Entrevista

Jorge Riechmann

«El sistema capitalista es inviable y tiene sus lustros contados»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 11 minutos
Jorge Riechmann (Sevilla, 2013) | © Alejandro Luque / M'Sur
Jorge Riechmann (Sevilla, 2013) | © Alejandro Luque / M’Sur

No parece que el lugar más indicado para entrevistar a Jorge Riechmann (Madrid, 1962) sea un McDonald’s, pero el de la sevillana Estación de Santa Justa, donde nos citamos antes de su partida, es probablemente el más tranquilo de los alrededores. El día anterior, Riechmann ha presentado en la librería La Fuga su último libro, Fracasar mejor, y ya tiene otro recién salido de imprenta: El siglo de la gran prueba.

Ecosocialista, pacifista activo, agitador de conciencias, profesor universitario, poeta, traductor de autores como René Char o Henri Michaux, hay muchos Riechmann bajo la misma piel. Tratamos de hablar con todos ellos antes de que salga su AVE.

Quienes llevan muchos años ejerciendo de Pepito Grillo contracorriente, ¿se sienten al fin acompañados?

Diría que no. Por un lado, porque Casandra estaría deseosa de equivocarse respecto de la caída de Troya. Que una parte mayor de la población se asome a la inviabilidad del sistema político, social y cultural dominante es positivo, pero tiene uno la impresión de que esa toma de conciencia es relativamente limitada. Una de las pintadas de Sol en los días del 15-M decía: “Dormíamos y hemos despertado”. Es cierto en parte, pero me temo que la mayoría de la sociedad no desearía nada más que poder seguir durmiendo.

«La mayoría de la sociedad no desearía sino poder seguir durmiendo»

Terrible, ¿no?

Ayer recordaba una imagen muy cruda de Karl Polanyi, el antropólogo económico, que habla de lo que el capitalismo hace a la sociedad en términos de vivisección. Tenemos a una sociedad anestesiada sobre la mesa de disección, el paciente abre los ojos, se revuelve, pero en seguida vuelve a cerrarlos y sigue en reposo. Eso tiene que ver con que la nuestra no es solo una crisis financiera, sino de civilización, concepto que ya se usaba en los años 70, y que ha sido enmascarado por cierto auge económico. Pero cada vez tenemos menos margen de acción.

La Universidad, que podría haber liderado esa respuesta necesaria, ¿no ha estado también aletargada?

Me lo dicen a menudo, como se dice que los departamentos de Filosofía deberían tener una mayor conciencia crítica… Ahí también hay engaño, como si no fuera sencillo disociar los dichos de los hechos, la conciencia crítica del modo en que se vive. Los católicos se han apañado durante siglos para vivir de un modo distinto al de sus creencias más queridas, ¿por qué no van a hacer lo mismo los filósofos? Lo que sí es cierto es que cabía esperar mucho más de la comunidad universitaria, sobre todo en los últimos años, con esta reforma que es una estafa, una ruptura unilateral de algo que permitió durante muchos años desarrollar los servicios públicos de este país. Aunque solo fuera por interés gremial, la Universidad pública tendría que defenderse mucho, y no me refiero solo a los profesores: también al resto del personal de los centros, y a los alumnos.

¿En ese sentido, el ministro Wert ha hecho más por la unión de la comunidad universitaria que los rectores y decanos?

A veces, al oírle, parece un agente provocador de libro, de los que se preguntan: ¿con qué puedo alborotar mañana? Una de las formas de combatir las múltiples desigualdades del sistema es precisamente el acceso, con relativa facilidad, a la educación. Si eso se quiebra, el retroceso será enorme. En este sentido, cuando Wert decía que las protestas parecían una fiesta de cumpleaños, tenía bastante razón, aunque duela.

«Wert decía que las protestas parecían una fiesta de cumpleaños, y tenía razón, aunque duela»

Da la impresión de que ahora los jóvenes están muy movilizados, pero que caen con facilidad en ingenuidades que impiden avances significativos. ¿Lo ve así? 

