Opinión

El gran dilema

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Quizás se encuentre usted ante el mismo dilema moral que yo:

¿Qué pensar de Siria?

¿Qué pensar de Egipto?

Empecemos con Siria.

Al principio tenía clara mi elección. Se trataba de un malvado dictador, cuya familia llevaba décadas maltratando a su pueblo. Era una tiranía con tintes fascistas. Una minoría, que se sustentaba en una facción religiosa, oprimía a la gran mayoría. Las cárceles estaban llenas de disidentes políticos.

Por fin, se levantó el pueblo que había sufrido durante tanto tiempo. ¿Podía haber alguna duda sobre la obligación moral de otorgarles todo el apoyo posible?

Sin embargo, aquí estoy, después de más de dos años, lleno de dudas. Ya no se trata de una elección clara entre blanco y negro, sino entre distintos tonos de gris o, si es posible, distintos tonos de negro.

En Siria ya no hay un elección entre blanco y negro, sino entre distintos tonos de negro

Está teniendo lugar una guerra civil. El sufrimiento de la población es indescriptible. El número de muertos, aterrador.

¿A quién apoyar? Envidio a los que se guían por un criterio facilón: la maldad de los estadounidenses. Si Estados Unidos presta su apoyo a uno de los bandos, se trata sin duda del bando equivocado. O al contrario: si Rusia apoya a uno de los bandos, este debe de ser el malo.

Los grandes poderes tienen intereses e intervienen de acuerdo con ellos. Pero las raíces del problema son más profundas, la cuestión no es tan simple.

¿Qué pasará si las fuerzas gubernamentales pierden la batalla y ganan los rebeldes?

Puesto que los rebeldes están divididos en grupos políticos y militares antagónicos entre si y son incapaces de establecer un mando unificado, por no hablar de un movimiento político cohesionado, es altamente improbable que logren fundar un nuevo orden verdaderamente democrático y basado en la unión.

Si el caos continúa,  ejército o rebeldes se verán tentados a establecer un régimen militar

Existen varias posibilidades y probabilidades, a cual peor.

Puede que el Estado sirio se desmiembre, y que cada religión y comunidad nacional forje su propio miniestado. Los suníes. Los alauíes. Los kurdos. Los drusos.

La experiencia demuestra que tales particiones van casi siempre acompañadas de masacres y expulsiones indiscriminadas, mientras cada comunidad intenta asegurar la «limpieza» étnica de su adquisición. India-Pakistán, Israel-Palestina, Bosnia, Kosovo, por mencionar solo algunos conocidos ejemplos.

Otra posibilidad es el establecimiento de una democracia formal, en la que los extremistas islámicos suníes logren limpiamente ganar las elecciones, bajo supervisión internacional, para después establecer un régimen opresivo caracterizado por la rigidez religiosa.

Probablemente un régimen como este acabaría con uno de los pocos aspectos positivos del gobierno baathista, como la (relativa) igualdad de la mujer.

Si el caos y la inseguridad continúan, o bien lo que quede del ejército, o bien las fuerzas rebeldes se verán tentados a establecer una especie de régimen militar, ya sea patente o encubierto.

¿Cómo afecta todo esto a las decisiones a tomar? Tanto los estadounidenses como los rusos parecen no decidirse. Obviamente no saben qué hacer.

Los norteamericanos se aferran a su palabra mágica, democracia, escrita con mayúsculas, incluso si se trata solo de una democracia formal, sin ningún contenido verdaderamente democrático. Pero tienen un miedo horrible a que otro país más caiga «de forma democrática» en las manos de extremistas islámicos antiestadounidenses.

Los rusos se encuentran ante un dilema aun peor. La Siria baathista ha estado a su servicio durante generaciones. Su armada tiene una base en Tartus. (Me parece que la mera idea de una base naval tiene un extraño regusto decimonónico.) Pero deben tener mucho miedo a que el fanatismo islámico infecte a las provincias de mayoría musulmanas más cercanas de su propio país.

¿Y los israelíes? Nuestro gobierno y servicios de seguridad están todavía más perplejos. Bombardean arsenales que podrían caer en manos de Hizbulá. Prefieren al diablo que ya conocen a los muchos diablos por conocer. Teniendo esto en cuenta, desean que Bashar Asad permanezca en el poder, pero tienen miedo de intervenir demasiado abiertamente.

Mientras tanto, partidarios de ambos bandos están llegando precipitadamente al lugar desde todos los rincones del mundo musulmán y más allá de él.

En resumen: una especie de fatalismo se cierne sobre el país, todo el mundo está esperando a ver que ocurre en el campo de batalla.

El caso de Egipto es todavía más desconcertante.

¿Quién tiene razón? ¿Quién está equivocado? ¿Quién merece mi apoyo moral?

 

Por una parte, un presidente elegido democráticamente y su partido confesional, expulsados del poder por un golpe militar (putsch en el alemán de Suiza.)

Por otra, la población joven, laica y progresista de las ciudades, que empezó la revolución y siente que se la han «robado».

Y además, el ejército, que con mayor o menor fuerza, ha ostentado el poder desde el golpe de 1952 contra el rey Faruk, el gordo, y que se muestra reluctante a perder sus inmensos privilegios políticos y económicos.

