Domingo, día libre

por Alana Mejía González
La mayoría de las familias viven en Filipinas; esta niña es hija de filipina y padre sirio.El autobús del grupo llega a la montaña libanesa.El grupo de 'maids' ha preparado una comida tradicional filipina a base de pescado y noodles.Cuando se reúnen es raro que pasen más de treinta segundos sin hacerse fotos.El conductor libanés observa a las filipinas jugando en la nieve.Bailar en el autobus se ha convertido en casi una tradición.Osang contando un chiste en el autobus.Algunas veces, los jefes permiten que se reúnan varias 'maids' en sus habitaciones los domingos.La filipina Osang canta canciones en ingles.El karaoke es una de las actividades preferidas de las 'maids'.Una mujer se prepara para una sesión musical con sus amigas.Julie, en la casa donde trabaja ya 10 años para una familia saudí que lo utliza una semana al año.

La alegría de las mujeres invisibles

 

Los domingos, ellas desprenden una libertad peculiar y engatusadora.

Durante los días entre semana, el retrato más común, casi el único, de una mujer de tez más oscura o ojos rasgados es siempre en el uniforme de servicio.  En una ciudad que insiste en utilizar el vehiculo privado como si del único medio de transporte posible se tratase, las calles de barrios de clase media alta en Beirut, como Ashrafía, los peatones más frecuentes son nepalíes haciendo la compra, srilanquesas paseando caprichosos perros o filipinas acompañando a los niños al cole.

El mundo del trabajo doméstico parece un dominio exclusivo de las extranjeras de países en vías de desarrollo. En Líbano, la idea de aparentar lujo y felicidad material, es toda una tónica de cierta parte de la sociedad.  En la escala de  apariencias, las empleadas filipinas son las más apreciadas: tienen un nivel de educación más alto y hablan bien ingles. Pero las leyes libanesas, como otras tantas,  no reconocen el trabajo doméstico: así, ellas no cuentan con derechos laborales.

Para trabajar en Líbano, las extranjeras necesitan el “patrocinio” de una agencia o de un particular que es quien se encargará del visado. Cuando llegan al aeropuerto de Beirut deben ser recogidas por sus jefes quienes por norma reciben el pasaporte de la futura empleada doméstica directamente de la policía. Ella no lo recuperará hasta que estén de nuevo en el aeropuerto para volver a su país. Mientras tanto, normalmente vive en casa de sus jefes que también es su lugar de trabajo. No tendrá prácticamente horario ya que se le exige estar siempre disponible. Y todo ello por entre 150 y 500 dólares al mes.

Las condiciones de vida cambian bastante dependiendo de la familia que las acoge: para algunas la comida y el tiempo libre está estrictamente controlado igual que el contacto con sus familias o las relaciones sociales en Líbano. Si cuentan con un día libre – no es la mayoría – , éste suele ser el domingo.

Entonces, las maids, termino tan común en el vocabulario libanés, se quitan el uniforme y buscan maneras de sonreirle a la semana. Hablan de sus hijos como si siguieran siendo bebes mientras te enseñan las nuevas fotos de facebook donde ya han empezado el instituto. Cuesta seguirlas cuando hacen referencia a sus casas: nunca se sabe si hablan de las de sus jefes o de sus pueblos de origen en Filipinas.

Los domingos son momentos de compartir comida, baile y muchas carcajadas. Una escena común en las calles de Hamra son grupos que comparten agitadas conversaciones y se vuelven elementos ruidosos que atraen miradas de curiosos.

Una excursión a ver la nieve, algo que para muchas es la primera vez; la ilusión de enviar fotos del paisaje invernal a la familia; tardes de karaoke en casa de una de las pocas que no viven con sus jefes; disfrutar de comidas típicas filipinas en grandes grupos… La risa constante, la música alta para que cualquiera se ponga a bailar cuanto antes y las conversaciones sobre los eventos de la semana en las familias con las que viven son el escenario de los domingos.

Más allá de esa imagen de víctimas o de estar simplemente ignoradas, estas ‘maids’ filipinas, estas mujeres luchadoras, desprenden una energía renovadora y una alegría contagiosa.

[Alana Mejía González]