Entrevista

Boualem Sansal

«Tengo más miedo al gobierno: los islamistas sólo pueden matarte»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 13 minutos
Boualem Sansal |  © Catherine Hélie / Ed. Gallimard (cortesía Alianza)
Boualem Sansal | © Catherine Hélie / Ed. Gallimard (cortesía Alianza)

“Este país no es ni una república, ni una isla, ni una base lunar, sino la peor ratonera del mundo”. Así de crudamente define Boualem Sansal (Theniet El Had, Tissemsilt, 1949)  a su país, Argelia, en El juramento de los bárbaros (Alianza), la primera de sus novelas que ve la luz en España. Este título, que fue reconocido con el premio Premier Roman y el Tropiques, estuvo a punto de ser adaptado para el cine por Jorge Semprún, con Costa-Gavras como director.

Recientemente galardonado con el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, este ingeniero y doctor en Economía que llegó a ser alto funcionario del Ministerio de Industria cayó en desgracia a causa de sus implacables críticas al sistema argelino, cuya corrupción generalizada denuncia sin paliativos, y vive amenazado por los islamistas radicales. Ello no le ha impedido seguir viviendo en Boumerdès, a 45 kilómetros de Argel. Responde al cuestionario de M’Sur vía correo electrónico.

Autor de ficciones como Le village de l´allemand  o Rue Darwin, y ensayos como Petit éloge de la mémoire, su compromiso con la realidad que le ha tocado vivir sólo es comparable con su compromiso con el lenguaje, que discurre en una prosa rica y de ritmo avasallador.

En su novela El juramento de los bárbaros, usted describe un panorama de corrupción moral total. ¿Ya no hay nada sano en Argelia?
Cuando la podredumbre prende en alguna parte, se expande y destruye todo. Sólo la amputación puede pararla. El mal de Argelia tiene tres cabezas: el régimen, los islamistas y la ignorancia en la que el pueblo ha sido hundido por un régimen que le cierra todos los horizontes y un islamismo que incluso le impide pensar. Estas tres cabezas hay que cortarlas a la vez, si no, nunca habrá una democracia, sino dictaduras más o menos laicas, más o menos integristas.

Una panorama difícil.
Argelia sufre la dictadura desde hace 50 años, y desde 1991 ha vivido una guerra civil que es un horror absoluto. ¿Qué elemento sano puede resistir algo así? Vivir en la marginalidad o emigrar son las únicas soluciones para quienes quieren escapar de la podredumbre general.

Da la impresión de que la Argelia de hoy es el resultado de una democracia frustrada cuando apenas estaba dando sus primeros pasos, pero, ¿en qué momento se truncó ese proceso? ¿Antes o después de las urnas?
Nunca hubo proceso democrático. Hubo una ficción de proceso democrático, un juego del poder que consistía en crear la ilusión, sobre todo a ojos de la opinión internacional. Frente a las revueltas de octubre de 1988, que casi habrían arrasado con él como un tsunami, el régimen se ha adaptado y ha puesto en marcha una estrategia que consistía en hacer todas las reformas posibles (multipartidismo, economía del mercado, libertad de información…) y de hacer todo por detrás para que los argelinos las detesten.

¿Lo ha conseguido?
Lo ha conseguido: hoy el país está cerrado como nunca lo ha estado. Desde luego hay un multipartidismo, una economía de mercado y una prensa privada independiente, pero es un multipartidismo de fachada, compuesto por partidos creados de la nada sin anclaje en la sociedad, es una economía de mercado en mano de las oligarquías cercanas al régimen y es una prensa privada que el gobierno lleva de la correa.

¿Encuentra aspectos paralelos respecto a las recientes elecciones de Túnez o Egipto?
Son muy similares. La situación de los pueblos es idéntica en todo el mundo árabe: viven en la miseria, se les mantiene en la ignorancia y la servidumbre, se les entrega al islamismo y a sus promesas del paraíso. Votar a los islamistas es algo natural para ellos. Los poderes han elegido favorecer a los islamistas. Una transición por el islamismo les viene bien, porque, uno, deriva la atención del pueblo hacia los islamistas, dos, permite romper el ímpetu revolucionario de los pueblos y tres, permite enviar a Occidente un mensaje que dice: apoyadnos o sufriréis las consecuencias.

