Reportaje

La cultura egipcia se rebela

Paula Rosas
Paula Rosas
· 8 minutos
Feria del Libro de El Cairo. 2006 | © Eva Chaves
Feria del Libro de El Cairo. 2006 | © Eva Chaves

Radamés no lloró su amor por Aída ni pudo celebrar su victoria sobre los etíopes. Cuando se alzó el telón, los faraones, sacerdotes y guerreros del antiguo Egipto llevaban pancartas de “¡batel!” (¡ilegítimo!) y “¡erhal!” (¡vete!).

Las consignas que se escuchan desde hace más de dos años en la plaza Tahrir resonaron recientemente en la Ópera de El Cairo, donde su compañía al completo, vestida hasta el último detalle para interpretar la obra de Verdi, se ha puesto en pie de guerra contra el nuevo ministro de Cultura y lo que los artistas interpretan como un intento de “islamización” de las artes en Egipto.

Las orquestas, el ballet, el coro, la compañía de cantantes y los técnicos y administrativos de la Ópera han iniciado una huelga indefinida en solidaridad con la destitución de la directora de este centro cultural, el más importante del país, y para exigir la dimisión del nuevo ministro, Alaa Abdelaziz, al que acusan de “intentar cambiar la identidad de este país”, tal y como explicó el director de la orquesta, Nayer Nagui, durante el acto de protesta.

«En dos años hemos tenido cinco ministros de Cultura; muchos han abandonado  porque no tenían libertad»

“En algo más de dos años hemos tenido cinco ministros de Cultura. La mayoría ha abandonado el cargo porque no tenían la libertad suficiente para hacer su trabajo, hasta que al final han nombrado al sexto, uno que está en sintonía con los Hermanos Musulmanes”, denuncia Erminia Gambarelli, la directora artística de la Compañía de Ballet de la Ópera.

Abdelaziz ha llegado como un tsunami al Ministerio y en poco menos de un mes ha destituido a la directora de la Ópera, Ines Abdeldayem, y al director del departamento de Bellas Artes, la máxima autoridad de museos y exposiciones. Intentó hacer lo propio con el director de la Academia de las Artes, hasta que se dio cuenta de que sólo un decreto presidencial podía quitarlo del cargo. El último en caer ha sido el director del Archivo y la Biblioteca Nacional, Abdel Nasser Hassan. La preocupación dentro del sector es evidente.

Tras caer el telón sin que se hubieran escuchado los acordes de “Aída”, Gambarelli, que lleva 30 años en Egipto y fue primera bailarina de la compañía, mostraba en su pequeño despacho de la Ópera un recorte de periódico sin ocultar su agitación y preocupación. “¡Dicen los salafistas que hay que cerrar el ballet porque bailamos desnudos!”, señalaba esta italiana en referencia a la intervención en el Consejo de la Shura de Gamal Hamed, un diputado miembro del partido salafista Nur, que aseguró recientemente que las actuaciones de ballet en la Ópera servían para difundir la inmoralidad y la obscenidad.

Islamistas contra actrices

La lucha de los islamistas egipcios contra el mundo de la farándula no es nueva. Ya en los noventa aparecieron proclamas y denuncias judiciales contra películas en las que alguna actriz mostraba “demasiada carne”. En 2006, la cineasta Inas Degheidy advirtió que estaba empezando a recibir amenazas de muerte. En julio de aquel año, numerosos diputados egipcios pidieron censurar una escena de amor gay en el filme “El edificio Yacoubian”, basado en la novela homónima de Alaa Aswany. Y en 2012, estudiantes islamistas de la Universidad Ain Shams en El Cairo intentaron impedir que allí se rodara una escena de la teleserie Al Daht, ubicada en los años 70. La razón: las actrices llevaban faldas cortas… como era habitual en aquella década en Egipto.

Más grave fue el caso de Adel Imam, un prestigioso actor de teatro de 72 años, que en febrero de 2012 fue condenado a tres meses de cárcel por “insultar el islam” en sus piezas, una sentenciada confirmada dos meses más tarde pero revocada por un tribunal de apelación en septiembre pasado.

Bajo la ley egipcio, cualquier ciudadano puede denunciar en los juzgados actos que considere “antiislámicos”, y a menudo los tribunales dan curso a estas quejas.

