Reportaje

El pueblo del agua se ahoga

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 11 minutos
Mandeos a orillas del Tigris en Bagdad (Enero 2012)  | ©  Karlos Zurutuza
Mandeos a orillas del Tigris en Bagdad (Enero 2012) | © Karlos Zurutuza

«Diría que quedamos alrededor de 5.000 en todo el país, pero si me lo pregunta la semana que viene, puede que no lleguemos ni a 3.000», afirmó con palpable angustia un dirigente de la comunidad mandea en Basora, la metrópolis del sur de Iraq. «Tras 20 siglos de historia en Mesopotamia, estamos a punto de desaparecer», testimonia el presidente del Consejo Mandeo de Basora, Saad Majid Atiah.

El centro de la comunidad en esta sureña ciudad petrolera, donde se realiza la entrevista, tiene las paredes cubiertas de fotos de fieles con túnicas de color blanco celebrando bautismos colectivos en el río. Apodados «los cristianos de San Juan» por los portugueses que llegaron a Basora en el siglo XVII, los mandeos reconocen a San Juan Bautista como la figura central de su culto, al tiempo que, en contradicción con el apodo recibido, consideran a Jesucristo un traidor y falso mesías.

Su rito principal es el bautismo, que llevan casi 2.000 años celebrando a orillas de los ríos Tigris y Éufrates. Todos sus ritos están muy unidos al agua, símbolo de purificación, por lo que también se les conoce como «el pueblo del agua». No sorprende que se han asentado durante milenios siempre en las riberas fluviales.

Los mandeos llevan muchos siglos practicando sus bautismos en los ríos Tigris y Éufrates

«Los tiempos de Sadam Husein (1979-2003) también fueron duros para nosotros, pero nuestra gente emigraba entonces por motivos principalmente económicos», cuenta Atiah. «Pero después de 2003, y tras el brutal acoso de los islamistas radicales, nuestra gente empezó a huir en masa a Kurdistán, a Siria, a Europa», se lamenta. A su espalda, un trozo de tela blanca y una rama de olivo cuelgan de una cruz. Es la ‘drabsa’, una suerte de «bandera» religiosa mandea, símbolo del mundo de la luz.

Según un informe de febrero de 2011 de Human Rights Watch, un 90 por ciento de los mandeos ha muerto o abandonado Iraq desde la invasión en 2003, dirigida por Estados Unidos en alianza con Gran Bretaña. El drama alcanzó tal dimensión que los mandeos han pedido repetidamente la evacuación al completo de su pueblo. Sin ir más lejos, el cabeza del culto, el jeque Sattar Jabbar Hulu, reside actualmente en Australia.

Por el momento, Mazin Naif Rahim, quien sin llegar a los 30 años ya es el líder espiritual local de los mandeos, reside todavía en su Basora natal. «Hasta 1991 conducíamos nuestro rito en el río, pero la falta de seguridad y la contaminación nos han obligado a improvisar nuestro culto en estos pequeños pozos dentro de nuestros templos», explicó Rahim, con una sonrisa entre la vergüenza y la autocompasión. Según dice, la municipalidad de Basora sigue negándoles un terreno junto al río, algo que pesa aún más ante la inminente celebración de un importante evento religioso mandeo.

Religión mandea

Aparentemente, la fe mandea es una continuación de los movimientos gnósticos presentes en todo el Mediterráneo e Irán alrededor del inicio de la era cristiana. Mantiene una cosmogonía dualista, con reminiscencias del zoroastrismo, que describe una lucha entre la luz y la oscuridad. Otro elemento gnóstico es la presencia del demiurgo Ptahil, el dios creador, de rango menor que el todopoderoso dios de la luz.

La veneración de Juan Bautista, considerado el mayor maestro espiritual, emparenta a los mandeos con el cristianismo, aunque sostienen que su religión es más antigua y deriva directamente de Adán. El libro santo, Ginza Raba, es un compendio de historias, oraciones y tratados teológicos. Además existen libros de rezos como la Qolusta.

La purificación mediante agua corriente es un elemento fundamental de la religión: puede consistir en bañarse, beber el agua del río o sumergir en él a cualquier animal antes de sacrificarlo. El rito más importante es el bautismo, que se realiza de forma pública y colectiva en determinados días del año. Hombres y mujeres se visten de blanco para la ocasión y se sumergen en el río.

«El 17 de marzo celebramos durante cinco días la ‘pronaya’, la creación del mundo de la luz. ¿Le parece este un lugar apropiado para ello?», pregunta Rahim, antes de enseñar el «tesoro de Dios» o Ginza Raba. Se trata de su libro sagrado, escrito en la variante mandea del arameo y en su propio alfabeto, una versión del alfabeto arameo, aunque con un aspecto algo distinto.

El mandeo, la lengua santa de esta comunidad, hoy sólo se emplea para fines litúrgicos, y los fieles hablan árabe iraquí, aunque en Juzestán, la región iraní vecina a Basora, aún hay grupos que hablan neomandeo, una variante del arameo moderno.

«Hemos traducido el libro al árabe porque entre los musulmanes corría el rumor de que incitaba a la apostasía», explica Rahim. «De esta forma queríamos mostrar que nosotros también creemos en un único Dios, que rezamos y practicamos el zakat (la caridad)», acota.

Pero todo esfuerzo parece ser insuficiente ante una discriminación que se extiende prácticamente a todos los ámbitos. «Con su expediente académico, mi hijo podría optar a un buen puesto de ingeniero en la industria petroquímica local, pero está sin empleo desde que se graduó hace tres años», se quejó Tahsin, un mandeo basorí. «Los mejores puestos se reservan para aquellas familias que perdieron algún miembro en la guerra contra Irán (1980-1988) o durante la represión de Sadam. Los privilegios son para aquellos que tienen ‘mártires’, y los nuestros no cuentan según sus preceptos», denuncia.

