Entrevista

Tonino Guerra

«Un artista dialoga siempre con su infancia»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 14 minutos
Tonino Guerra
Tonino Guerra
El nombre de Tonino Guerra, nacido en la vecina localidad de Santarcangela di Romagna, en 1920, va estrechamente unido a la filmografía de directores como Antonioni, Fellini, Francesco Rosi o los hermanos Taviani.

En la pequeña localidad de Pennabilli, no muy lejos de la malatestiana ciudad de Rìmini, las señales urbanas indican cómo llegar a El mundo de Tonino Guerra: una serie de espacios ideados por el poeta o inspirados en su obra, entre los que se encuentra su propia morada, la Casa de los Almendros. Desde allí, rodeado de libros, dibujos y recuerdos, contempla el valle cada mañana uno de los grandes escritores italianos –y europeos– vivos, un hombre que ha hecho historia no sólo por sus libros, sino también por lo mucho que ha escrito para el cine.

El nombre de Tonino Guerra, nacido en la vecina localidad de Santarcangela di Romagna, en 1920, va estrechamente unido a la filmografía de directores como Antonioni, Fellini, Francesco Rosi o los hermanos Taviani, con los que firmó obras maestras, así como de otros talentos foráneos como el ruso Andrei Tarkovski o el griego Theo Angelopoulos. Como defensor a ultranza del idioma de su tierra, el romañolo, ha escrito numerosos poemarios, casi siempre evocativos del mundo de su infancia, que fueron reunidos en España bajo el título Poesía completa (Universidad José Hierro) con traducción de Juan Vicente Piqueras.

Recientemente, con motivo de su 90º cumpleaños, la editorial Bompiani ha publicado una amplia antología de su obra, acompañada de testimonios y textos de homenaje de gente como Almodóvar, Italo Calvino, Dario Fo o Wim Wenders, bajo el título La valle del Kamasutra.

Usted, que ha visto cambiar tantas veces el mundo, ¿en qué piensa cuando ahora se habla de crisis?
Creo que se trata de un momento muy difícil para todos. Hace veinte años le dije a mi mujer: ya verás, África llegará hasta nosotros. Porque, efectivamente, es probable que Europa deba pagar todos los beneficios que ha obtenido hasta ahora… Eso pienso.

A menudo se habla de su obra como de un diálogo con la infancia. Pero, ¿no cree que estamos un poco alejados de la niñez? ¿Qué el hombre de hoy no se reconoce, e incluso siente una especie de rencor por el niño que fue?
Mira, un artista habla siempre con su infancia, se ayuda de su infancia. Por tanto, espero que sigamos escuchando lo que tenga que decirnos la infancia, lo que tenga que decirnos la tierra. Debemos tener devoción por la tierra, que es nuestra gran madre. Y nos estamos alejando de ella, ensuciando el agua, ensuciándolo todo… No creemos en nada, y no lo digo en un sentido religioso. Deberíamos creer en este planeta extraordinario, y sin embargo no creemos en nada.

En cambio, ¿no cree que las religiones han sustituido a las ideologías?
Me parece que en realidad nada ha sustituido a nada. Pero deben estar atentas las religiones, porque si se vuelven demasiado fuertes, temo que surjan batallas religiosas. Yo, que  desgraciadamente no creo en nada –mientras que mi madre, en cambio, era una terciaria, es decir, una monja laica–, ojalá creyera que existe un Dios seguro. Hay un filósofo italiano que se llama Severino, y en uno de sus artículos sostiene que después de muertos nos llevaremos una gran sorpresa. Y no habla de Dios, sino de que encontraremos otra cosa, que se acerca a lo que siempre me decía Fellini. Yo le preguntaba: “¿No tienes miedo de morir?” Y él me respondía: “Tonino, ¿miedo? ¡Podría ser un gran viaje!”

Hoy todo el mundo escribe, en el teléfono, en la computadora, pero el lenguaje parece más pobre que nunca. Hoy todos estamos conectados, pero la soledad es terrible. ¿Cómo se explican estas contradicciones?
La soledad necesita del silencio. Pero el silencio debe llenarse con nuestras reflexiones, con nuestras lecturas. Las máquinas que han inventado son asombrosas, pero creo que están borrando la memoria de los niños. Los niños, los jóvenes, los estudiantes, han perdido la figura del abuelo, que era la gran máquina de la fantasía. Tenemos que volver a recuperar aquello. Pero creo que algún día el hombre lo conseguirá, llegará a ser fuerte de nuevo, y a decir cosas hermosas. No pienso que nosotros hayamos sido mejores. También en el mundo del cine, esa es una gran preocupación para muchos, llegarán jóvenes mucho mejores que nosotros.

¿Le gusta el cine y la literatura que se hace hoy en Italia?
[Duda un instante] Bueno, soy viejo, y sigo muy poco todo…

Es muy interesante su idea de la poesía como algo que no sólo está en la palabra, sino en todas las artes y en la vida cotidiana. Pero, ¿cómo podemos aprender a hacerlo?
Mira, mira con atención. Una hoja de lechuga que nace. Yo sostengo, por ejemplo, que cerca de las casas donde viven los ancianos, en los asilos, no tiene que haber jardines a la inglesa, sino huertos. Porque el hombre necesita ver que las cosas crecen. Tenemos que saber mirar alrededor, necesitamos empezar a ver. Necesitamos empezar a dar los buenos días a los árboles.

