Opinión

Arrasando barreras

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Israel| Enero 2012

 “Israel no tiene política exterior, sólo política interior”, resaltó una vez Henry Kissinger.

Probablemente esto haya sido más o menos verdad en todos los países desde el advenimiento de la democracia. Pero en Israel parece ser aún más verdad. (Irónicamente, se podría incluso decir que Estados Unidos no tiene política exterior, sólo una política interior israelí.)

Para entender nuestra política exterior, tenemos que mirarnos en el espejo. ¿Quiénes somos? ¿Cómo es nuestra sociedad?

En una caricatura clásica , bien conocido por todo israelí veterano, dos árabes se encuentran en la orilla, observando un barco lleno de pioneros judíos rusos que reman hacia ellos. Maldicen: “¡Que vuestra casa sea destruida!”

Cada nueva oleada de inmigrantes se recibe con hostilidad por quienes llegaron antes

A continuación, las mismas dos figuras, esta vez pioneros judíos rusos, se encuentran en el mismo lugar, lanzando maldiciones contra un barco lleno de inmigrantes yemenitas.

A continuación son dos yemenitas los que maldicen a unos refugiados judíos alemanes que huyen de los nazis. Después, dos judíos alemanes maldicen a un grupo de marroquíes. Cuando se publicó por primera vez, esa era la última escena. Pero ahora, uno puede sumar dos marroquíes maldiciendo a los inmigrantes de la Rusia soviética, y después dos rusos maldiciendo a los judíos etíopes, los últimos en llegar.

Esto también puede ser verdad para todos los países de inmigrantes, desde Estados Unidos hasta Australia. Cada nueva oleada de inmigrantes se recibe con desdén, desprecio e incluso abierta hostilidad por parte de los que llegaron antes que ellos. Cuando yo era un niño a principios de los años 30, solía oír a la gente gritándoles a mis padres “¡Volved con Hitler!”

Entonces, el mito dominante aún era el del “crisol de las razas”. Todos los inmigrantes serían arrojados al mismo recipiente y serían purificados de sus rasgos “extranjeros” hasta emerger como una nueva nación uniforme, sin rastro de sus orígenes.

Este mito murió hace algunas décadas. Israel es ahora un tipo de federación de varios bloques demográfico-culturales importantes que dominan nuestra vida social y política.

Están los asquenazíes, los orientales, los religiosos, los “rusos” y los árabe-palestinos

¿Quiénes son? Están 1) los viejos asquenazíes (judíos de origen europeo); 2) los judíos orientales (o “sefardíes”); 3) los religiosos (en parte asquenazíes, en parte orientales); 4) los “rusos”, inmigrantes de todos los países de la antigua unión soviética; y 5) los ciudadanos árabe-palestinos, que no vienen de ninguna parte.

Esto es, por supuesto, una presentación esquemática. Ninguno de los bloques es completamente homogéneo. Cada bloque tiene varios subbloques; algunos se solapan, hay matrimonios mixtos, pero en general, la imagen es correcta. La diferencia de sexos no juega ningún papel en esta división.

La escena política refleja casi exactamente estas divisiones. El partido laborista era, en sus buenos tiempos, la principal herramienta del poder asquenazí. Sus restos, junto con Kadima y Meretz, son aún asquenazíes. El Israel Beitenu de Avigdor Lieberman está formado principalmente por rusos. Hay tres o cuatro partidos religiosos. Después hay dos partidos exclusivamente árabes, y el partido comunista, que también es principalmente árabe. El Likud representa a la mayor parte de los orientales, aunque casi todos sus líderes son asquenazíes.

La relación entre los bloques es, a menudo, tensa. Justo ahora, todo el país está revuelto porque en Kiryat Malakhi, una ciudad del sur con habitantes principalmente orientales, los propietarios de las casas han firmado un acuerdo para no vender apartamentos a etíopes, mientras que el rabino de Safed, una ciudad del norte con judíos mayoritariamente ortodoxos, ha prohibido a su parroquía que alquile apartamentos a los árabes.

Pero aparte de la división entre judíos y árabes, el principal problema es el resentimiento de los orientales, los rusos y los religiosos contra lo que ellos llaman “la élite asquenazí”.

