Opinión

Bibi y Libie

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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A lo mejor es que soy demasiado estúpido, pero es que simplemente no puedo entender el sentido de la petición israelí de que los palestinos reconozcan a Israel como un Estado judío.

A primera vista, parece algo así como un truco inteligente por parte de Binyamin Netanyahu para desviar la atención de los problemas reales. En ese caso, la cúpula palestina ha caído en una trampa.

En lugar de hablar sobre la independencia del supuesto Estado palestino, su capital en Jerusalén, la retirada de los asentamientos, el destino de los refugiados y la solución de muchos otros problemas, discuten interminablemente sobre la definición de Israel.

Uno puede verse tentado a hacer un llamamiento a los palestinos: ¡qué demonios, concededles el maldito reconocimiento y acabad con esto! ¿¡A quién le importa!?

La respuesta de los negociadores palestinos contempla dos problemas.

Primero, reconocer a Israel como un Estado judío sería un acto de traición contra el millón y medio de palestinos que son ciudadanos de Israel. Si Israel es un Estado judío ¿en qué lugar los deja esto a ellos?

Bueno, este problema podría solucionarse con una cláusula en el tratado de paz que expusiese que independientemente de cualquier otra cosa en el acuerdo, los ciudadanos palestinos de Israel disfrutarán de plena igualdad en todos los sentidos.

La solución del problema de los refugiados será un punto principal en el tratado

Segundo, que el reconocimiento del carácter judaico de Israel bloquearía el regreso de los refugiados.

Ese argumento es menos válido incluso que el primero. La solución del problema de los refugiados será un punto principal en el tratado. La cúpula palestina, en los tiempos de Yasser Arafat, ya aceptó tácitamente que la solución sería una ‘‘acordada’’, de manera que cualquier regreso será como mucho simbólico. La cuestión del reconocimiento no afectará a esto.

El debate sobre esta petición israelí es completamente ideológico. Netanyahu pide al pueblo palestino que acepte la narrativa sionista. El rechazo palestino se basa en la narrativa árabe, que contradice la sionista en prácticamente todos y cada uno de los sucesos acontecidos en los últimos 130 años, cuando no en los últimos 5.000.

Mahmoud Abbas podría simplemente dar un paso al frente y proclamar: vale, si vosotros aceptáis nuestras peticiones prácticas, nosotros reconoceremos a Israel como lo que queráis: un Estado budista, vegetariano, lo que digáis.

El 10 de septiembre de 1993 (que fue casualmente mi 70 cumpleaños) Yasser Arafat, en nombre del pueblo palestino, reconoció el Estado de Israel, a cambio del no menos trascendental reconocimiento del pueblo palestino por parte de Israel. Implícitamente, cada bando reconoció al otro tal y como es. Israel se definía en su documento fundacional como un Estado judío. Ergo, los palestinos ya han reconocido un Estado judío.

Por cierto, el primer paso hacia los Acuerdos de Oslo lo dio Arafat cuando le dijo a su representante en Londres, Said Hamami, que publicara una propuesta para una solución pacífica en el Times de Londres el 17 de diciembre de 1973, que declaraba entre otras cosas que ‘‘el primer paso debe ser el reconocimiento mutuo de estos dos bandos. Los judíos israelíes y los palestinos árabes deben reconocerse los unos a los otros como pueblos con todos los derechos de los pueblos’’.

Yo vi el borrador original de esta declaración con correcciones hechas por Arafat.

El problema de la minoría palestina en Israel (alrededor del 20% de los ocho millones de ciudadanos de Israel) es muy serio, pero ahora ha adquirido un giro cómico.

Desde su absolución por cargos de corrupción y su vuelta al Ministerio de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman ha vuelto a la carga. Ha declarado su apoyo a los esfuerzos por la paz de John Kerry, para el disgusto de Netanyahu, que no lo hace.

¿Por qué, por el amor de Dios? Lieberman aspira a convertirse en primer ministro algún día, lo antes posible. Para esto el tiene que: (1) unir su partido ‘Israel Beitenu’ con el Likud; (2) convertirse en el líder del Likud; (3) ganar las elecciones generales. Pero sobre todo esto se cierne: (4) obtener la aprobación de los norteamericanos. Por lo que ahora Lieberman apoya el esfuerzo y la paz norteamericanos.

Sí, pero con una condición: que los Estados Unidos acepten su plan maestro para el Estado judío.

Esto es una obra maestra de habilidad política constructiva. Su propuesta principal es mover las fronteras de Israel: no hacia el este, como se podría esperar de un archinacionalista, sino hacia el oeste, reduciendo las estrechas caderas de Israel todavía más, a unos simples 9 (¡nueve!) kilómetros.

El territorio israelí del que Lieberman se quiere deshacer es el emplazamiento de una docena de aldeas árabes, que el entonces rey de Jordania dio a Israel como regalo en el acuerdo de armisticio de 1949.  Abdalá I, el tatarabuelo del actual Abdalá II de Jordania, necesitaba el armisticio a cualquier precio. Ahora Lieberman quiere devolver estas aldeas, gracias.