Convertirse o morir

Son cinco horas en automóvil para llegar desde Basora a Bagdad, a una distancia de 550 kilómetros.Se trata de un recorrido que remonta el curso del Tigris y el Éufrates, por una rectilínea carretera en la que se encadenan camiones cargados de petróleo y vehículos con ataúdes en el techo, rumbo a Nayaf. Esa localidad, a unos 160 kilómetros al sur de la capital, es el lugar en el que sueña ser enterrado todo chií.

Ya en Bagdad, los puntos de control se multiplican a medida que nos acercamos al centro principal de los mandeos en el barrio de Qadisiyah, en la orilla occidental del Tigris. Se trata de un auténtico cuartel general protegido por efectivos del Ministerio del Interior y rodeado de muros de cemento. Desde ahí, Toma Zekhi, presidente del consejo bagdadí, aporta más claves sobre la persecución endémica que sufre su pueblo.

«Religión y etnia van de la mano en Iraq y así lo recoge la Constitución»

«No se trata de persecución por motivos únicamente religiosos», explicó este hombre de espeso pelo blanco y bigote recortado. «Tradicionalmente, los mandeos hemos sido artesanos del oro y la plata, algo que se ha convertido en una pesadilla dado los niveles de delincuencia durante los últimos años». Un informe de la organización humanitaria Amnistía Internacional de abril de 2010 corrobora las palabras de Zekhi respecto de lo peligroso que resulta ser joyero en el Iraq después de Saddam.

Zekhi decidió quedarse, pero la mayoría huyó tras recibir misivas del tipo «Conviértete o muere», algo igualmente recurrente entre la diezmada población cristiana local. Si bien es cierto que los ataques han disminuido en los últimos tres años, el camino hacia la convivencia entre los pueblos de Iraq sigue sin despejarse.

«Religión y etnia van de la mano en Iraq y, desgraciadamente, así se recoge en la Constitución», explica el profesor universitario Saad Salloum, editor jefe de Masarat, la única revista de Iraq especializada en minorías. «A los mandeos se les incluye a menudo en el subgrupo de ‘cristianos y otras etnias’, con lo cual pierden privilegios como son las cuotas de representación tanto en el parlamento como en las administraciones locales», matiza Salloum en su despacho en el centro de Bagdad.

De poco ha servido que durante siglos, los mandeos se hayan hecho llamar también ‘sabeos’, un nombre bajo el que siguen siendo conocidos en Iraq y que aparece tres veces en el Corán. El libro santo musulmán equipara a sabeos, cristianos, judíos y musulmanes como «religiones del Libro», lo que los convierte en creyentes que podrán ir al paraíso. Pero en la actual coyuntura de enfrentamiento sectario, también los cristianos —hace décadas que apenas quedan unas pocas decenas de judíos ancianos— se ven sometidas a campañas de persecución, intimidación y asesinato.

Orfebres

En su pequeña tienda-taller en el barrio de Karrada, en el sureste capitalino, Hassam Sapty Zarun graba con esmero en un medallón de plata una abeja, un león y un escorpión a los que rodea una serpiente. Se trata de un amuleto que, según la tradición mandea, protege del mal. «La nuestra es una tradición familiar que se remonta 400 años atrás. Todos hemos trabajado el oro y la plata con nuestras propias manos», dijo el último de una ilustre saga de orfebres.

Si bien el artesano sigue usando exactamente los mismos instrumentos que su abuelo, Hassam Sapty dejó de mirar al Tigris con nostalgia desde que se convirtió al islam hace algunos años. Y un miembro converso está perdido para siempre para la comunidad: es imposible recuperar la condición de mandeo, una vez perdida. Igual de imposible es convertirse al mandeísmo. Sólo los hijos nacidos de padre y madre mandea cuentan como miembros, de ahí que el matrimonio constituya un elemento esencial de la organización social.

Casarse con alguien que no pertenezca a la religión es motivo de expulsión. Esto hace que las comunidades en el extranjero se diluyan pronto en la sociedad de acogida, si no quieren formar guetos endógamos. Aun en el improbable caso de que se apliquen medidas urgentes de protección a los mandeos en Iraq, puede que los motivos que orfebres como Hassam graban en plata negra sean pronto el último vestigios de una cultura milenaria a punto de diluirse para siempre.

El exilio kurdo

Ante la persecución desatada por grupos fanáticos en todo el sur de Iraq – sigue siendo un misterio con qué fin se ha lanzada esta campaña de «limpieza religiosa» y quién la financia -, numerosas familias mandeas han encontrado refugio en el Kurdistán iraquí, la única zona del país sin atentados y relativamente segura.

Existe un santuario mandeo cerca del barrio cristiano de Ainkawa, en la periferia norte de Erbil, la capital del Kurdistán autónomo. En su interior alberga una minúscula piscina, poco más que una solución de emergencia, ya que un auténtico mandá o templo mandeo siempre debe situarse al lado de un río o arroyo. Ante la fachada se yergue la cruz con el manto blanco de Juan Bautista, labrada en piedra, sobre una minúscula piscina.

Aunque se sienten vinculados a sus origenes y lamenten la desaparición de una rica tradición espiritual, muchos miembros de la comunidad mandea en Iraq y en el exilio forman parte de la sociedad moderna y viven de forma laica, sin observar ritos concretos. Los templos, lejos de un río verdadero, cumplen aún la función de centro social… y recuerdan la voluntad de no desaparecer.

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