Opinión

La fuerza y la dulzura

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Ha sido un día de alegría.

Alegría para el pueblo palestino.

Alegría para todos aquellos que ansían la paz entre Israel y el mundo árabe.

Y, desde un punto de vista más modesto, para mí personalmente.

La Asamblea General de la ONU, el foro mundial más importante, ha votado en abrumadora mayoría a favor del reconocimiento del Estado de Palestina, aunque de un modo limitado.

La resolución adoptada por ese mismo foro hace hoy 65 años de dividir la histórica Palestina en un Estado judío y un Estado árabe ha sido, por fin, reafirmada.

Espero que no les importe que lo celebre.

Durante la guerra de 1948, que siguió a la primera resolución, llegué a la conclusión de que existe una nación palestina y de que el establecimiento de un Estado palestino, al lado del nuevo Estado de Israel, es el prerrequisito para la paz.

Antes, yo tenía esperanzas de que la querida unidad del país se pudiera preservar

Como un simple soldado, intervine en muchos de enfrentamientos con los habitantes árabes de Palestina. Fui testigo de cómo docenas de ciudades y aldeas árabes eran destruidas y abandonadas. Mucho antes de ver al primer soldado egipcio, pude ver al pueblo de Palestina (que había iniciado la guerra) luchar por la que era su tierra.

Antes de la guerra, tenía esperanzas de que la unidad del país, tan querido para ambos pueblos, se pudiera preservar. La guerra me convenció de que la realidad había destrozado ese sueño para siempre.

Aún seguía llevando el uniforme cuando, a principios de 1949, intenté montar una iniciativa para lo que hoy en día se conoce como la Solución de los Dos Estados. Me reuní con jóvenes árabes en Haifa con este propósito. Uno de ellos era un árabe musulmán, otro un jeque druso (ambos se convirtieron en miembros de la Knéset antes que yo).

En aquel momento, parecía una misión imposible. Habían borrado “Palestina” del mapa; el 78% del país se había convertido en Israel, y el otro 22% estaba dividido entre Jordania y Egipto. La clase dirigente judía negaba con vehemencia la propia existencia del pueblo palestino, lo que acabó convirtiéndose en artículo de fe. Mucho más tarde, Golda Meir realizó su conocida declaración: “El pueblo palestino no existe”. Algunos respetados charlatanes escribieron libros populares “demostrando” que los árabes de Palestina eran farsantes que habían llegado poco tiempo antes. Los líderes israelíes estaban convencidos de que el “problema palestino” había desaparecido, de una vez por todas.

En 1949, no había nadie que creyera en la posibilidad de Dos Estados

En 1949, no había ni cien personas en el mundo entero que tuvieran fe en esta solución. Ni un solo país le daba su apoyo, mientras que los países árabes seguían creyendo que Israel acabaría desapareciendo. Gran Bretaña apoyaba al Reino Hachemí de Jordania, su Estado clientelar. Estados Unidos tenía a sus propios hombres fuertes locales, y la Unión Soviética de Stalin apoyaba a Israel.

La mía era una lucha solitaria. Durante los siguientes 40 años, como editor de un semanario, sacaba el tema casi cada semana. Cuando me eligieron para la Knéset, hice lo mismo.

En 1968 fui a Washington DC, para intentar propagar allí la idea. Fui recibido educadamente por oficiales relevantes del Departamento de Estado (Joseph Sisco), de la Casa Blanca (Harold Saunders) y de la misión estadounidense en la ONU (Charles Yost), e importantes senadores y congresistas, así como por el padre británico de la Resolución 242 (Lord Caradon). La uniforme respuesta de todos ellos, sin excepción, fue que el Estado palestino estaba fuera de toda consideración.

Cuando publiqué un libro tratando esta solución, la OLP en Beirut me atacó en 1970 con un libro titulado “Uri Avnery y el neosionismo”.

Hoy en día, hay un consenso total en cuanto a que la solución del conflicto sin un Estado palestino está fuera de toda consideración.

Entonces, ¿por qué no celebrarlo ya?

¿Por qué ahora? ¿Por qué no ha ocurrido antes o después?

Por culpa de Columna de Nubes, la histórica obra maestra de Benjamín Netanyahu, Ehud Barak y Avigdor Lieberman.

La Biblia nos habla de Sansón, el héroe que destrozó a un león con las manos desnudas. Cuando volvió al lugar, un enjambre de abejas se había instalado en los restos del león y estaban produciendo miel, por lo que Sansón les planteó un acertijo a los Filisteos: “De la fuerza salió la dulzura”, lo que ha acabado convirtiéndose en un proverbio hebreo.

Bueno, de la “fuerza” de la operación Israelí contra Gaza, ha salido sin duda la dulzura. Es otra confirmación de la regla que dice que cuando comienzas una guerra o una revolución, nunca sabes en qué acabará resultando.

Uno de los resultados de la operación ha sido que el prestigio y la popularidad de Hamás se han disparado, mientras que la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas se ha hundido. Eso es un resultado que Occidente no puede tolerar. La derrota de los “moderados” y la victoria de los “extremistas” islámicos han constituido un desastre para el presidente Barack Obama y toda el bando de Occidente. Había que encontrar urgentemente una solución para proporcionar a Abbas un logro rotundo.

