Reportaje

Los nuevos chabolistas

Diana Mandia
Diana Mandia
· 15 minutos
Rom rumaníes cerca de Marsella | © Didier Bonell / Collectif Roms de Gardanne
Rom rumaníes cerca de Marsella | © Didier Bonell / Collectif Roms de Gardanne

Simona lleva cinco años en Francia, los cinco huyendo de chabola en chabola y ocupando casas abandonadas junto a su marido y sus tres niños. Pero no se arrepiente. “Aquí estamos mejor que en Rumanía. Por lo menos ganamos algo más de dinero. Porque si lo tuviese yo no vendría, pero allá no tengo con qué darle de comer a mis hijos”, argumenta la mujer, de 26 años y oriunda de TârguMureș, en Transilvania.

Desde octubre su casa es una barraca de la ‘bidonville’ de La Parette, hoy el poblado informal más grande de Marsella. En el que fue hasta la primavera de 2012 un terreno público sin uso alguno, acotado por las vías de tren y la línea del tranvía que va al centro de la ciudad, viven 250 personas, la mayoría ciudadanos rumanos rom, como se conoce en Francia a los zíngaros procedentes de Europa Oriental, frente a los gitans, de antepasados ibéricos, o los manouches, del este del país.

Cuando llegue la orden de evacuación, las máquinas apisonadoras destrozarán las cabañas

Desde diciembre ven pasar los días bajo la amenaza de la expulsión. La orden ya existe y si Simona y los suyos siguen todavía aquí es porque poco antes de navidad la Prefectura les concedió una tregua invernal. Cuando la orden de evacuación se produzca, las máquinas apisonadoras destrozarán las cabañas para que sus antiguos moradores no vuelvan. Empezarán de cero en otro lugar.

A Simona le sucedió el pasado octubre. Su vieja chabola de La Capelette, otro poblado informal de Marsella, ya desalojado, es hoy un amasijo de escombros. Antes, la policía ya la había echado de una casa abandonada del norte de la ciudad.

En La Parette, la familia tiene una barraca construida en un día con hierros y madera en la que entra una cama, un sofá, algunos muebles auxiliares y una cocina portátil. El fuego arde dentro de un bidón y las mantas de colores que cubren las paredes decoran y dan calidez a una habitación en la que viven cinco personas.

Aquí Simona recibe cada quince días las visitas de la ONG Médecins du Monde, que le traen biberones para su hijo Rafael, de dos años. Sus expectativas pasan por no ser expulsados y no tener que recomenzar otra vez en otro lugar. “Toda mi familia está aquí. Mis padres, mis hermanos. ¿Qué voy a hacer yo en Rumanía” se pregunta. El retorno no es una opción.

Con suerte, los niños encuentran una plaza libre en una escuela cercana

Ahmed Saharaoui es educador de la ONG Addap13 en La Parette. Su tarea es vigilar la escolarización de los niños, inestable por las contantes huidas impuestas por las evacuaciones. Cada una obliga a los adultos a escapar con lo puesto y a los pequeños, además, a abandonar el colegio y acumular ausencias en un recorrido escolar lleno de interrupciones. Con suerte, los chavales quedan a expensas de que haya plazas libres en las escuelas cercanas a sus nuevas chabolas.

Por eso ADDAP13 ha puesto en marcha una pequeña clase de urgencia para los chicos mayores que no han encontrado plaza o necesitan clases de francés antes de incorporarse. “Los de educación primaria pueden ir al colegio sin saber mucho francés porque aprenden rápido, pero los mayores necesitan unas clases de refuerzo antes”, explica el educador, que se ha ganado la confianza de los vecinos de La Parette, una tarea nada fácil para familias que llevan años huyendo y escondiéndose para no meterse en líos.

La mayoría vive de la reventa de metal y de artículos rescatados de la basura para los que después buscan comprador los domingos en los mercadillos del norte de la ciudad. Al lado de las chabolas construidas ordenadamente en filas, como un vecindario cualquiera, los montones de chatarra dan prueba de la importancia de esta actividad en el poblado rom.

