Opinión

El oro y la piedra

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Hay algo de tragicómico en el personaje de Richard Goldstone.

Primero causó una verdadera tormenta de furia cuando se publicó el informe Goldstone original.

¡Menudo diablo! ¡Un judío que dice ser sionista y amante de Israel y que publica las más abominables calumnias contra nuestros valientes soldados ayudando e instigando a los peores antisemitas del mundo! ¡El prototipo del judío autodestructivo! Peor aún, un «mosser», un judío que entrega a otro judío a los malvados goyim, el personaje más odiado del folklore judío.

Y ahora el cambio de tercio. Goldstone, el judío que se ha retractado. Goldstone, que ha confesado públicamente que había estado equivocado todo el tiempo. Que el ejército israelí no cometió delitos durante la operación «Plomo Fundido» de Gaza en 2009-2010. Todo  lo contrario: mientras el ejército israelí ha llevado a cabo investigaciones honestas y minuciosas sobre todas las denuncias, Hamas no ha investigado ninguno de los horrendos crímenes que ha cometido .

Goldstone, el Hombre de Piedra, es ahora el hombre de Oro; ¡digno de admiración!

Goldstone, el Hombre de Piedra, se ha convertido en Goldstone, el hombre de Oro. ¡Un hombre de conciencia! ¡Un hombre digno de admiración!

Era, por supuesto, Binyamin Netanyahu, quien tuvo la última palabra. La retractación de Goldstone, resumió, ha confirmado una vez más que el ejército israelí es el ejército con más moral del mundo.

Me da una pena tremenda el juez Goldstone. Desde el principio le pusieron en una situación imposible.

La comisión de la ONU que lo nombró para dirigir la investigación sobre las denuncias de crímenes de guerra cometidos durante la operación actuaba en base a un cálculo aparentemente lógico, pero estúpido en realidad. Nombrar para el puesto a un buen judío, sionista declarado, desarmaría, pensaban, cualquier acusación de un sesgo antiisraelí.

Goldstone y sus colegas, sin duda, hicieron un trabajo honesto y concienzudo. Tamizaron las pruebas expuestas ante ellos y llegaron a razonables conclusiones sobre esa base. Sin embargo, casi todas las pruebas provenían de fuentes palestinas y de la ONU. La comisión no pudo interrogar a los oficiales y soldados de las fuerzas israelíes porque nuestro gobierno, en un típico acto de locura casi sistemático, se negó a cooperar.

¿Por qué? El supuesto básico es que el mundo entero está esperando para pillarnos, no por nada que hayamos hecho sino porque somos judíos. Sabemos que tenemos razón y sabemos que los demás están ahí para demostrar que estamos equivocados. Entonces, ¿por qué cooperar con esos malditos judíos anti-semitas autodestructivos?

Hoy en día, casi todos los israelíes influyentes admiten que fue una actitud estúpida. Pero no hay garantía de que nuestros líderes se comporten de otra forma la próxima vez, sobre todo teniendo en cuenta que el ejército está totalmente en contra de permitir que un soldado comparezca ante un foro no-israelí ni, para el caso, ante un foro israelí no militarizado.

Volvamos al pobre Goldstone. Tras la publicación del informe de su comisión, su vida se convirtió en un infierno.

Toda la furia del gueto judío contra los traidores en su propio seno se volvió contra él. Los judíos se opusieron a que asistiera al ‘bar mitzvá’ de su nieto. Sus amigos se apartaron de él. Toda la gente a la que respetaba le condenó al ostracismo.

¿Cuándo se equivocó Goldstone? ¿En la primera o la segunda vez? Por desgracia, en las dos

Así que buscó en su alma y descubrió que había estado equivocado todo el tiempo. Sus conclusiones fueron parciales. Habría sacado otras diferentes si hubiera escuchado la versión israelí de la historia. El ejército israelí ha llevado a cabo honestas investigaciones sobre las denuncias mientras que los bárbaros de Hamás no han realizado investigación alguna en torno a sus evidentess crímenes de guerra.

Así que, ¿en qué momento se equivocó Goldstone? ¿La primera o la segunda vez?

La respuesta, por desgracia, es que se equivocó las dos veces.

El mismo término «crímenes de guerra» es problemático. La guerra misma es un crimen jamás justificable salvo si es la única manera de evitar un crimen más grande, como en la guerra contra Adolf Hitler y ahora, en una escala incomparablemente más pequeña, en la de Muamar Gadafi.

La idea de crímenes de guerra surgió después de las terribles atrocidades de la Guerra de los Treinta Años, que devastó el centro de Europa. La idea era que es imposible evitar acciones brutales si son necesarias para ganar una guerra, pero que tales acciones son ilegítimas si no son necesarias para este fin. El principio no es moral, sino práctico. Matar a los prisioneros y a los civiles es un crimen de guerra, porque no sirve a ningún propósito militar efectivo, ya que ambas partes pueden hacerlo. Igual que la destrucción indiscriminada de bienes.

