Opinión

Das System

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Para un extranjero como yo, el sistema de las elecciones norteamericanas puede parecer disparatado.

Al presidente lo elige un “colegio electoral”, el cual no tiene por qué reflejar necesariamente la voluntad del pueblo. Este sistema, originado en las circunstancias del siglo XVIII, no tiene conexión alguna con las condiciones actuales. Puede llevar con facilidad a la elección de un presidente que solamente haya conseguido los votos de una minoría, privando a la mayoría de sus derechos democráticos.

Al presidente de EE UU lo elige un “colegio electoral” y no la voluntad del pueblo

A causa de este arcaico sistema, los últimos tres días de la campaña se dedican exclusivamente a los “estados indecisos”; aquellos cuyos votos de los colegios electorales aún siguen en duda.

Es, como poco, una forma curiosa de elegir al líder de la mayor potencia mundial y autoproclamada protectora de la democracia.

El sistema para elegir gobernadores, senadores y representantes es también algo discutible, al menos desde el punto de vista democrático. No es sino el antiguo sistema británico de “el ganador se lo lleva todo”, lo que significa que se elimina por completo la posibilidad de que existan minorías ideológicas o confesionales con representación dentro del sistema político. Las ideas nuevas y controvertidas no tienen ninguna posibilidad.

La filosofía que subyace tras este sistema es la de preferir la estabilidad por encima de la democracia auténtica, reduciéndose o incluso evitándose así el cambio y la innovación. Es algo típico en una aristocracia conservadora.

Dentro de Estados Unidos no parece haber voces serias que intenten cambiar este sistema. Si el presidente Obama o el presidente Romney salen elegidos esta semana por una pequeña mayoría en Ohio, independientemente del voto popular a lo largo y ancho del país, que así sea. Después de todo, el sistema ha funcionado bien durante más de 200 años, así que ¿por qué íbamos a cambiarlo ahora?

En las elecciones israelíes, por el contrario, diversos grupos discuten sin parar sobre “el Sistema”. “El Sistema es malo”. “El Sistema debe cambiar”. “Vótenme, porque voy a cambiar el Sistema”.

Cuando un político habla sobre “el Sistema” me pongo malo

¿Pero qué sistema exactamente? Bueno, eso debe elegirlo usted, el votante. Puede entenderlo como lo que más le guste (o, mejor dicho, lo que menos le guste). Las elecciones, la economía, los tribunales, la democracia, la religión. Lo que usted prefiera.

Francamente, cuando un político comienza a hablar sobre “el Sistema”, se me pone la carne de gallina. Traduzcan esas dos palabras al alemán, y les saldrá “Das System”.

“Das System” era el principal objetivo propagandístico de Adolf Hitler durante sus 13 años de lucha por el poder, algo increíblemente efectivo. (Lo segundo más efectivo fue su condena de los “criminales de Noviembre” que firmaron el armisticio tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Nuestros propios fascistas hablan ahora de los “criminales de Oslo”.)

¿A qué se referían los nazis cuando hablaban de “Das System”? A todo y a nada; a lo que quiera que la audiencia odiase en un momento en concreto. La economía, que condenó a millones al desempleo y la indigencia. La república, que era la responsable de las políticas económicas. La democracia, en la que se basaba la república. Los judíos, por supuesto, que inventaron la democracia y dominaron la república. Los partidos políticos, que servían a los judíos, etcétera.

Cuando los políticos israelíes arremeten contra “el Sistema”, en general se refieren al sistema electoral.

Esto deriva de los inicios del Estado. David Ben-Gurion era un demócrata, pero también era un autócrata. Quería más poder, y le contrariaba la proliferación de partidos políticos, que le obligaban a asociarse en incómodas coaliciones. ¿Quién los necesitaba?

Ben-Gurion quería más poder; no deseaba la proliferación de partidos políticos

El estado de Israel no era sino la continuación del movimiento sionista, que siempre contó con una especie de elecciones estrictamente proporcionales; cada grupo podía organizar un partido, y cada partido tenía representación en los congresos sionistas según el número de votantes. Algo simple y democrático.

Cuando se fundó el estado de Israel en 1948, se adoptó este sistema de manera automática; hasta hoy no ha cambiado, a excepción de que el umbral electoral ha aumentado de un uno a un dos por ciento. En las últimas elecciones se enfrentaron 33 partidos, 12 de los cuales superaron el umbral del 2% y consiguieron representación en el Knesset, el cual acaba de decidir su propia disolución.

En general, este sistema ha funcionado razonablemente bien. Aseguraba que todos los sectores de la sociedad, tanto nacionales como étnicos, confesionales, socioeconómicos y demás, tuvieran representación y se sintieran aceptados. Las nuevas ideas podían encontrar su voz política. Yo mismo salí elegido tres veces.

Esa es una de las explicaciones del milagro que representa la democracia israelí; un fenómeno que es casi inexplicable, teniendo en cuenta que casi todos los israelíes provenían de países muy antidemocráticos, como la Rusia de los zares y los comisarios políticos, Marruecos, el Irak y el Irán de los reyes autoritarios, la Polonia de Jozef Pilsudski y sus herederos, además, claro está, de judíos y árabes nacidos en la Palestina británica y la otomana.

