Reportaje

La ortodoxia contra la mujer

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 11 minutos
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Ultraortodoxos bloquean un bus en Jerusalén (2012) | © Carmen Rengel

Jerusalén | Enero 2012

¿Dónde están las fuertes mujeres de Israel que fundaron el estado, las que cogieron el fusil, labraron su tierra, revolucionaron su ciencia? Al fondo del autobús, en la última cola del supermercado, en las grises oficinas de las Fuerzas Armadas, escondidas para no pervertir al hombre y arrastrarlo al pecado.

Lo que puede parecer una afirmación exagerada es una realidad cada día más evidente no sólo en Jerusalén, la capital santa donde todo pasa por el tamiz de la religión, sino en ciudades medias del país, en el interior, donde el sectarismo gana terreno siempre en detrimento de la mujer.

Una cadena de agresiones, insultos y humillaciones, concentrada en el último mes y medio, ha disparado todas las alarmas: lo que parecía un problema minoritario no era sino una realidad que pocos querían ver. Una crisis con doble consecuencia: la acentuación del radicalismo (un ataque lleva a otro, los ánimos encendidos) y la concienciación de las mujeres de su valor, de la igualdad que se pierde por minutos, y de la necesidad de pelea.

La gota que colmó el vaso fue la agresión a Naama Margolis, el 22 de diciembre. Esta niña de ocho años iba camino del colegio en Beit Shemesh (a unos 40 minutos de Jerusalén) cuando un ultraortodoxo judío se le abalanzó y le escupió al grito de “prostituta”. La acusaba de vestir con “inmodestia”, enseñando tobillos y antebrazos. La secta de los sikrikim, la facción radical de los haredíes a la que pertenece su agresor, lo entiende como una “provocación”.

Naama, además de ser una pequeña inocente de familia practicante, es una norteamericana trasladada a Israel precisamente para vivir la experiencia judía en el “hogar nacional” de su pueblo. Lo último que desea es generar fricción con otro judío.

La agresión a una niña de 8 años ha sido el colmo de las agresiones ultraortodoxas

Su caso podía haber quedado en esa lista soterrada de ofensas a la mujer, de no ser porque un equipo del Canal 2 de la televisión de Israel estaba haciendo un reportaje en su calle y grabó los hechos. Así se identificó al culpable, Meir David Eisenbach, 27 años, libre tras pagar 200 euros de fianza y que ya ha vuelto a Beit Shemesh tras una semana de alejamiento. Fin del castigo. Dice que actuó “por el bien de la pequeña, para protegerla del ansia de los hombres”.

Los sikrikim son una excepción, una minoría, aunque muy llamativa, especialmente en la última década. El Gobierno cree que no llegan ni a 100.000 personas (los ultraortodoxos, como bloque, son cerca del 11% de la población, es decir unos 800.000), pero sus acciones son radicales: obligan a sus mujeres a salir a comprar con mantas sobre la cabeza tipo burka, muchas de sus adolescentes sufren problemas de pigmentación en la piel porque apenas pisan la calle, hacen piquetes para atacar a los que no respetan el shabat…

No son los únicos intransigentes pero sí los culpables, afirma el Ministerio del Interior israelí, de las últimas y más graves agresiones a la igualdad entre hombres y mujeres. Según sus datos, en el último mes 22 hombres han sido detenidos por altercados similares pero sólo nueve han sido procesados.

El caso de la pequeña Naama ha herido tanto a los israelíes que, por primera vez, llevó a que más de 10.000 ciudadanos se manifestaran en su pueblo para reclamar equidad y respeto para ella y su madre (aún aterrorizadas, incapaces de caminar por su barrio) y para todas las féminas del país.

“Beit Shemesh ha pasado de laico a haredí pero no desde el respeto, sino con violaciones intolerables. No podemos permitir que una minoría gane en ciudades mixtas y someta a la otra parte”, dijeron los representantes del Likud y el Laborismo en los discursos de aquella marcha, pero, pese al voluntarismo, el caso de esta localidad se repite por todo Israel y a una velocidad endiablada.