Dado que fueron los primeros en llegar, mucho antes del establecimiento del Estado, los asquenazíes controlan muchos de los centros del poder (social, político, económico, cultural y otros). En general, pertenecen a la parte más rica de la sociedad, mientras que los orientales, los ortodoxos, los rusos y los árabes pertenecen habitualmente a los estratos socioeconómicos más bajos.

En una ciudad los propietarios han firmado un acuerdo para no vender pisos a etíopes

Los orientales les tienen un profundo rencor a los asquenazíes. Creen, no sin motivo, que han sido humillados y discriminados desde su primer día en el país, y todavía lo son, aunque un gran número de ellos han alcanzado posiciones económicas y políticas elevadas. El otro día, un director de una de las instituciones financieras más importantes provocó un escándalo cuando acusó a los “blancos” (es decir, los asquenazíes) de dominar todos los bancos, los tribunales y los medios. Fue inmediatamente despedido, lo que provocó otro escándalo.

El Likud llegó al poder en 1977, destronando al partido laborista. Con pocas interrupciones, ha estado en el poder desde entonces. Sin embargo, muchos de los miembros del Likud todavía sienten que los asquenazíes gobiernan Israel, dejándoles bastante atrás. Ahora, 34 años después, la oscura ola de legislación antidemocrática impulsada por los diputados del Likud se está justificando con el eslogan “¡Debemos empezar a gobernar!”

La escena me recuerda a una zona en construcción rodeada por una valla de madera. El astuto contratista ha dejado algunos agujeros en la valla, a través de los cuales pueden mirar los viandantes curiosos. En nuestra sociedad, los otros bloques se sienten como desconocidos que miran por agujeros, llenos de envidia de la “élite” asquenazí que está dentro, que tiene todo lo mejor. Odian cualquier cosa que asocian a esta élite: el Tribunal Supremo, los medios de comunicación, las organizaciones de derechos humanos y en especial los grupos a favor de la paz. Todo esto se llama “izquierdista”, palabra curiosamente identificada con la “élite”.

¿Cómo se ha llegado a relacionar la “paz” con los asquenazíes dominantes y opresores?

Odian lo que asocian a la élite: el Tribunal Supremo, la prensa y los grupos a favor de la paz

Esta es una de las grandes tragedias de nuestro país.

Durante siglos hubo judíos que vivían en el mundo musulmán. Ahí nunca experimentaron las horribles acciones cometidas en Europa por el antisemitismo cristiano. La animosidad judía-musulmana comenzó sólo hace un siglo, con la llegada del sionismo, y por razones obvias.

Cuando los judíos de los países musulmanes empezaron a llegar en masa a Israel, estaban arraigados en la cultura árabe. Pero fueron recibidos por una sociedad que profesaba un profundo desprecio hacia todo lo árabe. Su cultura árabe era “primitiva” mientras que la verdadera cultura era la europea. Además, se les identificaba con los musulmanes asesinos. Así que a los inmigrantes se les exigía que se desprendieran de su propia cultura y tradiciones, su acento, sus recuerdos, su música. Para mostrar lo profundamente israelíes que se habían vuelto, tenían que odiar también a los árabes.

Es, por supuesto, un fenómeno mundial que en países con muchas naciones la clase más oprimida de la nación dominante es también el enemigo nacionalista más radical de las naciones minoritarias. En la nación superior se encuentra a menudo la única fuente de orgullo que les queda. El resultado es con frecuencia racismo virulento y xenofobia.

Esta es una de las razones por las que los orientales fueron atraídos por el Likud, el partido para el que el rechazo de la paz y el odio a los árabes son virtudes supremas. Además, al Likud, por haber estado mucho tiempo en la oposición, se le veía como representante de aquellos que estaban “fuera”, luchando contra aquellos que estaban “dentro”. Esto es todavía el caso.

A los inmigrantes se les exigía que se desprendieran de su cultura, acento, recuerdos…

El caso de los “rusos” es diferente. Se criaron en una sociedad que despreciaba la democracia y admiraba a líderes fuertes. Los “blancos”, rusos y ucranianos, despreciaban y odiaban a los pueblos “oscuros” del sur: armenios, georgianos, tártaros, uzbecos y demás. (Una vez inventé una fórmula: “bolchevismo menos marxismo igual a fascismo”.)

