Opinión

Dios, marca registrada

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

 

No hay más dioses que Allah y su nombre es marca registrada. Así lo ha decidido un tribunal de Malasia: prohíbe en adelante que los cristianos del país utilicen la palabra «Allah» para referirse a Dios en sus escritos religiosos.

Porque el dios de la Biblia se llama Jehová (o Yavé), aclara el juez, que afirma haberse leído el Antiguo Testamento (en hebreo) y el Nuevo Testamento (en griego) sin encontrarse la palabra Allah. Lástima que un señor tan erudito no disponga de un diccionario de árabe para estudiantes.

Porque «Alá» (transcrito en inglés, francés, alemán y, como vemos ahora, malayo, como ‘Allah’) es simplemente el nombre de Dios en árabe, como sabe cualquier ortodoxo sirio, católico libanés, copto egipcio. Basta con pasear por Haifa para ver esquelas escritas en árabe con una cruz y el nombre de Dios. Sí, Alá, por supuesto. Basta con acercarse a una iglesia palestina para escuchárselo al cura. Basta, simplemente, con saber árabe.

Todos los musulmanes tienen claro que Dios es sólo uno, el mismo para todos

No es casualidad, desde luego. Todos los musulmanes tienen claro que Dios es sólo uno, el mismo para todos. Acoto: el mismo para todos los fieles de las religiones del Libro, es decir judíos, sabeos (mandeos), cristianos y musulmanes, como mínimo. Lo dice el Corán (29:46) y es un dogma tan esencial para el islam, tan básico que no cabe llamar musulmán a quien lo ignore. Y no se trata de una elucubración para eruditos sino de una convicción popular íntima. Lo mismo que hay gitanos búlgaros que se definen como «musulmanes protestantes» tras haber pasado por el bautismo de un evangelizador, lo mismo hay turcas musulmanas que peregrinan a la iglesia de San Jorge en una isla de Estambul para encender una vela. Porque una iglesia es la casa de Dios, dicen, qué duda cabe.

Viene de antiguo y es mutuo. El califa Omar, o así lo cuentan hoy en Jordania, se negó a rezar en la iglesia bizantina de Ammán no porque no le pareciera piadoso, sino por temor a que todo el mundo lo imitara y no dejara espacio a los fieles cristianos, por lo cual hizo edificar una mezquita al lado de la iglesia. Eso dicen. Y ya Maimonides en el siglo XII aclaró que un judío puede rezar en una mezquita (aunque no una iglesia), por ser un templo dedicado al Supremo, no a ídolos falsos, y el Gran Rabino sefardí de Israel, Ovadia Yosef, ha confirmado esta norma en nuestros días.

En Europa hay una convicción generalizada de que hay dos dioses, el musulmán y el judeocristiano

Que musulmanes, judíos y cristianos rezan al mismo dios, aunque cada uno lo haga a su manera, es un dogma incontestable en al menos dos de las tres grandes religiones abrahámicas. Los cristianos no lo tienen tan claro.

Los cristianos no lo tienen nada claro, aunque deberían, porque rezan al mismo dios que los judíos, el del Antiguo Testamento. En la agnóstica Europa, poco de eso se sabe: parece haberse instalado una convicción generalizada de que se trata de dos dioses distintos, el musulmán y el judeocristiano. El error ha llegado lejos: el muy grueso, muy erudito y muy caro The Cambridge Handbook of Language Policy (2012) llega a afirmar que «los fieles de Jehová y Alá consideran, cada uno por su parte, que el dios del otro no existe». Un océano de ignorancia que ni Moisés habría conseguido partir en dos.

¿Alguna vez hemos leído que George W. Bush prometió invadir Iraq en nombre de God?

La prensa no hace más que cimentar el error. Basta abrir cualquier diario, sea inglés, español, alemán o francés, para encontrarse con que tal candidato egipcio, iraní o tunecino invoca a Alá para ganar las elecciones. Color local, sí. Pero ¿alguna vez hemos leído que George W. Bush prometió invadir Iraq en nombre de God? ¿que Putin considera la música de las Pussy Riots una ofensa a Bog? ¿que los cardenales franceses se quejan de que las Femen la hayan tomado con Dieu? que Angela Merkel cree en Gott?

La regla es clara: si se supone que el presidente en cuestión es cristiano (o judío), se traduce el nombre de Dios del idioma local al castellano, junto con el resto de la oración. Si quien habla es notoriamente musulmán, se desactiva rápidamente el traductor. Y el cerebro, de paso. Alá sólo puede ser el otro, el islámico.  Los obispos árabes ya pueden decir misa.

Esto tampoco es casualidad, desde luego. Corresponde a una visión del mundo que divide el espacio mediterráneo y adyacentes en dos bloques: nosotros y ellos. El eje Washington-Tel Aviv frente al asedio de «los árabes». Término que viene a reemplazar a «los musulmanes» como si fuera un sinónimo, y que esencialmente significa lo mismo que «los moros» en español. Esos que hay en la costa. El enemigo. Choque de civilizaciones lo llamaba Samuel Huntington. Choque de dioses, guerra santa, Dios contra Alá, habrán interpretado los muy religiosos norteamericanos, que no imaginan la vida sin una mano de pintura divina.