La principal ingenuidad, y no solo afecta a la juventud, es aquello que señalaba Fredric Jameson, y es que nos resulta más fácil imaginarnos el fin del mundo que el fin del capitalismo.

¿Con qué consecuencias?

Ese estrechamiento del horizonte nos impide ver que el siglo XXI es el siglo de la gran prueba: si tenemos el suficiente arrojo, quizá logremos superarlo a través de un proceso de humanización, que es distinto de la hominización. Solo así dejaremos el que probablemente sea el periodo más difícil en 150.000 años largos de la especie.

Tal vez la fortaleza de este sistema resida en su capacidad para absorber cualquier oposición y convertirla en chapa, en camiseta, en producto de consumo. ¿Cómo se derrota eso?

Es una partida abierta, ya se verá. Hace mucho tiempo, en efecto, ya se decía que si tirabas una piedra a este sistema te la convertía en un guijarro y te lo vendía. No es que crea que hay un núcleo indestructible en el ser humano -ya me gustaría-, pero si no existe tal núcleo, sí hay zonas de resistencia muy importantes. Frente a eso, hay una negación muy fuerte del principio de realidad en creer que los seres humanos no somos finitos y mortales, que la biosfera no es vulnerable, que los recursos naturales no son limitados. Eso equivale a defender hoy que la tierra es plana. El sistema capitalista es inviable, tiene sus lustros contados, y cuanto antes lo entendamos, antes podremos buscar alternativas.

«Hablar de democracia en serio es hablar de autonomía y autodeterminación»

¿Y no las facilitarán los partidos, ahora que crecen las voces que piden prescindir de ellos?

Tal y como existen ahora, todo parece indicar que no. Si lo que tenemos son aparatos con esa idea de expropiación de la capacidad política de la gente y de representación por parte de profesionales, no nos sirve. Hablar de democracia en serio es hablar de autonomía y autodeterminación a todos los niveles. Hacen falta herramientas políticas para la participación en primera persona. No todo pueden ser asambleas, pero sin asambleas vivas y operativas, hablar de democracia es un chiste.

Siempre se le ha encasillado como poeta social. ¿Qué le une a aquellos de la posguerra, como Gabriel Celaya o Blas de Otero, y qué le diferencia?

Lo interesante en los nombres que menciona es el intento de no excluir, de entrada, zonas de conciencia y experiencia a las que no pudiera asomarse la poesía. Esa exclusión siempre me ha parecido un arranque radicalmente falso, como creer que hay palabras poéticas y otras que no pueden serlo. No hay conflicto social, político, cultural o ecológico que no pueda ser abordado desde el verso.

Y en eso no está solo…

Otros autores como Antonio Orihuela o Enrique Falcón llevan tiempo aplicando eso de que “nada humano me es ajeno”. Por otro lado, la tentación mayor es la de pretender hablar con la voz de los otros, creerse portavoz, bardo que representa a la mayoría silenciosa, y suplanta su voz. Me parece mejor el intento de hablar con la voz de uno, voz que  a su vez depende de los otros… Al mismo tiempo, hay que trabajar con los demás para crear condiciones más favorables.

¿Qué le diría a quien afirme que un poema nunca ha detenido un desahucio, o impedido una construcción en una zona protegida?

Que tiene razón. Parafraseando a Paolo Freire, que del mismo modo que “la educación no cambia el mundo, pero cambia a las personas que pueden cambiar el mundo”, la poesía también posee esa fuerza transformadora.

«Existe un ecofascismo cuyas orejas llevamos tiempo viendo asomar»

Como pacifista, ¿qué grado de alarma le provoca el auge de grupos como Amanecer Dorado, que directamente apelan a una herencia nazi?

