Opinión

Nuestros hermanos musulmanes

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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A estas alturas, todo el mundo sabe ya por qué estamos atrapados en Palestina.

Cuando Dios ordenó a Moisés que suplicara al Faraón para que dejara ir a su pueblo, Moisés le dijo que no era el más apropiado para hacerlo porque “soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10).

De hecho, en hebreo original, Moisés le dijo a Dios que era “denso en el habla y denso de lengua”. Debería haberle dicho que también era torpe de oídos. Cuando Dios le dijo que condujera a su pueblo hacia Canadá, llevó a su pueblo hacia Canaán, tardando los 40 años prescritos (tiempo suficiente para alcanzar Vancouver), vagando acá y allá por el desierto del Sinaí .

Así que aquí estamos, en Canaán, rodeados de musulmanes.

Durante décadas, mis amigos y yo advertíamos que si vacilamos a la hora de reconciliarnos, la naturaleza del conflicto cambiará. Yo mismo he escrito docenas de veces que si nuestro conflicto pasa a ser una lucha religiosa en lugar de una lucha nacional, todo cambiará para peor.

Casi todos los primeros sionistas eran ateos inspirados por los nacionalistas europeos

La lucha sionista-árabe comenzó como un conflicto entre los dos grandes movimientos nacionales, que nacieron más o menos al mismo tiempo, como ramificaciones del nuevo nacionalismo europeo.

Casi todos los primeros sionistas eran ateos convencidos, inspirados (y expulsados) por los movimientos nacionalistas europeos. Utilizaban símbolos religiosos de manera bastante cínica: para movilizar a los judíos y como herramienta propagandística para los demás.

La resistencia árabe al asentamiento sionista también era, básicamente, laico y nacionalista. Era parte de una creciente oleada de nacionalismo por todo el mundo árabe. El líder de la resistencia palestina era Hadj Amin al-Husseini, Gran Mufti de Jerusalén, pero se trataba de un líder tanto nacional como religioso, ya que utilizaba motivos religiosos para reforzar los nacionales.

Se supone que los líderes nacionales tienen que ser racionales. Hacen la guerra y la paz. Cuando les beneficia, se comprometen. Hablan los unos con los otros.

Los conflictos religiosos son bastante diferentes. Cuando se pone a Dios de por medio en un asunto, todo se vuelve más extremo. Dios debe de ser compasivo y cariñoso; sin embargo, los partidarios de Dios generalmente no lo son. Dios y la palabra compromiso no van de la mano: eso es lo que ocurre especialmente en la tierra santa de Canaán.

La religionización (si como israelí de habla hebrea se me permite acuñar esta palabra) del conflicto entre Israel y Palestina comenzó en ambos bandos.

Hace años, la historiadora Karen Amstrong, una antigua monja, escribió un libro (“La batalla por Dios”) acerca del fundamentalismo religioso que llama a la reflexión. Esta historiadora saca a relucir un hecho asombroso: que los movimientos fundamentalistas cristianos, judíos e islámicos se parecen bastante.

Hurgando en la historia de los movimientos fundamentalistas en Estados Unidos, Israel, Egipto e Irán, descubrió que nacieron al mismo tiempo y pasaron por las mismas etapas. Se trata de un hecho singular, ya que apenas existen similitudes entre estos cuatro países y sus sociedades, sin mencionar las tres religiones.

La conclusión inevitable a la que se llega es que hay algo en el Zeitgeist (en español, el espíritu del tiempo) de nuestra época que fomenta ese tipo de ideas; algo que no está anclado en el pasado remoto, que es lo que los fundamentalistas glorifican, sino en el presente.

En Israel, comenzó al día siguiente de la guerra de 1967, cuando el Gran Rabino del Ejército, Shlomo Goren, fue al recientemente “liberado” Muro de las Lamentaciones y tocó el shofar (un cuerno de carnero religioso). Yeshayahu Leibowitz lo denominó “el payaso con el shofar”, pero provocó un eco resonante en todo el país.

Los movimientos fundamentalistas en EE UU, Israel, Egipto e Irán nacieron a la vez

Antes de la guerra de los Seis Días, la rama religiosa del sionismo era la hijastra del movimiento. Para muchos de nosotros, la religión era una superstición tolerada, que se miraba por encima del hombro y que los políticos usaban según su conveniencia.

La abrumadora victoria del ejército israelí en esa guerra fue como una intervención divina. La juventud religiosa entró en acción. Fue como si se hubiera cumplido el salmo 118 (22): “La piedra que desecharon los edificadores es ahora la piedra angular”. La energía contenida del sector religioso, alimentada durante años en sus escuelas separadas ultranacionalistas, salió a la luz.

Esto desembocó en el movimiento de los colonos. Se echaron a la carrera para ocupar todas las colinas de los territorios ocupados. Es cierto, muchos colonos fueron allí para construir sus casas de ensueño en la tierra árabe robada y disfrutar de la mejor “calidad de vida”. Pero, el centro de ello son los fanáticos fundamentalistas, que están dispuestos a vivir dura y peligrosamente porque (tal y como los cruzados solían gritar) “¡es la voluntad de Dios!”.

La razón de ser de los asentamientos es expulsar a los árabes del país y convertir toda la tierra de Canaán en un estado judío. Mientras tanto, sus guardias de asalto llevan a cabo pogromos en contra de los “vecinos” árabes y queman sus mezquitas.

Ahora, estos fundamentalistas cuentan con una gran influencia en la política de nuestro gobierno y su impacto está creciendo. Por ejemplo: desde hace ya meses, el país ha estado indignado después de que el Tribunal Supremo decretara que cinco (¡cinco!) casas en el asentamiento de Bet El debían ser demolidas porque habían sido construidas en tierra árabe privada. En un esfuerzo desesperado por evitar las sublevaciones, Binyamin Netanyahu ha prometido construir en su lugar 850 (¡ochocientos cincuenta!) casas nuevas en los territorios ocupados. Este tipo de cosas ocurren continuamente.

