Crítica

Asignatura pendiente

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 3 minutos

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El joven director François Ozon es uno de los nombres a seguir en la siempre interesante escena francesa. Su último trabajo estrenado en España, En la casa, basado en un texto teatral de Juan Mayorga, venía avalado además por críticas entusiastas y bendecido por el favor del público, lo que invitaba a verlo con buena disposición. Lamento decir que las buenas expectativas duraron tan solo quince o veinte minutos.

El gran problema de esta cinta –lo señalo sin más preámbulos– no es quizá la dirección, ni su reparto, muy bien equilibrado entre veteranos y jóvenes, ni su planteamiento argumental. Es otra cosa. Es esa dificultad de fondo que tiene el propio cine, el séptimo arte, para hablar de literatura sin echarse a perder de un modo u otro. Esto es algo que afecta por igual a los biopics de escritores como a los thrillers con novela de fondo, por citar dos subgéneros tópicos. Se trata de películas que giran en torno a un texto, pero si éste no se explicita, parece que falta algo; y si se hace demasiado presente, da la sensación de que sobran palabras… En el teatro no sucede tal cosa, porque no hay miedo al texto, el medio soporta perfectamente largas parrafadas leídas. El cine, no, o no tanto. O tal vez sus guiones estén en manos de gente que sabe más de imágenes que de literatura, con todo lo que ello conlleva.

En esta ocasión, Ozon ha asumido un guión que, partiendo de una buena idea –un profesor que, sorprendido con la brillantez de la redacción de un alumno, empieza a obsesionarse con la historia que relata– no tarda nada en patinar. El chico narra en sus textos las sucesivas visitas que hace a casa de un compañero para ayudarle con los deberes, y poco a poco va ensayando un retrato (que se pretende feroz) de una familia de clase media cualquiera. Hasta ahí bien, aunque conforme pasan los minutos vamos sospechando que la historia tampoco será gran cosa.

Lo que en seguida patina es la actitud del profesor, exagerada casi desde el principio a pesar del empeño que pone en defender su papel el actor Fabrice Luchini. El filme concluye sin que sepamos si la acción se ha ido deslizando hacia la comedia, o si simplemente el personaje, y para no dejarlo solo, también su esposa, ha sido arrastrado por el guión hacia unas situaciones tan patéticas como inverosímiles.

Todo esto acaso habría tenido arreglo si el talento de Ozon hubiera dado con una forma de abordar la literatura –las redacciones del chico, las clases del profesor– con auténtica fuerza, y no como un precario hilo para hilvanar escenas. Claro que eso se ha revelado, desde hace mucho tiempo, como una de las grandes asignaturas pendientes del cine.