Opinión

El gran incumplimiento

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Estoy aquí sentado escribiendo este artículo justo en el momento en el que hace 39 años comenzaran a sonar estrepitosamente las sirenas, anunciando el comienzo de la guerra.

Un minuto antes, reinaba la calma total, como pasa ahora. Sin tráfico, ni actividad en las calles, salvo algunos niños montando en bicicleta. El Yom Kipur, el día más sagrado para los judíos, predominaba por encima de todo. Y entonces…

Inevitablemente, la memoria empieza a funcionar.

Este año, se han hecho públicos muchos documentos nuevos. Abundan los libros y artículos críticos.

Los culpables universales son Golda Meir y Moshe Dayan.

Culparon a Meir y Dayan tras la guerra, pero sólo por faltas militares leves

Ya los habían declarado culpables con anterioridad, justo el día después de que acabara la guerra, pero sólo por faltas militares leves, conocido como El Incumplimiento. El Incumplimiento fue no movilizar a las reservas, y no trasladar a los tanques al frente a tiempo, a pesar de las muchas señales que había de que Egipto y Siria estaban a punto de atacar.

Hoy, por primera vez, el verdadero Gran Incumplimiento está siendo investigado: el trasfondo político de la guerra. Las conclusiones tienen una relación directa con lo que está pasando en la actualidad.

Lo que se ha llegado a saber es que en febrero de 1973, ocho meses antes de la guerra, Anwar Sadat envió a su ayudante de confianza, Hafez Ismail, al todopoderoso secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger. Le ofreció el comienzo inmediato de las negociaciones de paz con Israel. Puso una condición y una fecha: todo el Sinaí, hasta la frontera internacional, tenía que ser devuelta a Egipto sin asentamientos israelíes, y el acuerdo debía de lograrse en septiembre, como muy tarde.

A Kissinger le gustó la propuesta y la transmitió inmediatamente al embajador israelí, Yitzhak Rabin, que estaba a punto de terminar su mandato. Rabin, por supuesto, informó de inmediato a la primera ministra, Golda Meir. Rechazó la oferta de pleno. Lo que siguió fue una discusión acalorada entre el embajador y la primera ministra. Rabin, que era muy cercano a Kissinger, estaba a favor de aceptar la oferta.

Golda pensó que toda la iniciativa egicpia era para que cediera el Sinaí

Golda trató toda la iniciativa como si sólo fuera un truco árabe más para persuadirla de que cediera la Península del Sinaí y de que acabara con los asentamientos establecidos en territorio egipcio.

Después de todo, el propósito verdadero de estos asentamientos, incluida la radiante ciudad nueva de Yamit, fue precisamente evitar la devolución de toda la península a Egipto. Ni en sueños se le habría ocurrido a ella, ni a Dayan, ceder el Sinaí. Dayan ya había hecho las famosas infames declaraciones en las que decía preferir “Sharm el-Sheij sin paz a la paz sin Sharm el-Sheij”. (Sharm el-Sheij, que ya había sido rebautizada con el nombre hebreo de Ophira, se encuentra situada próxima al extremo meridional de la península, no muy lejos de los pozos petrolíferos, que Dayán tampoco quería ceder).

Mucho antes incluso de estas últimas revelaciones, el hecho de que Sadat hubiera hecho varias propuestas de paz no era ningún secreto. Sadat había señalado su deseo de alcanzar un acuerdo en sus negociaciones con el mediador de la ONU, Gunnar Jarring, cuyos esfuerzos ya se habían convertido en motivo de burla en Israel.

Antes de eso, el anterior presidente egipcio, Gamal Abd-al-Nasser, había invitado a Nahum Goldman, el presidente del Congreso Mundial Judío (y una vez presidente de la Organización Mundial Sionista) a tener un encuentro con él en Cairo. Golda había impedido dicho encuentro, y cuando el hecho se dio a conocer hubo una tormenta de protestas en Israel, incluida una famosa carta de un grupo de estudiantes de Secundaria en la que decían que sería muy duro para ellos servir en el ejército.

Todas estas iniciativas egipcias se podían rechazar por considerarse maniobras políticas. Pero un mensaje oficial de Sadat al secretario de Estado no. Así que, recordando la lección del incidente Goldman, Golda decidió mantener todo el asunto en secreto.

Así fue como se creó una situación descabellada. Esta iniciativa crucial para el futuro, que podía haber logrado un cambio histórico decisivo fue puesta en conocimiento de sólo dos personas: Moshe Dayan e Israel Galili.

La iniciativa fue puesta en conocimiento de sólo dos personas

El papel de éste último merece una explicación. Galili era la eminencia gris de Golda, así como la de su predecesor, Levy Eshkol. Yo conocía a Galili bastante bien, y nunca entendí de dónde le venía la fama de estratega brillante. Incluso antes de la creación del estado, ya era un líder destacado de la organización militar ilegal Haganah. Como miembro de un kibutz, oficialmente era socialista pero en realidad era un nacionalista de la línea más dura. Suya fue la brillante idea de construir los asentamientos en suelo egipcio, para hacer que la devolución del norte del Sinaí fuera imposible.

Así que la iniciativa de Sadat sólo la conocían Golda, Dayan, Galili y Rabin, y el sucesor de Rabin en Washington, Simcha Dinitz, un don nadie, lacayo de Golda.