También en esto la bidonville de La Parette cumple al dedillo el perfil de las nuevas chabolas francesas del siglo XXI: unas 250 personas, la mayoría procedentes de Rumanía, con hasta diez años de presencia en Francia y un largo historial de huidas de chabola en chabola o entre edificios abandonados que quedan atrás cuando la justicia dictamina que el derecho a la propiedad de los terrenos prima sobre el de la vivienda. “Normalmente, cuando la policía llega, la gente ya no está. Siempre les aconsejamos que se vayan antes para evitar enfrentamientos”, explica Sahraoui mientras las dos hijas mayores de Simona, Carina y Sunamita, dibujan en las hojas que les ha traído una voluntaria de Médicins du Monde.

La justicia expulsa pero las chabolas quedan, solo se desplazan unos metros y el proceso vuelve a empezar. A veces es una tragedia la que desencadena la huida. Las bidonville son escenario frecuente de incendios, algunos intencionados –con los vecinos molestos en el punto de mira- y otros consecuencia de la precariedad con la que las familias intentan calentar sus chabolas.

«“Expulsar a la gente no sirve de nada. Es costoso e inútil. Solo hay una solución:construir viviendas sociales»

Es lo que investiga estos días la policía en Bobigny (Seine-Saint Denis, al lado de París) después de que en la madrugadadel pasado 12 de febrero las llamas engullesen un poblado informal y con él la vida de Melisa, una niña búlgara de ocho años.

“Expulsar a la gente no sirve de nada. Es un dispositivo costoso e inútil. Solo hay una solución, lo que ya se ha hecho hace 50 años, construir viviendas sociales y reabsorber las chabolas”, pidió ante los periodistas de L’Humanité y con la voz entrecortada por las lágrimas Veronique Decker, maestra de la niña a las pocas horas de enterarse de lo ocurrido. La escena se repitió, sin muertos, días después en Marsella. Las barracas de CapPinède, no lejos del centro de la ciudad,quedaron también convertidas en cenizas y escombros.

No es la primera vez que ocurre algo así en la segunda urbe de Francia, ejemplo de todo lo que los poderes municipales no hacen para aliviar la dureza de las condiciones de vida de los gitanos migrantes, unas 1300 personas en el departamento de Bouches du Rhône y cerca de 17.000 en todo el país según un informe reciente de la Ligue des Droits de l’Homme.

La población romaní refugiada en Francia se ha estabilizado en los últimos 15 años entre las 15.000 y 20.000 personas

Jean Paul Kopp, presidente de la asociación RencontresTsiganes, lamenta que, salvo algunos pequeños proyectos gestionados por asociaciones, Marsella carezca de las experiencias de inserción que sí hay en otras regiones francesas como Île de France. Con sus límites –se les critica el componente étnico y un cierto paternalismo- estas iniciativas municipales permiten salir a los inmigrantes del círculo vicioso de las expulsiones. “Es una cuestión de voluntad política. Sobre todo en periodos electorales estas no son medidas populares. Los alcaldes prefieren decir que es responsabilidad del Estado, o de Europa, pero el Estado no puede hacerlo solo tampoco”, defiende Kopp.

El último informe de RencontresTsiganes, publicado en enero, recalca las dificultades que las asociaciones encuentran para llevar servicios mínimos como agua corriente, recogida de basura y baños secos a los campamentos precisamente por la inercia de los ayuntamientos, incluso cuando estos participan junto a las propias ONGs, como es el caso de Marsella, en las comisiones de seguimiento de bidonvilles que organiza la Prefectura.

La población romaní refugiada en chabolas en Francia se ha estabilizado en los últimos 15 años entre las 15.000 y 20.000 personas. Tal recuento no deja de ser paradójico en un estado donde cualquier diferenciación por etnia está expresamente prohibida en la Constitución.