En Israel, este principio está recogido en una sentencia histórica de Benyamin Halevy tras la masacre de Kafr Qasim, en 1956, de granjeros inocentes, hombres, mujeres y niños. El juez dictaminó que una «bandera negra» ondea sobre las órdenes «manifiestamente» ilegales; unas órdenes que cualquier persona vería como ilegales sin necesidad de consultar a un abogado. Desde entonces, obedecer tales órdenes ha sido un crimen según la ley israelí.

Nuestra opinión pública juzga las guerras según la cantidad de (nuestros) muertos y heridos

La verdadera cuestión sobre Plomo Fundido no es si los soldados como individuos han cometido esos delitos. Lo han hecho seguro. Cualquier ejército se compone de todo tipo de seres humanos: jóvenes decentes con conciencia moral además de sádicos, dementes y otros enfermos de locura moral. En una guerra, a todos se les dan armas y licencia para matar y los resultados son fáciles de prever. Ésa es una de las razones  por las que «la guerra es un infierno».

El problema con la II Guerra de Líbano y con Plomo Fundido es que el enfoque de base (el mismo en ambos casos) hace de los crímenes de guerra algo prácticamente inevitable. Los que los planificaron no eran monstruos; sólo hacían su trabajo. Superpusieron dos hechos, uno encima del otro. El resultado fue inevitable.

Una de las consideraciones era el requisito de evitar las bajas en nuestro lado. Tenemos un ejército de pueblo, integrado por reclutas de todos los ámbitos de la vida (como el ejército de Estados Unidos en Vietnam, pero no en Afganistán.) Nuestra opinión pública juzga las guerras según la cantidad de (nuestros) soldados muertos y heridos. Así que la orden para los que planifican los asuntos militares es: haced todo lo posible para que el número de nuestras bajas se acerque lo más posible a cero.

El otro hecho es el total desprecio hacia la humanidad de los enemigos. Años y años de ocupación han creado un ejército para el que los palestinos y los árabes en general son meros objetos. No enemigos humanos, ni siquiera monstruos humanos: simples objetos.

Estas dos actitudes mentales conducen necesariamente a una doctrina estratégica y táctica que dicta la aplicación de la fuerza letal contra cualquier persona y cualquier cosa que pueda amenazar el avance de los soldados en territorio enemigo, liquidándolos delante de los soldados, preferiblemente desde lejos, con artillería y fuerzas aéreas.

Cuando la oposición es un movimiento de resistencia que opera en una zona densamente poblada, los resultados se pueden calcular casi matemáticamente. En Plomo Fundido, al menos 350 civiles palestinos fueron asesinados, entre ellos cientos de mujeres y niños, junto con unos 750 combatientes enemigos. Del lado israelí: en total 5 (¡cinco!) soldados israelíes murieron bajo fuego enemigo (y unos seis más bajo «fuego amigo»).

Este resultado no contradice el objetivo no declarado de la operación política que era presionar a la población de la Franja de Gaza para que derrocara al gobierno de Hamás. Este resultado, por supuesto, no se consiguió. Más bien fue lo contrario.

La lógica (y el saldo de víctimas) de la II Guerra de Líbano fue más o menos igual, con el enorme añadido de la destrucción material de objetivos civiles.

Goldstone arde contra Hamás por atacar a civiles israelíes y no hacer investigaciones

A raíz del informe Goldstone, nuestro ejército llevó a cabo efectivamente investigaciones bastante extensas sobre los incidentes individuales. El número es impresionante, los resultados no. Se investigaron unos 150 casos más o menos, se condenó a dos soldados (uno por robo), y se acusó a un oficial del asesinato —por error— de una familia entera.

Esto parece satisfacer a Goldstone, que esta semana aceptó agradecido la invitación del ministro israelí del Interior ─quizás el racista más virulento de todo un gobierno en el que abundan los racistas─ para visitar Israel. (Cuando la conversación se filtró, Goldstone canceló el asunto y declaró que el informe no se retiraría.)

Por otro lado, Goldstone arde de indignación contra Hamás, por llevar a cabo el lanzamiento de cohetes y proyectiles de mortero contra civiles israelíes y no realizar ninguna investigación. ¿No es ridículo? ¿Aplicar las mismas normas a uno de los cinco ejércitos más poderosos del mundo y a un grupo irregular y mal equipado de combatientes (alias “terroristas”)?

El terrorismo es el arma de los débiles. («Dame tanques y aviones y te prometo que no pongo bombas», dijo una vez un palestino). Teniendo en cuenta que toda la estrategia militar de Hamas consiste en aterrorizar a las comunidades israelíes de la frontera para convencer a Israel de que ponga fin a la ocupación (y, en el caso de Gaza, al bloqueo en curso), la indignación de Goldstone se antoja un poco sorprendente.

En fin, Goldstone ha allanado el camino para otra operación Plomo Fundido que será mucho peor.

Espero, sin embargo, que ahora le dejen rezar en la sinagoga que elija.