Crítica

Una casilla en blanco

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos

Leonardo Sciascia

Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel

sciascia_raymondrousselGénero: Ensayo
Editorial: Gallo Nero
Páginas: 112
ISBN: 9788493793241
Precio: 8 €
Año: 1971 (2010 en España)
Idioma original: italiano
Título original: Atti relativi alla morte di Raymond Roussel
Traducción: Julio Reija

Si ustedes tienen previsto pasar por Madrid antes del próximo 27 de febrero, no dejen de visitar la exposición que el Museo Reina Sofía dedica estos días a Raymond Roussel. Muchos descubrirán allí a uno de los escritores más extravagantes de todos los tiempos, capaz de escribir una novela como Locus Solus, sostenida sobre juegos de palabras, afinidades fonéticas y asociaciones arbitrarias, o unas Impresiones de África perfectamente inventadas, para lo cual hubo de olvidar minuciosamente lo que había visto y vivido en sus viajes reales al continente negro.

Roussel fue uno de aquellos ricos herederos de entre siglos, ociosos a tiempo completo, que supieron dilapidar sus fortunas sin renunciar a su curiosidad y al ejercicio de su talento. Su personalidad y su prosa fascinaron, entre otros, a Michel Leiris, a Michel Foucault, a John Ashbery y a nuestro Enrique Vila-Matas, que no desaprovecha ocasión para reivindicarlo. A él se acercó también Leonardo Sciascia, no tanto por afinidades literarias como por un hecho muy significativo: la muerte del parisino en un hotel de Palermo, el 14 de julio de 1933, en oscuras circunstancias.

Sciascia llega a este misterio de un modo casual: le piden que consiga el certificado de defunción de Roussel

Sciascia llega a este misterio de un modo casual: un estudioso francés le pidió que le consiguiera el certificado de defunción de Roussel, pero al obtenerlo le llamó la atención que la casilla “causa de la muerte” hubiera quedado en blanco. Esto animó al escritor siciliano a iniciar una serie de pesquisas que, siguiendo la fórmula de novela-investigación, o relato-encuesta (el original ‘racconto-inchiesta di ambiente giudiziario’ de Manzoni), da lugar a un nuevo concentrado de literatura, historia, política y crimen. ¿Alguien da más en medio centenar de páginas?

Publicada en España por Bruguera en los primeros ochenta, conjuntamente con En tierra de infieles, estas Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel ven la luz de nuevo, ahora como título exento, en una coqueta y muy portátil edición de Gallo Nero, sólo empañada por algunas lamentables faltas de ortografía. Una verdadera lástima, porque tanto las notas como el posfacio de Julio Reija responden a un mimo y una diligencia de los que el corrector de pruebas ha carecido.

Al margen de estos accidentes, el relato reconstruye con precisión la agonía de Roussel en el palermitano Grand Hotel des Palmes, un establecimiento de estilo Liberty en pleno centro de la ciudad donde al parecer Wagner remató su Parsifal. En la habitación 224, ajeno al tráfago de la capital, encontramos al padre de Locus Solus física y mentalmente degradado, acosado por tentaciones suicidas.

La sospecha se le convierte en reclamo irresistible: que el deceso de Roussel pudiera ser un crimen impune

En ese escenario aparece la figura de una dama con la que Roussel podría tener algo más que una sana vecindad, un camarero al que no se le escapa un detalle, un chófer más bien torvo, un médico de hotel que conocía la inclinación del huésped por los barbitúricos… Y todos estos ingredientes de novela de Agatha Christie acabarán reunidos alrededor del ilustre cadáver de Roussel.

¿Qué atrajo a Sciascia de este caso sin resolver? ¿Sólo el hecho de que un escritor famoso muriera tan cerca, en el corazón de su querida Palermo? ¿La simple curiosidad de una incógnita por despejar? ¿O la antigua simpatía que el siciliano profesó siempre hacia Francia y su cultura?

Tal vez influyera todo eso, pero sobre todo una sospecha que se le convierte en reclamo irresistible: que el deceso de Roussel pudiera ser un crimen impune. Y la impunidad para él, como bien supo ver Federico Campbell en La memoria de Sciascia (1989), está siempre estrechamente vinculada con el poder, y en la sumisión de la justicia al poder. En este caso, la justicia chapucera e interesada del fascismo en aquel tórrido verano de 1933; pero podría haber sucedido en tantos lugares y épocas que no es exagerado hablar de lacra universal.

En la mencionada exposición del Reina Sofía, el visitante encontrará, junto a cuadros de Dalí o Max Ernst, manuscritos y objetos diversos, cosas tan curiosas como un vídeo de unos indígenas cocinando a un perro o una galleta a medio corromper que el inventor Camille Flammarion le regaló a Roussel. Ni una palabra, prácticamente, de los intentos de Sciascia por esclarecer qué hubo detrás de la sobredosis que acabó con él. Temo que, para cuando quieran reparar este error, los culpables se encuentren ya demasiado lejos.

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