¿Cuáles son sus poetas?
Son muchos… Y me disgustaría decir alguno y dejarme detrás a otros. Dante, seguro. Homero, seguro…

¿Y Pound?
También Pound. ¿Quién te ha dicho que me gusta Pound?

Usted le dedicó uno de sus libros. Pero no llegó a conocerle, ¿verdad? 

No, no. Pound estaba enamorado de Segismundo Malatesta. Y vino aquí, a Pennabilli, para tocar con las manos la cuna de Malatesta, porque Malatesta era de aquí. Pero no, nunca le conocí…

Es curioso que el cine, y sobre todo la televisión, hayan unificado la lengua italiana. Mientras que usted, hombre de cine, es un gran defensor del dialecto romañolo…
La única lengua que han tenido todos los campesinos italianos era el dialecto. Y por otra parte, es también verdad que los rascacielos han sido construidos desde el dialecto. Es verdad que he escrito muchos poemas respetando la lengua de mi madre, que era analfabeta y hablaba en dialecto. Es cierto. He escrito 120 películas, muchos libros publicados en todo el mundo, y no obstante soy un defensor de esta lengua que está muriendo. Antes todo el mundo hablaba a la perfección esta lengua, pero en cambio ahora nadie sabe hablarla; ni siquiera tampoco el italiano.

Me hace gracia una frase que le leí, en la que usted decía que los napolitanos hacen todo en dialecto…
Sí, los napolitanos son excepcionales.

Usted decía que hacen “lo bueno y lo malo”…
Y probablemente lo malo lo aprendieron de los españoles… [risas]

Hay una gran relación entre la poesía italiana y el cine: Pasolini, Zavattini, Totó, usted mismo… ¿A qué se debe?Hay una importante corriente, no sólo inglesa, que llena las palabras de imágenes. Y hay un acercamiento grande, especialmente en mi poesía y también en la de Pasolini. Pero cuando hablamos de aquel momento neorrealista, no queremos entender que en esos años todos: Italia,  España, América, Inglaterra, Alemania, Rusia… Todos tenían los mismos sufrimientos. Y, por tanto, una película italiana iba también a América. Ahora cada nación debe encontrar el modo de entregar sus regalos. Y estamos en un momento complicado, porque ya no existen los verdaderos productores, esos que amaban ir, con un montón de palabras bajo el brazo, a América a vender sus historias. Eso se acabó. Pero llegarán todavía los jóvenes bravos, jóvenes que sabrán hacerlo a través de la poesía, no a través de multiplicaciones de colores que son los dibujos animados.

Recuerdo que en mi primer viaje a Italia, todo me parecía una película de Fellini. ¡No podía llamarlo neorealismo, sino hiperrealismo! Pensé que aquí la vida copiaba al cine.
Existía este mundo, este modo de ver la vida…

¿Se cansa alguna vez de hablar de todos los grandes directores con los que ha trabajado?
Es mejor si te hago un resumen. Yo he tenido tantos magníficos encuentros en mi vida… Está claro que con Fellini, que somos los dos romañolos, hubo una conexión muy fuerte. Y debo agradecer a todos algo, la primera regla: cuando se dirigía, se hacía a la par. No se venía con la historia y punto, sino que se sentaba uno juntos y se decía ¿qué hacemos?Y la humildad que me han demostrado todos estos grandes directores merece que yo diga una vez más que el verdadero autor de la película es el director, y basta.

Todos sus amigos son hoy grandes clásicos de la cultura universal. También usted…
También yo, pero si estoy aferrado a ellos. Son ellos los que me han hecho convertirme en clásico, no yo.

Una cosa que el cine italiano ha reflejado constantemente es el tema del erotismo, de la sexualidad que en este país es casi una ciencia… ¿Cómo ha cambiado eso con el tiempo?
Hablando con Antonioni, queríamos hacer una película de amor, y pensamos en una mujer desnuda, y llega un hombre y una sombra… Pero los grandes temas no se han tocado mucho. El hecho de por qué estamos en el mundo, qué hemos venido a hacer y cómo vamos a terminar, esos son los grandes temas. Mira la espiritualidad de Tarkovski, que está llena de un aire sudado, y a la vez de un aire perfumado… Eso era un gran tema. Ver a Tarkovski mirar un campo arado, y preguntarle: “Andrei, ¿por qué miras tanto esos campos?”. “Porque la tierra arada es la misma en todas partes, y cuando miro esto estoy en Rusia”, responde. Y por ejemplo, me acuerdo de la dulzura de Fellini, que cuando se piensa en él todo el mundo imagina un hombre con las manos en las nalgas de las mujeres. Una vez entramos en su estudio de noche, y me pidió: “Tonino, no enciendas la luz. Quedémonos en penumbra un poco”. “¿Por qué esta oscuridad, Federico?”. Y me dice: “Me pasa siempre, por Navidad, que en casa o en el estudio, a oscuras, siento el olor de los passatelli que hacía mi madre”. Fíjate qué anhelo de infancia tenía…

Sobre el erotismo, le he leído que en la vejez es “un horizonte maravilloso”. ¿Es así? ¿Un horizonte?
Así es. Algo que está por delante, no en el pasado.

