Opinión

Túnez da un paso más

Javier Pérez de la Cruz
Javier Pérez de la Cruz
· 6 minutos

 

“Con el nacimiento de este texto, confirmamos nuestra victoria sobre la dictadura”, exclamaba lleno de júbilo Moncef Marzouki, el presidente de la República de Túnez, justo antes de firmar la segunda Constitución de la historia del país, la primera emanada de unas elecciones libres. El sentimiento de euforia y orgullo nacional que durante estos días experimentan muchos tunecinos muestra que nos hallamos ante un momento crucial de la transición que se inició con la explosión de la llamada Primavera Árabe.

No hay duda de que se trata de un inmenso avance hacia ese meta tan ansiada como abstracta que es la democracia, pero también está igual de claro que no va a ser el último. Todavía queda demasiado trabajo por hacer.

Se ha dicho de esta Constitución que es la más avanzada de todos los países árabes. Razones no le faltan. Garantiza ante la ley los mismos derechos tanto para mujeres como para hombres sin el subterfugio de impedir toda ley «contraria al islam»: directamente no reconoce al islam como fuente legislativa (aspecto que comparte con la de Marruecos de 2011).

 Garantiza los mismos derechos tanto para mujeres como para hombres, sin subterfugios

No son logros menores. Sin embargo, estos, que han sido los más destacados por todos los medios de comunicación, no suponen un gran cambio con la realidad que se vivía bajo el régimen de Ben Alí. Sí lo supone la creación por primera vez de un Tribunal Constitucional, que será una “base sólida” para proteger los derechos humanos, según contaba a la prensa local Amna Guellali, de la ONG Human Rights Watch.

El texto llega después las primeras elecciones democráticas de Túnez, realizadas a finales de 2011, es decir, después de casi tres años y cinco gobiernos diferentes. El último de ellos, recién ratificado por la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), lo formará Mehdi Jomaa, quien tendrá que dirigir al país de forma interina hasta las próximas elecciones. La necesidad de recurrir a un primer ministro tecnócrata, o independiente, según el gusto del lector, ha sido la última prueba de la enorme falta de consenso existente entre la oposición laica y el partido dirigente de los islamistas de Ennahda.

La factura de estos dos años de agrias disputas se ha acabado saldando con un año de retraso en la agenda debido, principalmente, al bloqueo en el que se sumió la ANC después del asesinato del diputado izquierdista Mohamed Brahmi (que se sumaba al anterior de Chokri Belaïd). El paro institucional derivó en una crisis que incluso llegó a poner en peligro la finalización de la Constitución.

Usaron el viejo truco de aprobar artículos diferentes que antes o después acabarán chocando

Por ese motivo, a muchos tunecinos les basta para estar contentos que ambos bloques se hayan podido poner de acuerdo para aprobar el texto. 200 de los 217 diputados de la Asamblea votaron a favor de la nueva Ley Fundamental.

El resultado de las posiciones enconadas de laicos y religiosos ha tenido reflejo en el modelo de Estado diseñado, uno semipresidencialista. Mientras que los islamistas recelaban de que los poderes ejecutivos se concentraran en la figura del presidente, los primeros abogaban por que así fuera para evitar que se pudiese bloquear la gobernabilidad del país. Al final ni para ti, ni para mí: el primer ministro tomará las decisiones sobre economía y asuntos internos y el presidente podrá imponer sus políticas en lo referido a defensa y asuntos exteriores.

Aunque, lamentablemente, los acuerdos no se han extendido a otros temas. Entonces, ¿cómo seguir adelante? Con el viejo truco de aprobar artículos diferentes que antes o después acabarán chocando: Se consagra la libertad de conciencia y la libertad de expresión, pero se convierte al islam en religión oficial y se prohíbe “cualquier tipo de ataque hacia lo sagrado”. Además, también se penaliza calificar a alguien como “enemigo del islam”. De ahí a la blasfemia no hay más que un paso.

Tampoco el artículo referido a la educación acaba de quedar muy definido. Aquí todos los partidos han conseguido introducir parte de sus ideas, por lo que básicamente se trata de un borrador cuya naturaleza dependerá en gran medida de cómo se desarrolle posteriormente. Asimismo, el hecho de que una Ley Fundamental definida como ‘avanzada’ no prohíba de raíz la pena de muerte deja mucho que desear.

Es evidente que Túnez es el miembro más feliz del grupo de la Primavera Árabe. Egipcios, libios, sirios… miran con envidia a este pequeño país. La aprobación de la Constitución es un gran paso adelante y, por lo tanto, se comprende la emoción desbordada de los propios diputados, que se arrancaron a cantar en español “Campeones, campeones, oe, oe, oe”, de los ciudadanos e, incluso, de los mercados, pues la bolsa de Túnez creció un 1,7% un día después de la votación.

No obstante, sería ingenuo y peligroso pensar que ya está todo hecho, que las libertades ya están tan garantizadas como la prosperidad, así como la unidad y el consenso de las fuerzas políticas. No, simplemente se trata de un paso más hacia delante en su proceso de transición, un proceso al que todavía le quedan numerosos obstáculos que afrontar como la continua presencia de grupos salafistas y la crítica situación económica que atraviesa el país, que amenazan con dividir y quebrar la paz social.

La primera cita para medir el verdadero sentir de la población tunecina y su posible descontento será el próximo 6 de febrero, aniversario de la muerte de Chokri Belaïd, que el año pasado sacó a la calle a miles y miles de manifestantes.

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