También el uso del término “camp des roms” es discutible: en muchas bidonvilles y casas abandonadas conviven personas autodenominadas romaníes con otras que no tienen nada que ver con esta comunidad, como lo era Ion Salegean, víctima mortal en 2011 del incendio de una antigua cartonería parisina ocupada por moradores de un poblado chabolista evacuado. Unos y otros son, simplemente, ciudadanos europeos pobres con expectativas de mejorar sus vidas en Europa Occidental.

Hasta 2014 búlgaros y rumanos tuvieron fuertemente restringido el trabajo en Francia por obra y gracia de un régimen transitorio que los obligaba a conseguir una autorización especial para ser contratados. Todos llaman a la puerta de un país con exigencias draconianas para el acceso a la vivienda y con un parque de pisos sociales muy por debajo de la demanda: sólo en Marsella 30.000 personas esperan uno.

La maestra no iba tan desencaminada en su reivindicación improvisada ante la prensa. Las bidonvilles son viejas conocidas en Francia. Existieron hasta mediados de los años 70, pobladas por argelinos procedentes de la inmigración poscolonial, pero también por portugueses – como la gigantesca de Champigny sur Marne, a las puertas de París- y españoles, y fueron erradicadas mediante cités de tránsito y construcción de pisos sociales (los HLM, hábitat à loyer moderé). Ahora reaparecen en zonas que ya las han conocido.

El número de evacuaciones de campamentos se ha doblado en 2013 con respecto al año anterior

“La existencia de un lugar así (por ejemplo Font Vert, en Marsella) reactiva los recuerdos de una parte nada despreciable de los habitantes del barrio. En efecto, varias barriadas del distrito 14 tienen por origen la reabsorción de chabolas. Las imágenes y la precariedad sufrida por sus habitantes recuerdan a los vecinos lo que ellos mismos han vivido y algunos reaccionan rechazando a los recién llegados”, recogía en 2012 el informe Quand les bidonvilles réapparaissent (Cuando las chabolas reaparecen), de la asociación Addap13.

Ahora, cuarenta años después, la ministra de vivienda, CécileDuflot, prepara un nuevo programa para acabar las chabolas de las ciudades francesas, un proyecto que será presentado en las próximas semanas, aunque previsiblemente no antes de las elecciones municipales de marzo. A falta de detalles, el plan se anuncia con la misión de encarar por fin el problema del hábitat de urgencia, una promesa que dista años luz de la práctica del gobierno de François Hollande en los dos primeros años de su mandato: el número de evacuaciones de campamentos se ha doblado en 2013 con respecto al año anterior.

Las 20.000 expulsiones documentadas por la Ligue des Droits de l’Homme implican que en los últimos 12 meses todos los habitantes de las bidonvilles de Francia han sido obligados por la Justicia a abandonar al menos una vez las barracas que han construido para refugiarse, a menudo después de años de desplazamientos de un barrio a otro de una misma ciudad.

A algunas familias se les realoja pero deben mostrar un recorrido ejemplar

Si bien en los años 90 los gitanos de los Balcanes escapaban de las persecuciones étnicas, los llegados a Francia después de la entrada de Rumanía y Bulgaria en la Unión Europea lo hacen en familia y por razones económicas. En Marsella, desde los primeros asentamientos de rom del año 2000 en viviendas abandonadas de barrios céntricos como el de Noailles o en el perímetro de la Euroméditerranée –la vieja zona de los estibadores, hoy convertida en espacio de ocio y empresas-, las chabolas se han ido alejando hacia al norte, a las zonas periféricas bordeadas por las vías de transporte o a los terrenos abandonados de la desindustrialización.

“Solo hay algunas familias que fueron alojadas con ayuda de la Prefectura a través de asociaciones como AMPIL (Action méditerranéenne pour l’insertion sociale par le logement), pero son proyectos de los que se benefician solo algunas familias, unas 30 o 40 personas. Hay que cumplir ciertas condiciones. Son seleccionados en función de si envían a los niños al colegio, si respectan las reglas de convivencia, si no tienen antecedentes y si se comprometen a aprender francés. Deben mostrar un recorrido ejemplar”, explica Kopp, que señala como única excepción a la norma de la inercia la aventura de Gardanne, una ciudad comunista a 20 kilómetros de Marsella.

