Crítica

El testigo

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos

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Juan José Téllez
Profundo Sur

Género: Relatos.
Editorial: e.d.a. libros.
Páginas: 218.
ISBN: 978-84-9282-155-6.
Precio: 15 euros.
Año: 2013.
Idioma original: Español.

¿Cómo dice? ¿El último del Téllez? Ahhh, haber empezado por ahí. Por supuesto, por supuesto. ¿Que si sólo quiero hablar off de récor? Anda, anda, no me engañe usté, si una cosa aprendí del Téllez es que el off de récor no existe. Si quieres decir una cosa la dices, y si no, pues te la callas. ¿Que si lo conozco? Vamos a ver: si usté ha venido a por mí con la grabadora esa no es porque me ha visto pasar por la calle, sino porque le han soplado que yo conozco al Téllez ¿verdad?

Que sí, que sí, que le han dicho bien. Vamos a ver, vamos a oficializarlo, vamos a hacer una fair disclosure como dirían los yanitos, si leyeran prensa británica, que es lo que se estila, la fair disclosure, digo, cuando un político tiene que ocuparse de un asunto y resulta que tiene intereses personales, como que si tienes que votar sobre la venta de la Finca Almoraima y resulta que tienes acciones en los campos de golf. Pues vas y lo declaras y todo bien. Fair. Así que ahí va: El Téllez es mi padre. En el sentido periodístico, quiero decir, apúnteselo, no lo vaya a publicar así y pensará que lo quiero hacer más viejo de lo que es. Si no nos llevamos tanto y me castiga la alopecia a mí más que a él.

Como periodista  hay que saber mirar desde abajo. Sí, sí, también en los relatos

No, lo que le digo es que de él aprendí el oficio. El de escribir. Sí, en la prensa, aunque no sólo. Porque como sabe, el Téllez es periodista con todas las letras. Las Letras, en mayúscula, poesía, relato, no hace falta que se lo cuente a usté, que seguro que está en la güikipedia. El oficio, que es algo más que juntar frases. Es saber, para empezar, dónde mirar. No sé quien dijo eso pero hay que saber mirar desde abajo. Sí, sí, también en los relatos.

Bueno, en el caso del Téllez se junta mucho eso de observar, relatar como periodista y crear como escritor, a veces no sabes qué es lo que importa más. Ahí tienes a los castigados por la vida que pululan por el Loro Pálido de Algeciras – apunte eso en la fair disclosure, pliz: tengo acciones sentimentales invertidas en Algeciras desde que era un mocoso, y no pienso vender- y parece un estudio antropológico y no sé si de fauna y flora autóctona, ese alacrán por la carretera de Los Barrios. Luego te lees la reconstrucción de la infancia de Francisco Sánchez – a usté no le tengo que decir cómo se llamaba el hijo de Lucía la portuguesa, la de la Fuentenueva, donde el Río de la Miel pierde su cauce- , digo, lees ese Retrato de familia con guitarra, y parece una novela. Lees los testimonios de quienes llevan años viendo llegar a Moros en la costa y parecen relatos, y luego tienes al sindicalista de Main Street, y tal vez te enseñe más sobre Gibraltar que la mitad del tocho de Yanitos. No sé, lo digo por decir, que aún no me he leído Yanitos, uno no tiene capacidad de mantener el ritmo.

Algunos parecen sacados del horno antes de tiempo, cuando lo recomendable habría sido hacer una reducción al vino de jerez

¡Que no he dicho eso! No he dicho que escriba demasiado. Que no para, sí. Bueno, que algunos parecen poco hechos, como quien mete el pescado al horno con escamas y todo, en lugar de limpiarlo primero, o como sacados del horno antes de tiempo, cuando lo recomendable habría sido hacer una reducción al vino de jerez…

¿Que le falta talento? No, mire usté: al Téllez le sobra el talento, ése es el problema. Escribe tan bien que sabe que es capaz de arrancar los folios de la máquina de escribir y meterlos en el fax sin releerlos, porque sabe que estará todo bien, que tiene los dedos entrenados. Y luego pasa lo que pasa, como a las chicas guapas en las fiestas que saben que son guapas. Ahí está la suerte de la fea, que se lo tiene que currar, y cuando no tiene un baile ensayado no sale a la pista, claro, luego se lleva ella los aplausos. Y con razón. Pero de eso no hablábamos, caballero, usté me había preguntado por Profundo Sur.

Pues apunte: Profundo Sur es una fotografía de esa región que un hermano mío llama La Frontera, desde Jerez de la ídem hasta Castellar. Ese mundo de Juan Lobón, cuya versión urbana y marinera nos enseñó a retratar Fernando Quiñones. Retratar no sólo la vida: también el lenguaje. Es un libro escrito en andaluz gaditano y me refiero al tesauro, al vocabulario, no a la grafía, que ya dijo Luis Berenguer que no tiene sentido variar la ortografía si no se ponen a la vez las notas musicales. Es una reivindicación del idioma que ya nos hacía falta, y más cuando dicen que hoy día los españoles hablamos con apenas quinientas palabras. Será que han hecho el estudio entre madrileños, qué quiere que le diga.