En la novela, usted parece dar la razón a quienes creen que los actos terroristas en Argelia son a menudo obra de los servicios secretos. El escritor Yasmina Khadra asegura que son rumores totalmente falsos. ¿Puede darnos más detalles?
El “Quién mata a quién” ha alimentado innumerables y muy intensos debates en Argelia y en todo el mundo. Responder a esta pregunta con precisión es hoy por hoy imposible. Habría hecho falta una comisión de “Verdad y Justicia” como se ha hecho en otros sitios. Pero las leyes de la concordia civil y la reconciliación nacional de Bouteflika prohíben expresamente hacer referencia a esta guerra civil que la ley describe con el vago término de “tragedia nacional”. Sin ese trabajo de de búsqueda de la verdad, lo único que permite reconstruir la república y dar a la gente el medio de reconstruirse psicológicamente, sólo se pueden hacer conjeturas.

¿Y qué conjeturas hace usted?
Lo que sabemos es que es el poder el que ha provocado esta guerra, interrumpiendo las elecciones ganadas por el FIS en 1991, deteniendo a sus principales dirigentes y reprimiendo las manifestaciones islamistas que marchaban por Argel para reclamar sus derechos. Aparentemente quiso esta guerra para aparecer como el salvador de la república y justificar así el que se mantenga en el poder. Por lo demás, cada uno juzga en función de lo que sabe, de lo que ha visto, lo que ha oído decir y leído.

Y según ha visto y oído usted…
Mi convicción es que el poder ha utilizado todos los medios ilegales posibles e imaginables: las detenciones masivas, las deportaciones al sur, la tortura, los secuestros, las ejecuciones sumarias de grupos enteros o de individuos, la creación de grupos armados islamistas para crear una contraguerrilla, la propaganda, el fraude etc.

¿Los abusos y los crímenes los habría cometido el ejército?
Yo no lo creo. El ejército argelino es un ejército de reclutas, está atravesado por las mismas corrientes de pensamiento que la sociedad, y por eso sus jefes evitaron implicarse en las operaciones en el terreno porque había un riesgo de que este ejército se dividiera y entrara en guerra consigo mismo y contra sus jefes.

¿Quién, pues?
Los crímenes de los que hablamos son productos de comandos constituidos a menudo por criminales reincidentes, voluntarios, mercenarios, allegados a los servicios secretos, la policía, algunos jefes del ejército (entre ellos el general [Khaled] Nezzar, entonces ministro de Defensa, que ahora ha sido interrogado en Suiza por una acusación de crímenes contra la humanidad) y del ministerio de Interior. Esto es una convicción ampliamente compartida en Argelia y en el extranjero.La naturaleza malhechora del régimen argelino es algo conocido y demostrado. La represión que ha ejercido en la Cabilia, donde ha matado, torturado, masacrado y destruido, y la que despliega hoy para impedir manifestaciones legítimas y pacíficas son pruebas añadidas irrefutables.

Usted, escritor de un país que se define como “árabe”, escribe en francés.
Argelia es un país plural. A lo largo de su historia ha hablado todas las lenguas del Mediterráneo: púnico, latín, árabe, turco, español, francés. Hoy día, su patrimonio lingüístico se compone del bereber, del árabe clásico, el dariya y el francés. Casi la totalidad de la literatura argelina está escrita en francés y en lo esencial publicada en Francia.

¿Es por un motivo político, emocional, práctico…?
A mi juicio, nosotros escribimos en francés y publicamos en Francia porque tenemos más facilidad en francés y en Francia. La pelea de las lenguas a perdido gran parte de su virulencia en Argelia y cada vez más se utiliza una u otra lengua sin dar demasiado por supuesto y sin prejuicios. Hoy se desarrolla una literatura en árabe, en bereber, incluso en dariya. Esto es señal de que la guerra lingüística se ha aplacado, incluso con los islamistas que hace unos años juraban muerte a quienes hablaran una lengua distinta del árabe.

En Marruecos hay quienes piden estandarizar el dariya, el árabe magrebí, como lengua literaria; el marroquí Yossouf Elalamy incluso publicó incluso la primera novela en dariya en 2005. ¿Existe este debate en Argelia?
En Argelia tenemos el mismo debate y lo tenemos en los mismos términos. Pero en Marruecos, el gobierno parece seguir estos trabajos y animarlos, mientras que en Argelia, el debate se desarrolla únicamente dentro de la sociedad civil especializada. El gobierno sigue siendo muy totalitario en la cuestión lingüística: sólo el árabe tiene derecho de ciudadanía.

El aspecto del Magreb más conocido en España es la vida de los refugiados saharauis en Tinduf. ¿También es una causa nacional en Argelia?
El asunto del Sáhara Occidental lamentablemente no interesa mucho en Argelia. La prensa apenas habla del asunto. Pero es comprensible: En este país, todo aquello de lo que se ocupa el poder, deja de interesar por completo al pueblo. El pueblo ve ahí manipulaciones, mentiras. Como no hay otros medios para informarse, prefieren dejar de lado el asunto.

