Reportaje

Parirás con dolor

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 10 minutos
Una ambulancia palestina, con una madre y su bebé, bloqueada en el checkpoint de Qalandia. / ACRI
Una ambulancia palestina, con una madre y su bebé, bloqueada en el checkpoint de Qalandia. / ACRI

Nablus | Junio 2013

La doctora Chloe anima a Rand. “Respira, respira”. Ambas están en un coche destartalado, atrapado en un atasco por un control israelí inesperado. Rand está de parto. Está perdiendo mucha sangre. Los soldados les niegan el paso. Ha habido una importante redada contra terroristas, dicen. Nadie cruzará. La madre hace lo que puede. Y al fin nace Mika, “como el cantante”. La médica canadiense, a las órdenes de la UNRWA (el organismo de Naciones Unidas para los refugiados palestinos), trata de llevarlo de inmediato a un hospital. Al menos, que atiendan al bebé. Antes de llegar a la barrera, sus brazos ya sólo sostienen un cadáver.

Chloe, como Rand, como Mika, como los soldados, son fruto de la imaginación de Anaïs Barbeau-Lavalette, la cineasta canadiense que acaba de estrenar en España la cinta Inch´allah, la historia de una joven obstetra que vive entre dos mundos, Israel y Palestina. Imaginación apuntalada de verdad, la que la también documentalista vivió durante sus variadas estancias en los Territorios Palestinos en la última década. La película -premio FIPRESCI en la edición Panorama del pasado Festival de Berlín- habla de ocupación, de violencia, de humillación, de esquizofrenia vital, de límites y valores, pero también, de fondo, de la situación de las madres y los hijos de Palestina, una tierra donde la mortalidad infantil multiplica por siete la española, con 20 fallecidos por cada mil nacimientos frente a los dos o tres de los países europeos. La tasa sube entre los menores de cinco años a 24.1 casos, superando los 27 en Gaza y los 22 en Cisjordania, según datos aportados por el Ministerio de Salud de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

En el mundo real hay muchas Rands y muchos Mikas, que aguardan en checkpoints, incluso en ambulancias, durante horas, rogando por un permiso. El trabajo de cientos de Chloes de pasaportes multicolores no resuelve todos los problemas. Palestina parte de un fallo estructural, el de la calidad de los servicios. Sus cifras son ya similares a las de otros países en desarrollo e incluso se alcanza una mortalidad inferior a la de los vecinos árabes, debido a las mejoras en las condiciones de vida. Pero queda mucho por hacer.

Demasiadas infecciones, demasiada anemia

La primera causa de mortalidad infantil son las infecciones respiratorias, en un 37,6% de los casos. “Eso quiere decir que vivimos en entornos contaminados, donde los virus campan, en casas poco limpias, en campos de refugiados rodeados de basuras, junto a escombreras de Israel o canteras de piedra que ellos explotan… Desde el mismo aire, ya estamos condenados”, explica Angham Asaf, doctora en un centro de salud de Qalandia, Cisjordania. Detrás de estas infecciones, el Centro de Estadísticas de Palestina (PCBS) constata que los principales factores de muerte son las anomalías congénitas, infecciones de otro tipo y partos de niños con bajo peso o prematuros. Hasta un 11.1% de las muertes se producen por esta razón.

Hay 20 bebés fallecidos por cada 1.000 partos, siete veces más muertos que en España

Y es que las carencias en la vida diaria se dejan ver con más dureza en el embarazo y el parto. El 8.8% de los bebés nace con menos de dos kilos y medio. Un quinto de los pequeños de seis a 59 meses tiene anemia, con tasas del 32.3% en Qalquilia (Cisjordania) o del 41.4% en Deir El Balah (Gaza). Casi un 4% de los menores arrastra un bajo peso toda su infancia y el 11% sufre malnutrición crónica, cinco puntos más en Hebrón, la zona más desolada de los Territorios.

Sus madres no están mejor: el 26.7% de las parturientas dan a luz con anemia, una cifra que en Gaza se dispara hasta el 39.1%. “En una cultura que avala el amamantamiento, que defiende que las madres den el pecho por los beneficios que conlleva, nos encontramos con que muchas mujeres no pueden hacerlo por su debilidad. Pero tampoco pueden pagar las leches artificiales. En zonas como la periferia de Hebrón o Nablus es un grave problema”, añade el doctor Khaled Shelbayeh, el frente del ambulatorio de Askar, un campo de refugiados de Nablus, donde trabaja “en condiciones dignas” gracias al dinero de la cooperación internacional, el que invierte UNRWA en nombre del Gobierno de Andalucía, entre otros. Aquí se hacen revisiones mensuales, análisis de sangre, ecografías, reparto de ácido fólico, hierro, vitaminas, vacunas…

Tratan de atajar las dos causas más comunes de muerte entre los pequeños menores de cinco años: los malos cuidados en el periodo prenatal y las septicemias (38 y 11.1%, respectivamente). Son sus objetivos esenciales. “Y aun así no llegamos a todo”, dice afligido. Durante la charla, precisamente, le informan de que Amina, una joven de 20 años a la que trataba, ha muerto de madrugada en el parto. Su anemia grave y una infección posterior al dar a luz en su casa destartalada, muy débil para poder moverse, se la llevaron en cinco horas. Nasser, el bebé, sobrevive. “Es inasumible perder a gente tan joven”, se duele el doctor Shelbayeh.

