Reportaje

El país de los pasaportes voladores

MJ Del Valle
MJ Del Valle
· 12 minutos
"Ramandeep Singh, inmigrante indio en Georgia | © Felix Gaedtke"
Ramandeep Singh, inmigrante indio en Georgia | © Felix Gaedtke

Tiflis | Noviembre 2013

En un rincón del cielo gris de noviembre en Tiflis se vieron estos días estelas verdes, azules y rojas, las que dejaban decenas de pasaportes lanzados junto a la casa presidencial en espera de obtener la ciudadanía georgiana.

Varios miles de personas quisieron acogerse al ofrecimiento del presidente saliente, Mikhail Saakashvili: hacerse con la ciudadanía georgiana de forma gratuita y sin ningún requisito. Se trataba del último coletazo de la política de puertas abiertas característica de su gobierno. Con el fin de la era Saakashvili el pasado domingo 17 de noviembre, Georgia deja del todo atrás la etapa de la inmigración bienvenida y las ciudadanías fáciles, y se afianza un proyecto gubernamental más cauto a la hora de atraer visitantes. Un cambio de rumbo que ha dejado en el aire el status de un buen número de extranjeros residentes en Georgia.

La política de puertas abiertas agonizaba desde que la coalición Sueño Georgiano ganara las elecciones

La política de puertas abiertas llevaba agonizando desde que la coalición Sueño Georgiano ganara las elecciones parlamentarias de octubre de 2012 y desbancara al partido de Saakashvili del poder. La victoria de Giorgi Margvelashvili, candidato de Sueño Georgiano, en los comicios presidenciales del 27 de octubre de 2013 supuso que tanto la Presidencia como el Parlamento están ahora controlados por la misma coalición.

Es la estocada final a la Georgia del “todo el mundo es bienvenido”. “Durante el último año, mucha gente ha acudido a la Presidencia reclamándonos la ciudadanía tras serles denegada su solicitud en el Ministerio de Justicia” dijo Saakashvili en un comunicado. “Hemos decidido otorgarla a través de un procedimiento simplificado para que nuestro país pueda integrarse en el mundo que nos rodea”.

Sin requisitos

Nada. Nada era lo requerido según ese procedimiento simplificado para solicitar la ciudadanía del país caucásico. Sólo eran necesarias una copia del pasaporte del solicitante y una carta explicando sus motivos. Ni referencias, ni contrato laboral, ni un periodo de estancia mínimo en el país, ni conocimiento del idioma.

Para Ali Shah, un estudiante bangladeshí de 25 años, se trataba de la oportunidad perfecta para garantizar su futuro en Georgia: “Me gusta mucho este país, me siento seguro aquí. La ley funciona, también la policía. En Bangladesh las cosas son muy diferentes, allí los índices de criminalidad son mucho más altos”.

Como él varios miles de personas se amontonaron durante la última semana junto al palacio de cristal donde se encuentran tanto la residencia como las oficinas del Presidente. Una melé en la que el objeto de deseo era una libretita bermellón. Para conseguirla, el primer escollo a superar era lograr que uno de los funcionarios semisepultados por la muchedumbre revisara el pasaporte del solicitante y apuntara su nombre en la lista de los “elegidos”.

Ciudadanos de más de 107 países podían venir sin ningún tipo de trámite previo

Al más rápido, al más fuerte, al que llegaba a conseguir un puesto junto al funcionario, sus conocidos le lanzaban sus pasaportes con la esperanza de ser incluidos en la lista. Casi aplastado, alguno de los encargados de registrar solicitantes acabó atrincherándose dentro de su coche y aceptando pasaportes a través únicamente de una ranurita abierta en el techo solar. Esa apertura iba poco a poco ensanchándose y en un par de ocasiones el funcionario en cuestión acabó regado por un chaparrón de pasaportes.

Durante la era Saakashvili, no era difícil para algunas nacionalidades hacerse con la ciudadanía georgiana (no hacía falta hablar el idioma ni presentar contrato laboral o información sobre cuentas bancarias, pero si había que pasar una entrevista y acompañar la solicitud de dos referencias), especialmente si el candidato tenía intenciones de invertir. En cuanto a turismo e inmigración, Georgia fue hasta hace poco uno de los países del mundo con menos requisitos a la hora de dejar entrar visitantes.

