Opinión

El reino de la esquizofrenia

Ali Amar
Ali Amar
· 7 minutos

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Leen Le Nouvel Observateur o Le Monde, se atiborran de los debates de France24, encuentran excelentes las primarias del Partido Socialista francés, charlan sobre la ‘Françafrique’, hacen pequeñas escapadas a París para ―dicen― oxigenarse las neuronas. Forman parte de esta élite francófona de la clase acomodada: tecnócratas, altos cargos, ejecutivos de empresas privadas o profesionales de profesiones liberales después de aprobar con éxito en las mejores universidades de Francia o en las escuelas de negocios anglosajonas.

«Blad Schizo» (país de la esquizofrenia) cantaba Hoba Hoba Spirit para ilustrar la enfermedad de Marruecos

Sin embargo, en Marruecos, muchos constituyen la columna vertebral del feudalismo. En todos los aspectos. Desde las criadas a las que hacen trabajar en sus chalés de Souissi en Rabat o en la colina de Anfa, en Casablanca, hasta su profundo desprecio por las reivindicaciones democráticas más elementales del Movimiento 20 de febrero, al que califican rápidamente de peligroso y nihilista. «Blad Schizo» (país de la esquizofrenia) cantaba Hoba Hoba Spirit, un grupo contestatario de rock, para ilustrar esta enfermedad de Marruecos. Nacido de una Movida pronto fracasada, su mensaje, y el de los intelectuales conscientes de este malestar, no parece haber ampliado los horizontes. O muy poco.

Terriblemente patriótico

No se dice con bastante frecuencia. En Marruecos, el credo dicta que se debe ser necesariamente musulmán, terriblemente patriótico y radicalmente monárquico. La sociedad de varias velocidades, sus tabúes, sus prohibiciones, su sistema de educación tan descuidado como retrógrado, convierten a los marroquíes en sujetos con aculturación, pero en realidad bastante poco cultivados. Globalizados, pero a menudo intolerantes y tercos ante las nuevas ideas.

La juventud de Marruecos se busca, se atasca y se pierde en sus contradicciones. Desgarrada por una modernidad virtual y gravemente conservadora, continúa fabricando mal que bien su identidad. Resucitado por el gran dominó de las revoluciones árabes, se entabla un poderoso debate sobre el futuro del reino, de sus instituciones, de los proyectos sociales enfrentados. ¿Despotismo ilustrado o democracia caótica? ¿Laicidad occidental o conservadurismo islámico? ¿Modernidad precipitada o tradición arcaica? ¿Libertades desenfrenadas o pensamiento único?

Marruecos se pregunta, ¿pero quien podrá responderle, ya que este debate se ha quedado confinado dentro de los círculos que parecen levitar sobre la masa popular? Los políticos se resisten ferozmente ya que, al igual que las élites económicas, constituyen un grupo social que prospera bajo el paraguas del poder, aprovechándose de los derechos adquiridos, de las rentas vitalicias, de los privilegios, del favoritismo, del clientelismo, del parentesco, de la corrupción, de las artimañas, de las trampas.

Inmolaciones, muertes de activistas, palizas callejeras, secuestros, procesos injustos y al final, nada

Se adopta una nueva Constitución, mal estructurada, mediante un referéndum con un resultado brezhneviano a través de la propaganda y la manipulación, propias de otra época. La represión contra las voces disidentes que gritan su desasosiego a través de internet o en las manifestaciones, es suficientemente terrible como para suscitar indignación e ira. Sin embargo, deja a la gente fría, ya sean de la élite, la clase media o personas sin recursos.

¿Lo piensan de todas formas? Tal vez. Pero su silencio, anunciador de una próxima ‘fitna’ para los augures o revelador agudo de un servilismo asumido, es como mínimo irritante. Inmolaciones por el fuego a tutiplén, muertes sospechosas de activistas, palizas callejeras, secuestros, procesos injustos y al final, nada. El pueblo, en gran parte obediente, como paralizado, descerebrado, se ocupa de sus actividades diarias, como si nada hubiera pasado, o casi.

