Opinión

La ley Dichter

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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“¡La gente exige justicia social!” cantaban al unísono 250.000 manifestantes en Tel Aviv el pasado sábado. Pero lo que necesitan es, como dijo un artista americano, “más políticos en el paro”.

Afortunadamente, la Knesset se ha ido de vacaciones por mucho tiempo, tres meses. Porque como Mark Twain tuvo la ocurrencia de decir: “Ni la vida ni la propiedad de ningún hombre está a salvo cuando el Legislativo está reunido.”

Como para demostrar esto, el diputado Avi Dichter presentó, el último día del periodo de sesiones, un proyecto de ley tan escandaloso que fácilmente triunfa sobre todas las demás leyes racistas recientemente adoptadas por la Knesset.

‘Dichter’ es un nombre alemán y significa ‘poeta’. Pero no es poeta. Es el antiguo jefe de la policía secreta, el ‘Servicio de Seguridad General’ (Shin Bet o Shabak).

(‘Dichter’ también significa ‘más denso’, pero no hagamos hincapié en eso.)

Con mucho orgullo anunció que había pasado un año y medio limando y modelando este particular proyecto, para hacer de él una obra maestra legislativa.

Y es una obra maestra. Ningún colega de la Alemania de ayer o del Irán de hoy podría haber producido una pieza más ilustre. Los demás miembros de la Knesset parecían sentir eso también: no menos de 20 de los 28 miembros del partido Kadima, junto con los otros miembros declaradamente racistas de este augusto cuerpo, han puesto sus nombres con orgullo a este proyecto de ley como co-autores.

Casi todos los miembros de Kadima han puesto sus nombres con orgullo a este proyecto

El nombre concreto ―“Ley Básica: Israel como Estado-Nación del pueblo judío”― muestra que este Dichter no es ni un poeta ni mucho menos un intelectual. Los jefes de policía secreta raramente lo son.

“Nación” y “pueblo” son dos conceptos diferentes. Está generalmente aceptado que un pueblo es una entidad étnica, y una nación es una comunidad política. Los dos existen a niveles diferentes. Pero qué importa.

Es el contenido del proyecto de ley lo que cuenta.

Lo que Dichter propone es poner fin a la definición oficial de Israel como un “Estado judío y democrático”.

Propone que en su lugar se establezcan prioridades: Israel es por encima de todo el Estado-nación del pueblo judío, y sólo en un lejano segundo lugar un Estado democrático. Dondequiera que la democracia choque con la naturaleza judía del Estado, la naturaleza judía gana, la democracia pierde.

Esto le convierte, dicho sea de paso, en el primer sionista de derechas (aparte de Meir Kahane) quien abiertamente admite que hay una contradicción básica entre un Estado “judío” y un Estado “democrático”. Desde 1948, esto lo niegan enérgicamente todas las facciones sionistas, su falange de intelectuales y el Tribunal Supremo.

Lo que quiere decir la nueva definición es que el Estado de Israel pertenece a todos los judíos del mundo, incluyendo a los senadores de Washington, los narcotraficantes de México, los oligarcas de Moscú y los dueños de los casinos de Macao, pero no a los ciudadanos árabes de Israel, que han estado aquí durante al menos 1.300 años: desde que los musulmanes entraron en Jerusalén. Los antepasados de los árabes cristianos se remontan a la crucifixión hace 1980 años, los samaritanos estuvieron aquí hace 2.500 años y muchos habitantes son seguramente descendientes de los cananeos, que estaban ya aquí hace 5.000 años.

Todos estos se convertirán, una vez que se apruebe esta ley, en ciudadanos de segunda, no sólo en la práctica, como ahora, sino también según la doctrina oficial. En el momento en que sus derechos choquen con lo que la mayoría de los judíos considera necesario para le preservación de los intereses del “Estado-nación del pueblo judío”, que puede incluir todo desde la propiedad de la tierra hasta la legislación criminal, sus derechos serán ignorados.

El proyecto de ley en sí mismo no deja mucho campo libre a la especulación. Lo explica todo al detalle.

La lengua árabe perderá su consideración de “idioma oficial”, un estatus del que disfrutó en el Imperio otomano, bajo el mandato británico y en Israel hasta ahora. El único idioma oficial en el Estado-nación etc. será el hebreo.

No menos típico es el párrafo donde dice que cuando haya un agujero en la ley israelí (llamado “lacuna” o laguna), se aplicará la ley judía.

El árabe dejará de ser idioma oficial y se aplicará la ley judía

“La ley judía” es el Talmud y la halajá, el equivalente judío de la charia musulmana. Significa en la práctica que las normas legales adoptadas hace 1.500 años y más triunfarán sobre las normas legales desarrolladas en los últimos siglos en Gran Bretaña y otros países europeos. Cláusulas similares existen en las leyes de países como Pakistán y Egipto. Las similitudes entre la ley judía e islámica no son accidentales: los sabios judíos de habla árabe, como Moisés Maimónides (“el Rambam”) y sus expertos legales contemporáneos musulmanes se influenciaron mutuamente.

La halajá y la charia tienen mucho en común. Prohíben el cerdo, practican la circuncisión, mantienen a las mujeres en una situación de servidumbre, condenan a muerte a los homosexuales y fornicadores y niegan la igualdad a los infieles. (En la práctica, ambas religiones han modificado muchas de las penas más duras. En la religión judía, por ejemplo, “el ojo por ojo” ahora significa compensación. Caso contrario, como decía acertadamente Gandhi, estaríamos todos ciegos ahora.)

