Opinión

Hablar como un sionista

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Cuando yo era joven solíamos utilizar una frase muy despectiva: “Habla como un sionista”. Significaba que algún viejo funcionario había venido a robar nuestro tiempo con un discurso aburrido lleno de frases vacías.

Eso era antes de que se fundara el Estado de Israel. Desde entonces, el término ‘sionismo’ ha sido elevado al rango de una ideología de estado, si no una religión de estado. Todo lo que haga el Estado está justificado utilizando esta palabra. Alguno diría que el sionismo es el último refugio de los canallas.

El término ‘sionismo’ ha sido elevado al rango de una religión de estado

Cuando visité Praga por la primera vez, justo después de la caída del régimen comunista, me enseñaron un hotel de lujo increíble: candelabros franceses, mármol de Italia, alfombras persas, todo eso. Nunca había visto nada similar. Me dijeron que el edificio —más bien palacio— había estado reservado para la élite comunista.

En aquel preciso momento entendí la esencia de una ideología de Estado. Los regímenes comunistas los fundaron idealistas, imbuidos de valores humanistas. Acabaron como mafia de Estado, en la que un círculo corrupto de cínicos utilizaba la ideología comunista como justificación para los privilegios, la opresión y la explotación.

No me gustan las ideologías de Estado. Los Estados no deberían promover una ideología.

Las únicas personas que tienen una confirmación oficial de que no están locos son aquellas que han sido dadas de alta en un hospital psiquiátrico. De un modo similar, puede que yo sea la única persona en Israel que tiene una confirmación oficial de que no soy antisionista.

Ocurrió así: Cuando mis amigos y yo fundamos el Consejo Israelí por la Paz Palestina-Israelí en 1975, un órgano de la derecha nos llamó “antisionistas”. A mí me importaba un pepino, pero mis cofundadores insistían que debíamos denunciarlo por difamación.

El sionismo era el andamio que posibilitó edificar el Estado de Israel

Dado que yo había publicado pocos años antes un libro titulado “Israel sin sionistas”, los acusados me llamaron como testigo estrella. Durante muchas horas me interrogaron, en el banquillo de testigos, por lo que quería decir con este título. Al final, la juez me pidió que definiera mi actitud hacia el sionismo con palabras simples. Improvisé y acuñé un término nuevo: “Pos-sionismo”.

Desde entonces, el término ha sido expropiado y convertido en un sinónimo de antisionismo. Pero yo lo utilicé de manera literal. Como expliqué a la juez, mi postura es que sionismo era un movimiento histórico con sus éxitos gloriosos, así como sus aspectos más oscuros. Uno puede admirarlo o condenarlo, pero en todo caso, el sionismo ha desembocado en un final lógico, que es la creación del Estado de Israel. El sionismo era el andamio que posibilitó edificar el Estado, pero una vez que la casa se haya construido, el andamio se convierte en una molestia y hay que desmantelarlo.

Así, la juez decidió que yo no era antisionista. Ordenó a los acusados a pagarnos una compensación gorda, que nos ayudó a financiar nuestras actividades.

Aún hoy me adhiero a esta definición.

Hoy día, cuando en Israel se utiliza el término ‘sionismo’, puede significar muchas cosas diferentes.

Para los judíos israelíes normales, no significa mucho más que el patriotismo israelí, combinado con el dogma de que Israel es un “Estado judío” o “el Estado del pueblo judío”. Estas definiciones, por sí solas, permiten muchas interpretaciones diferentes. Para el legendario “hombre de la calle” —o mujer en la calle— , significa que Israel “pertenece” a este pueblo, aunque los judíos no tengan derechos en Israel, excepto cuando llegan y obtienen la nacionalidad. Desde luego, nadie ha preguntado nunca a los judíos en el mundo para que decidieran si quieren que Israel sea su Estado o no.

A partir de este punto, las definiciones van en muchas direcciones diferentes.

Al principio, el color sionista dominante era el rojo (o al menos el rosa). El sueño sionista estaba asociado al socialismo (no necesariamente al de tipo marxista), un movimiento que construyó la sociedad judía en Palestina anterior al Estado, los todopoderosos sindicatos, los kibutz y mucho más.

El sueño sionista estaba ligado al socialismo, movimiento que construyó la sociedad judía en Palestina

Para los sionistas religiosos (a diferencia de los ortodoxos antisionistas), el sionismo era el precursor del Mesías, quien vendría con seguridad si todos nosotros observábamos escrupulosamente los ritos del shabat. Los sionistas religiosas querían que Israel fuera un Estado gobernado por la halajá, más o menos como los islamistas quieren que sus Estados sean regidos por la chari’a.

Los sionistas de derechas querían que el sionismo significara edificar un Estado judío en toda la extensión de la Palestina histórica, algo que llaman “el total de Eretz Israel”, reduciendo al mínimo absoluto sus habitantes no judíos. Esto se puede combinar fácilmente con las visiones religiosas e incluso con las mesiánicas. Dios lo quiere, tal y como Él les dijo en confianza.

Theodor Herzl, el fundador, quería un Estado liberal y laico. Martin Buber, el destacado humanista, se hizo llamar sionista. Al igual que Albert Einstein. Vladimir Jabotinsky, el ídolo del sionismo de derechas, creía en una mezcla de nacionalismo extremo, liberalismo, capitalismo y humanismo. El rabino Meir Kahane, un auténtico fascista, era sionista. Al igual que los colonos, desde luego.