No haber conseguido un Oscar, ¿le supone una frustración?
En absoluto. Aunque tengo que decir que hace un par de semanas me llegó de Hollywood un premio al realizador más importante del mundo [el Jean Renoir Award], imagínate, vino una mujer desde Los Angeles a mi pueblo, a Santarcangelo, a entregármelo.

Pero los premios no son importantes para usted.
No, no. Pueden hacer la vida más cómoda, y no es que me disgusten, pero pienso… ¿no se habrán equivocado? Quizás se arrepentirán. Cuando uno tiene 91 años el pensamiento fundamental es “¿Qué nos queda por vivir, cuatro o cinco años?” El horizonte se va cerrando. A esta edad uno está en casa y mira el mundo desde la ventana.

Y aquí, en Italia, ¿se siente amado, reconocido?
Mucho más en Rusia. Debo decir que existe una atención hacia mí realmente conmovedora. El italiano no tiene ganas de cumplidos, y por otra parte yo estoy en una aldea de montaña… Y sin embargo, creo que alguno me quiere. La Italia oficial tiene diversos colores. Algunos de esos colores, creo que piensan que yo pienso como ellos. Es un juego, ¿entiendes?

“Italia es una chabola que se cae a pedazos, pero la culpa es de todos…” Esta idea suya es muy interesante, porque muchos pensamos que Berlusconi es en efecto el diablo, pero no todos los italianos son santos…
Berlusconi no es una gran mente italiana. Y yo pienso muy diferente de él, pero lo peor son todos aquellos que creen en él…

Porque todo el mundo tiene responsabilidad individual, ¿no es cierto?
Cada uno de nosotros es siempre responsable de lo que le sucede alrededor. Primera regla: se necesita amar a los demás, a aquellos que no eres tú. Segunda regla: el tener demasiado dinero hace daño a los pensamientos y a aquellos que tienen poco dinero.

Y ahora, ¿está escribiendo algo?
Ahora pinto y estoy escribiendo un librito de pocas páginas sobre los platos, sobre los primeros platos de los escenógrafos italianos más importantes. Por lo tanto, hay espaguetis con almejas, espagueti alla puttanesca, risotto alla milanese para Visconti… ¡Qué extraordinaria persona Visconti!. Si tú le decías “Qué bonita chaqueta”, él replicaba: “Tiene 10 años”. Para él, todo tenía que tener una edad, porque no le gustaban las cosas nuevas. Demasiado orgulloso era. Por ejemplo, me contaron que hacía que sus zapatos los calzara algún napolitano durante un año o dos, porque quería las cosas viejas. Pero lo más mágico de él… En otra ocasión, tenía que rodar una escena de El Gatopardo, en una de las habitaciones del príncipe donde había muchos muebles. Visconti le pregunta al camarógrafo: “¿Qué tienen dentro esos muebles?” Y le respondieron. “Nada, sólo tengo que filmarlos”. Y él dijo, “¿Cómo que nada? Yo veo también lo que llevan dentro. Los debes llenar de todas las cosas auténticas que había antes”. Tuvieron que meter dentro todo, porque él sentía que el mueble estaba vacío.

Usted es también un enamorado de la materia, de las cosas tangibles…
Sí, pero eso de Visconti, que siente cuando no se ve, es maravilloso.

¿Cómo explica qué es la libertad un hombre como usted que ha estado en un campo de concentración?
Muy simple. Si una persona necesita que su hijo tenga un cuidado y unas atenciones importantes, tiene que conseguir esas atenciones; no pueden tener esa serenidad, esa despreocupación solamente las personas que tienen dinero. Si uno no alcanza a ganar dinero para comer, no es libre. Y es inútil decir que un sitio hay libertad si hay gente que no trabaja. Entiendo, por otra parte, que cuesta mucho trabajo dar de comer a todos.

¿La memoria tiene un futuro, como se preguntaba Sciascia?
La memoria tiene compañía. Cada uno de nosotros tiene dentro de sí una Pompeya, esta Pompeya son los restos de las cosas que hemos hecho y nos hacen compañía, las pocas cosas luminosas que tenemos dentro. No es fácil ser una lámpara. Ahora, dadas las diferentes operaciones que he sufrido, me cuesta trabajo moverme, pero volver a ver España, por ejemplo, es una idea muy fuerte dentro de mí.

La primera vez que fui tenía una gran depresión y me recuperé. Por tanto, doy las gracias siempre al jamón español. Y las sombras de las encinas, donde descansan los toros negros. Y puede que tú me digas “y los toros blancos”, y yo te diría: “también” [en español].