Opinión

La decisión de Ovadia

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Cuando el rabino Ovadia apareció, hace mucho, en el escenario político de Israel, yo suspiré profundamente, con un enorme alivio.

Aquí teníamos por fin al hombre que yo había soñado: un dirigente carismático de los judíos orientales, un hombre de paz, un exponente de una tradición religiosa moderada.

El «Rabino Ovadia», que es como le llamaba todo el mundo, murió esta semana a la edad de 93 años. Había nacido en Bagdad, llegó a Palestina con cuatro años y se ganó un enorme respeto como teólogo. Durante la guerra de 1948 era el rabino jefe de Egipto, luego se convirtió en el rabino jefe sefardí de Israel. Cuando no le renovaron en el cargo, por motivo de alguna oscura intriga política, fundó un nuevo partido político, el Shas, que se convirtió rápidamente en una importante fuerza en el Parlamento.

La primera vez que me fijé en él fue cuando, a diferencia de casi todos los demás rabinos destacados, decidió que la ley religiosa judía, la halaja, permite renunciar a parte de «Eretz Israel» (la supuesta tierra judía histórica) en aras de alcanzar la paz. Salvar vidas tiene prioridad, dijo.

Ovadia permitió renunciar a partes de la «Tierra de Israel», en aras de salvar vidas

Antes de que continuemos, unas aclaraciones de los términos. A menudo se confunden los conceptos «sefardí» y «judío oriental». Pero no es precisamente lo mismo.

Sefarad quiere decir España. Los judíos sefardíes son los descendientes de los judíos que fueron expulsados de España por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, en 1942. Casi todos renunciaron a ir hacia una Europa cristiana imbuida de antisemitismo y prefirieron asentarse en países bajo los benévolos gobiernos musulmanes, de Marruecos a Bulgaria.

El Imperio Otomano se basaba en un sistema de ‘milets’, comunidades étnico-religiosas que gozaban de autogobierno bajo sus propios dirigentes, leyes y tradiciones. Los judíos de todo el imperio se subordinaban al Hakham Bashi, el rabino jefe que, por supuesto, siempre era sefardí. Se trataba de un nombramiento laico: en la ley judía no existe un rabino jefe, no hay un Papa judía. Todos los rabinos son iguales y todo judío puede escoger a cuál de ellos quiere hacer caso.

Cuando Gran Bretaña se hizo cargo de la región, se sintieron obligados a nombrar también a un asquenazí como rabino jefe. Desde entonces tenemos dos rabinos jefe en este país, uno sefardí y el otro asquenazí, y cada uno defiende las tradiciones de su comunidad.

El entierro del rabino estaba rozando una histeria de masas

Sin embargo, la gran mayoría de los judíos de los países islámicos no son sefardíes. Hoy día prefieren que se les llame «mizrajíes» (orientales). Aún así, los términos sefardí y oriental se solapan y a menudo se les usa con el mismo significado.

El número de gente que participó en el funeral del Rabino Ovadia se ha estimado en unos 800.000… más que toda la población judía en el país el día que se fundó el Estado de Israel. Incluso si asumimos que la cifra está muy exagerada, no quita que el evento era algo extraordinario. Jerusalén estaba prácticamente bloqueada. El coche que llevaba el ataúd a duras penas consiguió alcanzar el cementerio.

Todos estos cientos de miles, todos varones, llevaban el «uniforme» de los judíos ortodoxos: traje negro, camisa blanca, grandes sombreros negros. Muchos lloraban y gemían. Estaban todos al borde de una histeria de masas.

Los panegíricos de los tertulianos y dirigentes religiosos y laicos no tenían límite. Al rabino se le calificó del más importante judío sefardí de los últimos 500 años, un «grande de la tora», cuyas enseñanzas resonarían en el mundo durante los próximos siglos.

Tengo que confesar que nunca he entendido del todo su grandeza como pensador, ya sea religioso, ya sea en otros campos. Siempre me hacía recordar lo que me contó una vez Yeshayahu Leibowitz: que la religión judía murió hace 200 años, sin dejar nada más que un cascarón vacío de rituales.

El rabino Ovadia escribió 40 libros de sentencias e interpretaciones de las leyes religiosas. Mientras que los rabinos asquenazíes habitualmente intentan dificultar el cumplimiento de los mandatos religiosos, Yosef intentaba que fuera más fácil. En esto seguía la tradición judía oriental, que siempre era mucho más moderada que la europea (al igual que lo era el islam, hasta hace poco).

Yosef permitía que las viudas de los soldados caídos en la batalla se volviesen a casar (un proceso complicado acorde a las normas de la halaja). Decidió que los falashas de Etiopía son judíos y así posibilitó que inmigraran en Israel bajo la Ley del Retorno. En innumerables casos individuales tomaba decisiones que les facilitaban a la gente evitar las restricciones más severas. Dado que en Israel, un gran abanico de los asuntos privados, tales como matrimonio y divorcio, se rigen según la ley religiosa impartida por los rabinos, esta actitud también era de enorme importancia para los laicos.

Pero ¿un pensador profundo? ¿un sabio de nuestros tiempos? Tengo mis dudas. Como se atrevió a señalar uno de los tertulianos, en unos pocos meses, el nuevo Papa ha hecho más para cambiar la visión teológica y social de la Iglesia que el rabino Ovadia en toda su vida. El judaismo reformado ha hecho mucho más para modernizar el judaismo que Yosef.

Pero mi inicial aprecio del rabino y mi desilusión posterior no tiene nada que ver con cuestiones religiosas.