Por fortuna, Abbas ya estaba intentando conseguir la aprobación de la ONU para el reconocimiento de Palestina como un “Estado” (aunque aún no como miembro completo de la organización mundial). Para Abbas, era una acción desesperada, que de pronto se ha convertido en un faro victorioso.

La causa palestina considera la competencia entre los movimientos de Hamás y Fatah un desastre. Pero hay otra manera de verlo.

Volvamos a nuestra propia historia. Durante los años 30 y 40, nuestra Lucha por la Liberación (como dimos en llamarla) se dividió en dos frentes, que se odiaban entre ellos con creciente intensidad.

Por un lado estaban los líderes “oficiales”, con David Ben-Gurión al frente, representados por la “Agencia Judía” que cooperaba con la administración británica. Su brazo armado era la Haganá, una milicia grande y semioficial, mayormente tolerada por los británicos.

Por el otro, estaba el Irgún (“Organización Militar Nacional”), el brazo armado mucho más radical del partido nacionalista “revisionista” de Vladimir Jabotinsky. Se dividió, dando lugar a otra organización aún más radical. Los británicos la llamaron “el Grupo Stern” por su fundador, Abraham Stern.

El “terrorismo” del Irgún y el Grupo Stern eran parte de la diplomacia de los líderes sionistas

La enemistad entre estas organizaciones era intensa. Durante un tiempo, los miembros de la Haganá secuestraban a luchadores del Irgún y se los entregaban a la policía británica, que los torturaban y enviaban a campamentos en África. Lo único que evitó una sangrienta guerra fratricida fue la prohibición de todo acto de venganza impuesta por el líder del Irgún, Menachem Begin. Por contra, la gente de Stern no tuvo reparos en decirle a la Haganá que le dispararían a cualquiera que intentase atacar a alguno de sus miembros.

En retrospectiva, ambos bandos se pueden considerar como los brazos de un mismo cuerpo. El “terrorismo” del Irgún y del Grupo Stern complementaba la diplomacia de los líderes sionistas. Los diplomáticos se aprovechaban de los logros conseguidos por los luchadores. Para contrarrestar la creciente popularidad de los “terroristas”, los británicos hicieron concesiones a Ben-Gurión. Un amigo mío calificó al Irgún de “la agencia de pistoleros de la Agencia Judía”.

De alguna manera, esta es la situación actualmente en la zona palestina.

Durante años, el gobierno israelí ha amenazado a Abbas con las más terribles consecuencias si se atrevía a acudir a la ONU. Como mínimo, abolir el Acuerdo de Oslo y destruir a la autoridad palestina. Lieberman llamó a esto “terrorismo diplomático”.

¿Y ahora? Nada. Nada de tiros, ni siquiera un quejido. Incluso Netanyahu entiende que Columna de Nubes ha propiciado una situación donde el apoyo mundial hacia Abbas se ha vuelto inevitable.

¿Qué hacer? ¡Nada! Fingir que todo es una broma. ¿Qué más da? ¿Quiénes se creen que son los de la ONU? ¿Acaso marca alguna diferencia?

A Netanyahu le preocupan más otras cosas que le han pasado durante esta semana. En las elecciones primarias del Likud, todos los “moderados” de su partido fueron expulsados sin ninguna ceremonia. Se han quedado sin coartadas liberales o demócratas. La facción del Likud-Beitenu de la próxima Knéset estará compuesta enteramente por extremistas de derechas, entre los que habrá algunos fascistas declarados, gente que quiere acabar con la independencia de la Corte Suprema, cubrir por completo Cisjordania con asentamientos y evitar tanto la paz como el Estado palestino a toda costa.

En las elecciones primarias del Likud, todos los “moderados” fueron expulsados

Aunque Netanyahu está seguro de que ganará las próximas elecciones y seguirá en su puesto de primer ministro, es demasiado inteligente como para no darse cuenta cuál es su posición actual; rehén de los extremistas y sujeto a que su propia facción de la Knéset le expulse si llega a mencionar la paz, para que en cualquier momento le reemplace Lieberman, o alguien peor.

Aprimera vista, las cosas no han cambiado demasiado. Pero sólo si no nos fijamos bien.

Lo que ha ocurrido es que la fundación del Estado de Palestina ha sido oficialmente reconocida como el objetivo de la comunidad internacional. La “Solución de los Dos Estados” es ahora la única solución sobre la mesa. La “Solución de Un Estado”, si es que alguna vez existió, está tan muerta como el dodo.

Por supuesto, la realidad actual es el Estado único del apartheid. Si nada cambia, esta situación se acentuará y fortalecerá. Casi todos los días hay noticias que cuentan cómo se afianza cada vez más (el monopolio de autobuses acaba de anunciar que a partir de ahora habrá autobuses separados para los palestinos cisjordanos en Israel).

Pero la búsqueda de la paz basada en la coexistencia entre Israel y Palestina ha avanzado mucho. La unidad entre los palestinos debería ser lo próximo. El apoyo estadounidense a la creación de un Estado palestino debería llegar poco después.

La fuerza debe llevar a la dulzura.