La mala alimentación impide incluso que muchas madres den el pecho. Y no hay demasiado dinero para leche en polvo

Apenas unas calles más allá del campo de Askar, unos niños cogen agua de un charco, el que genera un taller de coches. La potabilización del agua y la elaboración higiénica de comidas son otra asignatura pendiente que complica los partos y los embarazos. Hay un “alto porcentaje de seguridad”, dice la doctora Asaf, en toda Palestina, pero se limita más bien al ámbito sanitario. “En casa es otra cosa. Hay quien no tiene electricidad o una nevera digna”. Las diarreas están agravándose, las estadísticas de Salud dicen que las sufren un 12.8% de los niños, más de un punto por encima de las estadísticas de 1997, las primeras que se tomaron de forma profesional. Un tercio de los niños ha necesitado suero en el último año y otro 44,6%, la ingesta de líquidos en un entorno hospitalario. En sus hogares no podían permitírselo.

Los partos son tan complicados que a veces dejan secuelas permanentes. Hay un 1.5% de menores con discapacidad en Palestina y, de ellos, el 15,2% son chicos que tuvieron problemas en el parto, fueron mal atendidos, hubo una negligencia, un golpe, una infección, falta de oxígeno no controlada… “Las madres también sufren notablemente. Una cuarta parte de las nuevas esposas, de las chicas que se casaron el año pasado, tenían menos de 18 años. Muchas son muy niñas aún para soportar los embarazos. Su cuerpo queda castigado muy pronto. La costumbre está cambiando por fortuna, pero aún es demasiado común. Míralas. Parecen viejas”, dice Shelbayeh señalando la sala de espera de su consulta. La fertilidad media en Gaza es de 5.29 hijos por mujer, mientras en Cisjordania es de 4. La tasa ha bajado diez puntos en 15 años debido a la introducción de nuevos programas de salud reproductiva –cuyos carteles llenan los muros de los centros sanitarios- y la bajada de los niveles de fertilidad.

Pocos especialistas

En Palestina hay 1.7 médicos por cada mil habitantes, cuando en España hay casi 5 y, en las peores zonas, nunca menos de 3, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La media no es mala para la región, iguala la de Kuwait y supera en dos décimas a la de Siria, por ejemplo. Pero la distribución de especialidades es desigual y los ginecólogos, obstetras y pediatras están en la parte baja de la lista. Hay un lugar sólo, en ambos territorios, donde la situación se iguala con el vecino Israel o incluso con centros europeos de alto nivel. Es el Hospital de la Sagrada Familia de Belén, comandado por la Orden de Malta y las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Sólo en este centro hay 90 parteras, tantas como en toda Palestina. El centro, abierto desde 1882, ha visto nacer a más de 50.000 niños, con una media de 3.200 partos al año actualmente. Es el único centro de asistencia a embarazos de alto riesgo y con una unidad neonatal. Issa Somali, uno de sus doctores, cuenta orgulloso cómo tratan a 400 prematuros al año o las 22.000 consultas que atienden, con tecnología punta llegada de Francia o Irlanda: mamografías, ecografías Dopler, laparoscopias…

El Hospital de la Sagrada Familia de Belén busca pacientes en el campo y el desierto. No siempre llegan a tiempo

Ni por esas está satisfecho. “Demasiadas mujeres llegan tarde. Eso tenemos que impedirlo”, dice, ronco. Y es que aunque hacen al año 500 visitas a mujeres en zonas rurales, en las montañas, en villas alejadas, beduinas, con sus unidades móviles, no son capaces de detectar todos los casos que requieren una atención urgente. “Aquí hay madres que paren como hace siglos. Sus embarazos no se controlan, no comen bien, no tienen higiene suficiente en sus casas de chapa… Algunas, que nos conocen, que oyen hablar de nosotros, vienen caminando días enteros para que las atendamos. Algunas llegan a tiempo. Otras no. Es angustioso”, relata.

Este tratamiento es gratuito para las palestinas más necesitadas. Las demás pagan un tercio del coste, esto es, unos 20 euros en total, “una décima parte de lo que cobra Israel”. Por eso algunas residentes en Jerusalén Este acuden también a Belén para ser revisadas. Y cooperantes, y trabajadoras de organismos internacionales, y periodistas extranjeras. La fama del hospital salta el muro. “Somos la maternidad de Palestina”, sonríe Somali.

Cruzando el patio del hospital, tras los árboles y la capilla, se encuentra el orfanato de las Hijas de la Caridad, 128 años atendiendo a niños sin familia, abandonados o sencillamente de familias muy pobres que temporalmente no pueden atenderlos. Ahora unos 30 residen allí, entre los dos días y los cinco años y medio de edad. A los seis, son derivados a otros centros privados o a instituciones de la Autoridad Nacional Palestina. Hay ejemplos de malnutrición y de embarazos mal llevados por la pobreza y el aislamiento, pero también de patriarcado, machismo, sometimiento. Llegan bebés fruto de violaciones que no se “pueden” denunciar –de padres, de tíos, de hermanos-, de relaciones extramatrimoniales o prematrimoniales, niños de madres que han tomado hierbas abortivas o de chicas que han aprisionado su vientre en vendas para ocultar la tripa creciente, y que acaban pariendo a bebés como Joseph, todo ojos azules, atrapado por el daño cerebral que le causó el corsé de la desesperación de su madre. Casos de película. De terror.

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