Pero el fundador del movimiento sionista, Theodor Herzl, era un admirador de la Alemania del káiser, en la que la democracia llegó a desarrollarse hasta cierto punto, y también de Gran Bretaña. Los padres fundadores que vinieron de Rusia querían ser progresistas, como los países de Europa Occidental.

La democracia israelí es casi inexplicable; la mayoría venimos de países antidemocráticos

Debido a todo esto, Israel tuvo una democracia que fue, al menos en sus comienzos, equivalente a las mejores. El eslógan “La única democracia de Oriente Medio” no era aún una broma. Proporcionó asimismo un gobierno estable, basado en coaliciones cambiantes.

Ben-Gurion odiaba el sistema político. El público, incluidos sus propios votantes, se tomaba sus ataques contra éste como una de sus manías particulares. En 1977 un nuevo partido, llamado Dash, ganó 15 escaños con el único argumento de querer cambiar el sistema político, al que culpaban de todos los males del país. El partido desapareció durante las siguientes elecciones.

El heredero legítimo de dicho partido hoy en día es el nuevo partido de Ya’ir Lapid, “Hay un futuro”, que pretende “cambiar el Sistema”, incluyendo el sistema electoral.

¿Pero en qué dirección? De momento, no han aclarado ese punto. ¿Un sistema presidencial parecido al de Estados Unidos? ¿Un sistema constitutivo del tipo “el ganador se queda con todo”, como el de los británicos? ¿El sistema alemán de la postguerra (mi preferido) por el que la mitad del Parlamento se elige en elecciones propocionales nacionales, y la otra mitad por mayoría de voto en distritos electorales?

¿Qué más quiere cambiar Lapid? Es el único que ha mencionado el problema palestino, algo loable, declarando que no formará parte de ningún gobierno que no retome las conversaciones con los palestinos. Eso no significa mucho, dado que las conversaciones pueden ser interminables y no llevar a ninguna parte, como ya ha ocurrido en el pasado. No hizo ninguna mención a la palabra “paz”, y además prometió que no se dividirá Jerusalén (una promesa que hace imposible cualquier negociación). Hizo su declaración en Ariel, la capital de los colonos, que se encuentra bajo el boicot de todo el movimiento en pro de la paz.

Sin embargo, el principal enemigo de “el Sistema” es Avigdor Lieberman. En sus labios, esas dos palabras recobran sus implicaciones fascistas originales.

El Likud y Lieberman iniciarán un proceso para crear un partido único

Esta semana Benjamín Netanyahu ha soltado un bombazo; el Likud y el partido “Israel nuestro hogar” de Lieberman conformarán una lista electoral conjunta, iniciando así el proceso para la creación de un partido unificado. La lista llevará por nombre “Likud Beiteinu” (“Likud nuestro hogar”). No tuvo problemas en imponerle esta decisión a su renuente partido, a pesar de que nadie conocía los detalles del acuerdo.

Pero los principales detalles del acuerdo verbal ya se han filtrado; Lieberman será el número 2 de la lista y tendrá la posibilidad de elegir a uno de los tres principales Ministerios en el próximo gobierno, ya sea el de Defensa, el de Hacienda o el de Exteriores.

No cabe la menor duda de que Lieberman elegirá el Ministerio de Defensa, aunque ha intentado tranquilizar al público fingiendo que quizás elegiría el de Exteriores, su actual área política, en la que se ve boicoteado por la mayoría de los principales líderes mundiales.

El subtexto del acuerdo es que los dos partidos se convertirán pronto en uno solo, que Lieberman sucederá a Netanyahu como líder de toda la derecha, y que podríamos verle dentro de unas semanas como el todopoderoso ministro de Defensa, con el dedo sobre el botón de las bombas convencionales y las nucleares y, lo que es aún más aterrador, como gobernador único de los territorios ocupados de Palestina.

Muchos israelíes están temblando.

Hace sólo algunos años, tal situación era impensable. Aunque llegó a Israel hace 30 años, Lieberman ha seguido siendo la quintaesencia del “inmigrante ruso”, aunque en realidad vino de la Moldavia soviética.

El inmutable credo de Lieberman es la limpieza étnica

Hay algo profundamente siniestro en su apariencia, en su expresión, en sus ojos furtivos y en su lenguaje corporal. Tiene un fuerte acento ruso cuando habla hebreo, y sus palabras son burdas. Emana una desenfrenada ansia por el poder, en el más brutal de los sentidos.

Su más cercano (y quizás único) amigo en el extranjero es Alexander Lukashenko, el presidente de Bielorrusia y último dictador en Europa. Su principal objeto de admiración es Vladimir Putin.

El inmutable credo de Lieberman es la limpieza étnica, un estado judío sin árabes. Se ha traído de la Unión Soviética un desprecio abismal por la democracia y la creencia en un “gobierno fuerte”.

Hace años ideé la ecuación “bolchevismo – marxismo = fascismo”.

En el discurso de dos minutos con el que Netanyahu anunció la fusión a la nación utilizó 13 veces las palabras “fuerte” (gobierno fuerte, Likud fuerte, yo fuerte), poderoso (poderoso Israel, poderoso Likud) y “gobernabilidad”, una nueva palabra en hebreo que parece encantar tanto a Lieberman como a Netanyahu. (Esta semana varios comentaristas han utilizado el nombre que acuñé hace años: Bieberman.)

Si Bieberman gana las elecciones, será sin duda el fin de “Das System”, y el comienzo de un aterrador nuevo capítulo en la historia de nuestra nación.