Es una situación muy grave, que nos encamina hacia conmociones enormes, políticas, sociales, ecológicas… Por desgracia vamos a vivir, como dirían los chinos, tiempos interesantes. Hay un libro muy recomendable de Carl Amery, titulado, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, donde hace un análisis del nazismo histórico, y en particular de su dimensión de lucha por recursos básicos y por el espacio vital. Ese es el conflicto que nos espera, y no solo por los recursos fósiles. La maquinaria de producción y destrucción topa hoy con los límites biofísicos del planeta hasta tal punto que incluso recursos como la arena pueden escasear y convertirse en un factor de conflicto. La idea de que podemos seguir adelante a este ritmo es pura fantasía, y esos choques de tipo maltusiano pueden poner cosas como el nazismo a la vuelta de la esquina. Existe un ecofascismo cuyas orejas llevamos tiempo viendo asomar.

Por otro lado, hay voces serias que afirman que el final del hambre en el mundo está más al alcance que nunca. ¿Es solo ilusión?

Hay bastante de ilusión en el planteamiento, pero no cabe duda de que el hambre podría terminar de un día para otro. Hoy hay más alimentos per capita que nunca, el problema es de acceso a esos alimentos. ¿Podemos seguir pensando que nuestro sistema agropecuario puede seguir funcionando del mismo modo? No, si sigue dependiendo del petróleo. La especie tradicionalmente ha comido luz solar, ahora comemos petróleo y cantidades enormes de fosfatos para fabricar abonos. Ese problema no va a dejar de agudizarse, y la desigualdad no va a dejar de ser brutal.

«Una sociedad donde el largo plazo se mide en minutos está cercenando su futuro»

Un fenómeno como la Primavera Árabe, ¿ha sido una esperanza, una esperanza derrotada?

Una esperanza que nos ha hecho ver muy pronto las dificultades que hay en frente. Cualquier esfuerzo se hace muy difícil, vivimos en un mundo en el que coexisten tiempos históricos muy diferentes. Y el tiempo que domina es la anulación del tiempo, el del capital financiero. James Tobin, el Nobel de la famosa tasa, oyó una vez decir a un banquero: “En mi negociado, el largo plazo son cinco minutos”. Una sociedad en la que el largo plazo se mide en minutos, está cercenándose su futuro. Dicho sea de paso, una de las cosas más impresionantes que están pasando es la quiebra generacional: la precarización del mundo laboral, el desguace de las pensiones, los ataques a la educación pública y el desentenderse de los problemas ecológicos son un modo de decir a las generaciones más jóvenes: “Estáis completamente abandonados a vuestra suerte”. No se puede reproducir mejor la imagen de Saturno devorando a sus hijos.

Como traductor, ¿se ha sentido contrabandista de palabras, cruzando las fronteras?        

Me gusta más la imagen del aduanero, como en el famoso poema de Brecht. Traducir es siempre un enriquecimiento, solo lamento no tener más tiempo para ello, intento buscar huecos en las vacaciones de verano. Ahora estoy con un proyecto muy bonito, dentro de la colección clásicos del Pensamiento Crítico, que es preparar un pequeño volumen sobre Camus, en concreto sobre lo que él llamaba la tercera etapa de su creación: empezó bajo el signo de Sísifo, tuvo su momento de rebelión, y ahora llega una etapa bajo el signo de Némesis, la diosa griega de la autolimitación, de la contención, de la mesura. Son los años en que se convierte en escritor mediterráneo por excelencia. Pero en fin, de la traducción pienso como uno de mis autores, Heiner Müller, para quien, en épocas de sequía, traducir a Shakespeare era como una transfusión de sangre.

«Parte de lo que hoy pasa por construcción es destrucción»

Le sugiero que acabemos con un mensaje esperanzador, para que nadie nos acuse de ser demasiado fatuos. 

Todo lo que es construcción, creación, nos ayuda en ese sentido. Hoy tenemos un problema enorme en el hecho de que parte de lo que pasa por construcción es destrucción. La noción de fuerzas productivas se ha ido transformando en fuerzas productivas y destructivas. Producimos demasiado de ciertas cosas, y en cambio seguimos esperando avanzar de verdad en la producción de Humanidad. Lo que más fuerza puede darnos es ser capaces de sumarnos a los esfuerzos, ya en marcha, de renovación del sistema. De autoconstrucción personal y colectiva. En cierto modo, somos seres que no pueden no-autoconstruirse.