Entrevista

Albert Boadella

«Si los catalanes quieren marcharse, que lo hagan de una puta vez»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Albert Boadella (Sevilla, 2006) | ©  Antonio Acedo
Albert Boadella (Sevilla, 2006) | © Antonio Acedo

Albert Boadella (Barcelona, 1943) tenía 19 años cuando fundó la compañía que le ha dado fama mundial, Els Joglars. Con ella, también, se ha granjeado toda suerte de inquinas: con su obra La Torna sufrió cárcel en 1977, y se libró de un consejo de guerra por injurias al Ejército en una espectacular fuga a Francia; más tarde irritaría a la Iglesia Católica y al todopoderoso honorable Jordi Pujol, entre otros sectores sensibles de la Cataluña contemporánea.

Ahora, este hombre de teatro para el cual no hay mejor piropo que el de bufón, celebra con los suyos los 50 años de vida sobre los escenarios con la reposición de El Nacional, un montaje sobre las dificultades de sacar adelante un teatro que se antoja, como mínimo, profético. En él quedan de manifiesto, según el propio Boadella, todos los signos de identidad de Els Joglars, “lo canalla y lo sublime, el  humor y la tragedia”.

Ya que han retomado su obra El Nacional, se me ocurre empezar preguntándole qué es para usted una nación.
En principio, un conjunto de gente que, por unas circunstancias históricas, hace una vida en común, y tiene unos objetivos comunes. Estos objetivos tienen que ver con un pasado a veces trágico, porque siempre hay mucha sangre de por medio… Esas grandes comunidades que tenemos ahora, que no son pequeños condados, sino miles y miles de hectáreas que se juntan, como España o Francia, han costado mucho, y son algo muy positivo. Y más lo será el día en que Europa esté realmente unida y sea como una gran nación.

Frente a eso, los rumores de creciente secesionismo en Cataluña, ¿tienen algún fundamento?
No es un rumor, es una realidad palpable. Es una marcha atrás, una nostalgia de la tribu casi. Un gran engaño al ciudadano, pues se le plantea un horizonte feliz que no sería tal, sobre todo porque supondría perder el enemigo común, que es España, y cogerían una depresión.

En el momento actual, ¿a más nacionalismo español del gobierno, cabe esperar más nacionalismo regional?
El nacionalismo español, que es algo que había desaparecido; el nacionalismo casposo, pesadísimo, que conocimos en la dictadura, desapareció con la muerte de Franco. Ha intentado renacer con el nacionalismo periférico, como respuesta de reafirmación. Y éste ha vuelto a instigar el nacionalismo español exhibicionista. Porque, que la bandera española sea la que nos representa, y el himno sea como La Marsellesa para los franceses, es algo en lo que casi todos estamos de acuerdo. Pero entrar en la exhibición de estas cosas, siempre es desagradable.

Pisar una bandera en el escenario, o en la calle, ¿es transgredir el último tabú en un mundo sin tabúes?
En el caso de El Nacional, el momento en que se pisan varios símbolos, forma parte del aria del Rigoletto, donde se dice que los bufones no tienen ni patria, ni culto, ni parientes ni amigos. Hay unas banderas que representan el dinero, la religión, y lo pisan todo… Es un elemento metafórico, una actitud un poco anarquista…

Y a usted, que ha irritado a tanta gente por motivos políticos o religiosos, ¿Qué le parece que ahora se irriten solo por su afición taurina?
Ahora nos encontramos con un público buenista, que tiene por los gatitos y los perritos un amor casi superior al de sus vecinos humanos. Eso de por sí quiere decir muchas cosas… Y claro, cuando uno se declara taurino, entran en la histeria y te llaman asesino, torturador, etcétera. Eso forma parte de un conglomerado, no es el simple antitaurinismo, que tienen su lógica. El hecho de que a alguien la muerte de un animal en la plaza le parezca mal, es algo que respeto. Pero hay mucho más que eso. Lo que hay es una sociedad de mimados, eso es lo que hemos sido, en la que se confunden cosas tan esenciales como lo que es un animal y lo que es una persona.

