Opinión

Nuestra conciencia no es negociable

Aïcha Zaïmi Sakhri
Aïcha Zaïmi Sakhri
· 4 minutos

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El asunto de la fetua relativa a la pena de muerto por apostasía es muy instructivo. Recordemos: el Consejo de Ulemas de Marruecos publicó, dentro de una recopilación de fetuas emitidas entre 2004 y 2012, un dictamen que interpreta la posición del islam respecto a la apostasía. Según ese texto, un musulmán que abandona su fe debe ser castigado con la muerte. Con esta opinión, el Consejo de Ulemas, si bien precisó que no exigiría la aplicación efectiva de esta “sentencia”, ha desatado no sólo una polémica sino todo un escándalo. Aparte de las preguntas suscitadas en diversos bandos se pone aquí la cuestión sobre el valor jurídico de esta fetua.

Esta visión fundamentalista del islam, totalmente contraria al principio de una sociedad abierta y plural, tal y como la reivindica la nueva Constitución marroquí, fue rápidamente corregida en la prédica del viernes 18 de abril en la mezquita de Ouhoud en Safi, en presencia de su majestad el rey Mohamed VI, quien había dejado claro que la libertad de culto es el fundamento del islam. En el texto del Corán no hay mención alguna de la apostasía. Lo confirma el famoso versículo que contiene la frase “No hay obligación en materia religiosa”, lo que sienta la base para las libertades, en concreto la libertad individual en el marco de la religión islámica.

Si no fuera por. La libertad de culto, que no se debe confundir con la libertad de conciencia, es un principio que define el derecho de cada persona a practicar su religión. No es casualidad si el respeto a la libertad de culto no le supone ningún problema teológico al sector islamista más duro del país. Desde Mohamed Fizazi, adepto de una tendencia salafista dura, hasta Al Adl Wal Ihsane y al partido Oumma, todos se han distanciado oficialmente de esta polémica, en nombre de la charia y del hadith que estáen el origen de esta interpretación. Obviamente.

La libertad de conciencia engloba también la libertad de tener una religión o no

La libertad de conciencia engloba no sólo la libertad de religión (y con ella, la de culto) sino además la libertad de tener una religión y practicarla o no. O de no tener ninguna religión. Recordemos que el muy oficialista Partido Justicia y Desarrollo (PJD) había tergiversado los debates alrededor de la “libertad de conciencia y de fe” y había presionado para que el concepto no se recogiera en la nueva Constitución. Tenían mucho motivo. Porque es un concepto de una nueva forma de ciudadanía a favor de un Estado fuerte, moderno y plural, que respeta y protege a sus minorías y a las diferencias.

Aunque una aplastante mayoría de los marroquíes vive de forma serena su práctica religiosa del islam, existen también ciudadanos que, por su parte, no son practicantes o no son coherentes a la hora de practicar, que tienen dudas de su fe, se convierten a otra religión o no sienten que tengan nada que ver con ningún tipo de espiritualidad. Esto es un hecho. ¿Tendrán por eso una ética de vida, una moral, menor que los practicantes? ¿Serán ciudadanos de segunda? ¿Están destinados a quedarse fuera de la ley?

Entonces ¿de qué tipo de igualdad ciudadana hablamos? ¿En qué proyecto de sociedad se quiere inscribir el Marruecos del siglo XXI? ¿El de una apertura al mundo con un espacio público donde el hecho de “vivir juntos” respeta las diferencias y la igualdad ciudadana ante la ley? ¿O el de una norma dominante que impone a la totalidad de la población un código penal liberticida, cada vez más desfasado respecto a los desafíos económicos y geopolíticos?

La fetua a favor de la condena de los apóstatas ha tenido al menos el mérito de volver a lanzar estas cuestiones al debate público. Ya era hora. Por mi parte, tengo clara mi religión: nuestra libertad de conciencia no es negociable.