Opinión

Primavera de la humanidad

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Permítanme que les cuente una anécdota sobre Zhou Enlai, el líder comunista chino. Cuando le preguntaron que pensaba de la Revolución Francesa, contestó con esta famosa frase: «Es demasiado pronto para decir algo».

Se pensó que Zhou hacía gala de la típica sabiduría tradicional china, hasta que alguien señaló que no se estaba refiriendo a la revolución de 1789, sino a los sucesos de Mayo del 68, que habían tenido lugar poco antes de que se llevara a cabo la entrevista.

Puede que siga siendo pronto para valorar aquella revuelta, en la que los estudiantes levantaron los adoquines de París, se enfrentaron a brutales policías y proclamaron una nueva era. Fue un antecedente de lo que está ocurriendo hoy en todo el mundo.

Hay muchas preguntas en el aire. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en tantos países totalmente diferentes? ¿Por qué en Brasil, Turquía y Egipto al mismo tiempo?

Sabemos cómo empezó. En el zoco de Túnez. Estuve allí muchas veces, cuando Yasser Arafat se encontraba en la ciudad. El mercado siempre me pareció un lugar feliz, lleno de ruido, tenderos entusiastas, turistas dispuestos a regatear y lugareños con flores de jazmín detrás de la oreja.

Hay muchas preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en tantos países totalmente diferentes?

Fue allí donde una mujer policía se enfrentó a un vendedor de fruta y volcó su carretilla. El vendedor se sintió profundamente insultado, se prendió fuego a lo bonzo y puso en marcha un proceso del que ahora forman parte millones de personas en todo el mundo.

Lo ocurrido en Túnez fue un ejemplo para los egipcios, que se congregaron en masa en la plaza Tahrir y consiguieron deponer a su dictador. Después nos tocó a nosotros y casi medio millón de israelíes salieron a las calles para protestar por la subida del precio del queso. Más tarde hubo revueltas en Siria, Yemen, Bahréin y otros estados árabes, conocidas colectivamente como Primavera Árabe. En los Estado Unidos el movimiento Occupy Wall Street montó su propia plaza de Tahrir en Nueva York. Ahora mismo millones de personas se están manifestando en Turquía y Brasil, y Egipto está otra vez en llamas. Irán y otros territorios podrían añadirse a la lista.

¿Cómo ha sucedido todo esto? ¿Cómo funciona? ¿Cuál es el misterioso mecanismo?

Y sobre todo: ¿Por qué en este momento?

Me vienen a la mente dos fenómenos actuales interrelacionados que hacen que los levantamientos sean posibles y probables: la televisión y las redes sociales.

La televisión hace que telespectadores en Kamchatka sepan lo que está pasando en Tombuctú en cuestión de minutos. Las enormes manifestaciones de la plaza Taksim en Estambul podían seguirse en directo desde Río de Janeiro.

Hubo un tiempo en que la gente en Piccadilly Circus, en Londres, tardaba semanas en enterarse de lo que acontecía en la Plaza de la Concordia, en París. Trás la batalla de Waterloo, los Rothschilds ganaron una fortuna usando palomas mensajeras. En 1948, que la revolución se extendiera desde París a través de Europa, también necesitó su tiempo.

Ya no. Jóvenes brasileños vieron lo que estaba pasando en el parque Gezi, en Estambul, y se preguntaron: Y aquí ¿por qué no? Vieron que, con decisión, chicos y chicas podían resistir porras, cañones de agua y gas lacrimógeno, y pensaron que ellos también podían hacerlo.

Otro instrumento es Facebook, Twitter y las demás «redes sociales». Puede que fueran cinco jóvenes sentados en un café del Cairo hablando sobre su situación los que se decidieran a lanzar una petición on line a favor de la destitución del presidente electo, y en cuestión de pocos días, decenas de millones de ciudadanos la han firmado. Nunca antes en la historia algo semejante fue posible, o tan siquiera imaginable.

Se trata de una nueva forma de democracia directa. La gente ya no tiene que esperar a las siguientes elecciones, que puede que tarden años en llegar. Puede actuar inmediatamente, y cuando la oleada es lo suficientemente poderosa puede convertirse en un tsunami.

No obstante, las revoluciones las hacen las personas y no la tecnología. ¿Qué es lo que incita a tantas personas diferentes en culturas tan distintas a hacer lo mismo simultáneamente?

¿Está el Zeitgeist detrás de las revueltas? Yo no tengo la respuesta

Por ejemplo, el auge del fundamentalismo religioso. En las últimas décadas ha sucedido en varios países y con varias religiones. El fundamentalismo judio está estableciendo asentamientos en los territorios ocupados de Cisjordania y amenazando la democracia israelí. En todo el mundo árabe y otros países de religión musulmana, el fundamentalismo islámico alza la cabeza, causando estragos. En los Estados Unidos, el fundamentalismo evangélico ha creado el Tea Party, un movimiento que está arrastrando al Partido Republicano a la extrema derecha, en contra de sus propios intereses.

No sé de otras religiones, pero hay noticias de budistas atacando musulmanes en varios países. ¿Budistas? ¡Siempre pensé que se trataba de un credo eminentemente pacifista!

¿Cómo explicar la simultaneidad de estos síntomas? Los comentaristas usan el término filosófico alemán Zeitgeist («espíritu de la época»). Esto explica todo y nada al mismo tiempo. Como esa otra gran invención humana, Dios.