Ciudadanos de más de 107 países podían venir a este país sin ningún tipo de trámite previo. El resto podía obtener su visado fácilmente en el aeropuerto o la frontera. Para europeos y estadounidenses, el sello del control de inmigración en el aeropuerto bastaba – y sigue bastando – para residir y trabajar un año en el país.

La liberalización del régimen de visados fue un elemento clave de las reformas que Saakashvili y su equipo emprendieron tras la Revolución de las Rosas en 2003. Nika Gilauri, uno de los padres de esas reformas y ex primer ministro, explicó a M’Sur que la política económica de Georgia se diseñó con la intención de convertir el país en un núcleo comercial regional: “Nos decantamos por esa opción dados los recursos a nuestra disposición. Georgia no tiene petróleo como Azerbaiyán, no es un país grande como Turquía y no cuenta con el apoyo de una diáspora adinerada, como Armenia”.

Georgia no tiene petróleo como Azerbaiyán, no es grande como Turquía, ni tiene una diáspora adinerada, como Armenia

Para lograr su objetivo, el equipo instauró medidas de corte liberal: la cantidad de trámites burocráticos necesarios para abrir un negocio se redujo al mínimo, y desaparecieron el 85% de las regulaciones para obtener permisos y licencias. Y se estableció un régimen de visados lo más abierto y flexible posible con el fin de favorecer la inversión extranjera.

Los resultados no se hicieron esperar: entre 2005 y 2008 el PIB de Georgia exhibió un índice de crecimiento de alrededor del 10%. También el número de compañías registradas en el país creció significativamente: en 2005 eran 36.000, en 2007 51.000. Según el Banco Mundial, Georgia se encuentra a día de hoy entre los diez países del mundo donde es más fácil hacer negocios. El auge económico siguió a la eliminación de la corrupción de bajo nivel, la erradicación de las redes criminales que operaban en el país y la reconstrucción tras años de guerras civiles. En los años siguientes a esas reformas, Georgia se convirtió en un país atractivo para muchos inversores.

De India al Cáucaso

Kuldeep Singh es uno de ellos. Como alrededor de otros dos mil agricultores indios, Singh, originario de Panyab, vino a Georgia para beneficiarse de las condiciones ventajosas a su alcance: “Vinimos aquí porque la calidad de la tierra es muy alta, y su precio muy bajo [alrededor de 1000 dólares por hectárea]. El clima es bueno y la gente amable”. El parecido de la tierra de Panyab y de algunas regiones de Georgia jugó un papel clave en su decisión de adquirir varias hectáreas y dedicarse al cultivo de patatas, tomates y sandías.

Algunos no lo ven con buenos ojos. Raul Babunashvili, fundador de la Unión de Agricultores Georgianos, afirma que la tierra georgiana debería ser de los georgianos. Tan generalizada estaba esta opinión que en junio de este año el Parlamento aprobó una resolución prohibiendo la venta de tierras a extranjeros hasta finales de 2014.

La política de puertas ha sido un factor clave en el auge del ultranacionalismo

Según algunas estimaciones, de las 3 millones de hectáreas de tierra arable del país, 30.000, es decir un 1%, están en manos de extranjeros. Pero Gia Nodia, politólogo de la Universidad Ilia de Tiflis, opina que la política de puertas abiertas ha sido un factor clave en el auge del ultranacionalismo que Georgia ha experimentado en los últimos años.

Este verano, Georgia revocó también el tratado bilateral con Irán por el cual ciudadanos iraníes y georgianos podían viajar libremente entre ambos países: una medida que, meses después, echaría a volar decenas de pasaportes iranís en un rincón del cielo gris de noviembre de Tiflis.

“En realidad no es que yo quiera la ciudadanía georgiana, lo que quiero es tener la seguridad de no tener que volver a Irán”, dice Amirali F., uno disidente iraní que, como tantos otros, quiso hacerse con la nacionalidad georgiana a través del procedimiento simplificado que Saakashvili puso a disposición de todos.

Amirali llegó a Georgia antes del cambio de actitud para con los ciudadanos iraníes. En Tiflis empezó una nueva vida: “Tenía en mente abrir un negocio aquí, un restaurante o un café o algo así. Pero un día de repente la normativa cambió y las cosas están muy difíciles para la gente de mi país, nos ponen muchas restricciones para abrir cuentas bancarias y obtener visados de larga estancia”.