Ely y Sarah Rosenberg, pancarta en mano, explican que se han tenido que ir a otro lugar (Modi’in) porque no aguantaban más. “Que te obliguen a cubrirte, que te veten el paso por una acera o una calle, que te seleccionen en qué caja del súper puedes pagar y en cuál no, que te manden al fondo del autobús porque les provocas… El fallo está en sus ojos viciosos, no en la mujer”, denuncia Sarah, indignada.

Tuvieron que visitar cinco ciudades distintas hasta decidir dónde se instalaban, “porque en todos lados hay cada vez más radicales”. Sus hijos, Ido y Amit, son mayores, “independientes y fuertes”, con capacidad para obviar la presión de la religión, pero el cansancio ha podido más. “Yo estaba aterrada cuando iba a comprar por mi zona. ¿Hay derecho? Bastante sufrieron nuestros antepasados, perseguidos por ser diferentes. Nosotros venimos de Irán e Israel nos dio la libertad de culto y pensamiento. ¿Ahora van a venir estos a destrozarla, a decirme que valgo menos que mi esposo?”, reta.

«El fallo está en los ojos viciosos de los radicales, no en la mujer»

El primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha insistido en que atentar contra la igualdad “va contra los principios fundamentales del judaísmo” y ha prometido acelerar la ley que castiga con tres años de cárcel a quien incite o excluya directamente a las mujeres, una norma en fase de estudio en la Knesset. También ha anunciado contactos con los principales rabinos, pero no les hace ni un reproche ante su silencio.

No es sólo que callen ante el ataque a Naama: es que tras aquel vinieron escupitajos a jóvenes maquilladas en Lod, gritos de “puta” a chicas soldado de uniforme en el centro de Jerusalén, empujones a adolescentes en vaqueros en Tiberias. Y nadie se atreve a hablar, cuando lo que dijeran muchos de esos rabinos tendría valor de ley para determinados fanáticos.

La movilización social da sus frutos en el plano de la vigilancia, con medidas como la del alcalde de Beit Shemesh, del partido ultrareligioso Shas (aliado en el Ayuntamiento con los laboristas), la campaña “Ciudad sin violencia”, mediante la cual ha instalado 400 cámaras de seguridad para intimidar a otros posibles fanáticos.

También allí (y en zonas de Holon o en el asentamiento de Maale Adumin) han comenzado a retirarse los carteles que piden a las mujeres que salgan de casa sólo en caso de urgencia o que marcan las aceras que son únicamente para hombres, sobre todo en zonas cercanas a sinagogas. “Decir que es para cuidarnos de la gente enferma o impura, como las mujeres, como alegan algunos radicales, es negar el valor sagrado de la mujer y la necesidad que de ella tiene el hombre para crear su familia y ampliar el pueblo judío. La mujer es valiente, trabajadora y encantadora, un regalo que no podemos rechazar ni violentar”, replica el rabino Levi Weiman-Kelman, a cargo de a congregación Kehilat Kol Hanesha del barrio jerosolimitano de Bak’a.

Netanyahu promete leyes contra la discriminación pero no hace reproches a los rabinos

Uno de los “atentados contra la igualdad” más comunes en Israel es la norma no escrita de que las mujeres deben sentarse en la parte trasera del autobús y nunca junto a un hombre que no sea su esposo.

Son mayoría las líneas en las que nadie lo cumple, pero es un fenómeno creciente y que se extiende a otros espacios: se han intentado crear vagones segregados en el tranvía de Jerusalén, hay supermercados con cajas separadas para hombres y mujeres en cadenas enormes como Rami Levy, lo mismo que hay ambulatorios con dos entradas diferenciadas para que nadie se roce con quien no debe, se han incrementado un 15% en el último lustro el número de escuelas exclusivas para chicos o chicas y se han abierto cuatro playas segregadas en la costa, en la que hombres y mujeres se bañan en días alternos, en horas alternas o directamente separados de una valla de madera bien tupida.

