Bajo la jaima

por José Luis Cuesta
Un niño de una familia nómada bereber junto a la jaima de su familia.Una familia de nómadas bereberes del Alto Atlas desmontan sus jaimas.Una mujer nómada lleva a sus animales a un pozo de agua en el Sáhara.Mujeres Bereberes del Atlas vuelven del campo.
Una familia bereber en el Alto Atlas.Una joven nómada bereber friega el cacharro de cerámica en el que se prepara el tayín.Una mujer bereber en el interior de su jaima, junto al menor de sus hijos.Interior de la jaima de unos nómadas bereberes del Alto Atlas en el circo de Jaffar.Mujeres bereberes en Tattiouine, Alto Atlas.Una mujer bereber en el interior de una vivienda estable en Tattiouine, Alto Atlas.Una mujer nómada en Imilchil (Alto Altas) se proteje del polvo.Una mujer nómada bereber posa para el retrato.Niñas nómadas bereberes cerca del lago Tisli en Imilchil
Mujeres bereberes lavando en el rio.

 

Bajo la jaima

Son los últimos de los últimos. Su hogar es, todavía, la banda de lana negra que forma una tienda baja, montada sobre un par de postes de madera tallada. Su tierra, los caminos pedregosos entre el Alto Atlás oriental hasta el Sáhara, cientos de kilómetros de senderos, colinas con apenas unas briznas de hierba, el polvo del camino.

Quedan muy pocas familias bereberes que hacen cada año el gran viaje de los altiplanos del Atlas – a unos 2.000 metros de altura – hasta las llanuras del Draa, cruzando dos cordilleras. Y vuelta. Las sequías de las últimas décadas se han cobrado un despiadado tributo: donde antes había pastos abundantes, ahora reina la tierra desnuda, erosionada por alguna lluvia en tromba. La desertificación del flanco sur del Atlas – los dos: el Alto Atlas y el Anti-Atlas – ha condenado a la desaparición a los bereberes que vivían de su ganado. Ya no hay donde pastar.

Cada año, menos ovejas salen hacia el sur: las familias se quedan en los modestos refugios de invierno, construidos con piedra y adobe, que salpican sus pastos tradicionales al sur de Midelt, al este de Imilchil. Buscarán trabajo en los campos, algunos niños irán al colegio, hay dispensarios de cuidados médicos establecidos por alguna asociación caritativa…

Desaparece así una forma de vida de nomadismo puro, aunque la palabra no es exacta, si se entiende en el sentido de búsqueda de pastos al azar: más correcto es el término transhumancia. Como entre las aves de paso hay rutas fijas, territorios específicos de verano e invierno, no muy distintos a los de los ganaderos de Castilla, León y Extremadura y sus cañadas. La sedentarización y el paso a la cultura agrícola parece inevitable.

La gran mayoría de la población bereber no es nómada. Pero la transhumancia a corta escala es algo tradicional en todas las cordilleras de Marruecos. En el Medio Atlas, más al norte, los pastos de verano en las cumbres a menudo distan sólo unos pocos kilómetros de las casas de invierno y los campos de cebada que aseguran la subsistencia.

Pero la jaima es ineludible. Toda adolescente debe aprender a hilar la mezcla resistente de lana de oveja y cabra para luego tejer las largas tiras de tela que se irán cosiendo, pieza por pieza, para formar la tienda que será su dote, su pasaporte para la formación de una familia propia. Una tela especial: se afloja bajo el sol para permitir el paso del aire y mantener fresca la tienda, pero se contrae con las primeras gotas de lluvia y se convierte, bien tensada, en un techo resistente al agua.

Las suaves cúpulas de las tiendas oscuras, sobre postes de madera de cedro o de enebro, siguen salpicando los montes. Las cañadas se cubren del polvo de olvido, pero sigue, así sea un par de meses al año, la vida bajo la jaima.

[Ilya U. Topper]