Reportaje

Libia teme a las milicias islamistas

Nuria Tesón
Nuria Tesón
· 12 minutos

Abdelhakim Al Hasadi bajo una bandera Libia en su casa de Derna | © Miguel Ángel SánchezAbdelhakim Al Hasadi se dirige a rezar en una mezquita de Derna, Libia | © Miguel Ángel SánchezAbdelhakim Al Hasadi se dirige a rezar en una mezquita de Derna, Libia | © Miguel Ángel SánchezAbdelhakim Al Hasadi hace sus abluciones antes de rezar en una mezquita de Derna, Libia | © Miguel Ángel SánchezMezquita de la ciudad antigua de Derna, Libia | © Miguel Ángel SánchezPintada en contra de la organización terrorista Al Qaeda, en una calle de Derna, Libia

Derna | Julio 2012

En la casa de su tercera mujer, en la que “por ahora” reside a la espera de contraer matrimonio con una cuarta que ya ha elegido, Abdelhakim Hasadi sirve té y café a los que le visitan. Este exyihadista que combatió en Afganistán tomó las armas para liderar la milicia de los Mártires de Abu Selim, en Derna, al este de Libia, nada más inciarse el conflicto.

Fue entonces cuando Gadafi le puso bajo los focos al acusarle de pertenecer a Al Qaeda. Una acusación que ya entonces desmintió. Tras el conflicto, decidió dejar la lucha y participar en el proceso político presentándose a las elecciones. “No es el momento de las armas”, apunta dando un sorbo a su taza de café. “Es el momento de construir y no de luchar”. Sin embargo, hasta su puerta siguen llegando periodistas que le preguntan sobre Al Qaeda, sobre la relación de las milicias que controlan el país con grupos terroristas y sobre las opciones que tienen los jóvenes de no caer en las redes de estas organizaciones.

El 20 de octubre se cumplirá un año de la muerte de Muamar Gadafi, el dictador que gobernó Libia desde 1969. El dominio de las milicias formadas durante el conflicto en lo que a control policial, detenciones, encarcelamiento e incluso protección de instituciones públicas se refiere, es absoluto. Gadafi se encargó de mantener un Ejército débil y un cuerpo policial represor que ha quedado estigmatizado por más de cuarenta años de abusos. Su ausencia en las calles ha generado la aparición de dos cuerpos de seguridad que el Gobierno interino ha tolerado y de los que ha hecho uso hasta el momento: Los Comités Supremos de Seguridad (SSC en sus siglas en inglés), dependientes del Ministerio del Interior, que cuentan en todo el país con unos 100.000 combatientes; y las Fuerzas “Escudo Libio”, que reportan al de Defensa.

En un año lo que fueron milicias de civiles han devenido en el único cuerpo de seguridad

En un año lo que fueron milicias de civiles enfrentados en una guerra civil han devenido en el único cuerpo de seguridad de un país sin Estado en el que todo debe construirse desde los cimientos. Pero fuera de esos grupos que el propio Gobierno libio tolera, defiende, y alienta, milicias de corte radical permanecen activas y fuera del control gubernamental.

Los que tienen las armas ( y son muchas las que han quedado en el país tras el conflicto), se niegan a entregarlas y el temor de que grupos yihadistas y vinculados a Al Qaeda puedan aprovechar esa ausencia de seguridad para echar raíces va calando.

La muerte del embajador estadounidense Christopher Stevens y otros tres diplomáticos en Bengasi, la capital de Cirenaica, durante una protesta por un vídeo que ridiculizaba al profeta Mahoma y el hecho de que este ataque, llevado a cabo el 11 de septiembre (aniversario del mayor ataque terrorista contra EE UU), no fuera espontáneo sino planeado, según han concluido las autoridades del país y expertos en la región, ha puesto el foco una vez más sobre una posible proliferación de yihadistas en Libia, y especialmente en esta región oriental.

EEUU señala a Ansar Al Sharia como responsable del atentado en Bengasi contra su embajador

El secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, confirmaba hace unos días en declaraciones a los periodistas en el Pentágono, que sus investigaciones dejaban “claro que fueron terroristas los que planearon el ataque”, aunque señaló, que “aún está por determinar qué terroristas estuvieron involucrados”.

Un oficial del Ejército estadounidense, sin embargo, declaró a CNN hablando en condición de anonimato que apenas 24 horas después del ataque había evidencias que sugerían que se trataba del trabajo de extremistas que formaban parte de Al Qaeda o insparados por ellos. Medios como Fox News iban más lejos y señalaban a Sufian Ben Qumu, un antiguo huésped de Guantánamo Bay ahora residente en Derna, relacionado con la organización terrorista y líder de la milicia Ansar Al Sharia (Defensores de la Ley Islámica), como el responsable.