La sugerencia de Hamed pasó sin pena ni gloria por la cámara alta, que tiene de forma provisional las competencias legislativas, y de hecho no ha habido ninguna comunicación oficial por parte de las autoridades. Pero el colectivo de artistas egipcios empieza a ver en las palabras de los islamistas indicios de lo que podría estar por venir.

“Se ha llegado a sugerir que se alargara la longitud de los tutús para “El lago de los cisnes”, denuncia Alicia Santamaría, una de los tres españoles que bailan en el Ballet de la Ópera de El Cairo. “Y se ha eliminado del repertorio las piezas contemporáneas, por si alguien las consideraba demasiado “osadas”, añade su compañera María José Baeza.

“Odian lo que no conocen ni entienden y se escudan en que es haram, prohibido por la religión»

“Odian lo que no conocen ni entienden y se escudan en que es haram, prohibido por la religión. Pero lo único que demuestran es su incultura”, asegura Mahmud Atef, un bailarín que lleva 9 años en la compañía. «Si la situación empeora, tendremos que marcharnos de Egipto, porque nosotros lo que queremos es bailar”, advierte.

Los trabajadores de la Ópera no son los únicos en rebelarse contra el ministerio. Desde principios de junio, un grupo de artistas ha ocupado el palacete que sirve de sede al Ministerio de Cultura en el barrio de Zamalek y no han permitido que Abdelaziz regrese a su despacho. El pinto Mohamed Abla, el productor de cine Mohamed el Abd, los actores Mahmud Kabil y Nabil el Hefnaui o el editor Mohamed Hashem duermen desde el 5 de junio en el ministerio, y desde entonces decenas de artistas se han unido a ellos.

Fiestas de protesta

La fiscalía ya está investigando a 31 de ellos por la ocupación del edificio donde, cada noche, los alrededores del palacete se convierten en una fiesta de protesta donde se celebran conciertos, representaciones y donde los activistas de “Tamarrud” (rebelión) aprovechan para recoger firmas.

Esta plataforma, que ha organizado grandes manifestaciones para el próximo 30 de junio, quiere acumular 15 millones de firmas para pedir la celebración de elecciones presidenciales anticipadas. Sus activistas, en su mayoría jóvenes, sortean el tráfico cada noche junto al ministerio pidiendo a los conductores que apoyen la campaña. En Zamalek, un barrio acomodado de la capital, no son pocos los firmantes.

El ministro Abdelaziz alega que durante muchos años “la cultura ha estado monopolizada por un grupo de personas (en su mayoría izquierdistas) que excluyen a todos los demás”, señaló en una entrevista con el diario Al Masri al Youm. Pero los artistas sienten que lo que está en juego es el “alma cultural y la identidad nacional” de Egipto, el país en el que brillaron los legendarios Umm Kulzum, Naguib Mahfuz o Yusef Chahin y donde las nuevas generaciones temen quedar sepultadas bajo los velos islamistas.

Ministerios de poca cultura

La ocupación del ministerio de Cultura por parte de los artistas ha suscitado reacciones furiosas entre los grupos islamistas. El portavoz del pequeño partido salafista Watan, Mohamed Nour, aseguró que la revolución intentó “purgar la Judicatura y combatir la corrupción pero se olvidó de quienes han envenenado la mente de los egipcios durante los últimos 30 años”. Pidió llevar a los tribunales a los manifestantes por “ideas corruptoras” y los acusó de presentar sólo “las más decadentes de las artes”. Y los tildó de ser “partidarios de Farouk Hosni, el ministro de Cultura del anterior régimen”.

En este último punto, seguramente no estarían de acuerdo muchos artistas. Hosni, ministro de Cultura desde 1987 hasta el fin de la era Mubarak, nunca se había caracterizado por plantar cara a los islamistas. Cuando un diputado de los Hermanos Musulmanes lo interpeló en 2001 por la publicación de tres novelas con “contenido sexual”, el ministro de Cultura ordenó retirarlas de la circulación y anunció el despido de los funcionarios que habian permitido su publicación.

De paso hizo retirar y destruir dos tomos de una flamante edición de la obra poética completa de Abu Nuwas. Este poeta iraquí del siglo VIII, amante de los chicos y del vino, era considerado uno de los mejores líricos en lengua árabe y un clásico de estudio obligado… hasta lo que ya se conoce como su segundo destierro a manos de los poderosos.