¿Está el Zeitgeist detrás de las revueltas? Yo no tengo la respuesta.

Existen curiosas similitudes entre las revueltas en masa en países tan diferentes.

Todas están protagonizadas por jóvenes de la llamada clase media. Ni por los pobres, ni por los ricos. Lo pobres no hacen revoluciones, están demasiado ocupados tratando de dar de comer a sus hijos. La revolución bolchevique de 1917 no la hicieron trabajadores y campesinos. La hicieron intelectuales descontentos, muchos de ellos judíos.

Cuando ves a un grupo de manifestantes en una foto de periódico, a primera vista no sabes si son egipcios, israelíes, turcos, iraníes o estadounidenses. Todos pertenecen a la misma clase social. Jóvenes alienados por una globalización despiadada, enfrentados a un mercado laboral que ya no ofrece las brillantes perspectivas que ellos esperaban, estudiantes universitarios, con una preparación que no se valora. Gente con trabajo, pero a la que se le hace difícil «acabar el mes» como decimos en hebreo.

Todas las protestas expresan una común repulsa hacia la política y los políticos

Las cusas inmediatas son varias. Los israelíes se manifestaron contra el precio del queso y los nuevos apartamentos. En Estambul, los turcos protestan contra el plan de convertir un parque en un proyecto comercial. Los brasileños se han levantado en contra de un pequeño incremento en los billetes de autobús. Los egipcios protestan ahora contra los intentos de una religión politilizada de hacerse con el control del estado.

Pero en el fondo, todas las protestas expresan una común repulsa hacia la política y los políticos, hacia una élite del poder que el pueblo ve como algo distante, hacia el inmenso poder de un pequeño grupo de megarricos, hacía una globalización que apenas se comprende.

El mismo mecanismo que hace estas revoluciones posibles es responsable de su principal debilidad.

Ya en los sucesos de mayo de 1968 en París se puso de manifiesto el modelo. Inicialmente se trató de una protesta estudiantil a la que se unieron millones de trabajadores. No había organización, ni una ideología común, ni un plan, ni un liderazgo definido. Los activistas se reunían en un teatro, debatían sin fin, daban voz a toda clase de ideas posibles e imposibles. Al final no había resultados concretos.

Había un cierto espíritu. Claude Lanzmann, el escritor y director del monumental film Shoah me lo describió una vez de esta forma: Los estudiantes estaban quemando coches. Así que cada noche perdía un montón de tiempo buscando un aparcamiento seguro para el mio. Hasta que de repente me dije: ¡Qué diablos! ¿Para qué necesito un coche? ¡Qué lo quemen!

Este espíritu permanece algún tiempo. Pero la vida sigue y los grandes eventos pronto se convierten en meros recuerdos.

Puede que esto vuelva a ocurrir ahora. De nuevo está sucediendo lo mismo en todas partes: No hay organización, ni liderazgo, ni programa, ni ideología.

El mismo hecho de que todo el mundo tenga derecho a opinar en Facebook parece que hace más fácil el ponerse de acuerdo en contra de algo, que a favor de algo. Los jóvenes manifestantes son anarquistas por naturaleza. Aborrecen a los líderes, las organizaciones, los partidos políticos, las jerarquías, los programas y las ideologías.

No es suficiente generar un montón de vapor, se necesita una máquina

Puedes organizar una manifestación en Facebook, pero no puedes conformar una ideología colectiva de esa manera. Pero, como dijo una vez Lenin, sin ideología política no hay acción política. Y él era un experto en el arte de la revolución.

Existe el gran riesgo de que todas estas enormes manifestaciones se desvanezcan un día −otra vez el Zeitgeist− sin dejar rastro, solo algunos recuerdos.

Es lo que sucedió en Israel. Las manifestaciones en masa tuvieron alguna influencia en las elecciones de este año, pero los nuevos partidos no se diferencian en nada de los viejos. Los nuevos políticos han sustituido a los viejos. Pero nada ha cambiado. Ni a nivel nacional, ni a nivel político.

En toda democracia, un cambio de verdad solo es posible a través de nuevos partidos políticos, que logren acceder al Parlamento y hacer nuevas leyes. Para esto, se necesitan líderes políticos, ahora, en la era de la televisión, más que nunca. No es suficiente generar un montón de vapor, se necesita una máquina para que el vapor realice su labor.

La tragedia de Egipto, un país que adoro, lo demuestra. La revolución acabó con la dictadura, pero en las elecciones que siguieron, los revolucionarios fueron incapaces de unirse, crear una fuerza política unificada, elegir líderes. Los Hermanos Musulmanes, que estaban bien organizados con un liderazgo sólido, les robaron la victoria.

Los hermanos lo han hecho mal. Después de décadas de persecución, el poder se les ha subido a la cabeza. Se han deshecho de la prudencia. En vez de construir un nuevo estado basado en la moderación, el compromiso y la inclusión, se han vuelto impacientes. Y ahora pueden perderlo todo.

Los revolucionarios democráticos todavía tienen que demostrar que son capaces de dirigir un país, en Egipto o en cualquier otro lugar. Puede que pongan en marcha una Primavera de la Humanidad en todo el mundo. O puede que no quede nada trás ellos, excepto un vago anhelo.

Depende de ellos.