene por motivos humanitarios. Hasta aquí, ninguna novedad.

Un vacío de autoridad en el norte de África centuplicaría la llegada de inmigrantes subsaharianos a las costas europeas, como se ha visto. Pero, sobre todo, nos preocupa el petróleo.

El plan no es, como asegura la izquierda latinoamericana ―a quien sus viejos reflejos antiimperialistas le impide percibir las cosas de modo realista― “robarse el petróleo libio”. Pero las cancillerías europeas se han dado cuenta de que, si Gadafi llega hasta Bengasi y Tobruk, cuyas refinerías controlan y administran los rebeldes (quienes por ahora se han cuidado mucho de que el flujo continúe), el suministro peligra, aunque sólo sea porque los trabajadores de la industria petrolera van a huir o ser represaliados. Y la carencia de petróleo, en esta nuestra Europa en crisis, puede tener consecuencias devastadoras.

La carencia de petróleo, en esta nuestra Europa en crisis, puede tener consecuencias devastadoras

Pero, en mi opinión, se equivocan hoy los que acusan de hipócritas a quienes se opusieron a la guerra de Iraq en 2003 mientras apoyan la de Libia 2011.

En primer lugar, porque las situaciones son totalmente diferentes: en Iraq no había unos rebeldes alzados en armas contra el dictador. Cuando sí los hubo ―en 1991, cuando kurdos y chiíes se levantaron contra Saddam Hussein, y en 1995―, simplemente dejamos que les masacrasen. Quien todavía crea en los motivos humanitarios para lo de Iraq, después de todo lo que hemos visto ―a las tropas estadounidenses protegiendo el Ministerio de Petróleo mientras permitían que bandas de saqueadores asaltasen el resto de Bagdad, o el gigantesco conglomerado económico de Halliburton, por poner sólo dos ejemplos―, es que es muy ingenuo o tiene una fe ciega en los presidentes de las Azores.

La situación de Libia es diferente a la de Iraq, donde no había rebeldes alzados contra el dictador

Y, en segundo lugar, porque percibo que muchos de los que se opusieron a Iraq son genuinamente antibelicistas que se sienten muy incómodos con la intervención actual, y de hecho, la pregunta que flota en el aire es: ¿se podría haber tomado otro camino?

No se armó a los rebeldes libios cuando se tuvo la oportunidad, entre otros motivos, porque existía un miedo ―léase Afganistán 2001― a que esas armas terminasen en manos de grupos yihadistas. Es una preocupación genuina: en la ciudad de Derna, entre Tobruk y Bengasi, se está creando un emirato salafista a cuyos líderes Gadafi acusa desde hace años de ser miembros de Al Qaeda.

Cierto, Gadafi ha tomado la mala costumbre de hacer esa acusación contra todo el que no le cae bien, incluidos los periodistas occidentales, pero durante mi conversación con uno de estos líderes éste me dijo: “Nos acusan de ser de Al Qaeda sólo porque pasamos seis meses al año en Afganistán”. Afirmación, como se ve, no muy tranquilizadora…

Entonces, ¿qué otra opción había? Gadafi ha demostrado que no estaba dispuesto a compartir su poder ni sus privilegios, entre otras cosas, porque está como un cencerro. (La respuesta dada al periodista de la BBC que le preguntó por las revueltas en Trípoli es antológica: “¿Manifestaciones a mi favor, o en mi contra? ¿Por qué van a estar contra mí? ¡Yo no soy el presidente! ¡ Mi pueblo me ama!”). Negociar con los Gadafi, remodelar la “República de las Masas”, democratizar Libia, no era una opción para éstos, que ahora mismo han ordenado que, en las ciudades rebeldes reconquistadas por el ejército gubernamental, sean ejecutados todos los que se opusieron a ellos.

Sólo quedaban dos caminos: intervenir, o dejar que el ejército de Gadafi derrotase a los rebeldes en el este

Así que sólo quedaban dos caminos: intervenir, o dejar que el ejército de Gadafi derrotase a los rebeldes en el este. El ataque de la coalición internacional abre muchas incógnitas, algunas de ellas muy preocupantes: ¿Quiénes son estos rebeldes a quienes estamos apoyando? ¿No estaremos conduciendo al país a una larga y sangrienta guerra civil, e incluso a la partición? Preguntas por ahora sin respuesta.

Pero sí sabemos lo que iba a ocurrir si no se intervenía, y no era agradable. Personalmente, me alegré del inicio de los bombardeos contra las tropas de Gadafi. Sin que sirva de precedente.