Crítica

Demasiado cine

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos
leonard-yibuti

Elmore Leonard
Yibuti

Género: Novela negra
Editorial: Alianza Negra
Páginas: 334
ISBN: 978-84-2067-990-7
Precio: 18 €
Año: 2013
Idioma original: inglés
Traducción: Catalina Martínez Muñoz
Título original: Djibouti

Me gusta Yibuti. Es ese lugar donde Rimbaud perdió la sandalia y medio siglo más tarde andaba descalzo el mayor aventurero de nuestro siglo – digo el XX – , Henry de Monfreid, o al menos el que mejor describió sus hazañas de navegante, contrabandista, espía ocasional, cazapiratas, traficante de armas y buzo de perlas. Me gusta Yibuti por eso, aunque sea el lugar donde Abesinia pierde su nombre y el Mar Rojo pierde su color y su encanto. No hay ni palmeras. Y lo que a uno le viene a la cabeza no es recitar los poemas de maese Arthur sino pensar que seguramente maldecía en francés el agua salobre que sale de los grifos semihirviendo, putain.

Esos detalles no salen en el libro Yibuti, de Elmore Leonard, porque sus protagonistas, Dara y Xavier, gran cineasta documental ella, gran productor y viejo marinero negro de New Orléans él, se han pedido una suite en el mejor hotel de la ciudad, e infiero que allí tendrán un aparato particular desalador y enfriador de agua, o algo así. Deberían.

Igual lo de lanzar el rescate a los piratas desde un avión es una tapadera para los abogados en Londres

Me gusta Dara cuando se pasea en sujetador por la suite y me gusta Xavier cuando se sienta con ella y le tira los tejos, a sus setenta años, mientras revisan los planos rodados entre piratas en la costa de Somalia. Esos que asaltan cargueros y luego piden un rescate millonario, a ser posible lanzado desde un avión. Aunque quien sabe si lo del avión es una tapadera porque el negocio de verdad lo hacen los abogados en los despachos de Londres, que son los encargados de contactar con las navieras. O eso sospechan Dara y Xavier.

Me gusta que los diálogos chisporroteen y que es imposible adivinar la respuesta al leer la pregunta: nada es previsible, nada está trillado. Me gusta menos que ese intercambio de ráfagas verbales parezca a ratos el de una guerrilla somalí disparando a ciegas. Más o menos nos enteramos de la historia del rodaje por lo que comentan ellos al ver los planos, con suficiente fast forward y rewind como dejar mareado al lector.

Me gusta menos la otra pareja que aparece, formada por un multimillonario que pone a prueba a su última amante-miss-concurso dando la vuelta al mundo en velero, bebiendo mucho champán. Una forma un poco tópica de ser original ¿no? Menos mal que la miss acaba siendo tan malhablada como la propia Dara, comentando cómo se mea en un retrete africano. (Nota a la traductora: bien. Muy bien. No confunde fucking con jodido. Que ya es raro hoy día).

Aparece Al Qaeda cual tiburón y zas, se come la mitad del argumento que ya teníamos en el anzuelo

Pero justo a la mitad del libro, cuando por fin pensábamos que nos íbamos enterando, empiezan a cobrar cuerpo los dos tipos de Al Qaeda que estaban infiltrados en uno de los barcos secuestrados, uno de gas licuado de esos grandes, y resulta que los protagonistas son ellos. Que todo lo de los piratas no era más que un McGuffin, un señuelo como la luz que se le pone a los peces o los lectores incautos.

Al final ya no importa si realmente el negocio de la piratería es hoy de cuello blanco, o si tienen justificación ética los chavales con kalashnikov de la costa somalí para buscarse la vida por su cuenta, ante tanta pesca pirata. Todo temas que bien merecerían una novela, pero aparece Al Qaeda cual tiburón y zas, se come la mitad del argumento que ya teníamos en el anzuelo.

Y ahora viene lo imperdonable. Vale que lo han hecho todos, desde Agatha Christie a Edgar Wallace (así quedaron), pero no se puede: cuando se escribe una novela negra, no se puede ser el narrador omnisciente y a la vez mantener el misterio. O se estructura la trama para que el bando de los malos quede a oscuras, hasta el showdown final, o bien uno se olvida del modelo whodunnit (el quién ha sido) y se dedica a perfilar los personajes. Pero entonces de verdad, no empezando a mitad del libro. Y entonces el malo debe tener un motivo de verdad (esta es la mejor novela negra).

Y entonces no me basta con que un chaval enchironado en Miami por medio kilo de maría se convierta en uno de los agentes de más nivel de Al Qaeda – ya me dirán si no es nivel tener que hacer explotar un carguero de gas – a la vez que se siga bebiendo todo el whisky de Yibuti y se folle a las putas etíopes y de paso a su jefe alqaedista. ¿Un vulgar mercenario? Ahí también había una novela, y quizás mejor que la de los piratas, pero el autor tendría que habérselo tomado en serio.

Y no: mantener la versión oficial de que Al Qaeda realmente actúa por una profunda convicción de hacer la voluntad de Dios si arrasa con algún puerto norteamericano, a la vez que pintar a sus agentes como bebedores gays mujeriegos, eso no es tomárselo en serio. No digo que el retrato de los agentes no sea realista. Lo que no es realista es la versión oficial. Pero no, ahí no se atreve a meterse Leonard.

Lo que no trago es que un agente de Al Qaeda se deje desarmar una cineasta y un productor que no llevan fierro

Y el realismo es lo único imprescindible en una novela negra. Ya me cuesta creer que el del yate realmente pueda creer que su fusil de calibre .600 nitro express sea capaz de perforar el doble casco de un carguero de gas licuado, pero allá él. Lo que no trago es que un agente con siete años de misiones de Al Qaeda a sus espaldas, y capaz de despachar con tres tiros de pistola a tres somalíes armados con kalashnikov, y de paso a un ex agente especial de Estados Unidos que le está encañonando con el revólver, se deje desarmar dos veces por una cineasta documentalista y un productor de setenta años que no llevan fierro alguno.

En las novelas negras, llegados a ese punto, siempre ocurre alguna casualidad, yo qué sé, un vuelo de gaviota, una ráfaga de luz del faro, un oportuno cangrejo en el pie. La casualidad más rebuscada es siempre más verosímil que la simple incoherencia con el personaje.

Ni tampoco me encaja que en Yibuti, donde en la vida real tienes la policía amonestándote en cuanto saques la cámara de fotos, uno pueda estar durante una semana dejando un reguero de muertos, tiroteos en cafés de moda incluidos, sin que los agentes dejen de mascar tranquilamente su qat. No sé yo.

Al final, puede que a Dara le salga una gran película. De las típicas de Hollywood esas, en las que ya nos han acostumbrado a que no nos importen las trolas que nos cuentan, porque nos gusta Sean Connery. Pero en un libro no me vale. Ya que no le puedo ver las tetas a Halle Berry, exijo que el autor se lo curre un poco más.