¿Quienes son los verdaderos demócratas? ¿Los electos Hermanos Musulmanes, cuyo mismo carácter es antidemocrático? ¿Los revolucionarios, satisfechos de haberse valido de un golpe militar para obtener la democracia que querían? ¿El ejercito, que abrió fuego contra los manifestantes?

¿Quienes son los demócratas? ¿Los  Hermanos Musulmanes, cuyo carácter es antidemocrático?

Bueno, todo depende de lo que uno entienda por democracia.

Durante mi infancia fui testigo del democrático ascenso al poder del partido nazi, que había proclamado abiertamente que aboliría la democracia tras su elección. Hitler estaba tan obsesionado con la ida de llegar al poder de forma democrática, que aquellos que se le oponían dentro de su propio partido se mofaban de él, llamándolo «Adolf Legalité».

Declarar que democracia significa mucho más que elecciones y gobierno de la mayoría es casi banal. La democracia se basa en toda una serie de valores de carácter práctico como el sentimiento de pertenencia a una comunidad, la igualdad de derechos, el liberalismo, le tolerancia, el juego limpio, la capacidad de una minoría para convertirse en la siguiente mayoría, y mucho más.

Ninguna religión, y desde luego ninguna religión monoteísta, puede ser realmente democrática

De alguna manera, la democracia es un ideal platónico, ningún país del mundo tiene una democracia perfecta (el mio seguro que no). Una constitución democrática puede no significar nada; una vez se dijo que la Constitución soviética de 1936 promulgada por Stalin era la más democrática del mundo. Aseguraba, por ejemplo, el derecho de toda república de la Unión Soviética a separarse de la unión según su voluntad (pero ninguna lo intento nunca).

Cuando Mohamed Morsi fue elegido democráticamente presidente de Egipto, me alegré. El tipo me gustaba. Esperaba que pudiera demostrar que un islamismo moderado y moderno podía convertirse en una fuerza política. Parece que me equivoqué.

Ninguna religión, y desde luego ninguna religión monoteísta, puede ser verdaderamente democrática. Defiende una verdad absoluta y niega todas las demás. En las religiones occidentales, esto quedaba atenuado por la división entre lo que era de Dios y lo que era del César, y en tiempos más modernos por la reducción del cristianismo a un culto meramente mundano. Los evangelistas estadounidenses están intentando volver atrás en el tiempo.

En las religiones semíticas no puede haber división entre Religión y Estado. El judaísmo y el islam fundamentan el Estado en la ley religiosa (halaja y charia respectivamente).

La mayoría laica en Israel ha logrado hasta ahora mantener una democracia considerablemente funcional (en Israel en si, sin duda no así en los territorios palestinos ocupados, donde prevalece lo opuesto a la democracia). El sionismo fue, al menos en parte, una reforma religiosa. Pero el derecho de familia en Israel es esencialmente religioso, así como muchas otras leyes. Elementos de la derecha están promoviendo una judaización del Estado.

 

En el islam no ha habido reforma. Los devotos del islam y sus partidos quieren basar las leyes en la charia (de hecho, charia significa ley). Puede que el ejemplo de Morsi demuestre que incluso un líder islámico moderado no puede resistir las presiones para crear un régimen basado en la charia.

Los revolucionarios parecen ser más democráticos, pero mucho menos efectivos. La democracia exige la formación de partidos políticos que puedan llegar al poder a través de elecciones. Los jóvenes idealistas laicos en Egipto, y en casi todos los demás países, han sido incapaces de conseguirlo. Han esperado a que el ejército les proporcionara la democracia.

El ejército, cualquier ejército, es todo lo contrario a la democracia

Esto es, por supuesto, una contradicción. El ejército, cualquier ejército, es todo lo contrario a la democracia. Un ejército es por necesidad una organización autoritaria y jerárquica. Un soldado, desde un cabo a un comandante en jefe, está entrenado para obedecer y mandar. Difícilmente un buen caldo de cultivo para valores democráticos.

Un ejército puede obedecer a un gobierno democrático. Pero un ejército no puede hacer funcionar un gobierno. Casi todas las dictaduras militares han sido sumamente incompetentes. Después de todo, un militar es experto en una sola cosa (un cínico diría, matar gente). No es experto en nada más.

Al contrario que Siria, Egipto tiene un gran sentido de la cohesión y la unidad, la fidelidad a una idea común de Egipto forjada a través de miles de años. Hasta hace una semana, cuando el ejército abrió fuego contra los islamistas. Puede que este sea un giro histórico. Espero que no.

Espero que la conmoción provocada por este suceso haga que todos los egipcios, excepto por supuesto los tarados de todos los bandos, recuperen el juicio. El ejemplo de Siria y Líbano debería hacerlos retroceder frente al abismo.

Dentro de unos cien años, cuando algunos de nosotros ya no estemos aquí, puede que los historiadores consideren estos sucesos como el alumbramiento de un nuevo mundo árabe, como las guerras de religión en la Europa del siglo XVII o la guerra civil de Estados Unidos hace 150 años.

Como dirían los mismos árabes: ¡Inchalá! ¡Dios lo quiera!