Esta brigada islamista, con presencia en la Península Arábiga y el Norte de África, y que se cree que está o ha estado vinculada a Al Qaeda, es el centro de todas las miradas en el país norteafricano, y ha sido acusada por las autoridades libias de perpetrar el ataque. La milicia ya había reconocido su participación en la protesta, pero ha negado su responsabilidad por las muertes de los diplomáticos.

Los ciudadanos libios, sin embargo, no parecen dispuestos a aceptar chantajes de grupos extremistas que puedan volver a ponerles un yugo de tiranía tras 42 años de dictadura. Por eso, se han echado a la calle para mostrar su rechazo al ataque contra EE UU y exigir el fin de las milicias, obligando al Gobierno y al primer ministro a ejercer el poder que el Ministerio de Defensa tiene sobre algunas de esas katibas que hasta ahora campaban a sus anchas.

Entre los grupos armados obligados a retirarse se encuentra Ansar Al Sharia, que ha anunciado que deja Bengasi “por el bien del pueblo”, aunque en declaraciones a EFE, uno de sus portavoces ha asegurado que mantendrán su “trabajo” en la sociedad libia. Demasiado tarde para aplacar el miedo a que prolifere el virus yihadista. Y cuando se habla de yihadismo en Libia, se habla de Derna.

Refugio de yihadistas

La carretera que conduce a Derna desde el este se encuentra enclavada en mitad de las montañas. En primavera, una primavera como la que vio florecer las primeras protestas contra Gadafi, los primeros disparos y las primeras muertes del conflicto, en 2011, las laderas se vuelven verdes y los caminos arcillosos se cubren de flores blancas y amarillas sobre las que vuelan decenas de abejas. Mientras el Yebel el Ajdar (la montaña verde), la protege del desierto al sur, el Mediterráneo, delimitando una costa hermosa y amplia, la bendice al norte con la luz turquesa de las medinas que tienen la fortuna de reflejarse en sus aguas.

Un hombre con un AK-47 al hombro disuade a los visitantes de acercarse a menos de 100 metros

Desde el oeste, sin embargo, la carretera, que discurre pareja al mar, serpentea entre yacimientos grecorromanos, almendros y albaricoques enraizados en roca viva. En esa entrada de la ciudad, rodeado por un muro de ladrillo, un antiguo campamento militar se recorta entre los árboles. Un edificio de tres plantas sobresale por encima de los otros y al contrario que la mayoría de edificios oficiales o militares de Libia en su azotea no ondea la enseña tricolor con la estrella y la media luna. En su lugar, la bandera negra yihadista corona la parte más alta. Es la base de la brigada de los Mártires de Abu Selim.

A la entrada del complejo un hombre con un AK-47 al hombro disuade a los visitantes de acercarse a menos de 100 metros. El acceso está prohibido, tomar imágenes desde el exterior está prohibido, asomarse desde la puerta está prohibido. El refuerzo del vigilante del acceso al complejo llega en forma de dos niños de 16 años con una barbilla rala. Ambos visten galabía corta y pantalón tobillero (vestimenta tradicional rigorista islámica). Ambos llevan armas al hombro. A los jóvenes milicianos no les gustan los husmeadores, ni las mujeres. No se dirigen a ellas, no las miran, no les hablan, ni responden a sus preguntas.

Derna, una ciudad de 80.000 habitantes del este de Libia, en la cual se posan todas la miradas cuando se habla de extremismo islamista en el país norteafricano ha sido durante años un núcleo de militancia salafista. La brigada de los Mártires de Abu Selim es conocida por sus venganzas contra oficiales gadafistas y su relación con Ansar Al Sharia, pero, además, es el brazo del Comité Supremo de Seguridad en esta capital.

Cuando se habla de Al Qaeda, todas las miradas se posan en la ciudad de Derna, al este de Libia

La milicia se ocupa ahora de “hacer labores policiales, controles y mantener el orden, explica el jeque Osama, máximo responsable de dicho Comité en la ciudad. Reconoce también que algunos de ellos, “a título personal” se han ido a Siria a combatir contra Al Assad, pero niega que se les dé entrenamiento o que se fomente su preparación para volver al combate.

Sin embargo, ese éxodo de yihadistas recuerda al que ya vivió Derna hace dos décadas. De esta población partieron el mayor número de muyahidines que lucharon en Afganistán, Bosnia, Chechenia e Irak. Muchos regresaron a casa tras enfrentarse a los soviéticos en los noventa y formaron el Grupo de Lucha Islámico Libio contra el ‘infiel’ Gadafi. Pero presionados por el régimen se vieron obligados a abandonar de nuevo el país y muchos encontraron refugio en Pakistán o Afganistán. Otros en cárceles como la de Abu Selim.

