Crítica

Marruecos oscuro

Lucía El Asri
Lucía El Asri
· 6 minutos
Casanegra
Dirección: Nour-Eddine Lakhmari.
Casanegra recortado

Camellos, exóticos paisajes, deliciosas comidas, palmeras o tradición. Es todo lo que no verás en Casanegra. Más allá de ideas preconcebidas, Marruecos nos saluda en esta ocasión con su cara más hostil. Incluso pesimista, aunque posiblemente la más real -no será la única, por supuesto- y pocas veces antes llevada a la gran pantalla. En esta ocasión, borra cualquier atractivo turístico y muestra casi al detalle al Marruecos más pobre, callejero, mal hablado y corrupto.

Y viene representado por la emblemática ciudad de Casablanca. Siempre sinónimo de cultura, acoge ahora, a través del lenguaje de sus personajes, a los “hijos de puta” que pasean por sus calles. También a aquellos –como uno de los protagonistas- cuyo sueño es el de irse lejos. Sueño europeo, necesidad de avanzar mientras se vive en el atraso y en el estancamiento. Sueño europeo representado por una postal enviada desde Suecia que le acompañará durante toda la trama.

También a niños que intentan sobrevivir vendiendo cajetillas de tabaco y que fabrican otra -y nueva para el espectador- postal del país. Postal identificada en los nombres de Adil y Karim, que ponen cara al drama, las esperanzas, la frustración y hasta al humor en la película. Viven sorprendidos por un amor que llega sin que se le espere, y que traiciona y desconfía de la misma forma. Una desconfianza provocada por el noble acto de trabajar para sacar adelante a la familia, aunque ese quehacer suponga hurtar, agredir o vivir del contrabando. Aunque ese trabajo implique renunciar a la poca dignidad que les queda.

Varias familias marroquíes hacen de ejemplo. En una de ellas, la joven hija tiene ilusión de estudiar, le encanta leer y aprender, aunque por el panorama que se muestra a su alrededor parece difícil que lo consiga. Su padre inválido apenas se mueve ni articula palabra sin ayuda del hijo mayor. La película parece convertirse en un grito para denunciar la corrupción del que tiene dinero para extorsionar al más humilde, o incluso herirle o matarle. Se convierte en una denuncia de la explotación laboral a la que se ven sometidos muchos marroquíes, trabajando duramente incontables horas por un lastimoso salario.

Predomina la oscuridad. Y lo hace no solo en la luz, ni en el blanco y negro, ni en la suciedad de los edificios, sino en el humo

Se trata de la historia de Casanegra frente a Casablanca. Porque aquí, sí, predomina la oscuridad. Y lo hace, no sólo en la luz utilizada en la película, ni en la fotografía en blanco y negro, ni en la suciedad de los edificios de la ciudad, sino en el humo negruzco que la envuelve en todos sus ámbitos. Humo, tal vez, generado cuando uno de los jóvenes quema el coche de su padrastro después de presenciar cómo aquel pega una paliza a su madre. Representa la violencia sobre la mujer que no puede denunciar el maltrato a la policía por culpa de un sistema que da preferencia y validez a la palabra del hombre. Mujer que no puede protestar por su dependencia al varón. Un supuesto amor injustamente representado con violencia, y con la masturbación de alguien que llora mientras jura echar de menos a su esposa cuando esta consigue huir, al fin.

Es una Casablanca oscurecida, representada desde abajo, no sólo por el nivel social de sus personajes, sino también por los ángulos de cámara que dejan ver edificios altos, desde el suelo, ayudando mucho más al espectador a intuir ese Marruecos donde el grande es demasiado grande, y el pequeño tan pequeño que cualquiera puede pisarle. Un lugar donde quien tiene dinero tiene posibilidades de aproximarse a la felicidad. Pero, quien no, inventa cualquier camino para llegar hasta ella.

Ese es, seguramente, uno de los recursos más bellos utilizados por su director: mostrar una cara real de la sociedad marroquí, una cara triste y casi agresiva que logra sobrevivir bebiendo de la esperanza de conseguir una vida más digna. Como si, al final de tanta penuria, hubiera una recompensa. Como si la vida, realmente, no pudiera ser tan cruel como la viven sus personajes.

Más allá de los tópicos habituales, la lucha por una vida mejor se contrapone a la intención de mostrar Marruecos desde su lado más canalla e hipócrita. Una realidad que pocos, aparte de Nour-Eddine Lakhmari, han sabido y querido mostrar. El cineasta, tal vez influenciado por Europa –pues vive en Noruega- se enfrenta a la necesidad de cambiar la típica historia de película marroquí. Ahora, va a utilizar a ciudadanos de a pie, para convertirlos en actores inexpertos. Seguramente quienes mejor podrían representar su vida en la pantalla, lejos de espejismos y puesta en escena.

Es el espectador el que, ahora, debe decidir con qué ciudad se queda. La que está acostumbrada a ver, maquillada por folclore y belleza de una cultura diferente; o la que acerca a un lugar no tan lejano, donde parece que se compartan problemas, preocupaciones e ilusiones comunes y actuales de la juventud. Problemas, a su vez –y salvando los contextos de cada sociedad- compartidos con los jóvenes de otros países cercanos y alejados en el espacio. Será que no hay tantas barreras interculturales de la nueva juventud, más que las que los propios hacedores de cultura quieran poner, o quitar.

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