Pero no nos equivoquemos: después de limpiar el país de no judíos, el próximo paso sería convertir a Israel en un “estado halajá”; un país gobernado por la ley religiosa, donde queden abolidas todas las leyes laicas promulgadas democráticamente que no se ajustan a la palabra de Dios ni a la de sus rabinos.

Si sustituimos la palabra “halajá” por “sharia” (ambas significan ley religiosa), se nos vienen a la mente los fundamentalistas musulmanes. Ambas leyes, por cierto, son notablemente similares. Y las dos cubren todas las esferas de la vida: individual y colectiva.

Desde el comienzo de la Primavera Árabe, la novata democracia árabe ha hecho destacar a los fundamentalistas musulmanes. De hecho, esto empezó incluso antes, cuando Hamás (una rama de la Hermandad Musulmana) ganó en Palestina las elecciones democráticas, supervisadas internacionalmente. Sin embargo, el gobierno palestino resultante fue destruido por el líder israelí y sus serviles subcontratistas europeos y de Estados Unidos.

La clara victoria de la Hermandad Musulmana la semana pasada en las elecciones presidenciales de Egipto fue una señal. Después de victorias parecidas en Túnez y tras los acontecimientos de Libia, Yemen y Siria, está claro que los ciudadanos árabes favorecen en todas partes a la Hermandad Musulmana y a los partidos similares.

La Hermandad Musulmana egipcia ha ganado respeto frente a las persecuciones y torturas

La Hermandad Musulmana egipcia, fundada en 1928, es un antiguo partido que ha ganado mucho respeto por su firmeza frente a las constantes persecuciones, las torturas, los arrestos masivos y las ejecuciones ocasionales. Sus líderes no se dejan llevar por la corrupción dominante y son admirados por su compromiso con las obras sociales.

Occidente está obsesionado con ideas medievales acerca de los horribles sarracenos. La Hermandad Musulmana inspira terror. Está considerada una secta secreta, espantosa y cruel que quiere destruir Israel y Occidente. Por supuesto, prácticamente nadie se ha tomado las molestias de estudiar la historia de este movimiento en Egipto y en otros lugares. De hecho, no podría estar más alejado de esta parodia.

La Hermandad siempre ha sido un partido moderado, aunque casi siempre ha contado con una rama extrema. Cuando ha sido posible, han intentado complacer a los dictadores egipcios sucesivos (Abdel Nasser, Sadat y Mubarak), aunque todos estos han intentado erradicarlos.

La Hermandad es, lo primero de todo, un partido árabe y egipcio, profundamente inmerso en la historia egipcia. Aunque lo más probable es que lo nieguen, yo diría (si juzgamos teniendo en cuenta su historia) que son más árabes y más egipcios que fundamentalistas. Sin duda alguna, nunca han sido fanáticos.

Durante 84 años, han tenido muchos altibajos. Pero, en su mayor parte, su cualidad destacada ha sido el pragmatismo junto con la adhesión a los principios de su religión. Es este pragmatismo el que caracteriza su comportamiento durante el año y medio pasado, que (así lo parece) provocó que un número considerable de votantes que no eran particularmente religiosos los prefieran a ellos antes que al candidato secular que está contaminado por su conexión con el anterior régimen corrupto y represivo.

La Hermandad no ha solicitado la derogación del acuerdo de paz con Israel

Esto también determina su actitud con respecto a Israel. Palestina está constantemente en su pensamiento, pero esto ocurre con todos los egipcios. Su conciencia está molesta por la sensación de que en Camp David, Anwar Sadat traicionara a los palestinos. O, peor, que el astuto judío, Menachem Begin, engañara a Sadat a la hora de firmar un documento que no decía lo que Sadat pensaba que decía. No fueron los Hermanos los que hicieron que los egipcios, aquellos que nos recibían con entusiasmo a nosotros, los primeros israelíes que visitaron su país, se pusieran en nuestra contra.

A lo largo de las calentitas campañas electorales (cuatro en un año), la Hermandad no ha solicitado la derogación del acuerdo de paz con Israel. Su actitud parece ser más pragmática que nunca.

Todos nuestros vecinos se están volviendo islámicos, lenta pero consistentemente.

No es el fin del mundo. Pero seguro que, por primera vez, nos obliga a intentar comprender el islam y a los musulmanes.

Durante siglos, el islam y el judaísmo han tenido una relación cercana en la que ambas religiones se beneficiaban mutuamente. Los sabios judíos en la España musulmana, el gran Maimonides y otros muchos judíos destacados estaban muy cerca de la cultura islámica y escribieron algunas de sus obras en árabe. Sin duda alguna, no hay nada en estas dos religiones que impida que exista cooperación entre ellas (desgraciadamente, esto no sucede con el cristianismo, que no podía tolerar a los judíos).

Si queremos que Israel exista y florezca en una región que durante un largo periodo de tiempo será gobernada por partidos islamistas elegidos democráticamente, haremos bien al recibirlos como hermanos, al felicitarlos por sus victorias y al trabajar por la paz y la reconciliación con los islamistas elegidos en Egipto y en los demás estados árabes, incluida Palestina. Sin duda, tenemos que resistir la tentación de empujar a los norteamericanos a que apoyen otra dictadura militar en Egipto, Siria o en cualquier lugar. Elijamos el futuro, no el pasado.

A no ser que, después de todo, prefiramos hacer las maletas e irnos a Canadá.