Varios cables de comunicaciones entre el Departamento de Estado y las embajadas de Estados Unidos filtrados por Wikileaks apuntaban a Derna como caldo de cultivo ideal para la proliferación de ideas extremistas por su alto nivel de desempleo y por ser el lugar de destino de aquellos yihadistas que,como Abdelhakim Hasadi y Sufian Ben Qumu, regresaban a Libia.

“Es mi obligación ayudar a mis hermanos en Siria. Es la yihad», asegura el joven Mahmud

Qumu, de 53 años, fue detenido en Pakistán después de haber huido de las cárceles de Gadafi, trabajado en Sudán como conductor para una empresa de Ben Laden y haber luchado junto a los talibanes en Afganistán, según detalla su ficha del ministerio de Defensa estadounidense.

Tras su regreso a Derna, Qumu lideró una de las milicias más activas, igual que Hasadi, pero al terminar la contienda cada uno ha seguido rumbos distintos a la hora de enfrentarse al proceso de cambio. Hasadi ha sido candidato electoral, mientras Qumu ha manifestado su intención de no abandonar las armas hasta ver un Estado islámico al estilo talibán instalado en Libia.

Hasadi explica mientras su hijo mejor llega con una nueva bandeja de té, que sigue teniendo buenas relaciones con Sufian Ben Qumu, aunque le gustaría que arriase la bandera yihadista que mantiene en su campamento. “Somos un Estado islámico y queremos un Gobierno islamista, pero también queremos tener buenas relaciones con Estados Unidos y con España”, argumenta. “Deseamos que los extranjeros puedan venir y hacer negocios, respetando lo que somos”, añade. “No hay miembros de Al Qaeda en la brigada de los Mártires de Abu Selim, sólo jóvenes que han luchado aquí y ahora van a luchar a Siria por la libertad de sus hermanos y hermanas”. Jóvenes, que acuden a pedirle consejo antes de partir al frente.

“Es mi obligación ayudar a mis hermanos en Siria. Es la yihad. No pararemos hasta que el último de los infieles haya caído y nuestros hermanos sean libres como nosotros ahora”. Mahmud (nombre supuesto), aún no ha cumplido los 20 años. En su móvil de última generación una fotografía del fallecido líder de Al Qaeda, Osama Ben Laden, centellea cuando recibe una llamada, mientras suena el canto de una sura del Corán. No tiene trabajo, como el 60 o 70% de los jóvenes que viven en Derna.

Desde que acabó el conflicto, Mahmud conduce el coche de un amigo llevando y trayendo viajeros para conseguir ahorrar los mil dinares que cuesta un billete de avión a Turquía. Desde allí, piensa unirse a la lucha que sus “hermanos” sirios libran contra el régimen de Bachar Al Assad. “Hasta el último aliento”, afirma.

Mahmud ofrece perfume —“musulmán, sin una gota de alcohol”— y muestra una foto en su móvil en la que un encapuchado sujeta por el pelo la cabeza cortada de un hombre, que saca de una bolsa amarilla.
Sonríe y explica que se trataba de un “gadafista”. Se interesa por lo que piensan los extranjeros sobre Libia y, mientras, sigue buscando en su teléfono hasta encontrar un mensaje de vídeo grabado por supuestos rebeldes sirios en el que leen una carta agradeciendo a los “hermanos libios de Derna” que luchen junto a ellos. Se lo ha pasado un amigo que acaba de volver del frente por razones de salud.

“Todo el mundo va a ver a Hasadi, pero el hombre fuerte en Derna es Qumu, ¿por qué a él no le entrevistas? Yo podría arreglarlo”, presume, pero Sufian Ben Qumu rechaza sistemáticamente hablar con periodistas. Y esta vez tampoco hay excepción.

No todos piensan como Mahmud. Yehia, un ingeniero de 25 años que fue padre durante la revolución y ahora ve cómo su sueldo y sus expectativas laborales mejoran, se muestra preocupado por este avance del islamismo. Mientras sorbe un té en la plaza de la ciudad antigua se lamenta de que haya quien apoye esas ideas radicales y alaba “la faceta política de hombres respetados como Hasadi”.

Saliendo del mercado de la ciudad vieja cerca de la costa, los muros aparecen cubiertos en distintos puntos de grafitis que se hicieron durante la revuelta: “We are freedom fighters, not terrorists”, “Oui pour la Constitution”, “Yes to pluralism”, “No to Qaeda”, dicen en varios idiomas, en un claro mensaje a la comunidad internacional que les miraba con recelo.

Hoy en alguno de ellos alguien ha tachado el “NO”, que acompaña el nombre del grupo terrorista. Sin embargo en otros, como el que se encuentra en la pared de la radio local, se han encargado de repasar con espray cada una de las tres palabras “NO TO QAEDA”. Quizá para que nadie olvide, como dice Hasadi, “que estamos ante una nueva Libia”.