Muchos antisionistas fanáticos en el mundo, incluyendo a los que son judíos, quisieran ver el sionismo como un monolito, para que sea más fácil odiarlo. De la misma manera lo ven muchos amantes del sionismo, para amarlo mejor, aunque la mayoría no soñaría nunca con venir y vivir en Israel.

En conjunto, un panorama extraño.

Hoy día, el sionismo está firmemente en las manos de la extrema derecha, una mezcla de nacionalistas, fanáticos religiosos y colonos, apoyados por judíos extremamente ricos en Israel y el extranjero.

Gobiernan las noticias, tanto de manera directa (son dueños de todas las cadenas de televisión y los periódicos) como de manera metafórica. Todos los días, las noticias contienen numerosas piezas protagonizadas por el “sionismo”.

En nombre del sionismo, a los beduinos de Israel se les desplaza por la fuerza de las grandes extensiones de tierra que han habitado durante siglos. En nombre del sionismo, a un colegio de colonos en el corazón de los territorios ocupados se le otorga el título de “universidad” (¡por parte del gobernador militar!), lo que da un nuevo impulso al boicot académico internacional contra Israel. Centenares de nuevos edificios de los asentamientos se construyen en terrenos palestinos privados, en nombre del sionismo. En Ramalá, las tropas israelíes cazan a africanos sin permiso de residencia israelí. Y nuestro ministro de Interior, cuya única pasión parece ser la caza de africanos que buscan trabajo, utiliza la palabra sionismo en casi todas sus frases.

En nombre del sionismo, nuestra ministro de Educación, fanáticamente de derechas, envía a niños de colegios israelíes a viajes de adoctrinamiento a “lugares sagrados” en los territorios ocupados, para inculcar en sus conciencias desde el primer momento que les pertenece el país entero. También se les envía a Auschwitz para reforzar sus convicciones sionistas.

Los colonos aseguran – con cierta razón – que son los únicos verdaderos sionistas, los herederos legítimos de 130 años de colonización y expansión sionista. Esto les da derecho a recibir inmensos fondos estatales para sus actividades, al mismo tiempo que se les imponen nuevos impuestos a los más pobres de los pobres, como otra subida del 1 por ciento en el IVA.

La Agencia Judía, una rama de la Organización Mundial Sionista, dedica casi todos sus recursos a los asentamientos.

No hay facción en la Knesset (excepto los dos pequeños partidos árabes, el partido comunista, predominantemente árabe, y desde luego los ultraortodoxos) que no proclame en voz alta su total devoción por el sionismo. De hecho, los sionistas de izquierda pretenden ser sionistas más auténticos que los de derechas.

¿A dónde nos lleva todo esto? Ahí está la cuestión.

La actual política firmemente sionista del Estado de Israel contiene una paradoja inherente. Lleva a la autodestrucción.

La política de nuestro gobierno se basa en mantener el status quo: Toda la extensión de la Palestina histórica o Eretz Israel bajo dominio israelí, Cisjordania bajo un estado de ocupación, sus habitantes palestinos sin derechos nacional o civiles.

La mayoría de los palestinos están confinados a enclaves parecidos a los bantustanes de Sudáfrica

Si, en algún momento futuro, un gobierno de derechas decide anexionarse Cisjordania y la Franja de Gaza de forma “oficial” (como Jerusalén y los Altos del Golán sirios fueron anexionados hace mucho tiempo, sin que el resto del mundo lo reconociera) no cambiará gran cosa. La mayoría de los palestinos ya están confinados a enclaves que se parecen a los bantustanes de Sudáfrica de épocas pasadas.

En esa Gran Israel, los palestinos árabes constituirán una minoría de al menos el 40%, que crecerá rápidamente hasta llegar al 50% y más, lo que convertirá en cada vez menos convincente el nombre de “Estado Judío”. El “Estado Judío y Democrático” será una cosa del pasado.

Desde luego, a prácticamente nadie en Israel se le ocurriría ni en sueños otorgar a los habitantes árabes del Gran Israel la ciudadanía y sus derechos democráticos. Si ocurriese, tal vez por intervención divina, ya no existiría un “Estado Judío”. Se trataría de un “Estado Árabe Palestino”.

La única manera de evitarlo sería una limpieza étnica de gran escala. Algo de esto ya está ocurriendo de forma sigilosa en zonas remotas. Desde hace algún tiempo, las autoridades de la Ocupación han intentado expulsar toda la población árabe del área más remota de Cisjordania, en la esquina del desierto al sur de Hebrón.

Esta semana, el ministro de Defensa, Ehud Barak, declaró la región “Zona militar de disparos”, y ordenó su evacuación inmediata. Quienes se queden allí se arriesgan a ser tiroteados. Los campesinos pueden regresar y trabajar sus tierras, pero únicamente los sábados y en días de fiesta judíos, cuando el Ejército descansa. Sionismo en acción.

Nuestros líderes escapan de la realidad con un truco simple: ni pensar ni hablar de ella

Hoy por hoy, unos cinco millones de palestinos y seis millones de judíos viven entre el Mediterráneo y el río Jordan. Una limpieza étnica del país es muy inverosímil, para decirlo de manera cautelosa. Es mucho más probable que se haga realidad un Estado de apartheid, en el que los judíos pronto serán una minoría. Ésta no es la visión que tuvieron los padres fundadores del sionismo.

La única alternativa es la paz: Palestina e Israel, lado al lado. Pero a eso se le llama “pos-sionismo”, Dios no lo quiera.

Nuestros líderes escapan a esta realidad con un truco simple: no piensan en ella. No hablan de ella. Prefieren hablar como sionistas: hilando frases vacías.

Pero en algún momento del futuro habrá que afrontar las contradicciones del sionismo.