¿Es un balance demasiado grave, demasiado caricaturesco? No, ¿por qué ocultarlo, después de casi un año de protestas, de sentadas, de foros valientes, de tomar la palabra? ¿Será que la sociedad aún no está preparada para exigir más, ni tampoco para un cambio? Pero, ¿quién puede decir que esté satisfecha?

Al final, todo se explica por la famosa «excepción marroquí». Hay que admitirlo: existe, pero no como la presentan los aduladores de la monarquía, los teóricos del «buen rey salvador», que vuelven a agitar una vez más el fantasma del caos islamista para conjurar la mala suerte y desviar del reino este viento del este que sopla en ráfagas sobre las brasas de la revuelta. Ennahda gana por goleada en Túnez, el CNT de Libia anuncia la charia, los Hermanos Musulmanes confiscan el romanticismo de la plaza Tahrir, y más lejos, Saná y Damasco viven tiempos bárbaros.

Las revoluciones crean desorden, y en Marruecos han preferido conformarse con una tiranía de terciopelo

Desde luego, todo esto es motivo de preocupación. La excepción de Marruecos, desde este punto de vista, es real, pero ¿quién puede afirmar que es inmutable? Dado que las revoluciones crean inevitablemente un desorden, en Marruecos han preferido conformarse con una tiranía de terciopelo. Esta es la triste realidad de esta excepción de la que disfrutamos tanto. Pero va contra el rumbo de la historia. Las élites marroquíes y, por extensión, las clases medias que siguen sus pasos, gozan de su contexto de confort material, en la falsa creencia de que las instituciones viables no son la mejor garantía de la dignidad y el bienestar.

La esquizofrenia marroquí que se contenta con su burbuja europeizada, o el conservadurismo que defiende únicamente los valores tradicionales, se acomodan en una existencia en la que la corrupción, los pequeños amaños y la ignorancia de las virtudes de la democracia los convierten en simples tubos digestivos. Se mantienen a la sombra y se tranquilizan con los falsos pretextos de la estabilidad y de la conformidad, condiciones que, sin embargo, han llevado a Túnez, tan próspera o más, al menos sobre el papel, a derrocar al déspota. ¿Quién lo hubiera pensado?

En realidad, las escasas válvulas de escape concedidas por el régimen, el espacio para respirar conquistado en una dura lucha, sirven hoy de coartada para justificar una incierta transición a la democracia que se está muriendo en los bajos fondos del Palacio.

Un «nuevo Marruecos» enfermo

Cuando falta menos de un mes para las elecciones parlamentarias anticipadas [celebradas el 25 de noviembre], estamos asistiendo a una vida política de nivel cero. Un ejemplo entre muchos: el matrimonio del conejo con la carpa, en forma de una improbable coalición de partidos con ideologías diferentes, se promueve como ideal. ¡Qué triste!

Sí, no hay duda: bajo el barniz de las apariencias, el «nuevo Marruecos» está enfermo. La sociedad de la desconfianza, la dejadez de las élites y la vaciedad del pacto monárquico son males que impiden al reino construir un proyecto de sociedad democrática y encontrar un lugar satisfactorio en el sistema global. La carencia crónica de herencia política, el aumento del integrismo y de la intolerancia, la persistencia de la pobreza y la marginación de ciertos sectores de la identidad acentúan la esclerosis de un modelo social erigido sobre los fundamentos del feudalismo y el consumismo.

Existe un único remedio: poner fin a la sacralidad y la supremacía del trono sobre las instituciones, romper los lazos de cortesanos entre las élites y el Palacio, afirmar la ciudadanía marroquí. En una palabra: salir del ‘majzen’, este sistema de gobierno carcomido que perpetúa lo arcaico. Pero, ¿quién tendrá el coraje de seguir sus convicciones?

Traducción del francés: Rachel Santana Falcón