Tras promulgar esta ley, Israel estará mucho más cerca de Irán que de Estados Unidos. La “única democracia en Oriente Medio” dejará de ser una democracia, y estará muy cerca en carácter a algunos de los peores regímenes en esta región. “Finalmente Israel se está integrando en la región,” se burlaba un escritor árabe, aludiendo a un eslogan que yo acuñé hace 65 años: “La integración en la región semítica”.

Muchos de los miembros de la Knesset que firmaron este proyecto de ley creen fervientemente en “el Gran Israel”, refiriéndose a la anexión oficial de Cisjordania y la Franja de Gaza.

No se refieren a la “solución de un único Estado” con la que sueñan muchos idealistas bienintencionados. En la práctica, el único Estado Único que es factible es uno gobernado por la ley Dichter: “el Estado-nación del pueblo judío”, con los árabes relegados al status de los bíblicos “encargados de cortar la madera y de llevar el agua”.

Seguro, los árabes serán una mayoría en este Estado; pero ¿a quién le importa? Dado que la naturaleza judía del Estado anulará la democracia, sus cifras serán irrelevantes. Tanto como el número de negros que había durante el apartheid en Sudáfrica.

Echemos un vistazo al partido al que pertenece este poeta del racismo: Kadima.

Cuando yo estaba en el Ejército, siempre me parecía divertida la orden: “El pelotón se retirará a la retaguardia: ¡De frente, marchen!”

Esto puede sonar absurdo, pero en realidad es bastante lógico. La primera parte de la orden se refiere a la dirección; la segunda a su ejecución. “Kadima” significa “hacia adelante”, pero su dirección es hacia atrás.

Dichter es un líder prominente de Kadima. Ya que su único mérito destacable es su anterior papel como jefe de la policía secreta, esta debe ser la razón por la que fue elegido. Pero más del 80% de Kadima ―el mayor partido del presente Parlamento― le ha apoyado en su proyecto racista.

¿Qué nos dice esto sobre Kadima?

Kadima ha sido un rotundo fracaso en prácticamente todos los aspectos. Como frente de oposición en el parlamento es un triste chiste: de hecho, me atrevo a decir que cuando yo fui un partido de un solo hombre en la Knesset, generé más actividad de oposición que este coloso de 28 cabezas. No ha tomado ninguna posición con respecto a la paz y la ocupación, para no hablar de la justicia social.

Su líder, Tzipi Livni, ha demostrado ser un completo fracaso. Lo único que ha conseguido es mantener a su partido unido… y no es una hazaña menor, por otra parte, teniendo en cuenta que el partido está formado por tránsfugas (algunos dirían traidores) de otros partidos, que engancharon su carro a los caballos galopantes de Ariel Sharon cuando se fue del Likud. Muchos líderes del Kadima dejaron el Likud con él y, al igual que Livni, tienen raíces profundas en la ideología del Likud. Algunos otros vinieron del Partido Laborista, codo con codo con esa indeseable prostituta política que es Shimon Peres.

Esta colección caótica de políticos frustrados ha intentado varias veces adelantar a Binyamin Netanyahu por la derecha. Sus miembros han firmado casi todos los proyectos de ley racistas propuestos en los últimos meses, incluyendo la infame “Ley del Boicot” (aunque cuando la opinión pública se rebeló, ellos retiraron su firma, y algunos incluso votaron en contra.)

¿Cómo consiguió este partido ser el mayor de la Knesset, con un escaño más que el Likud? Para los votantes de la izquierda, que se indignaron con el Partido Laborista de Ehud Barak y descartaron el minúsculo Meretz, parecía ser la única oportunidad de frenar a Netanyahu y a Lieberman. Pero eso puede cambiar muy pronto.

La enorme manifestación del sábado pasado fue la mayor en la historia de Israel (incluyendo la legendaria “manifestación de los 400.000” tras la masacre de Sabra y Chatila, cuyas cifras reales eran ligeramente más bajas). Puede ser el principio de una nueva era.

Es imposible describir la energía pura que emanaba de esta multitud, compuesta mayoritariamente por personas de 20 o 30 años de edad. Se podía sentir cómo la Historia, cual águila gigante, batías las alas por encima de ellos. Era una masa jubilosa, consciente de su inmenso poder.

El sector religioso, el de apoyo a los colonos y la ley Dichter, ausente de las protestas

Los manifestantes estaban deseosos de rechazar “la política”: me recuerda a las palabras de Pericles, hace unos 2.500 años, cuando dijo que “el que tú no tengas interés en la política ¡no significa que la política no tenga interés en ti!”

La manifestación fue, por supuesto, altamente política, y dirigida contra Netanyahu, el Gobierno y todo el orden social. Marchando con la densa multitud, miré a mi alrededor buscando manifestantes que llevaran kipá y no pude encontrar ninguno. Todo el sector religioso, el grupo derechista de apoyo a los colonos y la ley Dichter, estaba llamativamente ausente, mientras que el sector judío oriental, la base tradicional del Likud, estaba ampliamente representado.

Esta protesta en masa está cambiando la agenda de Israel. Espero que, a su debido tiempo, lleve hacie la aparición de un nuevo partido que cambiará la cara de la Knesset hasta que sea irreconocible. Ni una nueva guerra ni otra “emergencia de seguridad” podrá impedirlo.

Será sin duda el fin de Kadima, y pocos lo llorarán. También podría significar el adiós a Dichter, el poeta de la policía secreta.