Crítica

Para escribir no hace falta sólo tener cojones

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos
Kis
Danilo Kiš
Lección de Anatomía

Género: Ensayo.
Editorial: Acantilado.
Páginas: 384.
ISBN: 978-84-15689-25-6.
Precio: 26 euros.
Año: 2013 (1978).
Idioma original: Serbocroata.
Título original: Čas anatomije.
Traducción: Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek.

Quienes estén familiarizados con la interesantísima obra de Danilo Kiš, tal vez se sorprendan de que uno de sus libros más extensos, si no el que más, no sea una novela, ni una colección de relatos, sino este pliego de descargo y ajuste de cuentas que supone su Lección de anatomía. A finales de los años 70, el serbio y su libro Una tumba para Boris Davidovich fueron objeto de una acusación de plagio, mezcla de ignorancia y mala fe en compacta aleación, que no tuvo un recorrido demasiado largo. Sin embargo, sus impulsores debieron de pensar que había que terminar el trabajo comenzado, y se lanzaron a una campaña de desprestigio en foros intelectuales y medios de comunicación que, por fortuna, tampoco logró acabar con el escritor.

Con el objeto de disipar cualquier resquicio de duda, Kiš comenzó a escribir este ensayo en el que, de entrada, explica minuciosamente los mecanismos de intertextualidad de los que se sirve, muy influenciado siempre por la figura de Jorge Luis Borges, quien le enseñó a manejar fuentes fidedignas con otras inventadas para lograr grandes efectos de verosimilitud sobre personajes y peripecias ficticias.

No cabe duda de que Kiš se toma su tiempo para defenderse, en parte porque sabe que uno de los grandes pecados de sus enemigos es la ligereza, el trazo grueso, el juicio ambiguo o generalista. Frente a todo ello, el escritor opone la precisión, la cita exacta, el dato minuciosamente cotejado. Cuando un escritor es el abogado de sí mismo, supone un alivio saberse bueno –y el autor es muy consciente de su ventajosa lucidez– así como tener elementos a mano para defenderse. Estas alegaciones, que se prolongan durante 200 páginas largas, pueden resultar a ratos tediosas, pero también son una exhibición de furiosa agudeza.

Quienes creían que el pleito acabaría en esta demostración de inocencia, no conocían al autor: al más puro estilo Kill Bill, Danilo Kiš restañó sus heridas y se dispuso a cazar, uno a uno, a aquellos que habían querido eliminarlo, sólo que en lugar de una katana de Hattori Hanzo empuñó la pluma y el bisturí de crítico: quería demostrar la absoluta incompetencia de los supuestos expertos que pusieron sus sucias manos sobre La tumba

A partir de ahí, asistimos a una lectura, tan profunda como despiadada, de algunas obras de sus principales enemigos, en concreto Dragan M. Jeremić y Branimir Šćepanović. Del primero toma un volumen de “pensamientos y máximas” y lo destroza sin miramientos, mientras que con el segundo hace lo propio examinando, párrafo por párrafo, su más célebre y premiado relato, La muerte del señor Goluja. El examen es tan atento que habría que ver cuántos nombres, por ejemplo de la narrativa española actual, lo salvarían airosamente. Pero tratándose de un mediocre como Šćepanović, la escabechina está garantizada.

Sin embargo, hay una duda que surge antes de concluir el libro: de acuerdo, el autor sospecha que su obra es infinitamente superior a la de los conjurados, y que trascenderá, mientras que estos están condenados al olvido. ¿Para qué, entonces, tomarse tantas molestias, una vez demostrado que las invectivas carecían de todo fundamento? ¿No es, de algún modo, una forma de matar moscas a cañonazos? Sí y no. Kiš pone de manifiesto en estas páginas algo que parece costarle mucho entender a algunos lectores actuales: que no es lo mismo escribir bien que hacerlo mal. Que hay, más allá de los legítimos gustos de unos y otros, criterios que nos ayudan a dirimir lo que la excelencia de lo pésimo. Todo ello hace de esta Lección de anatomía una rotunda lección magistral de escritura, o mejor dicho, de lectura, si es que ésta no va ligada a aquélla.

Y hay algo más: la convicción de que los regímenes totalitarios –los mismos a los que el autor denuncia en La tumba…– aspiran en primer lugar, precisamente, a diluir esos criterios, a confundir talento y , el enaltecimiento del kitsch. Nazismo y estalinismo, con todas sus versiones posteriores, suponen, en el fondo, el triunfo de la mediocridad y de la banalidad, sobre todo cuando se asocian a un territorio, una bandera o una raza. De tal suerte que Danilo Kiš, creyendo defender su nombre, estaba yendo mucho más lejos, peleando contra un sistema podrido. Para escribir, como concluía el propio autor en La tumba…, “no hace falta sólo tener cojones”. Pero no cabe duda de que para enfrentarse al poder, éstos, en su más amplia y desgenitalizada acepción –en los Balcanes pocos han tenido los cojones de Dubravka Ugrešić– son imprescindibles.

Conviene volver sobre las primeras páginas del libro para entender que la cacería a Kiš era también una operación teñida de larvado antisemitismo, así como de fanático nacionalismo. Sugiero, aun a riesgo de extenderme demasiado, leer atentamente los párrafos que siguen, todos del autor:

“El nacionalismo es, ante todo, una paranoia. Una paranoia colectiva e individual. Como colectiva, es consecuencia de la envidia y del miedo, y ante todo es la consecuencia de la pérdida de la conciencia individual”.

Y continúa: “El nacionalista es por definición un ignorante. El nacionalismo es, por lo tanto, una línea de resistencia menor, una comodidad”.

En resumen: “El nacionalismo es ante todo negatividad, es una categoría negativa del espíritu porque el nacionalismo vive en la negación y de la negación. Nosotros no somos lo que son ellos. Somos el polo positivo, ellos el negativo”.

La Lección de anatomía fue firmada en 1977. Šćepanović ha seguido siendo una celebridad en su país. Jeremić murió en 1986, Danilo Kiš, exiliado en Francia, le sobrevivió tres años. Otros tres años demoró la guerra en estallar en los Balcanes. Las banderas volverían a teñirse de sangre, y no faltarían escritores dispuestos a cargar sus plumas como si fueran fusiles y cañones. La pelea no había hecho más que empezar.