Reportaje

Un día en la frontera sur de Europa

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Dos mujeres marroquíes se encaminan hacia la frontera con mercancías adquiridas en Ceuta (2014) | © Alejandro Luque
Dos mujeres marroquíes se encaminan hacia la frontera con mercancías adquiridas en Ceuta (2014) | © Alejandro Luque

Ceuta | Marzo 2014

Jerónimo lleva doce años cubriendo como chofer la línea 7, que comunica la céntrica Plaza de la Constitución ceutí con la frontera del Tarajal. En su tiempo libre estudia antropología. «Lo que veo y oigo en el autobús daría para escribir varios libros de etnografía. Todas las tribus suben a este autobús», asegura, mientras trata de esbozar su propia teoría sobre los movimientos en la aduana: «Por la mañana, el flujo es de Marruecos hacia Ceuta. Españoles que viven allí porque los alquileres son más baratos y vienen a trabajar cada día; empleadas domésticas, vendedores de todo, de muebles, de verdura, de pescado… Y a partir del mediodía es al revés: todo el mundo va de regreso a Marruecos».

En los últimos días, a causa de la muerte de 15 inmigrantes subsaharianos que trataban de alcanzar a nado la orilla española desde Marruecos, la atmósfera de la frontera parecía haberse vuelto algo más tensa, pero poco a poco vuelve la calma. Algo ha salido mal para que los medios de comunicación pongan la lupa en este espacio aparentemente caótico, pero perfectamente organizado, que se lleva muy mal con los focos. Urge volver a la normalidad, porque de ese mecanismo bien engrasado depende el sustento de muchos cientos de familias.

«Por la mañana, el flujo es de Marruecos hacia Ceuta, y a partir del mediodía es al revés», comenta un chofer de autobús

«En Ceuta también hay quien vive mirando solo del Foso de San Felipe para dentro, hacia el centro, o como mucho hacia el puerto, para salir a la Península todos los fines de semana», comenta Jerónimo, a punto de culminar el segundo recorrido de la jornada. «Pero también ellos necesitan a las marroquíes que cuidan de sus hijos, limpian sus casas y bajan a las mascotas a hacer sus necesidades. Algunas tienen suerte, les pagan el transporte. Otras hacen el camino a pie a diario, incluso hasta Benzú o el Recinto: 45 minutos de ida y otros tantos de vuelta», dice señalando a una docena de mujeres de todas las edades, que acceden a través de un permiso especial y echan a caminar por el arcén.

Hafida es una de las afortunadas: recibe un bonobús además de su salario de 330 euros por trabajar todas las mañanas, de lunes a sábado, como empleada de hogar. Vive en Tetuán y cada día se aprieta durante una hora en un taxi, junto a otras cinco compañeras, para llegar a la frontera.

Ninguna tiene contrato, a pesar de los 10.000 euros de multa que pueden caerle en España para los empleadores que no lo hagan. Lo prefieren así: «Nos hace más falta el dinero que cotizar, compensa más de esta manera», comenta. «No puedo pensar en qué me quedará cuando me jubile: tengo tres hijos que alimentar».

El paso del Tarajal

Otras muchas mujeres y hombres hacen a diario el mismo camino, a veces por duplicado, para cargar mercancías a sus espaldas. Desde las siete de la mañana se agolpan en la parte marroquí del Tarajal para salir en estampida por “el túnel” en cuanto les den permiso, creando concentraciones que alguna vez han acabado en tragedia.

Miles de personas acarrean cada día la mayor cantidad posible de productos de Ceuta a Marruecos, por comisiones cada vez menores

El objetivo es acarrear la mayor cantidad posible de productos en Ceuta y llevarlos a Marruecos. Al haber tanta gente dispuesta a ello, las comisiones han bajado mucho. “Por un bulto grande, nos pagan de 10 a 15 euros”, asegura una anciana vestida con la shakia, el traducional sombrero, y el vestido cabileño y que parece apunto de desplomarse bajo el peso de unos paquetes de detergente sujetos a sus hombros por una gruesa soga.

Otras compañeras suyas llevan todos los artículos imaginables que no se pueden encontrar fácilmente al otro lado de la frontera: zapatillas Nike, papel higiénico, bolsas de pipas, mantas… ¿No sería más fácil pasar todo esto en camiones? Obviamente sí, si no fuera porque Marruecos no reconoce a Ceuta como frontera comercial, de modo que solo tolera el lento goteo de mercancías, y de paso alivia la fuerte tasa de desempleo de la zona.

El destino de la carga es la cercana localidad de Castillejos, o Fnidq, donde prósperos comerciantes reúnen los bultos, los organizan y distribuyen por todo el país, donde la emergente clase media marroquí y los nuevos ricos están dispuestos a pagar bien por ellos.

Así, el desarrollo que ha experimentado Castillejos en las dos últimas décadas ha sido espectacular. Con Tetuán y El Rincón de Mdiq, son las únicas ciudades donde se permite cruzar la frontera sin visado, lo que ha favorecido que mucha gente de otros rincones de Marruecos compre casas aquí y se empadrone.

“Si vienes en Aid el Kebir [la tradicional fiesta del Cordero] no vas a encontrar a casi nadie por aquí, todos vuelven a sus pueblos”, bromea Ali, un vecino de 51 años que se curte cada día al sol ayudando a los turistas a rellenar el pliego de entrada en la frontera. Por esa tarea de sol a sol obtiene unos 4 o 5 euros diarios, “gracias a Dios”, afirma señalando con el dedo al cielo.