¿Qué es la ‘mafia de los medicamentos’ que describe en su novela?
El poder ha dividido el mercado entre varias oligarquías que trabajan para él. A unos les concede la importación de medicamentos, a otros la importación de azúcar, a otros los neumáticos, a otros la madera… Todos los sectores de actividades se asignan a uno u otro. Antes, el rey concedía un título ―conde, barón, vizconde, caballero…― a quienes le servían bien; en Argelia, el poder les concede un producto de importación y les abre créditos en la banca nacional para llevar a cabo sus importaciones (y acumular al mismo tiempo un tesoro en Suiza), vender los productos en el mercado y formar una clientela para el poder.

La última década ha sido muy dura para los argelinos, pero las mujeres ¿han pagado un precio más alto que los hombres?
La situación de las mujeres ha sufrido una regresión inmensa en los diez últimos años. La responsabilidad es de Bouteflika, que ha dado alas al islamismo como nadie lo ha hecho antes; ha asfixiado la sociedad y le ha impedido expresarse, defenderse. La argelina vive el día a día como un sufrimiento intolerable. Es oprimida brutalmente por la sociedad, el gobierno, los islamistas, pero también por su propia familia.

La novela refleja la violencia machista, el acoso sexual a las colegialas. ¿Es una realidad cotidiana?
El acoso sexual, la violación, el incesto y todo tipo de tragedias se han convertido en algo habitual. Es la consecuencia de la miseria sexual que gangrena el país, y que se deriva directamente del encierro y el desarrollo del islamismo. Esto ha llegado hasta niveles terroríficos.

Hubo algunas protestas en Argelia al principio de la Primavera Árabe pero luego no se supo más. ¿Ya no ocurre nada o no nos llegan las noticias?
Ocurren muchas cosas todos los días, hay manifestaciones, revueltas, inmolaciones, pero el sistema de Bouteflika tiene los cerrojos tan bien puestos que nada sale al exterior. También porque Bouteflika dispone de mucho dinero, lo que le permite distribuir mucho y asfixiar en la cuna toda manifestación que signifique un riesgo de evolucionar, sobre todo en Argel, que es el escaparate del país.

¿Por qué Argelia consigue dominar un volcán que ha estallado incluso en regímenes cerrados como Siria o Libia?
El poder argelino tiene mucha experiencia, a diferencia de los otros regímenes árabes; ha vivido una larga guerra civil, ha tenido muchos problemas con la opinión internacional, ha aprendido a reprimir, a anticiparse, a vigilar y a controlar la sociedad. En cambio, la sociedad y sobre todo los demócratas no han aprendido nada, no sabemos organizarnos, estamos divididos, somos también un poco vagos, tenemos miedo. Porque ya en todas las familias tenemos algún miembro asesinado, apaleado o torturado, por los terroristas o por la policía.

Usted ha definido a los fundamentalistas como “hijos de la antena parabólica y la bomba”.¿Tanto daño ha hecho la televisión?
En los años 90, los islamistas estaban muy conectados a las parabólicas con las que captaban las cadenas islamistas. Estas emisoras jugaron un rol fundamental ―hoy es mucho menor― en la propagación del islamismo en el mundo árabe.

Se dice que la islamización de la sociedad argelina en los últimos años es mucho más fuerte que en los noventa. ¿Será que el FIS ha ganado la guerra civil con diez años de retraso?
Se puede decir así; también se puede decir que ha funcionado perfectamente la estrategia del poder, que consistía en promover el islamismo para reemplazar el panarabismo y el baazismo para someter mejor a la población. Dentro del país pueden decir que gobiernan en nombre de Alá (y no en nombre del pueblo) y en el exterior dirán que “somos musulmanes, respeten nuestras creencias y nuestras tradiciones, nuestros valores; vuestros derechos humanos no son los nuestros”.

Usted nunca se ha exiliado, como han hecho otros escritores. ¿No tiene miedo?
Por supuesto tengo miedo. Tengo miedo del poder, tengo miedo de los islamistas, tengo miedo de la gente: no soportan ninguna voz discordante; a veces tienen reacciones muy violentas. Una sociedad bloqueada es peligrosa. He recibido muchos insultos, amenazas. Sin querer jugar a ser héroe, creo que hay que quedarse en el país pese a todo, es aquí donde hay que batirse por la democracia, no en París donde existe desde hace siglos.

¿Qué es más peligroso para un escritor: las amenazas de los fundamentalistas o la censura del gobierno?
Tengo más miedo al gobierno que a los islamistas. El gobierno tiene una capacidad infinita de hacer daño: puede matarte, detenerte, ensuciarte, arruinarte. Los islamistas únicamente pueden matarte.