Opinión

De donde el terror

Imane Rachidi
Imane Rachidi
· 5 minutos

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Cuando estallaron las bombas de aquel 11 de marzo en Madrid, yo era lo suficientemente pequeña como para no saber quién era ETA ni Al Qaeda, pero si lo bastante consciente como para vivir las consecuencias de esas explosiones que arrancaron la vida a más de 190 personas y dejaron a casi 1.000 heridos.

Éramos unos 40 chavales de instituto atendiendo con caras de sueño a la profesora de Matemáticas. A 60 kilómetros de Atocha ignorábamos todo lo que ocurría en el centro de Madrid. Bueno, ignorarlo nosotros, los alumnos, no los profesores.

A los maestros se les veía nerviosos. El director se pasó varias veces esa mañana por las clases y cuchicheaba no sé qué a la profesora, Sol se llamaba ella. Era todo muy inquietante, y es que el problema era que no sabían cómo explicarnos a nosotros, jóvenes de 12 y 13 años, que en Madrid explotaron varias bombas y que las imágenes que íbamos a ver en los informativos cuando llegásemos a casa, nos iban a dejar sin aliento.

No sabían cómo explicarnos a nosotros, jóvenes de 12 y 13 años, lo que íbamos a ver en los informativos

El timbre del recreo sonó una hora antes de tiempo, había que bajar al patio como algo extraño estaba ocurriendo y nos lo iban a explicar. Y así fue. Nos reunimos todos, en el fondo felices de que se hubiesen interrumpido las clases porque los problemas de matemáticas eran tan aburridos, que escuchar cualquier charla del director, iba a ser más ameno.

Pero desgraciadamente, a todos nos habría gustado seguir aprendiendo a hacer raíces cuadradas, en lugar de escuchar lo que nos iban a decir. Lo que los profesores nos querían contar era que habían muerto decenas de personas, que se habían arrancado vidas que viajaban en varios trenes esa misma mañana en la capital de España.

“ETA ha vuelto a hacer una de las suyas”, dijo Ramón. Esa frase jamás se me olvidará y eso que no sabía de quién me estaban hablando.

¿Quién es ETA? pregunté a un compañero. “Ni idea, los malos, creo”, resolvió mi duda. Todo quedó en que los malos habían cometido un atentado terrorista causando mucho daño. Ese era el resumen. Un minuto de silencio por respeto a los muertos, y de nuevo a las clases para intentar recuperar la normalidad.

Pero esa normalidad nunca volvió a recuperarse. Llegar a casa y ver a ese joven salir de entre los escombros, con la cara ensangrentada y llena de polvo, andar entre cadáveres. Al día siguiente no atreverse a subir a un tren porque todo te recordaba a esas víctimas.

Los inocentes que viajaban en ese tren fueron víctimas del capricho y la crueldad de otros terceros, que con el objetivo que fuere, cambiaron la vida de demasiada gente.

La de los familiares de los muertos que esa mañana iban de camino al trabajo, a la universidad o a comprar en la zona de al lado. La de esos niños que perdieron a sus padres o esos padres que no volvieron a ver la sonrisa de sus hijos.

Todos los seguidores del islam acabaron siendo también autores de esas explosiones

Pero también cambió la vida de miles de personas, de identidades árabes o musulmanes, que por desgracia también se vieron envueltos en esos atentados. Los autores de esa masacre humana lo habían hecho “por religión”, y desde entonces, todos los seguidores del islam acabaron siendo también autores de esas explosiones.

A partir del 11-M, volver a clase ya no era lo mismo. Un musulmán pasó a ser “del mismo sitio que los terroristas”. Dejó de ser el inmigrante, el extranjero, para convertirse en la persona a la que no hay que acercarse, a la que hay que tener miedo, y a la que los padres no eran capaces ni de mirar porque lo relacionaban con esa terrible imagen de los trozos de los vagones esparcidos por las vías.

Esas chicas con velo y esos chavales pegados a un balón de fútbol pasaron a ser otro tipo de personas, a las que siempre veremos marginados y apartados del resto del mundo, sentados en cualquier banco del patio y hablando en árabe, solos entre ellos.

Y así también transcurrió la convivencia entre los árabes y los españoles que hay en España desde esos terribles atentados. Desde entonces, su imagen es la de hombres sentados en un banco hablando sobre el partido del día anterior, o la de mujeres con velo en el mercadillo comprando gangas.

Pero siempre ellos, juntos, sin los españoles… porque se habían convertido en “los que vienen de la mismo lugar que los suicidas de Leganés”. Las apariencias de musulmán suponen, desde el 11-M, tener apariencias de terroristas.

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