«No se ve un gato ni un perro en toda la carretera hasta Tánger, los subsaharianos se lo comen todo», asegura un vendedor marroquí

Por otro lado, el clima tranquilo de Castillejos se ha visto alterado estos días por la noticia de que una mujer de la zona había sufrido una violación a cargo de, presuntamente, un grupo de inmigrantes subsaharianos de los muchos que se concentran en los montes cercanos o en el bosque de Benyounes a la espera de su oportunidad para cruzar la valla, y que dan pie a todo tipo de leyendas urbanas entre la población local.

“No se ve un gato ni un perro en toda la carretera hasta Tánger, se lo comen todo”, dice un vendedor del zoco de Castillejos. “Por la noche asaltan las casas de la gente del campo y roban las gallinas, las cabras, ¡todo!”, asegura otro. “Hace días que no bajan, solo las mujeres se atreven. Temen represalias, y hay razones para temerlas”, amenaza un tercero.

No deja de ser llamativo que los marroquíes, que durante décadas han sufrido los prejuicios, cuando no el desprecio de parte de la población española, reproduzcan con tanta facilidad la fórmula hacia aquellos que proceden de allende el desierto. El otro, venga de donde venga, asusta y causa rechazo. Pero también hay solidaridad para estos hombres y mujeres: en la parte fronteriza de Beliones, bajo el promontorio conocido popularmente como La Mujer Muerta, son muchos los que admiten haber proporcionado comida y agua a “los negros”, como se les denomina genéricamente. Y nunca faltará quien los vea también como una oportunidad de negocio.

«Los policías españoles no suelen cobrar. Como mucho, un detalle: una botella de whisky, un chándal…», dice un contrabandista

Hamido empezó a cruzar la frontera por el monte, junto a su madre, cuando tenía 11 años. “Entonces no había valla, solo un guardia civil cada 500 metros… Pero ni te miraban, podías pasar tranquilamente”, dice sonriendo al recordarlo. “Ahora todo el mundo se acumula por abajo, por el túnel. Y si ven la manera de hacerlo, pasan en coche, con los maleteros petaos”, afirma.

Los tiempos en los que la policía marroquí abusaba de las mordidas han pasado. Según Hamido sigue habiendo sobornos y complicidades de todo tipo, pero mucho más ligeras que antaño. “Pero con los inmigrantes no quieren saber nada: no dan mucho dinero, y si hay muertos se meten en un problema” ¿Y la policía española?, le preguntamos. Sonríe: “No, los españoles no suelen cobrar. Como mucho, quieren un detalle: una botella de whisky, un chándal…”.

A este joven lo detuvieron en Algeciras con 20 kilos de hachís. Cumplió un año medio de cárcel en el módulo 8 de Botafuego, “y luego estuve una temporada con una pulsera en el pie”, recuerda. Allí conoció a algunos reos por tráfico de inmigrantes. “Si te cogen en Marruecos con uno o dos escondidos, son de 3 a 6 meses de cárcel. En España, de 6 a 7 años. Me parece que es mucha tela. Para un padre de familia una condena así es un desastre”, afirma.

Aunque está completamente reinsertado, Hamido conoce de primera mano a la “pandilla que pasa negros” por la frontera, cuya cúpula reside en Tánger. “Preparan los coches con chapistas que trabajan para ellos, y hacen los dobles fondos donde los esconden. Vigilan los cambios de guardia en la frontera y esperan la ocasión para pasar. Cada negro son 2000 euros por tres minutos de trabajo. Con la situación tan mala que hay, siempre va a haber quien se preste voluntario”, asegura. “Además, como el escáner está prohibido, es imposible revisar coche por coche. Lo que no sé es cómo consiguen el dinero, porque esos tíos no tienen nada”.

Se puede ganar hasta 50.000 euros por un pase del Estrecho, escondiendo hachís en un coche de gama alta

Hamido domina las tarifas de la frontera: traspaso de comida, 10 euros; paquetes de zapatillas de marca, 20 euros; las mercancías que califica de “peligrosas “, como el alcohol, pueden proporcionar unos 2.200 euros “por una partida de 60 petacas de 25 litros cada una”. El hachís sigue siendo el rey: 100 euros el kilo, y se puede ganar hasta 50.000 euros por un pase por el Estrecho, escondiendo en un coche de alta gama una buena carga. Pero la presión policial ha hecho aconsejable embarcar la droga desde otros puntos alternativos.

Los puntos de embarque de antaño, como la playa de Beliones (“de día pateras, de noche lanchas rápidas”, recuerda Hamido) son ahora el hogar provisional de los subsaharianos. ¿Y armas? “En Marruecos se pierde una pistola y la encuentran en 24 horas. Y si te cogen con un rifle, te meten en el boquete y no sales más”.

El Tarajal se ha convertido en un punto fundamental para el desarrollo del norte de Marruecos, y para la deprimida economía ceutí

En los últimos años, el Tarajal se ha convertido en un punto fundamental para el desarrollo del norte de Marruecos, pero también en la salvación in extremis de una deprimida economía ceutí. Mientras los españoles pasan hacia el país vecino por barato (gasoil a 70 céntimos el litro, excelentes tomates a 50 el kilo, un empaste del dentista a 25 euros), el marroquí está empezando a hacer el camino inverso para buscar lo que no tiene.

“Dejamos de ser el bazar de España para convertirnos en la boutique de Marruecos”, comenta Jerónimo, el chofer y antropólogo en ciernes. “Ya casi nadie viene de la Península a comprar aquí, pues los precios no están tan baratos como antes y el barco, en cambio sí viene mucha gente de Marruecos a comprar en Zara y en Mango, a comer con la familia o tomarse su cervecita sin miedo a estar mal vistos. Hay mucha gente interesada en que siga existiendo la frontera”.

Publicado parcialmente en El Correo de Andalucía