Crítica

El mar y el fuego

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 2 minutos

Ya en la gira de dicho álbum se dejó ver con músicos griegos, de modo que a nadie extrañó que esta nueva entrega, Rebetiko Gymnastas, rezumara Grecia por los cuatro costados. Lo curioso es que cuanto más griego se viste y camina el músico, más italiano nos parece, lo que viene a confirmar que en el fondo las tierras imperiales de la Antigüedad han sido siempre vasos comunicantes; y cuanto más italiano se nos presenta, más árabe se vuelve de pronto, para envolvernos en aromas especiados justo antes de transportarnos a los desiertos del western con arreglos a lo Morricone…

El disco se abre con una versión de Los ejes de mi carreta de Atahualpa Yupanqui bajo el título Abbandonato, y a través de 13 cortes nada supersticiosos más un ghost track hace un repaso de varios temas conocidos de su repertorio –ocho, desde Non è l’amore che va vi a Scivola vai via–, además de sorpresas como la Canción de las simples cosas de Mercedes Sosa o esa deliciosa pieza del folklore griego titulada Misirlou.

Todo pasado por el filtro del rebetiko, conocido como “el tango de los griegos”, una música muy narrativa y, como aquél, de parias y marginados en su origen. Un disco, en fin, lleno de sales y de soles, de acordes mestizos, de ritmos que alzan los brazos y disparan los pies y nos hacen girar alrededor de un fuego que no existe.