Opinión

Marruecos-Libia: realpolitik ante todo

Ali Amar
Ali Amar
· 9 minutos

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Durante una de sus más famosas ruedas de prensa, ofrecida después del golpe militar fracasado de 1972, Hassan II, para desacreditar a Mohamed Oufkir ―el general felón que había promovido el ataque al Boeing del rey― contó que este último había tenido el proyecto de derribar el avión de Gadafi al enterarse de que este se dirigía hacia Mauritania.

En aquel entonces, el Guía de la Revolución libia, responsable de la caída del rey Idris I en 1969, era el enemigo jurado del trono alauí. De hecho, Gadafi creía que se anunciaba el final de la monarquía marroquí. Estaba entusiasmado y había pensado incluso, durante un tiempo, en mandar un apoyo aéreo a los oficiales marroquíes regicidas.

Hassan II encarnaba una monarquía a sueldo del Tío Sam, y Gadafi exhibía la etiqueta revolucionaria

En los años 70, ‘revolución árabe’ rimaba más bien con panarabismo, obligatoriamente socialista y antimonárquico. Los Oficiales Libres de Egipto (con Nasser como líder), en los que se inspiró el joven capitán Gadafi, prometían la liberación de los pueblos árabes del colonialismo y del yugo de un Occidente predador y aliado de Israel.

Esta época ya ha pasado. Tanto las republicas populares, convertidas en dinastías, como las monarquías con poder feudal están en la mira de los sublevados de hoy en día.

Entre el reino de Marruecos y la Yamahiría (“Estado de las masas”) libia, las relaciones han sido desde hace más de 40 años tan caóticas como antinaturales, mientras que durante algunos intermedios de calma los abrazos y las promesas de alianzas estaban al orden del día.

Relaciones tumultuosas

El primer encuentro entre Hassan II y Gadafi tuvo lugar en Rabat en 1969, como lo relata con muchos detalles el dossier que la revista marroquí TelQuel dedica a las relaciones tumultuosas entre los dos hombres:
Hassan II, de 40 anos, es un rey seguro de si mismo. Gadafi, con apenas 27 años, lleva aún la aureola de su golpe de estado que le permitió derrocar a la monarquía libia en septiembre de 1969. El rey y el coronel, que se evitan cuidadosamente, juegan al gato y al raton.

En un contexto de guerra fría que dividía el mundo en dos bloques (el Este, para la URSS, y el Oeste, a favor de Estados Unidos), Hassan II encarnaba una monarquía a sueldo del Tío Sam, mientras que Gadafi y su Yamahiría exhibían con orgullo la etiqueta revolucionaria. Un verdadero choque de culturas.

“Solo nos dimos la mano, pero desde el primer día las cosas chirriaban y pude observar lo incontrolable e inexperimentado que era Gadafi. Durante la lectura de las resoluciones, por ejemplo, bastaba con que yo propusiera sustituir una palabra por otra que me parecía más adecuada, para que se opusiera él de forma inmediata. Fue una verdadera guerra abierta durante los tres días de la conferencia”, cuenta Hassan II en un libro de entrevistas hecho con Eric Laurent (La mémoire de d’un roi. Ediciones Plon, 1993).

El coronel apoyaba a los opositores de Hassan II (izquierdistas e islamistas) y armaba el Frente Polisario

La cumbre árabe de aquel diciembre de 1969, que tuvo como escenario el hotel Hilton de Rabat, pasaba en un atmosfera irreal, parecida a un western, con amenazas, insultos… y uso de pistolas.

El coronel revolucionario apoyaba políticamente a los opositores de Hassan II (izquierdistas e islamistas, todo revuelto) y armaba el Frente Polisario, que contestaba la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental. Hassan II por su parte acogió también con los brazos abiertos a los desterrados por Gadafi.

Fue un punto de ruptura irreversible entre Rabat y Trípoli, hasta la firma en Uchda en 1984 del efímero tratado de Unión Árabe-Africana (UAA) entre Marruecos y Libia, tratado que Rabat no menciona desde hace mucho tiempo, un pacto antinatural querido por Hassan II y sobre el que Mohammed VI escribiría su tesina de licenciatura en 1985.

En aquel entonces, Gadafi buscaba a toda costa salir de su aislacionismo internacional, y Hassan II encontró en esta alianza fingida la manera de cerrar el pasillo sahariano por el que se llevaban las armas desde el desierto libio, pasando por Argelia, a los separatistas del Sahara Occidental. El mismo año, pretextando la visita de Shimon Peres (el presidente israelí) a Marruecos, Gadafi rompe el acuerdo de Uchda.

Las relaciones entre los dos países empiezan una nueva fase de turbulencias. El descanso habrá sido demasiado corto, más larga será la espera de un inicio de normalización. La UAA será sin embargo el preludio de la famosa Unión del Magreb Árabe (UMA) en 1989, cuyo proyecto de construcción de un conjunto magrebí integrado permanecerá una quimera.

Desde entonces, las visitas oficiales y acuerdos bilaterales se han multiplicado, favoreciendo los intercambios económicos sustanciales y sobre todo la instalación de más de 120.000 residentes marroquíes en Libia, buscando trabajo, esencialmente concentrados en Trípoli y Bengasi. Marruecos adoptó entonces una línea diplomática benevolente hacia el régimen de Gadafi, y Trípoli, por su parte, calmó sus ardores antimarroquíes en los foros internacionales.