Por increíble que parezca, el ministro de Exteriores, Abba Eban, el jefe directo de Rabin, no fue informado. Ni el resto de ministros, ni el jefe del Estado Mayor, ni ninguno de los jefes de las fuerzas armadas, incluidos los jefes del servicio de inteligencia, así como los jefes del Shin Bet y el Mossad. Fue un secreto de estado.

No hubo debate sobre el asunto, ni público ni privado. Septiembre llegó y pasó, y el 6 de octubre las tropas de Sadat cruzaron el canal y lograron un éxito mundial pasmoso (como lo fue el de los sirios en los Altos del Golán).

Como resultado directo del Gran Incumplimiento de Golda, 2.693 soldados israelíes murieron, 7.251 resultaron heridos y 314 fueron hechos prisioneros (junto con las decenas de miles de bajas egipcias y sirias).

Esta semana, varios columnistas israelíes se lamentaban del silencio total de los medios de comunicación y de los políticos en aquel momento.

Bueno, no tan total. Unos meses antes de la guerra, en un discurso en la Knesset, advertí a Golda Meir de que si el Sinaí no se devolvía inmediatamente, Sadat empezaría una guerra para salir del punto muerto en el que estábamos.

Advertí a Golda Meir de que si el Sinaí no se devolvía habría una guerra

Yo sabía de lo que hablaba. No tenía ni idea, claro, de la misión de Ismail, pero en mayo de 1973 participé en una conferencia de paz en Bolonia. La delegación egipcia estaba liderada por Khalid Muhyi al-Din, un miembro del grupo original del Movimiento de Oficiales Libres que hicieron la revolución de 1952. Durante la conferencia, me llamó aparte y me dijo confidencialmente que si el Sinaí no era devuelto en septiembre, Sadat haría estallar la guerra. Sadat no se hacía ilusiones respecto a una posible victoria, me dijo, pero tenía la esperanza de que una guerra obligara a EE UU y a Israel a iniciar negociaciones sobre la devolución del Sinaí.

Mi advertencia fue completamente ignorada por los medios de comunicación. Ellos, al igual que Golda, sentían un desprecio absoluto por el ejército egipcio y consideraban a Sadat un bobo. La idea de que los egipcios se atrevieran a atacar al invencible ejército israelí les parecía ridícula.

Los medios de comunicación adoraban a Golda. Al igual que el resto del mundo, en especial las feministas. (Un famoso póster mostraba su rostro con la leyenda: “¿Pero sabe ella escribir a máquina?”) En realidad, Golda era una persona muy simple, ignorante y obstinada. Mi revista, Haolam Hazeh, la atacaba prácticamente cada semana, y yo lo hacía en la Knesset. (En una declaración pública me dedicó el singular cumplido de que estaba dispuesta a “volver a las barricadas” para expulsarme de la Knesset.)

La nuestra era una voz gritando en el desierto, pero al menos desempeñamos una función: En su Marcha de la locura, Barbara Tuchman indicaba que una política podía calificarse de disparate sólo si había al menos una voz que advirtiera en su contra a tiempo.

Puede que incluso Golda hubiera reconsiderado la situación si no hubiera estado rodeada de periodistas y políticos alabando sus méritos, celebrando su sabiduría y valor, y aplaudiendo cada una de sus estúpidas declaraciones.

El mismo tipo de gente, incluso algunos aún los mismos, están ahora haciendo lo mismo con Binjamin Netanyahu.

De nuevo, estamos mirando el mismo Gran Incumplimiento a la cara.

De nuevo, un grupo de dos o tres decide; en este caso, Netanyahu y Barak

De nuevo, un grupo de dos o tres deciden el destino de la nación. Netanyahu y Ehud Barak en solitario toman todas las decisiones, “sin permitir que nadie les mire las cartas”. ¿Atacar a Irán o no? Los políticos y generales están en la más completa ignorancia. Bibi y Ehud saben qué es lo mejor. No necesitan más información.

Pero más revelador que las espeluznantes amenazas a Irán es el silencio total sobre Palestina. Las ofertas de paz palestinas se ignoran, como las de Sadat en aquellos días. La Iniciativa Árabe para la Paz que fue lanzada hace ya de diez años, apoyada por todos los estados árabes y musulmanes, no existe.

De nuevo, se levantan y expanden asentamientos, para hacer que la devolución de los territorios ocupados sea imposible. (Recordemos a todos aquellos que afirmaban, en aquel momento, que la ocupación del Sinaí era “irreversible”. ¿Quién se atrevería a desmantelar Yamit?)

De nuevo, multitudes de aduladores, estrellas de los medios de comunicación y políticos compiten los unos con los otros en alabanzas a “Bibi, Rey de Israel”. ¡Oh qué labia tiene en inglés americano! ¡Cómo convencen sus discursos en la ONU y en el Senado de Estados Unidos!

Bueno, Golda, con sus 200 palabras de mal hebreo y su rudimentario americano, fue mucho más convincente, y disfrutaba de la adulación de todo el mundo occidental. Y al menos tuvo la sensatez de no desafiar al titular de la presidencia norteamericana (Richard Nixon) durante la campaña electoral.

En aquellos tiempos, llamé a nuestro gobierno “la nave de los locos”. Nuestro actual gobierno es peor, mucho peor.

Golda y Dayan nos llevaron al desastre. Tras la guerra, su guerra, fueron expulsados, no por medio de elecciones, ni por ninguna comisión investigadora, sino por las protestas populares que sacudían el país.

Bibi y Ehud nos están llevando a otro desastre, mucho más grave. Algún día serán expulsados por la misma gente que ahora los adora, si es que sobreviven.