Cuando los judíos rusos vinieron para unirse a nosotros, trajeron consigo un virulento nacionalismo, un absoluto desinterés por la democracia y un odio automático hacia los árabes. No pueden entender en absoluto por qué les permitimos a los árabes que se quedaran. Cuando, esta semana, una señora diputada (aunque “señora” puede ser un eufemismo) de San Petesburgo echó un vaso de agua a la cabeza de un diputado árabe del partido laborista, nadie se sorprendió. (Alguien apuntó: “Un buen árabe es un árabe mojado”). Para los seguidores de Lieberman, “paz” es una palabra sucia, al igual que “democracia”.

La parte principal de los tres bloques (oriental, ruso y religioso) es contraria a la paz

Para la gente religiosa de todas las corrientes, desde los ultraortodoxos hasta los colonos nacional-religiosos, no hay problema en absoluto. Desde la cuna aprenden que los judíos son los Elegidos; que el Todopoderoso en persona nos prometió este país; que los ‘goyim’ [no judíos], incluyendo a los árabes, son sólo seres humanos inferiores.

Puede decirse, con mucha razón, que estoy generalizando. Pues sí, pero sólo para simplificar las cosas. Hay de hecho muchos orientales, especialmente de la generación más joven, que son opuestos al ultranacionalismo del Likud, y con mucho motivo, dado que el neoliberalismo de Binyamin Netanyahu (al que Simon Peres una vez llamó “capitalismo cochino”) está en directa contradicción con los intereses básicos de su comunidad. Hay también mucha gente religiosa decente y liberal que ama la paz (Yeshayahu Leibovitz por ejemplo.) Algunos rusos están dejando gradualmente su gueto autoimpuesto. Pero estas son pequeñas minorías en sus comunidades. La parte principal de los tres bloques (oriental, ruso y religioso) está unida en su oposición a la paz, y en el mejor de los casos, indiferente a la democracia.

Todos estos juntos constituyen la derecha, la coalición anti-paz que gobierna ahora Israel. El problema no es sólo una cuestión política. Es mucho más profundo, y mucho más sobrecogedor.

Alguna gente nos culpa al movimiento democrático por la paz, por no reconocer el problema a tiempo, y por no hacer lo suficiente para atraer a los miembros de los diferentes bloques hacia los ideales de paz y democracia. También, se dice, no enseñamos que la justicia social está inseparablemente conectada a la democracia y la paz.

El movimiento de protesta social del verano unió a asquenazíes y orientales

Debo aceptar mi parte de culpa por este error, aunque puedo señalar que intenté mostrar la relación desde el principio. Les pedí a mis amigos que concentrásemos nuestros esfuerzos en la comunidad oriental, que les recordásemos las glorias de la “era dorada” judía-musulmán en España, el impacto de los científicos, poetas y pensadores religiosos musulmanes y judíos a través de los siglos.

Hace algunos días, me invitaron a dar una conferencia en la Facultad para los estudiantes de la Universidad Ben Gurion en Beerseva. Describí la situación más o menos en la misma línea. La primera pregunta de la gran audiencia, formada por judíos, tanto orientales como asquenazíes, y árabes, especialmente beduinos, fue: “Entonces, ¿qué esperanzas hay? Con esta realidad, ¿cómo pueden ganar las fuerzas de la paz?”

Respondí que pongo mi confianza en la nueva generación. El gran movimiento de protesta social del pasado verano, que erupcionó tan de repente y arrastró a cientos de miles, mostró que sí, que puede ocurrir aquí. El movimiento unió a asquenazíes y orientales. Las ciudades-tienda proliferaron en Tel Aviv y Beerseva, por todas partes.

Nuestro primer trabajo es romper las barreras entre los bloques, cambiar la realidad, crear una nueva sociedad israelí. Necesitamos algo que arrase.

Sí, es un trabajo de gran magnitud. Pero creo que podemos hacerlo.

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