¿La vida? Sí sí, la vida misma. Bueno, si lo dice usté por lo de meter finales mitológicos o irreales en medio, le doy la razón, eso es muy de Cádiz, recuérdelo: ya Pericón decía pescar farolas fenicias en la Caleta que seguían encendidas, así que no queda muy fuera lo de que una sirena le dé coletazos al Adriano III. ¿Un poco metido como pretexto para hacerle un homenaje al vaporcito, no exactamente un realismo mágico conseguido? ¿Al igual que eso de que Clint Eastwood te salve la vida pegándole un tiro a un madero en el cine de verano o en ese homenaje al cine de verano?

Bueno, en mi tierra dirían que a todo escritor se le puede encabritar la fantasía como caballo desbocado. No, no le iba a hablar de ése con el que abre el libro. ¿Un McGuffin en forma de caballo para hablar de la guerra civil en Cádiz, tan poco recordada? Bueno, si tiene todas las opiniones tan claras, por qué me pregunta.

A todo escritor se le puede encabritar la fantasía como caballo desbocado

No, y no me intente desmadejar el último cuento, que parece directamente un capítulo sacado de Teoría y práxis del gadita, esas cosas que no se sabe si uno los hace por encargo o por cachondeo, el libro aquel, digo. Y que el del torero samurai con su harakiri es totalmente quiñonero, de eso no vamos a pelearnos, caballero, pero uno: de Quiñones hemos chupado todos, y dos, el final está muy conseguido, no me lo negará, un final como lo debe tener un cuento. Y es original el de los muertos que llaman por teléfono ¿no? ¿o también le va a sacar defectos?

Y lo del paso de semana santa a Sevilla en pleno falangismo, cuando los cargadores -cargadores, no costaleros- eran todos comunistas porque eran pobres y cargaban por cuatro perras ¿no es antropología de la buena, de la socarrona? ¿Y no tiene un aire tremendamente asfixiante, un levante en calma metido en diez páginas, y ahora no me haga explicar qué es un levante en calma, la historia de la muchacha que va rastreando el asesinato mediante señales en las sábanas antes de que ocurra? Me gusta la chica, sabe.

No no, déjeme ser claro: Esto es un buen libro de relatos. Porque hay dos que son rotundos, impecables, de factura perfecta. Dos, con eso basta. El que le pone título al libro, Profundo Sur, y que tiene la medida exacta de palabras, no se va desparramando por ahí. Eso es arte. Tiene doce páginas y desde la primera hasta la última, la historia va despacio pero flechada, como bala de fusil cuando la ves llegar. Está todo allí, el amor, la vida inevitable, la amistad a morir. De antología.

La historia va despacio pero flechada, como bala de fusil cuando la ves llegar

Y el otro es el que le pone portada al libro: aquella historia rocambolesca de dos críos que se van a Gibraltar, al Gibraltar de pocos meses antes del cierre de la Verja, para ver cómo se casa John Lennon. Pone los pelos de punta, se lo digo. Porque esta vez no es pretexto para contar una infancia bajo el mediofranquismo en ese profundo sur rojeras que nunca se rindió del todo, no, aunque todo eso está ahí, pero hay una historia de amor y decepción, de amistad y olvido, como son las grandes historias que a uno le pasan en esa frontera entre niñez y adolescencia. Si eso no es grande, me dirá.

¿Que si es verídico? Verosímil, querrá decir. Pues mire usté: es totalmente verosímil. Y si no se lo cree, le daré el teléfono de una amiga que por la misma época, a sus catorce años, sí, catorce, fue capaz de alquilar un autobús entero y vender todas las plazas, entrada incluida, para irse, ella y treinta niñas más, de Algeciras a La Línea para escuchar un concierto de Luz Casal, simplemente porque si no alquilaba un autobús, no había manera de volver por la noche. En esa época, a los catorce años se hacían cosas que usté y yo, caballero, no nos atrevemos ni a los cuarenta. Así que deje de cuestionar, léase el relato, es todo verdad. Verdad de la buena. Y mejor contada.

Bueno, se le acabará la cinta. Ah, vale, es de las modernas. Seguro que a las modernas ya ni se les acaban las pilas. En fin, ya tiene material. Ni se le ocurra sacar las cosas del contexto, titular con algo tipo «Compiten por ver quién la tiene más calva». La frente, coño. Lo dicho, que el Téllez aún nos da una vuelta a todos. De aquí a la Habana. De Estambul a Algeciras. No se olvide de pagar la copa.