Ovadia fundó el partido Shas, que devolvió a los judíos orientales su dignidad

El rabino Ovadia era un una figura de gran envergadura en la política israelí. Casi la mitad de todos los ciudadanos judíos de Israel son de origen oriental. Hasta que apareciera Ovadia, formaban una clase desprivilegiada, alejada de los centros del poder, a menudo humillada, y muy poco unida. Fracasaron estrepitosamente todos los intentos de convertirlos en una fuerza política.

Y entonces llegó el rabino. Fundó un partido poderoso que ha actuado a menudo como árbitro de las políticas de Israel. Ovadia devolvió a los judíos orientales su dignidad perdida. Los unió. Era un inmenso éxito.

Pero ¿para qué? Yo había tenido la esperanza de que los judíos orientales recuperarían su autoestima, que recordarían su pasado, la edad de oro de la convivencia judeo-musulmana en la España medieval, cuando floreció la poesía judía en lengua árabe, cuando el gran pensador religioso Moses Maimónides era el médico personal de Saladino, el dirigente musulmán que venció a los Cruzados.

Imbuido de esta esperanza, yo escogí a Aryeh Deri, el delfín de Ovadia y su portaestandarte político, como Hombre del Año para mi revista, a la tierna edad de 29 años. Al igual que se maestro, Deri, que había nacido en Marruecos, era un hombre de paz y se pronunciaba públicamente a favor de un acuerdo negociado con los palestinos.

El Shas se escoró a la derecha y se convirtió en antiárabe y contrario a la paz

Pero el sueño se evaporó. El partido Shas se escoró más y más hacia la derecha y apoyaba políticas extremistas antiárabes. El rabino, un gran experto en maldiciones árabes y hebreas, maldecía a los árabes casi tanto como a sus oponentes judíos. (Una vez anunció que el día de la muerte de Shulamit Aloni, una dirigente israelí izquierdista, sería un día de fiesta. Aloni, por su parte, no celebró el día de la muerte de Yosef).

Hay muchos motivos, tanto psicológicos como sociológicos, para que la comunidad judía oriental se volviera antiárabe y se tornara en contra de la paz. No es sólo la culpa de Yosef y Deri. Pero ellos no hicieron nada para oponerse. Al contrario, corrían con los lobos y aceleraron el proceso.

El rabino Ovadia dirigía el partido Shas como si fuera un Papa. Elevaba sus dirigentes al trono y los volvía a deponer según le venía en gana. El partido no tiene instituciones democráticas, no tiene elecciones internas. El rabino tomaba en solitario todas las decisiones. Al unirse al coro antiárabe cometió un grave pecado… aunque nunca abolió su propia sentencia que permite renunciar a los territorios ocupados en aras de salvar vidas.

#Al ser el partido de los humillados y pisoteados, se podría haber esperado que el Shas al menos encabezara las protestas sociales.

Efectivamente, el rabino Ovadia y sus subalternos no paraban de hablar sobre el sufrimiento de las masas de judíos orientales, los pobres y los discapacitados. Pero en la vida real, no hicieron absolutamente nada para aliviar este sufrimiento mediante políticas gubernamentales, reformas sociales, refuerzos al Estado de bienestar y gestos similares. Es más: sus oponentes les acusan de mantener al bloque de sus votantes adrede en un estado de pobreza e ignorancia, para que permanecieran en una situación de dependencia.

El hecho es que Ovadia y su partido utilizaron su considerable poder de chantaje político para sacarle al gobierno inmensas cantidades de dinero para su sistema educativo independiente. Para nada más. Este sistema abarca desde los jardines infantiles hasta seminarios superiores. Lo único que se enseña en estas instituciones son los textos sagrados, tal y como ocurre en las madrazas islámicas. Quienes se licencian en ellas no están en condiciones de competir en el mercado laboral. Desde luego tampoco necesitan realizar el servicio militar.

El día después del funeral, cuando Binyamin Netanyahu cumplió con su visita de condolencias a la familia de Ovadia, los hijos del rabino no le hablaron de la paz o las reformas sociales. Únicamente criticaban los maléficos planes de obligar a los jóvenes del Shas a acudir a filas.

Dicen que la familia de Ovadia controla un inmenso imperio económico

Las malas lenguas dicen que la familia de Yosef controla un inmenso imperio económico privado, fundamentado en la industría de las certificaciones kosher. Los admiradores del rabino Ovadia insisten en comer únicamente alimentos certificados como estrictamente kosher por parte de personas de las que se fiaba el rabino… lo cual tiene, desde luego, un precio. Nadie conoce el volumen de la fortuna amasada por este imperio familiar de Yosef.

#Para los judíos israelíes no ortodoxos, que son aún mayoría, el rabino Ovadia era un personaje excéntrico y más bien adorable.

En la telvisión les encantaba su manera de darles golpecitos afectuosos en la cara a todos sus visitantes, fueran del rango que fueran. Sus maldiciones se han convertido en parte del folclore nacional (una vez calificó a Netanyahu de «cabra ciega»).

También destacaba por su manera de vestir. Incluso después de tener que dejar el puesto del rabino jefe sefardí, insistió en seguir vistiendo el uniforme turco bordado en oro, propio de ese cargo.

Como es habitual entre dirigentes de este tipo, no tiene sucesor. No hay un segundo rabino Ovadia, y no habrá ninguno durante mucho tiempo. Edificar una autoridad sobre el liderazgo personal, el carisma y la erudión necesita décadas. No hay candidatos a la vista. Ni siquiera está claro que el partido Shas, en manos de Deri, vaya a sobrevivir.

Para mí es una historia triste. Israel está clamando por un gran líder sefardí, capaz de mobilizar las masas a favor de la paz y el progreso social.

Sólo espero que aparezca antes que el Mesías.