El año pasado el alcalde local cedió ante la presión de las asociaciones y habilitó el terreno de una antigua mina para acoger un proyecto de inserción en caravanas que recibe fondos del Estado y de la Unión Europea. Voluntarios de distintas asociaciones gestionan gratis en Gardanne talleres de costura y de alfabetización para las mujeres, acompañan a los niños en las tareas escolares y ofrecen orientación laboral. “Somos un grupo de gente muy diversa, hay grupos católicos, otros ateos y de izquierdas, pero esto nos une”, presume Didier Bonnel, uno de los voluntarios del proyecto.

Tampoco estas iniciativas están exentas de críticas. Tienen su parte de artificio. Los rom de Rumanía y Bulgaria, aunque a menudo relegados a barrios periféricos y guetos de las ciudades en sus lugares de origen, son sedentarios en sus países – imposición de los años del comunismo, que con su caída dejó un gran número de antiguos empleados de fábricas estatales a la intemperie- y no han conocido las caravanas más que en Francia.

El primer proyecto de inserción – los modelos varían, aunque la mayoría parte de una base contractual que fuerza a las familia a aceptar una serie de condiciones más o menos rígidas, por ejemplo no mendigar- echó a andar en Aubervilliers en 2007, en el viejo cinturón rojo de París. La supervivenciade todas ellas depende de los resultados de las próximas elecciones municipales de marzo y de la voluntad de los nuevos alcaldes de conservarlas.

“El día que ganen lo mismo que en Francia, los rom se quedarán en Rumanía”

Jean-Paul Kopp | Presidente de la asociación RencontresTsiganes

Jean Paul Kopp | Cedida
Jean Paul Kopp | Cedida

¿Se escolarizan los niños de las chabolas?
La mayoría de las familias comprende que hay que escolarizar a los niños. Enviarlos al colegio es una prueba de que quieren integrarse. Como regla general lo hacen. Es cierto que cuando vives en chabolas no es fácil ir bañado todos los días, no tienen lugar para hacer sus deberes como deberían… Es un obstáculo para ir al colegio.

¿Crecen las bidonvilles de Marsella? Las cifras de los últimos años parecen estables.
Son casi siempre los mismos. Algunas veces llegan amigos, primos, pero siempre hay un vínculo. La mayoría de las familias son conocidas por las asociaciones porque están aquí desde hace varios años, los vamos encontrando en barrios diferentes. Cuando no nos conocemos, les explicamos lo que hacemos para crear una confianza.

¿Se puede definir un perfil de rom migrante?
Hay casos muy diferentes. Algunos hace años que están aquí y no tienen vínculos con Rumanía, ni casa, ni familia, ni van allá nunca. Otros tienen vínculos y se van allá solo durante las vacaciones. Otros no tienen intención de quedarse en Francia, vienen solo para conseguir algo de dinero. Yo conocí a una familia a la que vi después en Bucarest y que venía a Francia para poder arreglar su casa. Su casa estaba en Rumanía. Pero aquí es más fácil ganar dinero que allá. Incluso hay más cosas en la basura de las que podrían encontrar allá. El salario medio rumano está entre los 230 y 300 euros: también hay muchos rumanos no gitanos que prefieren ir a trabajar a Alemania. El día que ganen lo mismo que en Francia se quedarán en Rumanía.

¿Qué peso tiene la discriminación en los países de origen en la emigración de los rom?
En Rumanía, los rom siempre han sido considerados como subciudadanos y han ocupado los trabajos menos gratos. Son discriminados a la hora de encontrar trabajo. Bajo el régimen comunista había trabajo en las fábricas del estado, pero con el cambio al capitalismo nadie los quiso contratar. Los que han tenido éxito esconden muchas veces sus orígenes. Es una población que ha quedado marginalizada. No es un racismo violento, pero si un racismo compartido por toda la población rumana, forma parte del “paisaje local”. Aquí se desenvuelven mejor.

¿Te ha interesado este reportaje?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos