Reportaje

La guerra siria llega a Líbano

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 9 minutos
Tanques en Trípoli (Líbano). Dic 2012 | © Laura Jiménez
Tanques en Trípoli (Líbano). Dic 2012 | © Laura Jiménez

Desde hace una semana, los francotiradores de Yabal Mohsen se enfrentan a tiros con los combatientes de Bab Tabaneh. Suena rifles y granadas de mano. Pocos se atreven a cruzar en coche o andando la calle que divide ambos barrios. Los quinientos metros que separan la mezquita de Takwa del cruce al barrio Yabal Mohsen están totalmente desiertos. Los edificios están vacíos y las tiendas cerradas a cal y canto. “Es muy peligrosa esta zona. Nunca sabes desde donde te van a disparar. Todo el mundo tiene miedo y se ha marchado”, explica Mohamed Alaa, que recibió tres disparos en su vehículo cuando circulaba por la avenida en dirección a su casa.

La violencia sectaria se extiende como reguero de pólvora en el norte de Líbano, y Trípoli, la segunda ciudad más importante del país, sufre la peor violencia sectaria que ha vivido el país de los cedros desde que terminó la guerra civil en los años noventa. Como si fueran Montescos y Capuletos, aquí se enfrentan musulmanes suníes de la rama salafista, la más severa, con alauíes, una corriente musulmana prácticamente laica que no cumple apenas ningún rito.

Muchos alauíes de Líbano se sienten unidos a sus correligionarios en Siria y a Asad

Pero no es tanto la religión que los separa sino la política: muchos alauíes de Líbano se sienten unidos a sus correligionarios en Siria y, así, al gobierno de Bashar Asad, cuya familia es alauí, al igual que la mayor parte de los altos cargos. Los salafistas, en cambio, respaldan a la revolución siria que ellos interpretan como una guerra por la fe islámica frente a un régimen laico. En Bab Tabaneh, muchos vecinos han izado la bandera revolucionaria siria, para mostrar su apoyo al Ejército Libre de Siria.

La parte alta de Trípoli, en la montaña, la controlan los alauíes, mientras que los salafistas ocupan las zonas bajas que dan al mar. Estos combatientes deben moverse por las ensortijadas callejuelas siempre pegados a las paredes de los edificios, para no estar en el punto de mira de los francotiradores alauíes.

Pero ninguno de los dos bandos rivales parece tener intención de poner freno a los tiroteos tras los intensos combates en Bab Tabaneh, Qubbeh y Yabal Mohsen. Sólo una calle separa los dos barrios que representan las dos mitades del país vecino, desgarrado por una revolución tornada en guerra. Su nombre hace temer lo peor: se llama calle Siria.

Sólo una calle separa los dos barrios que representan las dos mitades del país vecino

Tampoco parece que el ejército libanés pueda controlar la situación, a pesar del despliegue de soldados y de los retenes. Al final, las fuerzas armadas han instalado un improvisado puesto de control con unas tablas de madera frente a los barrios en conflicto para indicar que más lejos de allí no se debe pasar.

El lunes, tras una reunión de urgencia del Gobierno de Beirut, las autoridades libanesas dieron luz verde al Ejército para que entrara en los dos barrios rivales y arrestara a los incitadores a la violencia. La tregua, acordada el domingo, fue violada de nuevo a primera hora del lunes, lo que llevó a las Fuerzas Armadas a intervenir para restablecer la seguridad.

El detonante de este último estallido de violencia ha sido la muerte, el pasado 30 de noviembre, de un número indeterminado de combatientes salafistas libaneses que cayeron en una emboscada de las fuerzas sirias en la localidad fronteriza de Tal Kalakh. Pero la chispa que ha inflamado la ciudad ha sido la publicación en Facebook de las fotografías de los cadáveres de estos milicianos, según explicaron residentes de Bab Tabaneh a M’Sur.

“Gente de Yabal Mohsen colgó las fotografías de los muertos antes de que se difundiera la noticia en los medios oficiales. Si ellos ya tenían las imágenes será porque están compinchados con el régimen sirio”, denuncia un residente suní de Bab Tabaneh, que quiere mantener el anonimato. Alude a la posibilidad de que Damasco cuente con agentes en Líbano –por supuesto, serían alauíes- que podrían haber pasado información al régimen sobre el viaje de los salafistas, colaborando así en la emboscada.

Ya en agosto, 17 personas murieron en enfrentamientos entre seguidores y detractores del régimen sirio, y en la última semana la violencia sectaria ha dejado un balance de 14 muertos y un centenar de heridos. La situación actual rememora las tres décadas de hegemonía siria en Líbano y refleja que los libaneses aún están muy divididos entre los que apoyan a Damasco y los que se oponen al régimen de Bashar Asad.

 Los suníes creen que Damasco cuenta con agentes en Líbano, alauíes por supuesto

«Ellos (los alauíes) han empezado la guerra porque temen que cuando caiga Asad, perderán su poder con Hizbulá”, se queja Ahmad, un miliciano barbudo, de 26 años, y padre de cuatro hijos. Hace referencia a otra de las intrincadas alianzas: aunque las prácticas religiosas de los fundamentalistas chiíes, que componen el partido Hizbulá, no se parecen en nada a las de los laicos alauíes –cuya vinculación a la rama chií del islam es poco más que una interpretación histórica– , ambos grupos están unidos al régimen de Asad. Unos por compartir la misma fe, los otros por su dependencia del Irán chií, desde hace décadas el mejor aliado de Damasco.

Jaque a Hizbulá

Apoyado en la puerta metálica de un garaje, Ahmad vigila la calle que sube hacia los bloques altos controlados por los alauíes. “Nosotros estamos defendiendo a nuestras familias”, insiste el miliciano salafista, que asegura que cada varón tiene un rifle y en las mezquitas hay almacenadas más armas y municiones. “Lucharemos hasta el final”, declara desafiante.

Los  salafistas de Trípoli se han aliado con Fatah al Islam, aparecido en 2007

Los combatientes salafistas de Bab Tabaneh se han aliado con el líder de Fatah al Islam, Husam Sabbagh, un grupo cercano a Al Qaeda que en 2007 saltó a la palestra al enfrentarse con el Ejército libanés en el campamento de refugiados palestinos de Naher El Bared. El grupo había aparecido casi de la nada, aunque se rumoreaba que bajo mano estaría apoyado por partidarios de Futuro, el partido suní de Líbano. Su líder, Saad Hariri, hijo del ex primer ministro Rafiq Hariri, asesinado en 2005, habría así intentado preparar una milicia para poner en jaque el poder hasta ahora incontestado de Hizbulá.

Esta milicia fue la única facción libanesa a la que se le permitió conservar sus armas después de terminar la guerra civil en 1990, porque actuaba entonces como movimiento de resistencia contra las fuerzas de ocupación israelíes en el sur del país. Pero incluso después de la retirada de Israel, en el año 2000, Hizbulá mantiene sus milicias.

Ya no son los únicos. En Bab Tabaneh hay colgados carteles con la fotografía del controvertido jeque suní Ahmad Assir, que ha protagonizado una sentada pacifica en Sidon, al sur de Beirut, para protestar contra la hegemonía de Hizbulá, que controla grandes partes del sur y el fértil valle de la Bekaa, en el este. Este dirigente religioso y político está llevando a cabo su propia ‘guerra santa’ en el sur del país, y está reclutando combatientes suníes para crear una milicia y contrarrestar el poder de Hizbula. El jeque, salafista radical, justifica la medida de armar a sus partidarios alegando que “mientras haya armas ilegales en Líbano, todo el mundo tiene derecho a adquirir armas”.

Por su parte, los alauíes que residen en Yabal Mohsen llegaron desde Siria en los años ochenta y muchos tienen la nacionalidad libanesa. Este vecindario es uno de los pocos bastiones que tiene Hizbulá en la ciudad de Trípoli, cuya población es mayoritariamente suní. También el gobierno local lo controla el partido Futuro.

“Mientras haya armas ilegales en Líbano, todo el mundo tiene derecho a adquirir armas”

La lucha por el control de Trípoli siempre ha sido un elemento clave en las rivalidades políticas de Líbano. El actual primer ministro, Najib Mikati, es originario de esta ciudad, y a pesar de ser suní, es cercano al régimen de Damasco. Mikati sustituyó a Saad Hariri en enero de 2011, tras la renuncia de diez ministros del bloque prosirio 8 de Marzo, algo que hizo colapsar el gobierno antisirio de Hariri. Mikati pidió recientemente a los ciudadanos de Trípoli que no permitan que les transformen en munición “de la guerra de otros”.

Pero no todo el mundo en Trípoli apoya a “la revolución salafista” que tiene como objetivo “instaurar un estado islámico en el norte de Líbano”, asegura Milad, un comerciante suni del centro de la ciudad.

“Yo no apoyo ni a unos ni a otros. Las milicias de Hizbulá quieren dominar todo el país y los salafistas, junto con Hariri, quieren controlar el norte y después querrán hacer lo mismo con el resto. Han llegado milicias suníes de todas partes del país para combatir a los alauíes. Ellos (los salafistas) son los que han traído los problemas a Trípoli”, asegura.

El enfrentamiento parece una vez más dar la razón a quienes dicen que la guerra civil libanesa no fue nunca realmente civil, porque no enfrentaba tanto a ciudadanos como a peones de potencias extranjeras: Israel, Irán, Francia, Gran Bretaña…. Ahora se han unido al cuadro Turquía, que respalda la revolución siria y sobre todo Qatar y Arabia Saudí, que financian a los grupos más integristas.

“Si esta absurda lucha de poder entre suníes y chiíes que está enfrentando a los libaneses no se detiene”, advierte Milad “Líbano se convertirá en la próxima Siria”.