Días antes de la revocación de ese acuerdo, la ministra de Justicia, Tea Tsulukiani, dijo que el gobierno había congelado alrededor de 150 cuentas bancarias de ciudadanos y entidades legales de Irán. Algunos achacaron el cambio de actitud con los iraníes a la posibilidad de que algunos empresarios de ese país estuvieran utilizando Georgia para evadir las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea.

Pero no fueron los iraníes los únicos en empezar a tener problemas para venir a Georgia, también les ocurrió a inversores indios y egipcios. Un representante de Crown Immigration, una agencia especializada en la tramitación de visados para ciudadanos indios, asegura que desde antes del verano de 2013, la mayoría de sus solicitudes habían sido rechazadas. El motivo alegado por las autoridades georgianas fue el mismo que se le dio a Amirali: que de acuerdo con el artículo 12 de la ley de extranjería, los solicitantes rechazados suponían un peligro para el país.

Tea Tsulukiani, de cuyo Ministerio depende el Secretariado para la Comisión Estatal para Asuntos relacionados con la Migración, afirma que Georgia necesita desarrollar un marco legal que regule los asuntos relacionados con la inmigración: “Hasta ahora no teníamos una policía migratoria, simplemente decisiones espontáneas sin una visión gubernamental general. Eso es lo que ahora está desarrollando la Comisión”, asegura en entrevista con M’Sur.

«Hasta ahora no teníamos una policía migratoria, simplemente decisiones espontáneas», aseguran desde el Ministerio

Las nuevas normativas están en línea con las pretensiones europeístas de Georgia, añade: “Nuestro principal interés es la integración en Europa. Necesitamos un buen manejo de nuestra política migratoria, no podemos convertirnos de un pasillo de migración ilegal, es necesario disponer de una política bien razonada para gestionar este tipo de asuntos”. Matiza que los ciudadanos de algunas nacionalidades – Israel, países miembros de la Unión Europea, la OTAN y los países ex soviéticos agrupados en la CEI – no tienen nada de qué preocuparse.

Según Tsulukiani, estos cambios no deberían frenar a ningún interesado en invertir en el país caucásico, porque “de lo que se trata es de saber cuál es el motivo de la visita de cada persona a nuestro país, y ofrecerle el visado que más se adecue a sus intereses”. Tampoco Irina Guruli, del Centro de Investigación de Política Económica en Tiflis, cree que estos cambios vayan a afectar seriamente la situación económica del país: “Irán contribuye en menos de un 1% al total procedente de inversiones extranjeras”.

Pero hay otras vías a través de las cuales el país caucásico puede verse perjudicado. “Irán es uno de los 20 socios de exportación más importantes de Georgia. El posible impacto negativo asociado a las restricciones en materia de visados podría venir a través de canales comerciales”, cree Guruli. Los efectos serían mucho más preocupantes si se tratase de Turquía, añade.

Otro de los colectivos afectados por los cambios en cuestiones migratorias es el de los estudiantes. No tienen un mayor impacto económico. Pero no son pocos los estudiantes que se han visto en el limbo creado por las nuevas normativas frente a la anterior política de puertas abiertas. El número de estudiantes extranjeros en Georgia se triplicó durante los años en que el partido de Saakashvili estuvo en el poder.

Otro de los colectivos afectados es el de los estudiantes

Entre las estelas verdes de los pasaportes en Tiflis quizás estuvo también el de Elizabeth J., una nigeriana que llegó hace algo más de un año para cursar estudios de Administración y Dirección de Empresas. En aquel momento, los estudiantes obtenían un visado ordinario en la frontera. El suyo no fue renovado tras su última solicitud: “La situación es terrible para nosotros; estoy muy frustrada. No me siento segura en un país donde no soy legal. No tengo ninguna fe en este país”.

Lo mismo piensa una familia de cristianos coptos egipcios. “Vinimos a Georgia hace algunas semanas porque pensamos que al ser un país cristiano aquí no tendríamos problemas. En un mes caduca nuestro visado y no sabemos qué será de nosotros. Me siento triste y decepcionado», confiesa una mujer. «No se por qué han organizado este circo para nada, antes tenía fe en este país pero después de lo que he visto hoy ya no la tengo. Nos han tratado muy mal, nos hemos sentido menospreciados por tener la piel oscura y venir de un país musulmán”, concluye.

Muchas vidas han quedado en un limbo entre dos formas de entender las políticas migratorias. Pero lo peor son las formas, cree Elizabeth: “No entiendo por qué tienen que poner a la gente en esta espantosa situación en lugar de organizar bien el proceso. Esto es un desastre”.