En la ciudad santa, donde más se aplica la separación en autobuses, hay líneas como la 1, la 2, la 34 y la 38 (que llevan al Muro de las Lamentaciones), donde ni ser turista excluye de la segregación. Ya se lo recuerdan los ultraortodoxos a quien no lo sepa. “Tú, atrás”. Se entra por la puerta trasera, donde hay máquinas especiales para picar el billete, de forma que ni se dan los buenos días al conductor.

Las mujeres suelen agachar la cabeza, mansas o enfadadas, y tragar. Hay mucho cansancio acumulado, muchos incidentes previos, muy pocas ganas de pelear. Pero dentro de estas semanas críticas para la igualdad también ha habido luz en estos autobuses de la vergüenza. Es el caso de Tanya Rosenblit, quien el 18 de diciembre viajaba en un autobús de línea, desde Ashdod hasta Jerusalén cuando un hombre ultraortodoxo subió en una parada y, al verla, le ordenó que se levantara de su asiento delantero y se fuera atrás.

Tanya se negó, mientras el haredí la insultaba e impedía que el conductor arrancara. Llegó la policía, pero Tanya se mantuvo firme. Al final, todos los ultras menos uno subieron, se sentaron lejos de la chica y el coche partió.

Mujeres en la parte de atrás de un bus, cajas segregadas en el supermercado…

La historia, difundida en Facebook, convirtió en una Rosa Parks a la israelí. Alentada por su ejemplo, otra joven, haredí ella misma, Yojeved Horovitz, hizo lo propio dos días después, negándose a sentarse en la parte de atrás de un autobús, “porque no lo dice la Torá en ningún sitio”, lo que provocó una violenta pelea con los radicales. Ganó Yojeved.

La discriminación también ha llegado al Ejército. En otoño, unos soldados religiosos abandonaron un concierto en una base porque las que cantaban eran dos chicas. “La voz femenina es una tentación”, alegaron.

El episodio se ha repetido varias veces y las Fuerzas Armadas acaban de ordenar que se sancione a quien se marche, siempre que sea un acto oficial. En los no oficiales han “reducido” la intervención de la mujer, con lo que los radicales, en el fondo, han ganado.

Hubo otro episodio de segregación musical en octubre, cuando la Orquesta Andalusí de Israel eliminó de su programa de conciertos a la solista Françoise Atlan, francesa sefardí, porque sus abonados amenazaron con cancelar sus suscripciones si había una mujer cantando.

Ahora es la compañía de danza Kolben, con base en Jerusalén, la que está en el punto de mira: ha reformado el edificio de su academia y ahora permite que, desde la calle, se vean los ensayos, bailarinas incluidas.

Surgen grupos de apoyo a la mujer en las redes sociales, pero lo cierto es que en ciudades más conservadoras como Jerusalén ellas pierden la batalla. Incluso la de la visibilidad, con decisiones como las de la firma de ropa Honigman de poner sólo fotos de brazos de mujeres portando bolsas de la marca para evitar que salgan rostros, cuellos, piernas… Frente a ellos, las tiendas de Fox lucen a la modelo Bar Rafaeli.

Hacer carteles de anuncios con mujeres sale más caro, por los ataques que pueden sufrir

Pero es la excepción en la ciudad santa, donde los autobuses con mujeres en anuncios son vandalizados, donde los carteles de las marquesinas aparecen pintados, censurados, donde las compañías de vallas publicitarias exigen fianzas de entre 6.000 y 10.000 euros a quien quiera poner mujeres, en previsión del daño que sufrirán los soportes cuando sean atacados, donde hasta una ONG dedicada a la prevención del cáncer de mama ha tenido que eliminar su campaña, en la que salían señoras con jersey de cuello alto y hasta sombrero.

“Pasa en zonas focalizadas, pero la mancha de aceite se extiende cada vez más y si no lo paramos, perderemos el país”, decía en la manifestación de Beit Shemesh la joven Sheila Mayer, militante del partido Meretz.

El debate popular va de la prensa progresista como el Haaretz, que llama “pedófilo” a quien escupió a la escolar, hasta los ultras que insisten en el desprecio a la mujer. Entre ambos extremos, mucho israelí sensato dispuesto a no dejar que se traspasen más líneas rojas.