Cada vez que un corresponsal español escribe «Alá» al referir un discurso árabe (muy pocos se libran; algunos sí, desde aquí un saludo) está colaborando con esta tesis que busca en el enfrentamiento con «los árabes», «los musulmanes», «los yihadistas», «Al Qaeda», una nueva manera de aplicar el viejo Divide y reinarás, una fuente de negocios para venta de armas, un pretexto para erradicar libertades y espiar al ciudadano.

También esto es mutuo, desde luego. En el otro lado colaboran de forma entusiasta los mayores impulsores de esta dicotomía, los clérigos y príncipes de Arabia Saudí, financiadores de todo lo que justifica este discurso. Es el único país árabe que no tiene iglesias, ni autóctonas ni reservadas a extranjeros: no se permite. Como tampoco se permite la presencia (oficial) de sacerdotes cristianos. Algo que rompe con mil cuatrocientos años de consenso islámico, basado en hadices y exégesis: incluso durante una guerra, a los sacerdotes cristianos y los monjes hay que respetarlos siempre, porque son siervos de Dios.

Arabia Saudí es el único país árabe que no tiene iglesias ni admite a sacerdotes cristianos

El asesinato de monjes en Argelia, las masacres en las iglesias en Iraq, el secuestro de obispos en Siria conforman la marca de identidad de los yihadistas de últimos del siglo XX y primeros del XXI: milicianos de una religión de la que desconocen todo, a menudo conversos o hijos de inmigrantes en Europa, el cerebro lavado con chorros de petróleo saudí. Ese petróleo que convertido en dólares fluye hacia tantas escuelas coránicas y mezquitas y programas de becas en todo el globo, desde Cataluña a Túnez, Bosnia, Pakistán, Indonesia y sí, Malasia.

Porque también para ellos, soldados de una fe que llaman islámica, usurpando así el nombre de una religión milenaria, los cristianos son «los otros». El enemigo. Confunden todos los términos, llaman «infieles» y «paganos» a los cristianos y judíos, rompiendo con todas las categorías coránicas. Incluso hubo quien llamó satanás a un obispo. Dos mil años de monoteísmo para esto, Dios.

Hubo quien llamó satanás a un obispo. ¡Dos mil años de monoteísmo para esto!

Poco tienen que ver estos milicianos, capaces de poner explosivos en una iglesia iraquí, con el viejo dueño del café Shabendar, el más afamado de Bagdad, que una tarde de 2004 me explicaba su pasatiempo favorito: las disputas teológicas. «Entre ellas, especialmente la que se dedica a la pregunta si islam y cristianismo son lo mismo o son dos religiones distintas. Y si son distintas, si la diferencia radica en el fondo o en la forma».

Pero no: quienes salen hoy de las madrazas financiadas por Arabia Saudí, wahabíes que del islam llevan únicamente el nombre, insisten en no compartir dios con los cristianos. Abra usted cualquier web dedicada al islam (no se equivocará: hoy día, prácticamente toda web dedicada al islam es wahabí, el islam de siempre ha desaparecido de la faz de internet) y verá que en lugar de Dios se escribe Allah. Incluso en las páginas en lengua castellana se escribe últimamente – desde hace muy pocos años – Allah, ni siquiera Alá.

Esta insistencia tiene una finalidad obvia: crear una imagen de marca, estandarizar el logotipo divino en una forma única, inconfundible, monopolizar su explotación comercial, como si de un refresco de gaseosa se tratara. Ahí incidió el juez de Malasia, Datuk Seri Mohamed Apandi Ali:

Escribir ‘Allah’ tiene una finalidad: crear una imagen de marca, como si fuera una gaseosa

«Dado que «Allah» nunca es parte integral de la fe del acusado [arzobispado de Malasia] es razonable concluir que utilizar la palabra causará una confusión innecesaria en la comunidad islámica». En otras palabras: los musulmanes podrían llegar a pensar que los cristianos hablan del mismo dios que ellos. Es decir: podrían llegar a asumir uno de los fundamentos espirituales esenciales del islam.

Llevo años diciendo que el wahabismo y el islam son dos religiones distintas. Que el wahabismo, es decir la secta creada en Arabia Saudí en el siglo XVIII, considerada prácticamente hereje hasta que se montó en el petrodólar, ha usurpado el nombre del islam. Ahora, por primera vez, un tribunal lo ha certificado mediante sentencia: al considerar que «los musulmanes» – es decir aquellos a los que el tribunal considera musulmanes – no deben confundir su dios con el de los cristianos, pone en evidencia el abismo que separa al islam tradicional del nuevo «islam» político wahabí.

Cabe concluir que si hay dos dioses diferentes, son los wahabíes los que rezan a uno distinto al de los musulmanes y los cristianos. Uno que no permiten que se confunda con el de siempre (al que se llama de mil maneras: dios, señor, rabbi, alá, adonai…) uno que es marca registrada de cinco letras. Sujeta al copyright con royalties. Cualquier uso indebido será castigado por los tribunales. Queda abolido el derecho consuetudinario. El monopolio no admite competencia. Será destruido todo producto artesanal que induzca a confusión. Aunque sea uno de toda la vida de Dios.

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© Ilya U. Topper |  Especial para M’Sur