Intereses económicos

En el camino de esta verdadera-falsa normalización, Mohammed VI seguirá manteniendo relaciones ambiguas con el clan Gadafi. En Palacio se sabe que Gadafi no rompió totalmente sus relaciones con el Polisario, pero se finge que sí. Los vínculos se tejen primero en la economía. Las inversiones libias en Marruecos son importantes, especialmente en el sector inmobiliario, la energía y el turismo.

En Rabat se sabe que Gadafi no rompió totalmente sus relaciones con el Polisario, pero se finge que sí

El fondo de inversión libio Libyan Arab Foreign Investment Corp (Lafico) será socio del holding real Omnium Nord Africain (ONA), especialmente en la realización emblemática del Twin Center de Casablanca, modelo reducido de las Torres Gemelas de Nueva York, pero también en los fosfatos con un gigantesco proyecto químico en Jorf Lasfar, uniendo la Oficina Cherifí de los Fosfatos (OCP) y el Libya Africa Investment Portfolio, uno de los fondos de inversión más importantes de África.

Para esta cooperación económica en todos los ámbitos, Saifalislam Gadafi maniobrará para obtener informaciones y preparar su contacto con Mohammed VI, quien lo recibirá con gran pompa en 2006.

A pesar de un patazo diplomático que solo Gadafi puede cometer ―había invitado en 2009 a Mohamed Abdelaziz, jefe del Polisario, junto a la delegación oficial marroquí para el cuadragésimo aniversario de su revolución― , los vínculos no se romperán nunca más entre Rabat y Trípoli, más bien al contrario.

Convertido en una persona recomendable y glorificado por una comunidad internacional que le extendía la alfombra roja después de su redención en la historia del Vuelo 103 de Pan Am, a Gadafi, con sus petrodólares, se le adulaba más que nunca. Mohammed VI había dado incluso el ejemplo a los hombres de negocios marroquíes al autorizar que Attijariwafa Bank, primera institución financiera del Magreb que controla a través de sus holdings, abriera una sucursal en Trípoli.

Al mismo tiempo, casualidad del calendario o signo de convergencia, la justicia marroquí castigaba severamente varios periódicos independientes marroquíes que se habían atrevido a criticar el Guía de la Yamahiría. Se les denunciaba por “atentado a la persona y la dignidad” del dirigente libio…

Los diplomáticos libios acreditados en Rabat fueron trasladados a un hotel bajo alta protección policial

Con el desencadenamiento de las revoluciones árabes, la diplomacia marroquí desempeñó un papel extraño, recibiendo por turno a los representantes del gobierno de Trípoli y a los del la insurrección libia. Los diplomáticos libios acreditados en Rabat fueron trasladados al hotel Sofitel de la capital bajo alta protección policial y las manifestaciones frente a la embajada libia fueron reprimidas (como lo fueron también las que apoyaban la revolución tunecina).

Dicho sea al margen, se les impidió a algunos libios anti-Gadafi apoyados por el Movimiento del 20 de Febrero alzar la bandera del Consejo Nacional de Transición (CNT) en la embajada libia, desierta… Hay que reconocer que Marruecos organizaba al mismo tiempo la difícil repatriación de sus miles de ciudadanos residentes en Libia y temía más que todo actos de represalias por parte de los fieles del Coronel.

Mientras la mediación de la Unión Africana para encontrar una solución negociada al conflicto había fracasado, Marruecos fue uno de los pocos países, y el único de África del Norte, metido en debates con las potencias occidentales sobre la crisis en Libia.

Malabarismos de la diplomacia

Rabat justificaba su implicación con la búsqueda de una solución negociada a la crisis, pero en verdad se alegraba de la caída programada del dictador libio. De hecho, Marruecos no dudó en acusar a Argelia de mandar mercenarios del Polisario así como armas a Libia, para ayudar al coronel Gadafi. El detonante fue una columna publicada por Edward M. Gabriel ―ex embajador americano en Marruecos convertido en lobbyista del reino en los Estados Unidos― en una revista muy influyente especializada en los asuntos vinculados con el Capitolio.

Con la entrada de los rebeldes en Trípoli, Rabat apoyó inmediatamente el CNT. Sin Gadafi, la cooperación económica con la nueva Libia podría despegar sin molestias y el aislamiento diplomático del Polisario será más importante. Una suerte para Marruecos. Sin embargo, algunas inquietudes persisten: la caída de quien gustaba llamarse “el rey de los reyes de África” da también fuerzas a las revoluciones árabes.

Y a pesar de la serenidad exhibida por la monarquía marroquí, que afirma haber negociado de forma adecuada este giro con su reforma constitucional, sus detractores en el Movimiento del 20 de Febrero celebraron a su manera el fin del régimen dictatorial libio (y, también, el desplome de la tercera pieza del dominó revolucionario magrebí) organizando manifestaciones masivas en las principales ciudades del reino el 20 de agosto, mientras que Mohammed VI daba un discurso con la ocasión del 58 aniversario de la revolución del rey y de su pueblo…