Usted participó en la creación de Ciutadans, saludó el nacimiento de UPyD… ¿Dónde milita ahora?
Yo estoy muy vinculado a UPyD, el partido de Rosa Díez, por ser el único partido que apunta sobre el hecho más grave en España en este momento, la división territorial, que nos lleva a un malvivir constante, al chantaje constante de los distintos reinos de taifas, al agravio comparativo entre unos y otros, a la pérdida de autoridad del propio estado… Al no ir unidos, desde el punto de vista económico todavía agrava aún más la situación. Y UPyD es el único partido que mantiene una posición objetiva, seria e inamovible sobre este tema. Puedo estar de acuerdo con cosas de otros partidos, pero esto para mí es esencial.

¿Y no le da resquemor la insistencia de Rosa Díez en la idea de España, en los símbolos, en la bandera?
Lo que sucede es que es muy desagradable formar parte de una familia, léase España, en la cual siempre hay unos miembros que están despotricando de la familia, y quieren marcharse y no se marchan. Te hacen sentir mal constantemente. Si se quieren marchar, que se marchen, pero que lo hagan de una puta vez, pero que no den más la lata, porque llevan un siglo dando la lata, y esa lata ha tenido consecuencias muy graves… La burguesía catalana provocó la dictadura de Primo de Rivera. El separatismo catalán fue una de las causas de la Guerra Civil. Y otra vez volvemos a las andadas. Que se vayan, allá ellos… Pero lo que no puede ser es ir creando constantemente mal rollo, esa sensación de que el resto de los españoles los está puteando. Lo que se ha conseguido infiltrar a los catalanes de a pie es que cada ciudadano de Madrid, cuando se levanta por la mañana, piensa qué putada va a hacer a los catalanes. Es una paranoia. Hay que estimular otra vez un sentido de nación como algo que nos une, y luego, si cada cual quiere bailar sardanas, hablar en catalán o hablar silbando, está en su perfecto derecho, sólo faltaría.

¿Cree que el momento que vivimos es incluso más difícil para los teatreros que los tiempos en los que empezaron ustedes?
Es un momento actual muy complicado. El problema es la cantidad de medios que se utilizan ahora en el teatro no son para nada los de antes. En el franquismo íbamos con cuatro focos de 1.000, y parecía que aquello era un despilfarro. Hoy, la gente se ha acostumbrado a unos niveles de producción muy exigentes. Habrá que volver quizá a las cosas más sencillas. No hay que olvidar que el mejor teatro de nuestra civilización se ha hecho con unas docenas de velas y la gente sentada en unos bancos de madera, enfrente unas tarimas, y ya está. Así se ha hecho Lope, Calderón… Es un arte que se puede hacer sin nada. Lo que pasa es que los espectadores se han vuelto ciegos y sordos, acostumbrados a 100.000 watios sobre la escena y una amplificación tremenda… Pero tendremos que acostumbrarnos a otra cosa, que será muy buena.

Para terminar, ¿su obra entronca con la idea de Vargas Llosa en esa idea de que la civilización ha devenido en espectáculo, en banalización del arte?
Yo escribí un libro que se titulaba El rapto de Talía: el rapto de nuestra diosa por parte de la gente, que se ha vuelto enormemente exhibicionista, y cuenta la vida íntima hecha vida pública. Y eso es utilizar algo muy peligroso, la propia escena, desde la cual se inducen ideas, de la forma más banal, estúpida y degradante para los individuos. Eso forma parte de nuestra vida cotidiana, los medios lo estimulan al máximo, porque la fórmula les ha funcionado… Y el teatro es todo lo contrario: es un arte de distracción, pero también de reflexión, y de placer profundo, de ingenio, de malicia, de inteligencia… Lo que no puede ser es esa cutrez que nos invade.