Opinión

Silencio, se informa

Lluís Miquel Hurtado
Lluís Miquel Hurtado
· 6 minutos

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A Ricard Garcia Vilanova y a Javier Espinosa, que se dedican a esa inusitada faceta de hacer periodismo, y no aspavientos, les pillaron en un punto de control el 16 de septiembre pasado en Raqqa, al norte de Siria. Doce días después de que Marc Marginedas pasara por un trance similar a las afueras de Hama. Son los únicos tres periodistas de nacionalidad española cuya desaparición en el país árabe se ha hecho pública.

En ambos casos se cree que está detrás una Al Qaeda global que esta semana se ha presentado en Siria bajo el paraguas del Estado Islámico de Iraq. Irrumpió este año para aguar el alzamiento civil contra el presidente Bachar Asad y certificar su degeneración en un sangriento viaje a ninguna parte. Hasta puede que, en su cautiverio, Ricard, Javier y Marc hayan charlado en castellano con algunos de sus 95 paisanos que han campado por Siria según los servicios secretos.

Difundir la noticia de un secuestro sólo aumenta el precio del rescate, cree Ricard

A estas alturas en el lector sólo hay una confusión que supere a la provocada por aquellos medios que erróneamente han señalado que Ricard Garcia Vilanova, freelance hasta el tuétano, es asalariado de El Mundo, como sí es el caso del corresponsal Javier Espinosa: “¿Por qué no lo han anunciado hasta tres meses después?” La cuestión destapa una caja de los truenos que, hace un año birra mediante, Ricard había cerrado: “Es mejor que no se sepa”.

El debate sobre la publicación o no de un secuestro tiene básicamente dos polos enfrentados. Por un lado están los del sí. Alegan el derecho a la información. Están convencidos de que la mejor arma para luchar contra las sospechas de espionaje, con las que los captores suelen etiquetar a los informadores, es la publicidad. Y cuanta más, mejor. Por eso en la web de El Mundo hoy podéis bajar en PDF la noticia escrita en árabe.

Ricard, que después de ganar el Rory Peck sigue elogiando los menús de cinco euros de su restaurante favorito de Estambul, cree que difundir la noticia de un secuestro sólo aumenta el precio del rescate. Claro. Eso vale cuando los captores están sin blanca y necesitan subvencionar las balas. Pero no hay noticias de que los espónsores del yihadismo en Siria, como Arabia Saudí, hayan cortado el grifo. Lo que complica todo.

El enquistamiento ha llegado después de tres meses de negociación infructuosa y esperando a que los secuestradores se decidan, al menos, a pedir un rescate. Y nada. Tienen Twitter, así que no les habrá costado saber a cuánto cotizan las ‘piezas’ en un mercado de 60 profesionales de la información, en cifras de Reporteros Sin Fronteras. Lo que hay pues es, a trazos gruesos, gente que usará a nuestros amigos de garantía o moneda de cambio más adelante.

Tres meses esperando a que los secuestradores se decidan, al menos, pedir un rescate

Al final, como ocurrió con Marc Marginedas, cuyo secuestro anunció su Periódico de Catalunya veinte días después de perdérsele el rastro, el entorno de Javier y Ricard ha optado por acabar con el silencio y difundir una súplica. Con la mesura que se presupone a todos los actores involucrados en el asunto, se ha considerado esta ahora la mejor receta para devolverles a casa: presión informativa masiva al yihadismo.

El lector crítico criticará que los periodistas hayamos “encubierto” a nuestros amigos durante casi noventa días y, cuando se ha tratado de secuestros de empresarios o activistas, nos hayamos despedazado entre nosotros por ser el primero en dar la exclusiva, sacar del Facebook la foto del desgraciado y atiborrar de llamadas y cuestiones a los desdichados familiares.

El Mundo ha subrayado que la decisión de hacer público o no el secuestro ha recaído en los familiares de los periodistas, representados por el corresponsal Gervasio Sánchez. La palabra de un progenitor debería ser sagrada. “Pero entonces”, sigue el crítico, “¿siempre que los de la bandera negra islamista han cazado a un cooperante, la prensa ha preguntado a la familia si querían o no que fuese noticia antes de poner el titular?”.

Los plomos se han ido fundiendo sobre Siria al mismo tiempo que los periodistas atajaban sus coberturas. No ayudó en nada el teatrillo de sombras chinescas pertrechado por Asad, Obama y la ONU a propósito del ataque químico de Ghouta. La resaca de dudas hipertensas, culminada con la supuesta destrucción del arsenal químico de Damasco, ha dejado a las redacciones sin ‘droga dura’: “Los muertos por SCUD ya están muy vistos”.

Estaba el percal así cuando Javier, Ricard y Marc seguían erre que erre con su periodismo de guante blanco salpicado de sangre. En un momento en el que una ristra de batallones se apuntan unos a otros mientras disparan a Asad o a los kurdos del norte, en un momento en el que se tiran los dados cada vez que se ve la valla de un punto de control, ellos seguían buscando civiles bajo los cascotes para preguntarles qué les pasó y resolver el por qué.

Por eso un activista de Homs salió pitando hacia Raqqa cuando se enteró de que Javier, el mismo Javier que pidió ser el último en salir del asedio de Baba Amr para poder contar al detalle el drama de las víctimas, había acabado en manos de los extremistas. El chaval acabó pegando un tirón a la barba de los fanáticos: “¿Dónde estabais vosotros cuando lo de Baba Amr?”. Orgullo herido, nula respuesta.

Por eso Ricardo se jura volver aunque salga de Siria con la tarjeta de memoria de la cámara llena y la cartera de clientes vacía. Lo dice lacónico. Con ese tono grave de quien no cuenta los pepinos que le caen cerca sino los muertos que ha visto perecer. Mal negocio para el antiimperialismo bocazas. Que aún no ha entendido que si estos hubiesen querido forrarse con las guerras se hubiesen hecho traficantes de armas y no plumillas.

El equipo de M’Sur se une a la petición de familiares, amigos y entorno profesional de Javier Espinosa, Ricard Garcia Vilanova y Marc Marginedas y exige la inmediata liberación de ellos y de todos los periodistas secuestrados por buscar la verdad entre la infamia.

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