¿Por qué claman los palestinos de Israel? Porque son más israelíes de lo que se atreven adamitir

¿Por qué? Porque para este incondicional del Israel judío, la reducción de la población árabe es un deber sagrado. No aboga por la expulsión, Dios no lo quiera. En absoluto. Él propone anexionar esta zona, con su población, al Estado palestino. A cambio, quiere que los bloques de asentamientos de Cisjordania se unan a Israel. Una transferencia de dos zonas con su población, que recuerda a cuando Stalin redefinió las fronteras de Polonia, solo que las fronteras de Lieberman parecen una absoluta locura.

Lieberman presenta esto como un plan pacífico, liberal y humano. No se desplazará a nadie, no se expropiará ninguna propiedad. Unos 300.000 árabes, todos fervientes partidarios de la lucha palestina por la condición de Estado, se convertirán en ciudadanos palestinos.

¿Por qué claman entonces los palestinos en Israel? ¿Por qué condenan el plan como un asalto racista a sus derechos?

Porque son mucho más israelíes de lo que se atreven a admitir, incluso a sí mismos. Después de vivir en Israel durante 65 años, han llegado a hacerse a sus costumbres. No aman a Israel, no sirven en su ejército, son discriminados de muchas formas, pero están profundamente arraigados en la economía y democracia israelí, mucho más de lo que se reconoce generalmente.

Los ‘‘árabes israelíes’’, un término que odian, juegan un papel significativo en los hospitales israelíes y en los tribunales, incluyendo el Tribunal Supremo, y en muchas otras instituciones.

Convertirse en ciudadanos de Palestina mañana significaría perder un 80% o 90% de su nivel de vida. También significaría perder la red de seguridad social de la que disfrutan en Israel (aunque Lieberman promete seguir pagando a los que actualmente tienen derecho a ella). Después de haber sido usados durante décadas para  igualar las elecciones y el agitado toma y daca de la Knesset, se tendrían que acostumbrar a una sociedad en la que, hasta ahora, los partidos importantes están prohibidos, las elecciones se posponen y el Parlamento juega un papel menor. El lugar de las mujeres en esta sociedad es muy diferente a su papel en Israel.

La situación de los palestinos en Israel es única en muchos aspectos. Por una parte, mientras Israel se defina como un Estado judío, los árabes no serán completamente iguales. Por otra, en los territorios palestinos ocupados, estos ciudadanos israelíes no son aceptados como pertenecientes al completo. Están a caballo entre ambas partes del conflicto. Les gustaría ser mediadores, el vínculo entre las dos partes, acercando los unos a los otros. Pero esto se ha quedado en un sueño.

Una situación complicada, de hecho.

Mientras tanto, Netanyahu y Lieberman están trazando otro plan para hacer al Israel judío más judío todavía.

A día de hoy hay tres facciones en la Knesset que derivan sus votos de la población árabe. Constituyen casi un 10% de la Knesset. ¿Por qué no un 20%, para reflejar su parte en la población general? En primer lugar, porque tienen muchos más niños, que todavía no han alcanzado la edad para votar (18 años). En segundo lugar, su índice de abstención es significativamente más alto. En tercer lugar, a algunos árabes se los soborna para que voten a los partidos sionistas.

El papel de los miembros árabes de la Knesset a la hora de  promulgar leyes es insignificante. Cualquier proyecto de ley que introducen es casi automáticamente rechazado. Ningún partido judío ha considerado alguna vez incluirlos en un gobierno de coalición. Aún así tienen una presencia notoria, su voz se escucha.

Para sobrevivir, los tres partidos ‘arabes’ tendrían que unirse y formar un gran bloque

Ahora, en el nombre de la ‘‘gobernabilidad’’ (un nuevo término de moda que puede usarse para justificar cualquier ataque a los derechos humanos), Bibi y Libie, como alguien los ha llamado, quieren cambiar el número mínimo de votos que toda lista electoral necesita para entrar en la Knesset.

Yo fui elegido tres veces para la Knesset cuando el umbral era un 1%. Más tarde su elevó a un 2%. Ahora el plan es elevar el umbral a un 3,25%, lo que en las elecciones pasadas hubiera sido igual a 123.262 votos. Solo uno de los tres partidos ‘árabes’ cruzaron esta línea: y solo escasamente por aquel entonces. No hay ninguna garantía de que eso pueda pasar otra vez.

Para sobrevivir, tendrían que unirse y formar un gran bloque árabe. Muchos pensarían que esto es una buena idea. Pero es muy difícil de conseguir. Un partido es comunista, otro islamista, otro laico-nacionalista. Además, las extensas familias rivales juegan un papel importante en la política electoral árabe.

Las listas árabes pueden desaparecer totalmente. O puede que dos se unan, desapareciendo la tercera.

Algunos izquierdistas israelíes fantasean con un partido de ensueño: un bloque parlamentario unido que incluiría a  todos los partidos árabes con el Partido Laborista y Meretz, lo que lo convertiría en un rival formidable de la derecha. Pero eso sería demasiado bueno para ser verdad: no hay ninguna posibilidad de que esto pase en el futuro próximo.

Parece que Kerry y sus asesores sionistas ya se identifican con la petición israelí de reconocimiento como Estado judío o, peor, el Estado del pueblo judío (al que ni siquiera se le ha consultado).

El bando palestino es incapaz de aceptar esto.

Si las negociaciones quedan en la nada en este punto, Netanyahu habrá alcanzado su objetivo real: abortar las negociaciones de una forma que le permitirá culpar a los palestinos.

Mientras tengamos un Estado judío, ¿quién necesita paz?